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» El litoral Corrientes
Fecha: 09/11/2025 05:10
Zhoran Mamdani era un ilustre desconocido en estas latitudes suramericanas. Hasta que la noticia del triunfo que lo ungió alcalde de Nueva York inundó los medios para inscribirse en el imaginario colectivo como un tomatazo simbólico a los ventanales del populismo de ultraderecha encarnado por Donald Trump. De pronto, una elección municipal en el otro lado del mundo, despertó una inesperada reflexión autóctona respecto de lo que hubiese podido suceder en la Argentina si, como contracara de Javier Milei, hubiera existido una construcción opositora acorde con las demandas sociales de este tiempo de hiperconectividad y fugacidad informativa. Mamdani es socialista, inmigrante musulmán nacido en Uganda y tiene apenas 34 años. Todas en contra, podría decirse, en la meca del capitalismo mundial. Pero convirtió sus desventajas en fortalezas hasta cosechar el 51 por ciento de los votos con una propuesta que configura la antítesis del dogma neoliberal, según el cual nada debería ser proporcionado por el Estado y cada uno de los habitantes del planeta tierra, cualquiera fuera su origen o punto de partida, está compelido por el destino a surfear las olas del libre mercado sobre una sola tabla sin salvavidas: la relación causal mérito-éxito. ¿Quiénes votaron al muchacho de sonrisa entradora y barba tupida, tan parecido a los malos de las películas yankees? Los cansados de pagar lo que no tienen por servicios esenciales como la educación, el transporte, la energía y la salud. Los condenados a destinar el 50 por ciento de sus salarios al alquiler de un apartamento mínimo. Los impedidos de enviar a sus hijos a la universidad. Los relegados de un sistema que premia la abundancia con más riqueza y reduce costos a partir del infortunio económico de tantos obligados a trabajar cada vez más horas por cada vez menos dinero. Mamdani metió el dedo en la llaga de los CEO’s que gobiernan el mundo a través de la tecnología digital. Utilizó sus mismas plataformas para llegar a las minorías latinas, a los repudiados por el color de piel, a los reducidos a la condición de meros engranajes de la maquinaria consumista. Se valió de las redes sociales dominadas por Elon Musk y Mark Zuckerberg para desarticular la lógica del individualismo imperante y así, reflotó un sentido colectivo que subyacía oculto por la grasa de las capitales. El demócrata ugandés hijo de una famosa cineasta de Bollywood no hizo más que expresar lo que muchos piensan y nadie con suficiente representatividad se anima a decir por el prurito de caer en la incorrección política de la época. Y como Javier Milei en la Argentina, pero desde el polo ideológico opuesto, rompió los moldes para escalar posiciones en un meteórico ascenso en el índice de conocimiento. En sus reels de Tik Tok, Instagram y Facebook, Zohran corre hacia la playa y se mete al agua vestido de traje, entrevista a gente desdentada en los suburbios, camina horas por las calles, come enchiladas en la vía pública y envía un mensaje claro a los dueños del dinero: irá por ellos, con el objetivo de gravar la renta y sostener el principio de igualdad que caracterizó históricamente a la democracia de Norteamérica, una república que -al decir de Tocqueville- alcanzó el ideal de estabilidad institucional gracias su condición de “estado social”. En su obra “La democracia en América”, el magistrado francés Alexis de Tocqueville (quien cruzó el Atlántico para desentrañar el secreto de un estilo de vida caracterizado por el acuerdo de voluntades) descubrió que el equilibrio alcanzado a partir de la Constitución de Filadelfia en 1787 se debía a una elástica interacción entre la libertad como valor y la igualdad como principio. Pero no una libertad absoluta, sino regulada por el ordenamiento jurídico concebido por un Estado en proceso de consolidación continental; y tampoco una igualdad aritmética, como años más tarde iba a ser distorsionada por el reduccionismo binario de Stalin. Lo que encontró Tocqueville fue una virtud característica de los norteamericanos que, en resumidas cuentas, consistía en ayudar para ser ayudados. Sencillamente, los colonos del oeste daban comida, hospedaje y abrigo a los forasteros del este aunque no tuvieran vínculos de amistad o coincidencias intrínsecas con el beneficiario de su solidaridad. Ese era el secreto del éxito: funcionar como comunidad y no como individuos. Es lo que Mamdani vino a predicar en medio del apogeo de las ultraderechas. Al contrario del modelo que pregona la doctrina del derrame, el flamante jefe comunal de la Gran Manzana abrió una brecha en la lógica libremercadista a través de la cual se puede observar un futuro que viene llegando: la concentración ilimitada de fortunas materiales por parte de un reducido grupo de superempresarios tiene como contracara la multiplicación exponencial de condenados a la miseria. Y si hay cientos de miles de pobres incapaces de comprar lo producido por las empresas de los ricos, el círculo virtuoso de la expansión económica entrará en colapso. ¿Quieren pruebas? Es lo que está pasando con el experimento biológico-económico que tiene lugar en la Argentina de Milei, donde la inflación descendió por las mismas razones que desciende la temperatura corporal de los moradores de una necrópolis. La contrafórmula para esta “zombeeficacion” del mercado llega de la mano de Zohran Mamdani: aplicar regulaciones que bifurquen la finalidad de las utilidades empresarias de forma que los propietarios de los factores de producción sigan percibiendo -con todo derecho- ganancias engordantes, pero sin obturar las arterias que nutren de proteínas financieras a las masas. La igualdad a la que se refiere el alcalde electo de Nueva York nada tiene que ver con el comunismo. Por el contrario, se basa en la teoría de la igualdad proporcional aplicada por Estados Unidos en sus albores, cuando Tocqueville investigó las razones de su edificación como potencia occidental. No se trata, pues, de que el Estado se quede con todo y reparta a cada ciudadano una cuota idéntica, sino de garantizar el acceso a las oportunidades con la ecuanimidad de un gobierno firme con los poderosos y sensible con los débiles. Ese ideal subjetivo de justicia, que contempla el lado humano de los números fríos de la economía, es exactamente la razón que consagró a Mamdani como contrafigura del modelo ultraliberal según el cual la receta para el desarrollo de un país consiste en que los ricos ganen siempre más para que, a partir de sus decisiones e inversiones, las familias trabajadoras cubran sus necesidades siempre y cuando se esfuercen lo suficiente (aunque nadie nunca sepa cuándo será suficiente). La frescura de la propuesta antiTrump emanada en el corazón financiero del -todavía- país más poderoso del mundo ha molestado tanto a los personeros del presidente Donald y su protegido Javo, que como principal argumento en contra tacharon de “impresentable” al ganador de los comicios neoyorquinos, prueba irrebatible de la irritación perianal causada por el afloramiento de tal forúnculo woke en sus respectivos folículos pilosos. Pero que no se asusten los violetas. En la Argentina, al menos en la coyuntura, no serán confrontados por adversarios de cuidado. Y no porque la economía dramáticamente endeudada de Milei sea un dechado de prudencia, sino porque la oposición es insolvente de cabo a rabo. Aquí no hay Mamdanis sino corruptos, ineptos, egoístas e incoherentes. Mientras el líder neoyorquino se financió con fondos de campaña aportados por más de 50.000 personas que depositaron un promedio de 100 dólares por cabeza, en esta parte del mapa tenemos a Lázaro y sus rutas inconclusas, a López con sus bolsos y a Insaurralde paseando con su novia por Marbella en el yate “Bandido”. En este lado sureño del globo terráqueo Cristina se niega a ceder el mando pese a su condición de encausada, Máximo predica sin más autoridad que su título de “hijo de”, Kicillof se dispersa en la diáspora bonaerense, la izquierda usa su microscópico porcentaje para reelegirse a sí misma, el Pro es desplumado por La Libertad Avanza y los liderazgos provinciales son divididos por la billetera del poder central. ¿Surgirá alguna voz progresista que se atreva a gritar a los cuatro vientos que, por ejemplo, es mejor subsidiar colectivos urbanos que ver morir motociclistas en calles imposibles? Si ocurrió en Nueva York, por qué no aquí.
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