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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 08/11/2025 05:14
El pedagogo italiano Francesco Tonucci sostiene que el rol docente ya no debe centrarse en enseñar contenidos, sino en favorecer el desarrollo integral de los alumnos. A nivel internacional, el nombre de Francesco Tonucci se asocia con el cuestionamiento de la escuela tradicional, la defensa del juego libre y la promoción de los derechos de la infancia. Con 85 años, el psicopedagogo e investigador italiano, conocido también como “Frato” –seudónimo con el que firma sus famosas viñetas humorísticas, siempre críticas del “adultocentrismo”–, es un referente para muchos docentes en América Latina y en Europa. Tonucci vino a Argentina para participar de la 8ª edición del Congreso Internacional Innova Educa 21, organizado por la Universidad Siglo 21 en el Complejo Al Río de Vicente López. Allí recibió este viernes 7 de noviembre un doctorado honoris causa. Su mirada ha influido en políticas educativas y urbanísticas en muchos países: desde hace décadas, a través de su proyecto “La ciudad de los niños” Tonucci promueve la idea de que las ciudades deben repensarse a escala de los chicos, con más espacios para jugar, más autonomía, más escucha y menos control. Luego de pasar por Buenos Aires, Tonucci viajará a Rosario, donde su ideario contribuyó a impulsar políticas urbanas basadas en la participación infantil. –Usted es un referente internacional de la innovación pedagógica. ¿Cuál diría que es hoy el principal cambio que necesita la escuela? –Yo creo que el cambio más urgente en la escuela es modificar el liderazgo. Hoy hay un consenso casi absoluto en que quien dirige el proceso educativo es el docente: se trabaja en su formación, en los instrumentos, en los libros de texto. Pero, desde mi punto de vista, el liderazgo debe pasar a manos de los alumnos. El verdadero protagonista del aprendizaje es el niño. El docente tiene un papel fundamental, pero un papel distinto: no es el de “enseñar” en el sentido tradicional, sino el de favorecer el desarrollo de sus alumnos. Hay una metáfora que se usa mucho para describir el rol docente: la del artesano, el ceramista que modela una materia informe –la arcilla– para obtener un vaso. Si uno sale mal, se tira y se hace otro igual. Esa metáfora supone que hay un proyecto predeterminado –el programa escolar– y una evaluación que decide qué se “desecha”. Creo que esa metáfora es equivocada. La imagen correcta es la del campesino. El campesino no controla la naturaleza de la semilla que siembra, no puede decidir qué planta saldrá. Su tarea es crear las condiciones para que cada semilla crezca y desarrolle al máximo sus potencialidades. Esa es, para mí, la función del docente. Y también la de las familias: la educación es una fuerza que ya existe dentro de cada niño, y el rol de los adultos es favorecerla. –¿Por eso su propuesta de una formación docente más basada en la escucha? –Exactamente. El instrumento que permite esta relación es la escucha. Pero cuando digo “escucha en la escuela”, muchos imaginan a los niños sentados y callados escuchando al docente. Y acá es al revés: el docente es quien tiene que escuchar a los niños, para ayudarlos a desarrollarse. Antes esto era una teoría: la escuela activa, que reconocía el liderazgo y el protagonismo de los niños, frente a la escuela tradicional, basada en programas y libros de texto. La formación docente sigue respondiendo, en general, a ese modelo tradicional: la mayoría de las universidades y profesorados forman para enseñar, no para escuchar. Hoy, sin embargo, no es solo una teoría pedagógica: es la Convención sobre los Derechos del Niño. Todos nuestros países la ratificaron. Y eso significa que la escuela común, la escuela que casi todos hemos vivido, es una escuela que no cumple la ley. Lo digo con todas las letras: la Convención tiene rango superior a las leyes nacionales y define, textualmente, que el objetivo de la educación es “desarrollar la personalidad, las aptitudes y la capacidad mental y física del niño hasta el máximo de sus posibilidades”. Si la escuela no pone al niño en el centro, si no respeta sus tiempos y su palabra, si no favorece su desarrollo sino que simplemente exige que repita lo que se le da, entonces no está cumpliendo ese mandato legal. Tonucci recibió un doctorado honoris causa de la Universidad Siglo 21 en el marco de la 8ª edición del Congreso Internacional Innova Educa 21, realizado en Vicente López. –¿Según su visión, la escuela debe enfocarse más en el desarrollo de la personalidad que en la transmisión de conocimientos? –Sí. Y si el objetivo de la educación es desarrollar la personalidad de cada niño y cada niña, alguien tendría que explicarme qué relación tiene eso con un programa ministerial que llega desde la capital –sea nacional o provincial– y que viene de afuera. ¿Qué sabe el ministro sobre este niño? Nada. Al principio, tampoco el maestro sabe quién es ese niño. Y probablemente el propio niño tampoco lo sepa de sí mismo. Ese es el reto fundamental de la educación: poner en marcha un proceso que ayude al niño a conocerse a sí mismo y a hacerse conocer. Los primeros en hacerlo son los padres, que lo quieren y lo acompañan. Y luego los docentes, que tienen un compromiso educativo y lo ayudan a desarrollarse. Pero el protagonista es él. –¿En qué consiste, desde su perspectiva, el rol de los adultos? ¿No hay en los chicos también una necesidad de referentes que mantengan su lugar de adultos, enseñen y sepan poner límites? –Cuando yo era pequeño, había una alianza –que para nosotros era fatal– entre la escuela y la familia. Todo lo que decía la escuela, la familia lo confirmaba. Y si había críticas o problemas en la escuela, eso continuaba en casa, incluso con castigos. Hoy estamos en una realidad opuesta. Por lo menos en Italia, hay un conflicto permanente entre la familia y la escuela. Cuando la escuela señala algo, evalúa o critica al niño, la familia inmediatamente sale a defenderlo. Este conflicto es nefasto para la educación. No me interesa decidir quién tiene razón. El problema es que, frente a un niño, hay dos instituciones con altísima dignidad social –la familia y la escuela– discutiendo entre sí sobre cómo actuar con la misma persona. Y claro, los niños en ese conflicto se mueven muy bien. Yo creo que el artículo 29 de la Convención puede ser el punto de encuentro. Sentarse –escuela y familia– a leerlo y preguntarse juntos: “¿Cómo realizamos esto?”. Y hacerlo con los niños. Ese debe ser el pacto educativo. Para Tonucci, el conflicto entre escuela y familia es "nefasto" para la educación, y requiere de la urgente reconstrucción de un "pacto educativo" que incluya también la voz de los niños. –Usted es un defensor del juego autónomo y el tiempo libre para la infancia. ¿Qué deberían hacer la escuela y la familia con las pantallas que acaparan la atención de los chicos? –Es un tema muy complejo. Pero hay algo evidente: los niños han perdido el juego. Es un problema enorme. Sobre esto, toda la ciencia está de acuerdo: el juego es la experiencia más importante de la vida. No solo de la infancia. Albert Einstein decía que el juego es la forma de investigación más importante. Cuando un niño juega, experimenta, descubre, inventa sentido. No porque alguien le enseñe, sino porque encuentra algo por sí mismo, y eso implica emoción, construcción de significado, crecimiento. Pero todo esto necesita una condición: salir de casa sin adultos, encontrarse con amigos, elegir lugares, inventar reglas, decidir tiempos. Con normas familiares, claro, pero con la posibilidad de transgredirlas un poco. Esa autonomía cotidiana era la infancia. Lo fue en la mía, y también en la de mis hijos. Eso se interrumpe hace unos cuarenta años. No hay datos objetivos que indiquen que hoy la calle es más peligrosa que antes. Al contrario: los datos dicen que las ciudades son más seguras, con menos delitos y menos accidentes. ¿Entonces por qué los niños no salen? Creo que los medios de comunicación han construido una idea exagerada del peligro. Y la política se aprovecha del miedo y lo alimenta. Cuando los niños pierden esa autonomía de juego, los adultos no saben qué hacer con ellos. Y surgen tres respuestas. La primera: la escuela amplía el tiempo de clases, aparecen las tareas y las actividades de la tarde, como los talleres o la escuela de fútbol. Pero eso no es juego. Por otro lado, los municipios crean plazas infantiles, donde los niños van acompañados y vigilados por su padres. Antes las plazas no existían: los niños salían de casa y eran ellos quienes buscaban el lugar donde jugar, que podía ser una escalera, el patio, la vereda… Y la tercera respuesta son las pantallas que mantienen entretenidos a los niños: primero la televisión, ahora el celular. Esto está creando preocupaciones dramáticas, porque el celular entra demasiado temprano en la vida de los niños. El problema no es solo la tecnología sino lo que está reemplazando: la relación, el juego, la mirada, la presencia. Eso, para la infancia, es un desastre. –Es conocida su posición en contra de los deberes escolares. ¿Cree que ahora, con la expansión de la inteligencia artificial, las tareas para el hogar finalmente van a desaparecer? –Esto no lo sé, porque la inteligencia artificial sigue siendo un misterio para mí. Pero sí sé que los deberes no tienen sentido. Me parece un instrumento que solo sirve para que los niños odien un poco más la escuela, y no creo que la escuela quiera eso. Los deberes no sirven para nada. La única tarea que tendría sentido sería jugar. Jugar, y al día siguiente contarlo en la escuela. Ese sí sería un buen deber: contar lo que viviste jugando, si descubriste algo, que no tiene por qué ser un descubrimiento científico sino una emoción, un orgullo, algo que antes no te pasaba. Eso lo han hecho siempre los grandes maestros. La ceremonia de entrega del doctorado honoris causa contó con la participación de Laura Rosso, rectora de la Universidad Siglo 21; Juan Carlos Rabbat, presidente y fundador; Francesco Tonucci (en el centro); Daniel Filmus, exministro de Educación de la Nación (responsable del discurso de homenaje a Tonucci); y María Belén Mendé, vicepresidenta de la universidad. Un encuentro para “hackear” la educación Bajo la consigna “EduHack: rompiendo paradigmas”, el Congreso Innova Educa 21 se enfocó en la necesidad de transformar los modelos educativos tradicionales y “abrir caminos hacia nuevas formas de enseñar y aprender”. En su octava edición, el evento volvió a realizarse en Buenos Aires –su sede habitual es Córdoba–, en el marco de la celebración de los 30 años de la Universidad Siglo 21, la más grande del país entre las privadas. La idea de “hackear” la educación no apunta a “romper”, sino a “encontrar sentido en el propósito y reducir la distancia entre la visión de las instituciones educativas y las necesidades de los alumnos”, explicó María Belén Mendé, vicepresidenta de Universidad Siglo 21, a Infobae. También reivindicó un “tecnohumanismo” en el que las tecnologías digitales y las capacidades humanas se potencian mutuamente. María Belén Mendé, vicepresidenta de Universidad Siglo 21, estuvo a cargo de la apertura del congreso. En la apertura, Mendé explicó que la agenda del evento se organizó en torno a cuatro “paradigmas” clave: la personalización de la educación para adaptarse a la diversidad de los estudiantes, la integración del error y la innovación como aliados indispensables en el proceso educativo, la redefinición de quién tiene el poder de educar más allá de las instituciones tradicionales –con énfasis en la “inteligencia colectiva” y el poder de las redes antes que los centros “fijos”–, y la promoción de liderazgos positivos en lugar de jerarquías. Mendé señaló que la Universidad Siglo 21 busca ser un “agente de contagio” de estas ideas, compartiendo sus propuestas con otras instituciones y promoviendo una “red global de innovación”. Consideró que el tiempo actual no es “un momento de cambio más, sino una época de quiebre”. Y destacó la importancia de la mirada federal para el desarrollo nacional, al resaltar “la gran fuerza de diferentes iniciativas educativas, empresariales, sociales que desde el interior del país trabajan para que la Argentina avance de cara al mundo”. Entre otros referentes, participaron del congreso Carlos Torrendell, secretario de Educación de la Nación; Mercedes Miguel, ministra de Educación de CABA; Marina Umaschi Bers, investigadora y creadora de herramientas de aprendizaje basadas en tecnología; Gerry Garbulsky, fundador de TEDxRíodelaPlata; Alejandro Piscitelli, referente en cultura digital y educación; Denise Aboulafia, experta en educación y tecnología; Melina Masnatta, especialista en tecnología y género; Gala Díaz Langou, directora ejecutiva de CIPPEC; Manuel Álvarez Trongé, presidente de Proyecto Educar 2050; y Nieves Tapia, directora del Centro Latinoamericano de Aprendizaje y Servicio Solidario (CLAYSS).
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