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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 08/11/2025 04:54
El sello de identidad de Marcos López se asocia a colores vibrantes, humor y una mirada sociopolítica sobre América Latina “En estos días me siento vital, rejuvenecido”, dice Marcos López a propósito de lo que representa para él la primera antología de su extraordinaria obra de 50 años, Fotografías 1975-2025, que inaugura este sábado de La Noche de los Museos en la Fundación Larivière y que estará abierta al público hasta abril de 2026. “Es lo fuerte del paso del tiempo”, reflexiona el artista santafesino que vive en Buenos Aires desde hace más de 40 años. “Paralelamente me pasa algo con la fotografía que siento... (pausa) que ya fotografíe todo lo que tenía que fotografiar. Se puede decir que se me fue el deseo de fotografiar. No viajo con cámara. A veces hago alguna foto con el teléfono, nada más”, prosigue. La muestra curada Valeria González y distribuida en las dos plantas del espacio cultural ubicado en pleno barrio de la Boca (Caboto casi Pérez Galdós, a la vuelta del Galpón de Catalinas y a 100 metros de la Usina del Arte), reúne más de 200 obras que abarcan cinco décadas de trayectoria, desde los inicios en Santa Fe hasta una selección de medio centenar de imágenes inéditas de los últimos cinco años. El fascinante recorrido incluye fotografías intervenidas, retratos, puestas en escena de impronta pop (su marca de estilo) y piezas que han dejado huella en el imaginario colectivo. La antología 'Fotografías 1975-2025' de Marcos López reúne 50 años de obra y se exhibe en la Fundación Larivière Cada imagen tiene una singularidad distintiva: personajes, estéticas y situaciones de una indudable identidad latinoamericana; fotos sociales de otro tiempo retocadas con su impronta -uno de sus trabajos en el último tiempo-; un potente retrato de Carolina Peleritti desnuda entre restos de árboles incendiados en la zona de San Marcos Sierra, Córdoba, y por supuesto, los clásicos de la serie Pop Latino que patentó el “estilo-Marcos López”: los muchachos en el asado que replica la última cena de Leonardo Da Vinci -una de las imágenes argentinas más populares de todos los tiempos, sin exageración- y el gauchito Gil con aires de Juan Moreira. Hay además, jugadores de NBA, colegios católicos, el Che Guevara, la Bristol, familias bolivianas, personajes santafesinos, Evita y Perón, vestuarios de fútbol y pasillos de hospitales. En todas las imágenes que componen la retrospectiva flota una idea: Marcos López se distanció de la captura tradicional de lo real y recurrió a la creación de escenas y relatos con métodos próximos al cine y la pintura. Así alcanzó una síntesis singular entre el estilo kitsch de los años 90 y un compromiso activo, social, en la tradición de la fotografía latinoamericana. En aquel momento (y tal vez ahora, de nuevo), esas tradiciones estaban-están amenazadas. Con sus postales inequívocamente populares, López reactivó ese poderío semántico y reafirma un paradigma latinoamericano. Como reza el texto curatorial de la muestra: “(...) se apropió de un estilo primermundista y publicitario para pronunciarlo mal, para erigir escenas de cartón pintado por cuyas fisuras se colaba toda la irreverencia y el candor de una estética de periferia”. —Una retrospectiva de 50 años no es poco... ¿Qué cosas te surgen para decir? —Ahora que vi la muestra colgada toda junta, veo que hay fotos de los años ochenta que son iguales a las que hago ahora. Como que hay algo, que puedo decir estructural, esencial o central en mí, que no cambió. No es que uno va progresando. Sí hay cosas, obviamente, mejoran con la experiencia. Ahora que veo las fotos de la muestra, he podido recordar la pasión, la energía y la cantidad de tiempo que les destiné desde que tenía 18 años. Yo me puse a estudiar ingeniería porque mi papá era ingeniero. Y me pasé cinco años sentado en un banco de la facultad -que no me interesaba en absoluto- sin animarme a dejar. Marcos López reflexiona sobre el impacto de la fotografía digital y la pérdida de deseo por capturar nuevas imágenes Me agarré a la fotografía como un huérfano se agarra al hábito de una monja cuando entra a un orfanato. Para mí fue medio salvador el hecho de canalizar mi creatividad con la imagen. Justo cuando estaba la dictadura militar también. Tenía un laboratorio y me pasaba noches enteras ahí, como en un útero materno: el laboratorio, la luz roja... Escuchando música. Hasta que me animé, dejé la universidad y me vine a vivir a Buenos Aires y me quedé. De hecho, estoy anclado en esta ciudad hace cuarenta años o un poco más. De repente quiero salir huyendo y es como que me tiene atrapado, ¿viste? Me cansa la ciudad y ya no me motivan tanto las cosas que me motivaron a venir. —Pero en Buenos Aires descubriste un mundo nuevo. —Sí, fue un cambio muy fuerte. Conocí artistas plásticos y de otras disciplinas por azar. La primera artista que conocí fue Liliana Maresca, una artista que influyó mucho en mí. De hecho, ella organizó una muestra en Recoleta en los 80, que se llamó La Kermés, con Batato Barea, Urdapilleta, Marcia Schwartz. Todo era con ese espíritu de mercado latinoamericano con esos colores de plástico barato, que finalmente se convirtieron en un sello de identidad de mi obra. El estilo de Marcos López fusiona el kitsch de los años 90 con un enfoque social y una estética de periferia latinoamericana Empecé en blanco y negro muchos años, porque la fotografía artística se asociaba a eso. No entiendo por qué. De hecho, en esta muestra hay muchos retratos de esa época. Y en un momento me cansé y dije voy a hacer color y quiero que mi fotografía tenga un sello de artista latinoamericano. Y por momentos decía: “voy a hacer lo opuesto de la estética de Sebastiao Salgado”, con esos cielos cargados de nubes y cierto clima trágico. Era el menemismo también. Entonces, se me ocurrió hacer la serie Pop Latino, cuyo sello de identidad era el bajo presupuesto y los anteojos chinos Ray-Ban truchos de Once, las chancletas... Finalmente quedé medio apresado en ese estilo. A veces digo que inventé un Frankenstein que me está como devorando a mí mismo, porque de repente ahora me aburro del colorinche, pero casualmente o no me reconocen por eso. —¿Percibís a América latina en colores, no de otra manera? —Totalmente. Imaginate un mercado en la Triple Frontera: los plásticos de los toldos con que se cubren los puestos de venta. O el barrio de Tepito de México, con lo que ellos llaman tianguis. La vestimenta de las mujeres bolivianas, que como lo más normal del mundo usan saquitos rosa fluo con polleras violeta fosforescente y unas medias verdes. Eso es lo normal. Ojo, nunca me interesó romantizar la vida del altiplano o de lo andino, como algo bucólico o melancólico. Buscaba fotografiar la camiseta trucha del Barcelona que vende en los mercados a diez dólares. La icónica foto del asado argentino de Marcos López forma parte de colecciones internacionales y es ampliamente reproducida —Sobre tu foto más famosa, la del asado argentino, ¿Qué recorrido ha tenido esa imagen desde que la hiciste hasta hoy? ¿Cómo te llevas con ella? ¿Estás cansado? —No, no estoy cansado. Sin duda ha sido mi foto más icónica. Sin dudas, me dicen “Marcos López, el de la foto del asado”. Pasa algo interesante con esa foto... En principio, la han comprado museos e instituciones de mucho prestigio como el Reina Sofía de Madrid, por ejemplo, que la tiene en su colección. Y también me la roban de internet y la ponen en restaurantes o una casa de fotocopias, en toldos... Con la tecnología se ha vuelto tan fácil bajar imágenes que la cuestión de los derechos de autor se está diluyendo. De repente me mandan de un restaurante en Houston donde la pusieron en el medio del salón. Con otra foto pasa algo así también. Pero me da mucha alegría, es como un homenaje: la del Gaucho Gil, con un cuchillo en la mano derecha. La bajan de internet y la ponen en los santuarios populares, en las rutas. Hacen plotters y la gente se hace tatuajes en la espalda o en el brazo con el Gaucho Gil mío, que en vez de boleadoras tiene un cuchillo como si fuera Juan Moreira. O sea, yo cambié la, la, la figura del gaucho. La muestra presenta más de 200 fotografías, incluyendo clásicos del estilo pop latino de Marcos López —Hablaste al principio de los teléfonos y entonces te pregunto: ¿Haces selfies? ¿Te gustan? —Yo no hago selfies. No le doy ninguna importancia. Sí hago fotos con el teléfono. Ahora mi hija se recibió de médica y obviamente hicimos la foto familiar, y la pusimos en Instagram. La gente ya ni repara en la fotografía. Hace la selfie y es un registro social absolutamente mecanizado. Es como decir “yo estuve ahí”. O “estuve comiendo con tal persona”. La gente le saca una foto al plato que come y lo sube a las redes. —¿Y eso es bueno o es malo? —No es ni bueno ni malo. Yo creo que desgasta. Aburre. Lo que sí creo que es malo es el vicio de las redes sociales. El recorrido expositivo abarca desde los inicios de Marcos López en Santa Fe hasta sus trabajos más recientes —Tus fotos son reconocibles y populares ¿Convivís con la idea de que has creado un estilo? ¿Eso te enorgullece, te abruma, te resulta indiferente? —No sé si me enorgullece, pero creo que es verdad. Es como un sello de identidad, propio y yo te diría en América Latina. Se asocia mi trabajo a los colores fuertes. También yo creo que me interesa dar una opinión sociopolítica y económica. Y a veces le incorporo el humor, lo que parecería que está prohibido si uno quiere hacer fotografía... —“Social”. —Sí, entre comillas, con conciencia social. Eso se asocia a un blanco y negro trágico. —Salgado. —Ponele, sí. Algunos críticos dicen que con mis puestas en escena teatralizadas que hice en los años noventa, soy el fotógrafo que mejor documentó el menemismo. —¿Y vos qué opinás? —Que puede ser. Yo no me puedo elogiar a mí mismo, pero... —Este periodo tan particular que estamos viviendo, se parece un poco a aquello. —No tengo ningún interés en fotografiar nada. Absolutamente nada. Es más: ahora estoy evitando ver noticias. [Retratos: Jaime Olivos; Fotos: gentileza prensa Fundación Larivière]
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