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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 07/11/2025 05:10
El caso conmocionó al país en 2010. Matías Berardi fue secuestrado cuando volvía de una fiesta de egresados. Pudo escapar de sus captores. Se cruzó con al menos tres personas, pero nadie le dio refugio y lo recapturaron. Están los rastros tangibles. Un tatuaje con su nombre en la piel de sus amigos. Una placa en la que fue su aula. Otra, en la cancha donde jugó. Decenas de fotos. Sus cosas. Están los rastros físicos, luego digitalizados. Una imagen: una mujer embarazada junto a un caballo que le olfatea la panza; él, próximo a nacer. Una grabación casera: él, de cuatro, de cinco años, trepado a los árboles. Más imágenes. Él, de seis, de siete, de ocho. Sin dientes. Con dientes. Levantando un barrilete con su hermana. Comiendo un helado con su hermano. Y están los rastros digitales, los de quien creció en los primeros años de Youtube y Facebook. Álbumes en línea donde aparece abrazado a sus amigos, corriendo, inventándose un hueco a la salida de un scrum o parado al costado de una cancha con la camiseta de la selección argentina. A veces se lo ve de perfil: el pelo castaño claro, un revoltijo de ondas; marcas de acné bajo los pómulos; los ojos, claros. También hay videos. Él, de 14, 15, 16 años. Parodia un aviso de Reduce Fat Fast. Explica cómo hacer un avión de papel en un falso episodio de Art Attack. Alto, flaco, doblado de risa, hace reír a los demás. Un inventario físico y digital de una vida. Pero una de esas imágenes se congela. Aparece en las noticias el 29 de septiembre de 2010. Quince años atrás. Es una foto estática —de él con 16 años y de perfil, el pelo castaño claro, un revoltijo de ondas; marcas de acné bajo los pómulos; los ojos, claros— sobre una leyenda. Dos palabras: secuestro y muerte. Matías Berardi tenía 16 años cuando fue secuestrado en 2010 cuando volvía de una fiesta de egresados —Acá armé un lugar para recordarlo— dice María Inés Daverio. Es un viernes de mediados de octubre y hace unas semanas se cumplió un nuevo aniversario del asesinato. El lugar al que refiere es una pared cubierta por unas repisas de madera con retratos de sus cuatro hijos. Matías Berardi era el mayor. Sobre una de esas repisas, una virgen de alrededor de unos 60 centímetros y un cuadro que los amigos de Matías hicieron —una imagen de ellos sosteniendo una bandera que dice “Matías presente”, rodeada de mensajes en su homenaje— escoltan las fotos de él. Mientras María Inés invita a elegir un lugar de la casa para hacer la entrevista, en otra habitación su esposo se cambia de ropa. Son casi las cuatro de la tarde y Juan Pablo Berardi acaba de llegar. Salió antes de su trabajo —es veterinario, especializado en caballos— para hablar con Infobae. Los dos están acostumbrados a los periodistas, pero eso no significa que volver al pasado les resulte fácil. Prefirieron que la nota fuera un viernes y no un lunes: aunque eligen recordarlo y homenajearlo —y lo hacen todos los días—, pasar el sábado y el domingo anticipando las escenas a las que tendrían que regresar les resultaba demasiado duro. Juan Pablo y María Inés, los padres de Matías Berardi. (Gastón Taylor) La noche del 27 de septiembre de 2010, Matías Berardi salió a divertirse. Fue a una fiesta de egresados en el boliche Pachá, de Costanera Norte, en la Ciudad de Buenos Aires. Convencer a sus padres de dejarlo ir no había sido sencillo. Cumplía años uno de sus mejores amigos y no quería faltar. Insistió, argumentó: volvería en una combi contratada por los padres de los egresados. Juan Pablo fue el primero en ceder. Matías era buen alumno, responsable, protector de sus hermanos más chicos. Nadie podía prever que esa salida tendría otro destino. A las 5:45 del día siguiente, Matías se despidió de sus amigos y bajó de la combi en el cruce de la ruta 26 y la Panamericana, en la localidad bonaerense de Ingeniero Maschwitz. Por delante tenía un viaje de cinco minutos en remís hasta su casa. En ese momento, tres integrantes de un clan familiar —un matrimonio, sus hijas, cuñados y allegados— lo vieron y decidieron capturarlo. Lo trasladaron a un barrio en Benavidez, al norte de la provincia, y lo encerraron en un taller de herrería. El galpón pertenecía a Richard Fabián Souto, quien además de ser el líder de la banda trabajaba como herrero. El lugar de cautiverio estaba a unos metros de la casa familiar de Souto, una vivienda de clase media rodeada de un parque con juegos para chicos. El teléfono sonó pasadas las seis. María Inés no había dormido de corrido: lo había estado esperando entre sueños ligeros y sobresaltos. Matías solía volver a las cinco y cuando el reloj pasaba de esa hora, la inquietud empezaba a ocuparle el cuerpo. La llamada llegó desde el celular de su hijo. Una voz masculina anunció el secuestro. De fondo, escuchó los gritos: “Mamá, mamá”. Matías Berardi fue secuestrado mientras volvía de una fiesta de egresados. Tenía 16 años. Era una de sus primeras salidas Era una época de secuestros virtuales, una modalidad en la que los delincuentes pretendían obtener plata mediante un engaño telefónico, fingiendo que tenían a un familiar secuestrado. Pero María Inés no dudó. La amenaza era real. Era la voz de su hijo. Lo tenían. Los secuestradores le exigieron $1.000 -253 dólares, a valor actual-, un monto que irían subiendo con el correr de las horas. Para actualizar la extorsión, le pidieron a Matías la dirección de su casa y fueron para allá. Al ver que la familia tenía un Volkswagen Suran, decidieron ascender la suma solicitada como rescate. Llegaron a pedir treinta mil pesos (7.500 dólares) en una serie de ocho llamados. Mientras sus hijos menores dormían, Juan Pablo salió corriendo de su casa rumbo a distintos cajeros automáticos. Antes de irse, le pidió a su esposa que diera aviso a la Policía. Quince años después En el living de la casa de los Berardi, sentados a la mesa familiar, Juan Pablo y María Inés se disponen a recordar. Juan Pablo ya no viste la camisa celeste con la que llegó. Lleva una chomba azul. El relato del día en que todo cambió arranca. —Quince años es un tiempo significativo: casi la edad que tenía Matías. ¿Cómo vivieron los días previos, el aniversario y los posteriores? —Creo que fue como todos los años -responde Juan Pablo-. No sé si el número 15 tuvo, en sí, un peso especial, pero cada vez que se acerca la fecha lo sentimos. Hay más repercusión en los medios, más mensajes de amigos, más movimiento. Y sí es un pesar grande que nos aparece en ese momento. —A mí este aniversario me movilizó mucho —dice María Inés—. No sé si fue por el número o por qué. Algunos amigos nos escribieron antes de la fecha, confundidos, recordándolo de antemano. Los recuerdos no se van nunca, aparecen todo el tiempo. Yo sigo muy atada a ese momento. Últimamente, me pregunté mucho por qué lo de Matías fue tan fuerte y creo que tiene que ver con la cantidad de sinsentidos. María Inés Daverio, embarazada de Matías, en una foto tomada poco antes de su nacimiento. Son misteriosas las razones por las que ciertos crímenes impactan más que otros en la sociedad. El secuestro y asesinato de Matías Berardi es uno de esos casos policiales que perdura en la memoria. Lo que ocurrió con Matías lleva a muchos a preguntarse qué habrían hecho y el impacto quizás se relacione con la frustración: la historia pudo haber terminado de otra forma. Alrededor de las 19.20 del martes 28 de septiembre de ese 2010, Matías logró escapar por un descuido de sus captores. Salió al parque que rodeaba la herrería y alcanzó la calle. Corrió. Pidió ayuda una, dos, tres veces. Gritó que lo habían secuestrado. Preguntó dónde estaba. Golpeó puertas. Intentó subirse a un remís que estaba detenido, pero el chofer creyó que lo estaba por asaltar y arrancó el auto. —La forma en la que consiguió escaparse —dice María Inés—. Hay testigos que se preguntaron “cómo pudo hacer”. La fuerza, la adrenalina, que tenía para saltar esa reja tan alta. Las cuadras que corrió, todas las personas a las que le pidió ayuda y no se la pudieron brindar. —O no quisieron— dice Juan Pablo. —Algunos no quisieron— agrega María Inés—. Otros… las mujeres de la banda salieron a decir que era un ladrón. Los amigos eran muy importantes en la vida de Matías. Ellos dicen "recordarlo es una manera de darle vida". (Gastón Taylor) Nadie le prestó un celular. Nadie le abrió la puerta. En su huida, fue interceptado por un Chevrolet Astra conducido por uno de sus captores, quien lo subió al auto y se alejó a toda velocidad rumbo a la Panamericana. El cuerpo de Matías fue hallado el miércoles 29 de septiembre en un descampado en Campana. La Justicia determinó que Richard Souto le disparó por la espalda. La autopsia indicó que Matías recibió el impacto de rodillas. Un llamado de una vecina al 911 permitió identificar a los responsables. La mujer unió las piezas cuando vio la foto de Matías —el pelo castaño claro, un revoltijo de ondas; marcas de acné bajo los pómulos; los ojos, claros— por televisión: comprendió que aquel chico que pedía ayuda en su barrio era él. —Una de las cosas que más nos dolió fue la falta de solidaridad que él sufrió —dice María Inés—, la falta de ayuda. En medio del duelo y del reclamo de justicia, Juan Pablo y María Inés buscaron maneras de demostrarle a sus hijos, a los amigos de Matías y, tal vez, a ellos mismos y a toda la sociedad la importancia de ser solidarios. Organizaron eventos multitudinarios, como carreras y caminatas, en las que difundieron imágenes de chicos y chicas desaparecidos, promovieron campañas de donación de sangre y recolectaron ayuda para quienes la necesitaran. “Los vecinos no son los culpables del crimen de Matías —dijo la familia en uno de esos eventos—, pero creemos que las tres cuadras que corrió pidiendo ayuda sin recibirla son el reflejo de una sociedad que no participa por miedo o indiferencia. Y queremos que haya un cambio”. Richard Fabián Souto era el líder de la banda. Participó de su recaptura, luego de que Matías lograra escapar. Fue quien lo ejecutó. (Foto NA: Jorger Baravalle) Los responsables del secuestro y asesinato de Matías Berardi fueron condenados en dos juicios. En el primer proceso, en 2013, el Tribunal Oral Federal N° 3 de San Martín dictó cinco prisiones perpetuas: al líder, el herrero Richard Fabián Souto, y sus cómplices Néstor Maidana, Damián Sack, Gabriel Figueroa y Gonzalo Álvarez. El resto de la organización, un entramado familiar que incluía a la esposa del jefe, Ana Cristina Moyano, y otros parientes, recibió penas de entre 17 y 24 años de cárcel. Faltaba una pieza. Alexa Souto Moyano, una de las hijas del líder, menor de edad durante el crimen, fue absuelta en el primer debate. La decisión se revocó en 2016. Un segundo juicio, en noviembre de 2022, la consideró coautora del secuestro extorsivo y la condenó a seis años y ocho meses de prisión. Casi quince años después del crimen, en julio de 2025, la Cámara Federal de Casación Penal confirmó esa sentencia. Cumple prisión domiciliaria. Fue el cierre judicial. —Mi esperanza es que [al vencer las penas] no vuelvan a hacer daño —dice María Inés—. Todo este tiempo no quisimos transmitir odio. Nos ocupamos con Juan siempre de dar un mensaje de paz, a pesar de lo que pasó. Bueno, espero que la respuesta de ellos, en algún lugar de su corazón, también sea la misma, de paz. —Tratemos de sobrevivir —agrega Juan Pablo— y darles felicidad a nuestros otros hijos. Dijimos: “Esto no nos va a arruinar la vida”. Por respeto a Mati hay que tratar de ser lo más felices posible. Producción audiovisual, guion y narración: María Belén Etchenique / Realizador: Gastón Taylor/ Edición: Leonardo Senderovsky
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