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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 05/11/2025 02:44
Al compartir juegos, los niños van armando su propia experiencia relacional En las habitaciones, en las aulas, en los patios de recreo y de la virtualidad, corren las agresiones y las soledades que van en aumento. ¿No hemos dejado demasiado solos a nuestros niños y adolescentes, dentro del multiverso virtual sin regulaciones ni reglas? Sabiendo que la indiferencia es el acto del corrimiento de la mirada, ¿será acaso que el agotamiento y el cansancio nos dejan por fuera de esas escenas? ¿Quedará nuestro rostro brillando por su ausencia con nuestro celular? ¿Dónde quedó nuestra posición de adulto seguro que bordea y cuida? La capacidad de ponerse en el lugar del otro y preocuparse genuinamente por su sentir es un indicador clave en el desarrollo emocional. Es la capacidad para poder establecer relaciones significativas que nos permite ser capaces de amar, trabajar con otros, estrechar lazos de amistad, propios de la vida sana. Es por eso que cuando la indiferencia y la falta de registro de la consecuencia de nuestros actos se presenta en la escena escolar real o digital, es momento de detenernos a pensar cuál es la posición de los adultos y cómo localizarnos para acompañar, ya que la relación de cuidado siempre es asimétrica. La nutrición emocional temprana Somos con otros. La constitución de un niño es ineludible de la presencia de un otro que acompaña y está disponible. Todos los despliegues del desarrollo se expanden en esos encuentros entre los que sostienen amorosamente al pequeño bebé. Desde la relación temprana, la mamá, el papá y todo el equipo familiar van inventando un nuevo saber con él. Lo escuchan, lo acurrucan, lo decodifican, lo alojan con su mirada y, principalmente, empiezan a jugar con él: “¿Cu-cú dónde estás?”. Es así cómo, entre los sabores y olores de pañal, se va transportando la textura con la que se construye, del lado del bebé, el deseo de mirar. A diferencia de la vista, que es lo orgánico y lo funcional, la mirada es una construcción social, es lo voluntario, lo subjetivo, es constitutiva para los despliegues del desarrollo. Un diálogo que construye un “dos” para que el bebé “entienda” que hay otro ahí para él. Esa mirada es la comunicación primera. La capacidad de preocuparse por el otro se construye Hay muchos motivos para creer que la preocupación, con un sentido positivo, aparece en la fase más temprana del desarrollo emocional del niño. Ya lo decía Winnicott, quien realizó un estudio acerca de esta capacidad y afirmó que estos procesos tienen origen en la temprana infancia. La preocupación se refiere al hecho de que el individuo cuida o le importa el otro, siente y acepta la responsabilidad. ¿Esto quiere decir que el pequeño ya puede hacerse cargo de esta responsabilidad? Por supuesto que no, porque es muy chiquito todavía y habrán sucedido muchas cosas en su constitución, antes de que podamos referirnos a la preocupación. Principalmente, deberán cumplirse determinadas condiciones para el niño, ya que su desarrollo pende y depende de la existencia de un ambiente facilitador y de un quehacer materno suficientemente bueno, junto a su familia. Si toda esta escena de cuidado sigue en marcha, se irá desarrollando un proceso de maduración que le irá permitiendo al pequeño reconocer y reparar las consecuencias de su propia agresión sobre el objeto amado. Winnnicot llama “inquietud” a esta culpa contenida y la oportunidad de reparar. Esto será posible si el niño cuenta con una figura materna que pueda “sobrevivir” a sus impulsos de enojo y oposición esperables dentro de la niñez. Al mismo tiempo que esto sucede, el pequeño irá recibiendo el consuelo de su mamá y su papá, la mirada contemplativa, la donación de amor y sostén necesarias. Esta capacidad será el fruto que se irá recogiendo de las diferentes experiencias tempranas. Nunca se afianzan por entero en esta etapa de la vida, sino que continúan fortaleciéndose con el crecimiento y este persiste en la niñez tardía, en la edad adulta y hasta la vejez. Las redes de cuidado Como somos con otros, tanto padres como docentes, terapeutas de la salud, de la educación y todo aquel que este al cuidado de un niño, necesitan una red de colchón y contención. Es como dice la canción: “Lo bueno es que se comprenda que nada debe intentarse solo”. Por eso tenemos que diseñar creativamente redes de cuidado. Estas redes de adultos cuidadores colaboran para el conocimiento mutuo y la capacidad para preocuparse por el otro. En el colegio: los recreos lúdicos saludables Es el lugar donde los alumnos ponen a jugar aquello que les pasa, comunicando sus alegrías y poniendo de manifiesto sus conflictos. Se pueden atender y observar las necesidades de los grupos y de cada uno en particular. La combinación de dinámicas lúdicas y la organización del espacio físico amplifican la riqueza de este ámbito recreativo. Las actividades van a diferir según los establecimientos, la edad y el tiempo de duración. El espacio físico, sectorizado en rincones, colabora para los juegos tradicionales. La rayuela, la soga, el elástico, el pato ñato, las pistas para autos delineadas con tizas. El “arcón de recreos” coopera para el cuidado del material, el aprendizaje de nuevas reglas y del sentido de responsabilidad. Para los ciclos más avanzados, pueden proponerse actividades corporales más dinámicas con los diferentes grupos: dígalo con mímica, tenis de mesa, el aro de básquet o la apertura de juegos reglados, rotando de las casas a los colegios, organizados por turnos y cuidando el material. Los niveles de intervención del docente junto con el equipo de orientación son múltiples. Pueden ofrecer al comienzo su entrada en juego, para después ir soltando gradualmente, potenciando el conocimiento mutuo, el despliegue de las habilidades sociales y del entramado de nuevos vínculos. En nuestras casas, grupos de padres pueden diseñar nuevos escenarios para nuestros hijos: juntadas a la canasta, charlas, guitarreadas, cine-debate o cualquier espacio de recreación. Jugar es entrar en relación Es jugando como van armando su propia experiencia relacional. Entre los autitos o la pelota del quemado, se chocan dos experiencias de juego. Cada uno, en lo singular, deja, ofrece su propia experiencia para el otro y pasa a ser un nuevo plural.
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