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Colon » El Entre Rios
Fecha: 04/11/2025 19:30
Un día leí sobre esa acción. Marineros romanos en las costas de Sicilia ven que su misión de salvar de la hambruna a su ciudad, a su familia, se interrumpen por una tormenta de tamaño apoteósico, una tormenta que no solo coartaba la posibilidad de llevar a la capital el alimento recolectado sino que incluso ponía en riesgo la vida de los que se atrevan a ser héroes. Entonces su capitán, Cneo Pompeyo Magno, les grita “vivir no es necesario, navegar sí”. La frase trata de entregar la vida a un propósito mayor que ella misma, y se volvió mi leit-motiv desde que la leí. Por Lucas Griesser ¿Cómo sobrellevar un motivo tan carente de satisfacciones inmediatas en una realidad plagada de estímulos? A decir verdad, no puedo enfocar mis ojos en el papel más de quince minutos, y una vibración de celular basta para sacarme del mundo en el que me estaba inventando. El pensar más allá de lo obvio se vuelve una montaña y uno no quiere, a estas horas de un domingo, ponerse a escalar. Aunque sean las únicas horas que uno tenga y pueda. Y ojalá fuese solo un esfuerzo, una irrupción como un oleaje que se va así como vino: esta distracción siempre lleva a salir a la calle virtual y encontrar toda una exhibición de yachting. Cinco minutos bastan para encontrar un reporte completo de cómo todos tus allegados navegan. Con yates de lujo. A una distancia tan grande que por su masividad inmoviliza, apartados a la suficiente cantidad de leguas para dejarte en la cama preguntándote para qué es todo lo que te rodea. Pero eso es en la pantalla. Cuando caminas, cuando ves a gente haciendo en vez de mostrar, te das cuenta de que el hacer contagia. O, en realidad, ir a ver a gente hacer no contagia, sino que desdramatiza: las redes ponen un estándar altísimo a todas las actividades, pero vas a un bar de rock una noche genérica de sábado, aparece en el escenario un tipo de 40 vestido de glam/hair metal cantando en un tributo a Mötley Crüe y te ponés contento por él. Si lo vieras en internet quizá te daría cringe, pero en persona es obvio que lo hace porque le gusta. No es para la foto y la pose. Ese es su bote. El tipo disfruta de imitar a los californianos y tocar con sus amigos Girls, girls, girls. Disfruta de ver a veces a su gente pero más que nada a la gente en general celebrar, cantar, bailar los riffs pachangueros. No sé si se pregunta realmente si hizo feliz a alguien o no, simplemente le gusta hacer eso, y al compartir su alegría animó la noche de muchos más. Mostrar o compartir Creo que padezco de una anomia que me impide estar del todo cómodo en la sociedad, y surge de que se haya desnaturalizado tanto el compartir en persona sin mostrar de forma virtual. Es que si querés subir algo sobre un momento especial y que tenga éxito, o que al menos pertenezca al conjunto de contenido de otros usuarios con el que va a aparecer, hay que realizar ciertos estándares estéticos que requieren preparación, interrumpiendo así el momento mágico que primeramente motivó su realización. Es decir, la experiencia aurática no se lleva bien con los celulares, por más rápidos que sean, principalmente porque solo se puede pensar en una cosa a la vez, y querer retratar tu alrededor te absuelve de él. A este ruido se suma el condicionamiento per se que acarrea la masividad, estés suscribiendo a ella o no. Hacer el ridículo, hoy que cualquier cosa que hagas puede dar la vuelta al mundo, requiere una valentía mayor a cualquier deseo. La pregunta ya no es si te gusta algo, es si te animás a hacer lo que te gusta. O la pregunta al anverso de esa moneda: ¿te gusta lo que hacés o te gusta pertenecer? Me planteo esas preguntas, pero las respuestas siempre me desordenan. Principalmente porque no hay una sola respuesta, y la oferta de resoluciones cambia todos los días. No soy siempre el mismo y este océano extraño cambia la densidad de sus aguas todo el tiempo: lo que hoy te mantiene a flote mañana puede hundirte. Y ser parte de esta generación maldita que pasó toda su adultez imposibilitada de proyectar cualquier cosa me obligó a abrazar lo que alguna vez odié para que no me trague el resentimiento agazapado en cada sonrisa ajena. Porque alguna vez pensé a la imitación fiel como una parodia de la catarsis, y cuando tocaba los temas de Soda Stereo para salas llenas me preguntaba cuánta gente realmente entendía cuál era el punto de ir a ver una banda tributo. Es más, dudaba del propósito de mis propios compañeros. ¿La gente iba a vernos porque, como murió Cerati, es físicamente imposible ver a Soda Stereo otra vez? ¿Iban porque escuchar música en vivo simplemente está buenísimo? ¿Iban para flashear que son recitaleros? ¿Cuánto disfrutarían de que el cantante imite a la perfección los gestos de Gustavo? Tenía esos cuestionamientos presentes, pero pasaron cuatro años de eso. Y esta era tecnológica es tan volátil que incluso las modas de vestimenta dejaron de respetar el catálogo organizado por décadas: el cálculo de estética como un ciclo que se repite cada diez años ya se redujo a cinco, deformándose a sí mismo y fagocitándose con voracidad lo que sea que venga, como una maquinaria sangrienta que tras devorar todo y no quedar nada encuentra a su propio excremento tentador. Pronto la moda, que persigue a la sociedad que la moldea, será un todo amorfo y caótico de hiperestímulos, un tifón en el océano que atrae a la depresión a quien ande cerca y no lo deja salir. Por ese pensamiento apocalíptico propio de la ansiedad, creo, escribo esto en una libreta de papel real con una birome de tinta azul. Por eso, creo, me conmovió ver algo tan poco trendy como un tributo a Mötley Crüe. Por eso, creo, dejo de lado un montón de satisfacciones inmediatas componiendo, ensayando tres horas todas las semanas para después tocar para diez personas. Porque hoy lo revolucionario es hacer algo que no deja plata. Lo único que tira al bote por fuera del agujero negro es crear cosas que sean tan poco funcionales para el algoritmo que termine eligiendo echarte. Pero cuando el núcleo del tornado te escupe fuera de su alcance uno daría todo por volver: de tu lado el agua calma, el azul eterno, el horizonte plano; en las paredes del tifón una congregación de luces, risotadas, sensaciones, multitudes innumerables girando todas en el mismo sentido, cada vez más cerca de ser engullidos para siempre. Y sin embargo, el amor Me es muy difícil alejar mi barquito del tifón. Sé que es el camino que debo tomar, pero cuando llevás años dando vueltas en el tornado terminás creyendo que el mar calmo no es realmente el mar. Y nada te asegura que algún día vayas a llegar a la orilla (es más que seguro que nunca vas a llegar). ¿Te imaginás pasar tu vida navegando en aguas tranquilas y morirte sin haber pisado la playa? ¿Quién, en la promesa de inmanencia eterna en la que estamos, no elegiría el caos antes que el aburrimiento? Pero ahí está lo que nos gusta, lo que realmente queremos, enderezando el barco si nos animamos a tomar el timón. Porque esa misma noche genérica de bar también vi a cinco pibitos de 16 años tocando un tributo a Pantera. También vi a tres pibitos de 18 y un mayor que los acompañó en la batería haciendo un tributo a Megadeth. Es decir, vi a cuatro guitarristas adolescentes mostrar que se pasaron, al menos, dos años de su vida queriendo tocar como su ídolo, y solo Dios y los músicos saben LO DIFÍCIL QUE ES hacer música. No alcanzarían los dedos de diez personas para contar la cantidad de alternativas más fáciles y con una gratificación más inmediata que hay. Y, sin embargo, ahí estaba el pibito de 16 con una remera de Death absurdamente grande hacer a la perfección el solo de Walk, ahí estaba su amigo, tocando junto a él, con una pedalera gigante para imitar a nivel obsesivo el sonido de Darrell. Ahí aparecieron tres gurisitos teniendo el pequeñísimo atrevimiento de tocar en vivo las composiciones del colo Mustaine. Ahí aparece el cantante de 18, el que imita al colo, decidiendo festejar su cumpleaños en un escenario. Ahí aparece su familia, sus amigos, saltando con su música. Ahí aparece la realización de que quizá, y sólo quizá, haya una parte de los adolescentes que, como les pasó a los chicos que vi, encuentren muy flashero que se puede enchufar un instrumento al amplificador y tocar por dos horas sin que te interrumpa una publicidad. Y entonces aparece la esperanza de que quizá, y sólo quizá, la sociedad rechace que lo smart invada tantas facetas de su vida diaria y así se le pueda cauterizar al menos una de las cabezas a esta hidra que no para de deglutirnos. Aparece así la esperanza, otra vez. Aparece así el horizonte motivándome a caminar aunque nunca vaya a alcanzarlo. Aparece el amor por lo que hacemos como el motor que nos mueve el navío. Aparece la valentía para navegar la tormenta. ¿Qué pasa? ¿Estás solo? ¿Te estás buscando? Empieza con el mundo para vos y terminás desesperando Y más querés creer en vos mismo, más caés en el cinismo Y ya no te preguntás cuáles serán las cartas boca abajo del mazo ¿Cuándo vendrá un abrazo? ¿Querés creer que estamos todos de paso? De paso está el tren o los productos de almacén La muerte no es ligera, no es parte del camino Es lo que hace asomarse al que se siente vivo A disfrutar de los amigos, a dejarle un piso firme A los que traiga conmigo A dar pelea al enemigo, a no vivir de testigo Buscar algún igual, sentirse contenido Pero si sos un pájaro del mal, paria o marginal: ¡Yo solo te vengo a entretener! Rodrigo a 2000 - Mustafunk
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