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  • Sofía Lewicki: “La mayoría de las problemáticas escolares son vinculares”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 04/11/2025 06:42

    Sofía Lewicki es autora de "Tan mal sí salimos" y "Nino usa su voz" Nino es un chiquito alegre: trepa, baila y en el jardín arma torres altísimas con Martín, Ema y Pedro. Un día están jugando al restaurante, pero Martín le saca el platito de las manos y, de golpe, una nube negra le tapa la vista. Crece en él una sensación plomiza, agobiante. Qué puede hacer con eso. Por suerte la seño Pao se da cuenta y les pide que le expliquen qué fue lo que pasó. Les propone sacudir el cuerpo para aflojar el enojo, arma una ronda y les comparte un tesoro que le enseñó su abuela: usar la voz en vez del cuerpo para decir qué y dónde se siente distinto. Así es Nino usa su voz, el nuevo libro de Sofía Lewicki (autora de Tan mal sí salimos; Planeta, 2022). Este es su primer libro de literatura infantil y Lewicki parece a un tiempo haber sido —o conocido— todos los personajes: Nino, sus amigos, la mamá, la maestra, la abuela. Habla del libro con alegría, pero también con un sentido de compromiso: con la sensación de que a las oportunidades hay que buscarlas y, cuando finalmente aparecen, hay que aprovecharlas. Y Nino es justamente eso: la oportunidad de animarse a una nueva manera de relacionarse con los chicos; la oportunidad de tener un andar más lento, con más sentido y sentimientos, con los pies en la tierra —no es casual que se saque los zapatos para las fotos. En diálogo con Ticmas, la autora —una de las dos autoras, el libro se completa con las ilustraciones de Luciana Feito— habla de cómo recuperar la voz que los chicos ya traen y de cómo esa idea se vuelve práctica en casa y en el aula. "Nino...", dice Sofía Lewicki, "no es un libro para niños; es un libro para la familia" —Quería comenzar con la idea que subyace en el libro, que es la de darles la voz a los chicos. La importancia de escucharlos. —Me quedo con la frase “Darles la voz a los chicos”. Yo siento que tiene más que ver con recuperar la voz que ellos ya tienen, y que, a lo largo de los siglos, se fue perdiendo, reprimiendo. A esta franja etaria se la llama “infantes”: los sin voz. Tiene más que ver con poder observar algo que siempre estuvo, y que, generación tras generación fue extirpado —me atrevo a decir— de la trama social. Vivimos en sociedades marcadas por guerras, dictaduras y otros modos de sometimiento donde la palabra fue vigilada, la diferencia fue castigada y el silencio se volvió una forma de sobrevivir. En la escuela “hay que estar callado”. Nino tiene que ver con recuperar una de las cosas más valiosas que tienen las personas, que es el poder comunicar lo que les pasa y que, a su vez, tiene que ver con el reconocimiento de uno mismo. Con los niños sucede que ese reconocimiento se los da el adulto. Su voz, su saber decir —que tiene más que ver con la conexión con el deseo, con lo que yo siento, con lo que yo quiero— queda supeditado al otro. —Tu respuesta me hace pensar en el libro anterior: Nino usa su voz sería como llevar a la práctica lo que estaba puesto en teoría en Tan mal sí salimos. —En este libro hay una abuela, que es la que trae el poder de la voz. Fue intencional haberla puesto porque, a nivel intergeneracional, hay una especie de reparación histórica de todos los niños que no pudieron hablar, que somos nosotros, los adultos. Quería tejer una conversación entre pasado, presente y futuro. Crecimos en mundos donde hablar tenía consecuencias, donde era más seguro callar. Y la abuela te dice: “Acordate que tenés una voz”. Siento que como generación estamos trabajando en recuperar esa voz. Y no solo como habla —todos hablamos—, sino como un saber decir; una voz conectada con el corazón, con el deseo, con quienes verdaderamente somos. Cada vez que acompañamos a un niño a usar su voz, estamos sanando la nuestra. Nos reconciliamos con el niño que alguna vez se quedó en silencio. —¿Cómo es la relación entre la voz y el enojo? —La nube negra aparece cuando Nino se enoja porque las cosas no pasan como él espera y se frustra. Los niños saben usar muy bien otras herramientas, como gritar o pegar. Saben usar su cuerpo para manifestar el enojo. La invitación es a que dejemos de acallar eso con una amenaza o una reprimenda, y podamos invitarlo a reflexionar sobre eso. Que pueda poner en palabras qué es lo que lo enoja. En definitiva, poder ver a ese niño como una persona que no gritó porque sí. Que el niño pueda decir y que el adulto lo escuche. La voz no se pierde de un día para otro: se va apagando cuando no hay quien escuche, cuando el entorno no valida, cuando el miedo pesa más que la verdad. Yo siento que todos los modelos de educación previos tienen que ver con el castigo y la amenaza. Subestimar permanentemente al niño también es una forma de acallar su voz. Es algo que veo en el consultorio: adultos que no pueden usar su voz. La nube que representa el enojo en el dibujo de Luciana Feito —¿Sos terapeuta de adultos? —Trabajo con adultos. Creo que me eligen por mi perspectiva en crianza; la mayoría son madres y padres que están criando. También trabajo con niños, y en lo vincular de la pareja y la familia. A veces, los nenes irrumpen la sesión —muchas son online— y la interrumpen. Me ha pasado quedarme en sesión con ellos: no sabés las cosas que salen. Son realmente alucinantes. Acomodan un montón de cosas con la madre escuchándonos: “A mí no me gusta cuando mamá y papá se pelean; mamá todo el tiempo me dice que no”. Yo no quería que Nino fuera un libro sobre lo que idealmente debería ser, sino que representase a la mayoría de las y los que estamos criando ahora. Estamos en el aprendizaje de recuperar la voz adulta, que es la capacidad de nombrar lo que sentimos, poner límites, pedir ayuda, decir “No puedo” o “Necesito”. Queremos criar niños respetuosamente, ayudarlos a usar su voz, a que conecten con lo que sienten, intentando poner límites cuando la crianza que tuvimos nosotros fue totalmente sin límites. —¿No fue al contrario? —Lo único que hace el autoritarismo es aplastar al sujeto. Y eso no tiene bordes: la persona se desdibuja; queda supeditada al otro. ¿Dónde están mis límites? Hoy tenemos muchos problemas para poner límites. Yo digo que Nino no es un libro para niños; es un libro para familias. Es una gran herramienta para nosotros también, para conectar con nuestra voz. —La maestra es una gran protagonista en el libro. ¿Cómo lo trabajás en la escuela? —Tenemos que salir de las emociones como un lugar estanco y empezar a verlas como un proceso de todos los días. Conectar con la voz de cada niño tiene que ver con que, si una niña le está pegando a otra, no actuemos únicamente sobre la conducta. Por supuesto, hay que frenar el golpe, pero tenemos que ver qué le está pasando. Es una emoción más troncal. Cuando una maestra le dice a una nena: “No pegues más o te saco del aula”, la voz de esa niña queda trunca. Se está actuando sobre una conducta manifiesta, pero ¿de qué se está defendiendo la niña que pega? —Pero no tiene que pegar. —Por supuesto que no. Por supuesto. —Lo que decís es que la sanción pone un límite, pero hay que encontrar otra forma de marcar los límites que no sea a través de la sanción. —Totalmente. —Es muy difícil, ¿no? —Es muy difícil, sobre todo por lo que nosotros traemos. Las maestras tampoco saben usar su voz y arrastran el modelo autoritario, donde el saber está del lado de la institución y el niño es un depositario. La realidad es que, en su mayoría, las problemáticas escolares son vinculares. Como decía Silvia Bleichmar, la escuela es un metabolizador de lo que viene de afuera. La voz no es solo sonido: es identidad, es presencia, es existencia. Enseña que hablar no es un acto individual, sino vincular. Lewicki junto a su creación, Nino —Un problema habitual en las escuelas es que los padres no pueden poner límites y les piden a la maestra que los ponga. —Pero ¿se da esa figura hoy? Yo siento que los padres van contra la maestra. Es complejo porque, por un lado, las familias que permanentemente ponen la responsabilidad en afuera o que exigen límites a otro —que es la otra cara de la misma moneda—, no llegan al consultorio. Cuando ingresás a un espacio terapéutico o a una consultoría de crianza, algo tuyo tiene que estar. Por otro lado, siento que la educación no tiene que ver tanto con la maestra o con la familia, sino con un modelo que está obsoleto. El modelo está caduco, y los niños nos lo traen todo el tiempo. Si les preguntás “¿Qué es lo que más te gusta de la escuela?”, te responden: “El recreo”. Nos reímos, pero es tremendo. Son niños que están constituyendo su identidad, su personalidad, y están ocho horas padeciendo. —¿Cómo se discute un nuevo modelo educativo? —Esa es la verdadera discusión: qué modelos educativos vamos a seguir reproduciendo. Es importante volver a tejer la red entre la escuela y la familia, que está totalmente rota. Lo que pasa en la escuela queda en la escuela; lo que pasa en familia queda en familia: no estamos interconectados. Hay que volver a tejer la relación y entender que estamos del mismo lado. Y eso también tiene que ver con el modelo económico de la individualidad, donde cada uno piensa en lo propio. Entonces se encuentran dos mamás y, de repente, a una se le ocurre hablar del berrinche que hizo su hijo y la otra dice “¡A vos también te lo hace!”. Es un alivio decir “No estoy sola”. Se perdió el tejido social fundamental para criar, para educar. Siento que es una red llena de agujeros y arriba están los niños. Y son los que están cayendo por esos agujeros. —Es una imagen fuerte. —Ay, sí, perdón, pero es la representación que tengo. Niños que pasan horas “conectados” jugando a la Play —con esa palabra falsa porque no hay presencialidad ni comunicación ni espera—. No se fomenta el pensamiento crítico porque tampoco los adultos pueden pensar: es la rueda del hámster. Lo más urgente es volver a tejer la conexión verdadera con los otros: volver a tocarnos, a mirarnos, a hablar, a sentir. Estamos en una sociedad anestesiada. Es un desafío criar hoy. Es un desafío vivir. —En ese contexto, ¿cómo te gustaría que se leyera Nino usa su voz? —Me encantaría que se lea en familia. —Es un libro que tiene cierta rebeldía, porque los padres pueden poner al personaje como modelo para sus hijos, pero a la vez es un espejo para ellos mismos. —Sí, pega la vuelta. Mi respuesta apuntaba a eso: que cada adulto pueda acompañar esa lectura desde su lugar de niño. Me gustaría que lo pudieran leer así.

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