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» La Capital
Fecha: 26/10/2025 16:43
La polarización y el día después, un mapa donde las presiones económicas y la tutela de Estados Unidos podrían poner en suspenso algunas definiciones En la pulseada por la lectura política y económica que se da por estas horas, donde cada impulso parece guardar, siempre, una segunda intención, la mesa de los candidatos se vuelve exigua ante la presencia de dos contendientes: el oficialismo libertario y un peronismo que se dice a sí mismo renovado . Las encuestas dibujan un empate técnico que no es casualidad, sino el fruto de una polarización meditada y quirúrgica. Como toda propuesta de hegemonía, el presidente Javier Milei ha logrado que el electorado se parta en mitades. A simple vista, una de esas mitades -que de a ratos supera largamente el 51%- es refractaria al peronismo, como ocurrió en 2023. La apuesta a polarizar hace que el libertario también pague un costo, que es una caída de su propio caudal: casi 20 puntos menos pese a alianzas como la del PRO. El peronismo, por su lado, parece resistir en sus bastiones provinciales y huele sangre en distritos clave como Santa Fe o Río Negro , donde podría recuperar terreno perdido. Córdoba emerge como el talismán para el presidente: sin victoria ahí, en el corazón productivo del país -junto a Santa Fe y Buenos Aires-, su narrativa de libertad económica se desdibuja, ya que no puede defender las “virtudes” del modelo. Terceras vías, como las de Provincias Unidas rondan el umbral de los dos dígitos pero, para el gobierno, prefiguran la posibilidad de la “promesa de consenso”: votos que Milei necesita para blindar su minoría legislativa, ese tercio en el Congreso que le permite vetar sin temblar. Esta paridad no es solo electoral; es un pulso de voluntades donde la economía real dicta el ritmo. Porque, al final, el voto se emite, muchas veces, con el bolsillo . Y ahí, hay que valerse de algunos indicadores. El Estimador Mensual de la Actividad (Emae) de agosto -ese termómetro oficial que mide el pulso de la actividad-, evidencia que la temperatura baja a niveles preocupantes : una contracción del 0,6% contra diciembre pasado, tras un arranque de año con crecimientos del 6%. Interanual, el 2,4% suena a alivio, pero es un espejismo: la desaceleración es brutal, señal de que el ajuste fiscal y la licuación de salarios han congelado el consumo y la inversión. Sectores como la construcción y el comercio minorista hace tiempo que no dan señales de reactivación, mientras la industria liviana apenas sobrevive contra la importación desbocada. No es recesión declarada, pero sí parálisis: familias que estiran el sueldo hasta el día 20, pymes que cierran, suspensiones de personal. El peronismo lo sabe: promete un retorno a la demanda interna, aunque sin decir cómo. Milei responde con el mantra del déficit cero y la evidencia de un ritmo inflacionario que ronda el 2% mensual, pero el electorado productivo (ese que genera el 70% del PBI) empieza a cansarse de promesas que no aterrizan en balances positivos. El dólar y el apoyo de Estados Unidos Ahora, vayamos al punto: el dólar y su sombra sobre todo el resto. El mercado financiero maneja tres futuros posibles para la divisa poselecciones. El primero, optimista, asume un oficialismo que arrasa con más del 35% y mantiene las bandas cambiarias intactas en suevolución: un crawling peg controlado que estabiliza el tipo de cambio en torno a los 1.700 pesos por dólar para fin de año. Ahí, el BCRA podría acumular reservas, mientras el Tesoro de Estados Unidos ayuda a pagar la deuda con el FMI y hasta interviene para tutelar la evolución del dólar. El segundo escenario, el más probable según los analistas de la City, pinta un resultado parejo: el oficialismo roza el 30%, suficiente para gobernar pero no para la ilusión hegemónica. Las bandas no desaparecen, pero se recalibran: piso y techo más altos, con un ajuste más agresivo. El dólar iría a la zona entre $1.800 y $2.000, en una flotación administrada que da oxígeno al Tesoro sin desatar un infierno. El dato es que el apoyo del secretario Scott Bessent se da por confirmado, como un cheque en blanco que validaría cualquier desenlace desde el próximo lunes. ¿Por qué? Porque el gobierno ya acumularía 60 mil millones en rescates frescos -FMI y Tesoro incluido-, y Wall Street, con sus JP Morgan y sus u$s16.000 millones en deals, no quieren ver caer la ficha. Esto habilita lo impensable: cambios en la política monetaria sin descarrilar el tren. Subir tasas selectivas, flexibilizar el cepo en bienes finales, incluso un mini-swap extra para tapar el rojo de reservas (7.200 millones por debajo de la meta fundacional). No es liberalización total, pero sí un paso que evita la estanflación crónica. El tercero, el pesimista, es el que nadie quiere nombrar en voz alta: menos del 30% para Milei y las bandas desaparecen. Dólar libre, por encima de los $2.000 y una exigencia en recursos o del Tío Sam. La reconfiguración del gabinete En este panorama, el diablo está en los detalles: el consenso financiero ya internaliza que las bandas mutan o mueren, pero bajo el paraguas estadounidense. Eso libera margen para maniobras que el gobierno necesita ya. Es evidente que tanto el FMI como el Tesoro de Estados Unidos reclaman la liberación del mercado cambiario como herramienta para comenzar a sumar reservas y garantizar los repagos correspondientes. También el Banco Mundial, en su último reporte sobre emergentes, subrayan que regímenes como el argentino necesitan “flotaciones creíbles” para atraer inversión extranjera sostenida Sin embargo, la parálisis real _con un consumo que cae 8% real en hogares medios, según relevamientos del BCRA_ podría dividir el voto. Milei, con su gabinete de financistas puros (Luis Caputo, Santiago Bausili y Pablo Quirno, ahora en Relaciones Exteriores), arriesga aislarse de los aliados políticos. El expresidente y socio electoral Mauricio Macri murmura en las sombras, los gobernadores esperan el tropiezo. Si Córdoba cae, o si Santa Fe vira, el mandato se vuelve más concentrado y las reformas prometidas podrían quedar en suspenso. Si la tutela de Washington aguanta -y todo indica que sí-, el gobierno piensa que habrá una ventana para pivotear sin catástrofe. De lo contrario, la oposición podría tejer una remontada provincial que lo catapulte a 2027. El mercado apuesta al medio: cambios graduales, sin estruendo. Pero en la Argentina, lo gradual suele ser eufemismo de postergación.
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