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» Diario Cordoba
Fecha: 26/10/2025 10:27
Desde que el lunes se anunció la decisión del Consell, impuesta por Vox y asumida por un Carlos Mazón que cada vez parece más dispuesto a que la ultraderecha gobierne la Generalitat Valenciana siempre que él pueda seguir como su delegado en el Palau, nada que ver con el Mazón que antes de la DANA manejaba a los de Abascal a su antojo, haciéndoles concesiones pero manteniéndolos a raya; desde que se supo, digo, que el Gobierno autonómico va a introducir en las estadísticas que elabora marcas (he escrito marcas, y he escrito bien) para distinguir los migrantes de los nativos e incluso los hombres de las mujeres, en este último caso se deduce que con el fin de comprobar si ellas faltan más al trabajo que ellos, no he podido quitarme de la cabeza una viñeta publicada por El Roto en El País días antes. En ella se ve la figura imponente de un lobo, un animal hermoso pero atávicamente intranquilizador. La leyenda que acompaña el dibujo dice: “Los lobos no somos los peligrosos, los peligrosos son los borregos”. El método estadístico que pretende aplicar la Generalitat con el supuesto objetivo de saber cuánto aportan al Estado de Bienestar los migrantes (y cabe pensar que también las mujeres, al menos en cuestiones de absentismo) y cuánto uso hacen de él, incluso si son más o menos solidarios en función de las donaciones de sangre que hagan, es completamente innecesario. España tiene registros más que suficientes sobre estas materias, como sabe cualquiera que estudie esos temas; como conoce la Unión Europea, que se nutre de esos conteos para alimentar los suyos propios; y como demostró en menos de 24 horas el sindicato CCOO, enseñando los números que todo el mundo puede consultar en la web del INE. Las estadísticas (cuya etimología viene de Estado, algo que a un liberal como Mazón debería poner en alerta) son tan útiles como peligrosas. Depende de cuál sea la intención conque se usen. Pero la historia ha demostrado sobradamente que los censos que no tratan de sumar población, sino de segregarla en función de su condición, siempre son armas de destrucción masiva. El primer funcionario que anotó en una misma página, junto a los derechos y deberes que tenía un sujeto, su procedencia, su género, su etnia o su religión, empedró el camino del infierno. Vox no ha impuesto que la Generalitat Valenciana introduzca ese peligroso giro porque los datos que supuestamente se quieren obtener no estén ya recogidos en distintos informes de otros organismos. Lo ha hecho porque quiere tener a mano un instrumento al que imprimir el sesgo que a la ultraderecha le interesa. Sólo con conseguir que se haya aprobado ya logran asentar el relato de que hay un descontrol que no se está persiguiendo, da igual si es cierto o falso. La broma tópica sobre la estadística es la que dice que, si a mi no me gusta el pollo y mi vecino se come uno, cada uno nos hemos zampado medio pollo. Lo que quiere Vox es ir un paso más allá y utilizar los datos para que creamos que nos están robando el pollo, aunque seamos nosotros, que no lo queremos, quienes nos beneficiemos vendiéndolo. Como nos advertía la viñeta de El Roto sobre los lobos y los borregos, en esta tesitura lo más relevante no son empero las acciones de Mazón y cía, sino el atronador silencio con el que en la mayoría de los casos está reaccionando la sociedad. ¿Dónde están las organizaciones civiles? ¿No tienen nada que decir los colegios profesionales ni universidades como la de Valencia, que después de más de 500 años de historia y un sólido historial como referente, lleva ahora media legislatura de mutismo? ¿Nadie tiene nada que decir? Nos quejamos mucho de los políticos. La pregunta es, ¿y los demás, qué? Porque una democracia no es una partitocracia, sino justamente el terreno de juego donde todos tenemos el derecho, y la responsabilidad, de intervenir. Aquí Vox está haciendo exactamente lo que se espera de la ultraderecha, así que no engaña a nadie, y el PSPV y Compromís están dando en este punto la cara como les corresponde. Es el PP el que está confundiendo a una parte de sus electores, que no creo que estén de acuerdo con la deriva que pretende criminalizar a todo el que venga de fuera, salvo en el horario en que sin contrato y malcobrando en negro estén trabajando nuestros campos, limpiando nuestras casas u ocupándose de nuestros mayores y nuestros enfermos. Ni con someter a un escrutinio y una culpa insoportables a las mujeres que pasan por el amargo trance de abortar, por poner otro ejemplo, cada vez más señaladas por determinados gobiernos, entre los que más pronto que tarde estará también el de la Comunitat Valenciana. Pero es el resto de la sociedad, la que no milita, la que está dando la callada por respuesta. Podría traer aquí el poema falsamente atribuido a Bertolt Brecht. Ese que dice que primero vinieron a por los comunistas pero como yo no era comunista, bla, bla, bla. Pero está tan manoseado que ha perdido cualquier efecto. Prefiero citar otro texto también muy conocido, pero menos explotado. El de “El asesinato considerado como una de las bellas artes”, de Thomas de Quincey. Ese que alerta de que “si uno empieza por permitirse un asesinato pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del Día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente”. Y es que, remata De Quincey, “una vez que empieza uno a deslizarse cuesta abajo ya no sabe dónde podrá detenerse”. En esa pendiente está Mazón. Pero no es el único. *Director de contenidos de Prensa Ibérica
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