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» Diario Cordoba
Fecha: 26/10/2025 10:26
Estaba sentada en un café, cerca de la Grand Place. Buscaba un sitio donde almorzar algo tranquila, alejada del bullicio turístico que también se escucha en Bruselas, esa ciudad en la que se hablan 180 lenguas distintas y donde, dicen, casi siempre se está de paso. Mientras esperaba el sándwich que había pedido se sentaron junto a mí, en la mesa de al lado, dos chicas algo más jóvenes que yo, calculo que en la treintena. Las escuché de manera discreta, pues el tema que centraba su conversación me interesaba, era, de hecho, en parte, el motivo que me había llevado hasta allí para participar, como escritora, en el festival Europalia. De pronto, una de ellas, la que más protagonismo había adoptado en la conversación, dijo: «No voy a arriesgar mi carrera profesional por una hora». Madre de tres niñas pequeñas, se refería a que no estaba dispuesta a asumir las consecuencias que en su empresa podría tener que en lugar de salir a las cinco de la tarde lo hiciera a las cuatro para poder hacerse cargo de sus hijas, que a esa hora acaban el horario lectivo, sin renunciar a la pequeña parte de su vida que aún no había abandonado por ser madre y trabajadora, acudir al gimnasio a practicar CrossFit. Fue una frase pronunciada con seguridad y contundencia, sin rastro de la culpa que tantas veces acompaña a la maternidad, sobre todo a la hora de conciliar, tesitura en la que pocas veces se ven los hombres (nueve de cada diez personas que rebajan su horario de trabajo para cuidar de familiares o por otras obligaciones personales son mujeres, según los datos más recientes de la Encuesta de Población Activa), del mismo modo que eso, lo que dijo aquella chica en aquel café de Bruselas, nunca lo dirían ellos, su paternidad jamás pondría en riesgo su trayectoria profesional. Eso pensaba de vuelta al hotel, desde el que horas después saldría hacia Amberes para hablar de la imagen de la mujer en la literatura y la moda, en la cultura y la política. En el trayecto en coche, poco más de una hora, me acordé del diálogo que la noche anterior había mantenido, en la sede del Instituto Cervantes, con María Dolores Puga, demógrafa del CSIC experta en longevidad. Habíamos sido convocadas para reflexionar sobre cómo habitamos el cuerpo las mujeres, cómo sentimos, pensamos y nos transformamos a lo largo de las diferentes etapas de nuestra vida. Puga aportaba la experiencia empírica desde la trabajada teoría y yo la creativa, mi mirada literaria, construyendo un necesario puente entre ciencia y arte. Escucharla fue revelador, pues evidenció científicamente la desigualdad que todavía impera y cómo el machismo es estructural, está presente hasta en la medicina. Apunté varios hechos probados, aunque me quedo con este: las mujeres vivimos más años pero peor, tanto física como económicamente, ya que los efectos del climaterio son letales en cuanto a discapacidad y nuestras pensiones son más bajas, pues nos hemos incorporado más tarde al mercado laboral. Más viejas, con peor salud y más pobres. Así está esa generación de mujeres, madres, abuelas, tías, todas cuidadoras, que lucharon, lo siguen haciendo, para que nosotras no acabemos así. Ellas son nuestra herencia. No la dilapidemos. *Periodista y escritora
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