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  • La parábola de la «autocrítica»

    » Diario Cordoba

    Fecha: 26/10/2025 10:24

    Jesús de Nazaret utiliza el lenguaje de las parábolas, -narraciones breves con elementos de la vida cotidiana para ilustrar una verdad espiritual o moral-, para ofrecernos la «esencia del cristianismo» y la «verdadera silueta de Dios». Hay una parábola, que se proclama en las eucaristías dominicales de hoy, que se centra en la «autocrítica»: la del «fariseo y el publicano». Fue una de las parábolas más desconcertantes de Jesús. Presenta dos personas que oran a Dios: un fariseo pagado de sí mismo y un publicano con el corazón encogido. El fariseo se cree infinitamente mejor que los demás, a quienes desprecia, seguro y sin temor alguno. En él no hay agradecimiento, sino autosatisfacción; no hay examen de conciencia, sino de complacencia: «¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni tampoco como ese publicano». El publicano, por el contrario, se retira a un rincón. No se siente cómodo en aquel lugar santo. No es su sitio. Ni siquiera se atreve a levantar sus ojos del suelo. Se golpea el pecho y reconoce su pecado. No promete nada. No pude cambiar de vida. Sólo le queda abandonarse a la misericordia de Dios: «¡Oh Dios!, ten compasión de mí, que soy pecador». Este hombre reconoce humildemente su pecado. No se compara con nadie. No juzga a los demás. Vive en verdad ante sí mismo y ante Dios. Se pone en manos de Dios mansamente, confiado en la bondad de Dios y no en la de sus obras. De pronto, Jesús concluye su parábola con una afirmación desconcertante: «Yo os digo que este recaudador bajó a su casa justificado, y aquel fariseo no». A los oyentes se les rompen todos sus esquemas. ¿Cómo puede decir que Dios no reconoce al piadoso y, por el contrario, concede su gracia al pecador? ¿No está Jesús jugando con fuego? ¿Será verdad que, al final, lo decisivo no es la vida religiosa de uno, sino la misericordia insondable de Dios? La parábola es una penetrante crítica que desenmascara una actitud religiosa engañosa, que nos permite vivir seguros de nuestra inocencia mientras condenamos desde nuestra supuesta superioridad moral a todo el que no piensa o actúa como nosotros. Por eso hemos de leer la parábola cada uno en actitud crítica: «¿Por qué nos creemos mejores que los agnósticos? ¿Por qué nos sentimos más cerca de Dios que los no practicantes?». En cierta ocasión, ante la pregunta de un periodista, el papa Francisco hizo esta afirmación: «¿Quién soy yo para juzgar a un gay?». Sus palabras sorprendieron a casi todos. Al parecer, nadie se esperaba una respuesta tan sencilla y evangélica de un Papa católico. Sin embargo, esa es la actitud de quien vive en verdad ante Dios. Tanto el fariseo como el publicano son dos personajes que «enlazan» con la sociedad de hoy. Ciertamente, la sociedad moderna tiene tal poder sobre sus miembros que termina por someter a casi todos. Absorbe a las personas mediante ocupaciones, proyectos y perspectivas, pero no para elevarlas a una vida más noble y digna. Por lo general, el estilo de vida impuesto por nuestra sociedad nos aparta de lo «esencial», impidiéndonos llegar a ser nosotros mismos. Es fácil, entonces, que la fe se vaya apagando lentamente en nuestro corazón. Tal vez, este sea uno de nuestros grandes errores. Nos preocupamos de mil cosas y no sabemos cuidar lo importante: el amor, la alegría interior, la esperanza, la paz de la conciencia. Lo mismo sucede con la fe, que no sabemos estimarla, cuidarla y alimentarla. Aquel publicano, recaudador de impuestos, nos deja una gran lección: su autocrítica, ya que tiene conciencia clara de su miseria. Sabe que no puede presentarse con suficiente dignidad ante nadie, tampoco ante Dios, ni siquiera ante sí mismo. ¿Qué puede hacer sino esperarlo todo del perdón de Dios? ¿Dónde va a encontrar salvación si no es abandonándose confiadamente a su amor infinito? El que se siente pecador vive una «experiencia diferente». Por eso, el poeta encendía sus versos en esta hermosa plegaria: «Pues tu amor me redime y me destierra / y sé que mientras Tú no seas mío / hasta la paz va a parecerme guerra». *Sacerdote y periodista

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