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  • Cuando la participación ciudadana se desvanece: érase una vez aquel balcón al Río en barrio Arroyito

    » El Ciudadano

    Fecha: 24/10/2025 07:01

    Por Carolina Dardi* para El Ciudadano Una calle curva, orgánica y zigzagueante, serpenteaba entre el Club Náutico Sportivo Avellaneda y la planta potabilizadora de Aguas Santafesinas. Esa calle, con el nombre de Enrique del Valle Iberlucea –un abogado de fines del 1800 cuya vida estuvo marcada por la lucha obrera, la participación política y la defensa de la justicia social–, albergó mi casa de infancia. Esta vía circular se transformaba en la calle Thompson en su arista paralela al río. Sobre ella se materializaba un espacio público verde, el «Balcón al Río», donde mis padres y sus amigos vecinos se reunían para compartir un trago fresco en las cálidas noches estrelladas de verano, con el Paraná-ónico rio como telón de fondo. La calle del Valle Iberlucea, en sus tramos sur y norte, estaba repleta de nosotros, habitándola. Años después, tras una travesía por Latinoamérica que me formó como arquitecta urbanista y antropóloga, regresé al barrio para refaccionar la casa de mis orígenes. El barrio había cambiado. Las calles estaban vacías. Sus habitantes se habían atrincherado en sus casas, encerrados por la «violencia» que los medios amplificaban. Con las persianas bajas, vivían hacia adentro; la calle había dejado de ser habitada. Las ventanas ya no proyectaban la luz de la vida cotidiana. Como señalaba la científica y urbanista Jane Jacobs, cuando el espacio de la calle deja de ser un lugar habitado, el proceso de cuidado mutuo entre vecinos se debilita, transformándose en una cueva de aislamiento individual. En coincidencia con este proceso, el Balcón al Río fue ocupado por otras dinámicas. Cuando los espacios se desocupan, otras dinámicas los habitan. Los vecinos dejaron de ir al Balcón al Río, y el lugar comenzó a degradarse. Ese espacio deshabitado se tornó territorio de otros grupos y prácticas: la hinchada de Central, religiosamente, hace asados allí cada quince días; otras veces, el área se convierte en un estacionamiento espontáneo y efímero. Este lugar sufrió diversos procesos de territorialidad, desterritorialización y re-territorialización, todos consecuencia de esta nueva dinámica social. Entendiendo la necesidad de devolver a la sociedad lo que la Universidad pública y gratuita nos brindó, y sumándonos a iniciativas previas de los vecinos, iniciamos la gestión para la revitalización del lugar. Donamos un proyecto urbanístico de mejoras del espacio y lo articulamos con el Municipio para recuperar este Balcón al Río degradado. Vecinos anteriores habían logrado que se incorporara al presupuesto participativo, y la gestión municipal finalmente llegó al lugar. Sin embargo, este impulso por mejorar y revitalizar sacó tal vez lo que los seres humanos tenemos dentro muy arraigado, la mezquindad más profunda. La participación ciudadana fue casi nula. El argumento recurrente de los vecinos más antiguos era el temor a que, si el espacio mejoraba, vendrían más personas «de afuera» al barrio. Pareciera que, como decía el arquitecto Henri Lefebvre, la ciudad no se entiende como un derecho de todos; pareciera que ciertos espacios, a pesar de ser públicos, se consideran privativos de quienes habitan su circundancia. Todo se transformó en un torbellino de opinología mezquina y obstaculización. Hoy, transitar por un contenedor de basura con sus desechos dispersos por las veredas rotas, sortear las barandas metálicas robadas por partes, y convivir con el riesgo estructural de las grietas de quiebre, se ha incorporado como parte del paisaje cotidiano. Naturalizamos vivir entre la basura y la degradación. Hoy, ese espacio se ha transformado en un no-lugar con una muerte anunciada hace tiempo… * Arquitecta, urbanista especialista en planeamiento

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