24/10/2025 08:59
24/10/2025 08:58
24/10/2025 08:58
24/10/2025 08:58
24/10/2025 08:57
24/10/2025 08:57
24/10/2025 08:57
24/10/2025 08:57
24/10/2025 08:57
24/10/2025 08:57
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 24/10/2025 06:15
Fernando desayunando y siendo mimado, como de costumbre (El Fogón de los Arrieros) Una extraña tormenta empañaba las celebraciones de la Nochebuena de 1951 en Resistencia, Chaco. La gente que se preparaba para festejar la Navidad con mesas en las veredas, en los patios y hasta en las calles, se apuró para poner todo bajo resguardo. Y entre las piernas mojadas, un perro de pelaje blanco y lanudo apareció. Nadie supo muy bien de dónde, pero él también buscaba refugio. Como si hubiera sido llamado por el rasgueo de una guitarra, el can mojado se metió en un bar que ya no existe y que entonces era epicentro de la movida cultura de la ciudad. Adentro, entre música y vasos que chocaban para brindar, hizo su lugar aquella noche. Tenía los ojos cansados, la cola baja y un andar que contaba en silencio los kilómetros caminados. Nadie lo conocía, pero todos lo miraron. Dicen que se acostó sobre los pies del cantante de boleros santafesino Fernando Ortiz, que le prestó el nombre. Esa fue la primera de más de una docena de navidades. Fernando, como llamaron al perro, se convirtió en una celebridad y era muy querido por toda una ciudad que lo adoptó como propio. Andaba feliz por bares, peñas, actos públicos, conciertos y reuniones políticas. Su historia dio vueltas al mundo cuando poco espacio tenían los diarios para los perros. Murió atropellado en mayo de 1963. Fue enterrado en el museo y en su honor se levantaron monumentos. "A Fernando, un perrito blanco que, errando por las calles de la ciudad, despertó en infinidad de corazones un hermoso sentimiento", dice el epitafio de la calle Brown El perrito de Resistencia “Aunque fue de todos, nunca tuvo dueño”, dice Callejero, la conmovedora canción de Alberto Cortez que, aunque no fue escrita para él, bien le calza la letra a Fernando, como a tantos otros perros que andan por las calles en busca de refugio y una mano amiga. Y es que él comenzó su historia siendo simplemente un perro que vagabundeaba las calles. Aparecía en bares y cafés del centro, se dejaba ver en conciertos y exposiciones, se sentaba junto a músicos en tertulias culturales y, sin pedir nada, se ganaba la simpatía de todos. Aquella Nochebuena, entró al bar “Los Bancos” de Resistencia durante la tormenta, justo cuando el cantante Fernando Ortiz cantaba boleros. “Un mozo se me acercó y preguntó si el perro molestaba; le dije que no y seguí cantando”, recordaría años más tarde el artista santafesino, cuyo verdadero nombre era Luis Fernando Ortega. Al finalizar el show, Ortiz caminó hacia el Hotel Colón sin saber que el perro lo había seguido. A la mañana siguiente, lo encontró durmiendo debajo de su cama. “Lo bañé, le di de comer y nos hicimos muy amigos”, recordaba. Lo adoptó, le cedió su nombre y lo convirtió en su compañero habitual de conciertos, donde, aseguraba, había aprendido “hasta el buen gusto musical”. Cuando Ortiz dejó la ciudad y los escenarios, Fernando quedó “huérfano”, pero no solo ni desamparado: fue adoptado por toda la comunidad. Se convirtió en parte inseparable de la vida cotidiana y cultural de Resistencia. Su presencia era familiar en bares, oficinas, restaurantes y eventos sociales. Ortiz nunca reclamó derechos sobre él porque entendió que Fernando era un espíritu libre. “El pueblo se adueñó de él. Fue quien se ganó la amistad de la gente con su simpatía”, explicaba Ortiz, reconociendo con orgullo que aquel perro se había transformado en un verdadero símbolo de la ciudad. Fernando desayunaba café con leche y medialunas en el despacho del gerente del Banco Nación Cuando Fernando (el perro) apareció, Resistencia atravesaba una etapa de efervescencia artística y política. Las actividades culturales se multiplicaban en cafés, bares y espacios como El Fogón de los Arrieros, lugar emblemático donde músicos, escritores e intelectuales compartían noches de música, arte y debate. Y Fernando estaba siempre allí. No como la mascota de alguien, sino como un asistente más, que se movía con naturalidad entre todos. De andar curioso e inteligencia notable, se destacó por su personalidad singular y su astucia: sabía cruzar calles, elegir mesas y hasta reconocía errores musicales. Tal vez herencia de Ortiz o producto de tantas veladas junto a guitarras y pianos, lo cierto es que desarrolló un asombroso oído musical. Su rutina diaria era digna de un personaje urbano entrañable. Dormía en la recepción del Hotel Colón, desayunaba café con leche y medialunas en el despacho del gerente del Banco Nación (aunque a veces prefería el Bar Sorocabana), visitaba la peluquería junto al Bar Japonés, y almorzaba en El Madrileño, donde tenía su mesa preferida. Por las tardes, descansaba bajo los árboles de la Plaza San Martín, huyendo del calor chaqueño. A veces dormía la siesta en la casa del doctor Reggiardo y por la noche cenaba en el Bar La Estrella. Pero no todo era descanso. Al atardecer, solía visitar los talleres de artistas como el pintor René Brusseau o los escultores Víctor Marchese y Juan de Dios Mena. Era un invitado habitual en exposiciones, conferencias, carnavales, cumpleaños y casamientos. Si había música, allí estaba Fernando. Su vida social era tan intensa como la de cualquier figura pública. Y no demoró en hacerse querido por vecinos, comerciantes, artistas, funcionarios que lo llamaban por su nombre. Incluso tenía un lugar asignado en el Club Social, y su presencia era común en actos oficiales y recepciones privadas. Cuando Fernando llegaba a una casa o evento, lo consideraban de buen augurio. “Era tal honor que llegara a un festejo que después, seguro, los organizadores o dueños de casa fanfarroneaban por la visita”, recordó el escritor y periodista chaqueño Mempo Giardinelli. Fernando en una calle de Resistencia El humorista Luis Landriscina, que lo conoció bien, lo describió con afecto y admiración: “Fernando era un perro que era de todos y de nadie, pero fundamentalmente de todos. Todos lo cuidaban, pero él se cuidaba solo. Tenía destellos de inteligencia sobresalientes. Iba solo a vacunarse, hacía la fila. Si alguien hablaba mal de él en una mesa del Sorocabana, nunca más volvía a acercarse a esa persona. Eso me lo contaron muchos que lo conocieron y lo quisieron”. Pero si algo lo distinguía, además de su carácter, era su relación con la música. Se decía que Fernando tenía un oído tan fino que podía detectar un error mejor que muchos críticos. En los conciertos, se sentaba cerca del piano o de la orquesta y seguía cada nota con atención. Si el intérprete era bueno, meneaba la cola en señal de aprobación. Pero si alguien desafinaba, gruñía, aullaba o se marchaba molesto. Su juicio era temido y respetado. Una anécdota contada por Giardinelli, testigo del hecho, resume como pocas su sensibilidad musical: “Creo que fue la Navidad del ‘57, o el ‘58, cuando visitó Resistencia un famosísimo pianista polaco, de apellido Paderewsky. Ofreció un concierto único en el Cine Teatro Sep, el más importante de la ciudad, y por supuesto mis papás me llevaron. La sala estaba repleta y Fernando se acomodó bajo el piano de cola. A la vista de más de mil personas, se diría que Paderewsky y él comenzaron el concierto. Nunca olvidaré la impresión de aquel público cuando, en medio de una sonata de Beethoven, de pronto Fernando se puso de pie, alzó las orejas y soltó un gruñido. Pareció que el mundo se detenía, pero Paderewsky, todo un profesional, siguió como si nada. Sin embargo, hacia el final del concierto, nuevamente el perrito sacudió las orejas y miró fijo al pianista como diciéndole: ‘Oiga, la está pifiando’. Entonces Paderewsky, con europea elegancia, detuvo sus manos, miró al perrito y le dijo, en duro castellano: ‘Tiene razón, equivoqué dos veces’”. Fernando era un referente, una figura que, con su sola presencia, podía alterar el ambiente de un concierto o sellar la calidad de una interpretación. Una multitud acompañó a Fernando hasta su última morada (Te Leemos) La despedida y la eternidad El 28 de mayo de 1963, Resistencia amaneció con una tristeza difícil de describir. Fernando fue encontrado agonizando frente al Banco Español, luego de ser atropellado por un auto en pleno centro de la ciudad. Los vecinos lo llevaron al veterinario, pero estaba tan herido y golpeado, que no sobrevivió. Su muerte conmovió a todos. La noticia llegó, incluso, a los diarios de Buenos Aires como la BBC de Londres y el New York Times, que alguna vez habían dedicado notas a su historia extraordinaria. La ciudad se detuvo en señal de duelo: los comerciantes bajaron sus persianas, delegaciones oficiales y culturales se unieron al cortejo fúnebre, vecinos y estudiantes caminaron detrás del pequeño féretro rumbo a su última morada, la vereda de El Fogón de los Arrieros, ese mismo lugar donde tantas veces lo vieron entrar, observar en silencio o señalar con un gruñido al distraído de la sala. Fernando, símbolo de Resistencia y cultura Dicen que fue el entierro más concurrido que tuvo la ciudad. Sobre su tumba, una placa lo recuerda con una frase que no deja de conmover: “A Fernando, un perrito blanco que, errando por las calles de la ciudad, despertó en infinidad de corazones un hermoso sentimiento”. Aunque allí descansa su cuerpo desde hace 63 años, su figura no quedó encerrada en el mármol ni en la nostalgia. Fernando sigue siendo parte del alma de la ciudad: en la esquina de la Casa de Gobierno provincial hay una escultura de bronce realizada por el escultor y amigo Víctor Marchese. El otro monumento, más íntimo, se encuentra en su tumba, en calle Brown. Es el único perro en la Argentina con dos monumentos públicos en una misma ciudad. Como si eso no bastara, en uno de los accesos a Resistencia hay un cartel que le da la bienvenida a los visitantes con una frase entrañable: “Bienvenido a Resistencia, ciudad de Fernando”. Cada año, en el aniversario de su muerte, es conmemorado con actividades culturales, charlas y eventos que recuerdan no solo al animal, sino al fenómeno que provocó. Y, claro, con música: momento en que los músicos no pueden desafinar.
Ver noticia original