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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 23/10/2025 09:33
“Una escucha, una merienda, un gesto pequeño puede ser enorme para un chico que sufrió abandono”, asegura Mónica “Lo ayudamos a volver a confiar. A que sepa que no todos los adultos van a fallarle”, cuenta Mónica Caamaño al resumir el sentido profundo del Programa Abrazar, una iniciativa que busca vincular a niñas, niños y adolescentes institucionalizados con referentes afectivos. Personas adultas que, sin intención de adoptar ni de ocupar el lugar de la familia, se comprometen a estar presentes, a escuchar, a acompañar y a construir confianza desde el afecto. La mujer de 70 años, jubilada como docente, vive con su esposo en el conurbano bonaerense y cuenta con el apoyo total de su familia para llevar adelante esta tarea que le regala emociones nuevas. Hace tres años, cuando creía que ya no estaría más en contacto con chicos y chicas, vio en redes sociales una convocatoria de voluntarios con una sola palabra: “Abrazar”. Lo sintió como una invitación personal. Leyó sobre el programa, se inscribió, atravesó entrevistas y evaluaciones psicológicas, participó de una capacitación y, finalmente, fue seleccionada para acompañar a quien lo necesitara. Así llegó el pedido de un adolescente de 14 años que había solicitado contar con el apoyo emocional de un adulto. Hoy es su referente afectiva. Lo acompaña a sus terapias, lo invita a merendar, cocinan juntos, pasean, discuten y se ríen. “Querer es también saber poner límites”, asegura. Y así construyen, en cada encuentro, una fórmula posible de la confianza. Como ella dice: “No se trata de hacer grandes cosas, sino de sostener con pequeños gestos una certeza esencial: que alguien está ahí, que el cariño no siempre se rompe, que las cosas pueden ser distintas”. El programa Abrazar brinda contención afectiva a niñas, niños y adolescentes que viven en hogares convivenciales (GCBA) Una decisión que cambia vidas Hace tres años, Mónica se enteró del programa Abrazar por un flyer. “Me gustó mucho el nombre, porque por las experiencias que la vida nos va dando, cuántas veces necesitamos un abrazo y, a veces no estuvo, ¿no? A veces lo tenemos y otras veces no”, simplifica. Jubilada, con sus hijas grandes y sin nietos, se preguntó qué hacer con su tiempo libre. “El programa me daba la chance de no dejar de estar con niños, sin la obligación de estar en contacto todos los días”, dice sobre lo primero que le gustó y llevó a decidir ser parte. Explica que ese programa propone que niñas, niños y adolescentes institucionalizados, que por diferentes razones no pueden vivir con sus familias, tengan un adulto que los acompañe desde un vínculo afectivo. “No es una adopción. La figura del referente afectivo es alguien que va a estar acompañando y ayudando a que el niño, niña o adolescente reconstruya un poco la confianza en el adulto, porque los adultos que tenían que cuidar de estas criaturas no han podido hacerlo por diferentes razones”, explica Mónica. Cuando se inscribió, pidió ser referente de un niño más pequeño —porque está acostumbrada a ellos luego de toda una vida en la docencia— y que el hogar quedaría cerca de su casa. Pero su historia tomó otro rumbo. “La vida dispuso otra cosa: un adolescente de 14 años había pedido un referente, y el hogar estaba lejos, pero bueno... ¡Se dio así y ahí fuimos! Aunque al principio no era mi deseo, estoy muy contenta porque. Además, es un desafío doble... porque la adolescencia ya es un periodo complejo”, resume sobre el inicio del vínculo con el chico, cuyo nombre se resguarda, pero para los fines de la nota, lo llamaremos Juan. Pese a las primeras intrigas sobre cómo sería el primer encuentro con Juan, Mónica admite que esa complejidad no le resultó ajena. Como docente, sabe que el vínculo con un adolescente requiere paciencia, tiempo y escucha genuina. “El vínculo se crea con mucha escucha. Hay que escuchar lo que el niño o la niña tiene ganas de compartir, siendo muy respetuosos de sus tiempos también”, afirma. Tomándose el tiempo necesario, empezó su vínculo con el adolescente. Primero, fue de visitas al hogar. Luego, se comprometió a acompañarlo cada jueves a sus sesiones de terapia. Después, compartieron una merienda en un bar cercano al hogar donde Juan vive con otros jóvenes en su misma condición. Hasta que un día visitó su casa por primera vez y allí pasó el día. “Después, como ya hacía casi un año que nos conocíamos y él me había dicho que no conocía el mar, pedimos las autorizaciones correspondientes y fuimos a San Bernardo para que conociera el mar”, recuerda con emoción las vivencias junto al nieto del corazón. El programa está destinado a chicos y chicas judicializados que no pueden vivir con sus familias por distintas situaciones (GCBA) El vínculo que se construye Mónica habla con calidez, con humor, y también con claridad docente sobre lo que implica ser referente afectiva. “Es una responsabilidad grande ponerse en contacto con un niño o niña que ya tiene bastantes problemas en su vida. Se busca que quien se acerque lo haga desde un lugar afectivo y positivo, y no para agregar más complicaciones a las que ya tiene”. El proceso para ser miembro del programa incluye entrevistas, evaluaciones psicológicas y una capacitación que encamina a las y los adultos a nutrirse de todas las herramientas para el trato con los menores porque aunque sean madres, padres o abuelos, no vivieron de cerca nada de lo que ello experimentaron, desde violencia familiar hasta aberrantes casos de abusos. “Para estos chicos es importantísimo volver a tener un vínculo estable con una persona adulta, porque sus vidas han transcurrido muchas veces en lo incierto, en una especie de sube y baja afectivo, donde le pasaron 20 mil cosas en sus poquitos años. A veces se opina sobre por qué algunos chicos son como son, pero hay ver lo que vivieron...”, exclama. El rol del referente afectivo es clave para recuperar la confianza en los adultos y reconstruir la autoestima. “No todos los adultos van a fallarle. Eso también hay que enseñarlo”, dice Mónica (GCBA) Recordando el primer encuentro con Juan, cuenta que hubo una torta casera de por medio. “No quería llevar algo comprado. Creo que hay que comprender que los afectos no tienen relación con el dinero, y eso es algo que se aprende. Mi idea siempre fue que no pasara por ahí el ser referente. Yo quería que también él se sintiera especial”, dice. Llevó a la primera visita un bizcochuelo y un frasco de dulce de leche, y le propuso a Juan armar juntos la torta. Así nació su primer gesto compartido. “Después me contó que lo que quedó de esa torta, al otro día la llevó a la canchita para compartirla después en un partido de fútbol. Y antes la había convidado en el hogar... Fue compartida muchas veces”. En ese simple gesto, Mónica le recordó que cuando se comparte lo bueno, se siente mucho mejor. Aunque en estos dos años cosecharon vivencias hermosas, el vínculo no se limita a los momentos lindos. Mónica también habla de los desacuerdos y del poder reparador que tiene un límite afectivo. “Un vínculo sano no es de: ‘Ay, todo lo que hacés es maravilloso’. Definitivamente no. También hubo momentos en los que me dijo: ‘¡Ah, te re enojaste!’. Y la verdad que sí, me re enojé. Y se me va a pasar también... No se rompió nada eso. Es también un aprendizaje entender que las situaciones no felices no lo serán así para siempre”. Mónica reflexiona con una mirada social sobre las historias de vida de los chicos y chicas que participan del programa: “No nacimos unos buenos y otros malos. Algunos nos fuimos formando porque tuvimos quien nos enseñara, quien nos diera amor y nos corrigiera con cariño. Cuando eso falta, ¿desde qué lugar va a aprender la ternura o la solidaridad? Como sociedad nos debemos una reflexión profunda sobre qué tipo de seres humanos formamos, y después les exigimos que sean de determinada manera”. No se trata de adopción, sino de construir un vínculo estable con un adulto voluntario que escuche y acompañe. “Se trata de estar, de no fallarles, de no agregar otra frustración a las que ya vivieron”, dice Mónica (GCBA) Ese aprendizaje también lo vive en lo cotidiano, incluso en los códigos nuevos que trae la adolescencia: “Cuando nos mandamos un mensajito, yo le mando un audio, por ahí largo, y él responde con un dedito parado, como diciendo: ‘¡Listo, te escuché!’... No responde nada... Después nos reímos de eso. Y con esos detalles, uno también aprende de la manera de comunicarse de los adolescentes. Yo no tenía Instagram, y ahora tengo, por ejemplo”. Aunque ella es la referente, Mónica está acompañada por su familia. Sin perder permiso ni perdón, desde el principio fue clara. “Es una decisión que tomo yo, que me va a hacer sentir bien y útil. No les pido permiso, les cuento lo que voy a hacer y nada más”, dice sobre cómo sus hijas ven este programa. Su esposo no dudó en abrir también sus brazos y darle la bienvenida al adolescente. “Las veces que lo recibimos en casa, compartimos juntos la visita. A él le gusta mucho cocinar y cuando viene cocina con mi esposo”, revela. Hoy, desde su experiencia, Mónica insiste en la importancia de difundir el programa: “Podemos hacer muchísimo por alguien sin la persona se dé cuenta. ¿Qué se necesita? Un poco de tiempo, un poco de dedicación. No hace falta mucho más. Y tampoco se espera mucho más, cuando se ha atravesado por tanto dolor, tanto abandono, la verdad es que no se espera mucho. Excepto que si el adulto dice: ‘Voy a hacer esto’, lo haga. Porque no hay que agregar otra frustración a esas vidas. El compromiso es fundamental”. “No todos los adultos van a fallarle. Eso también hay que enseñarlo”, destaca la referente (GCBA) Reflexiva y sobre el final de la entrevista, repite que no se trata de actos grandilocuentes, sino de pequeños gestos. “Así como los maltratos y los abusos dejan huella, también las dejan las buenas acciones, los buenos gestos, por pequeño que sea. Como decirle: ¡Mirá, te preparé una torta!’. Eso solamente le hace entender que algo puede ser distinto. Eso también los salva”. El Programa Abrazar está dirigido a niñas, niños y adolescentes que viven en hogares gestionados por la Ciudad de Buenos Aires debido a la desvinculación o lejanía de sus familias. Busca brindarles un referente afectivo, es decir, un adulto voluntario que los acompañe y les brinde contención emocional mientras se resuelve su situación judicial o familiar. No implica adopción ni reemplazo familiar, sino la construcción de un vínculo afectivo estable que contribuya a su desarrollo y bienestar, ayudando a que tengan una red de apoyo y afecto en este período vulnerable de sus vidas. “¡Nadie se salva solo!, es verdad. Siempre hace falta la compañía, la caricia, el abrazo, la palabra”, finaliza.
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