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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 23/10/2025 09:32
Retrato que Rugendas pintó en 1845, en Montevideo, en sus años de exilio durante el rosismo (Óleo sobre tela de Johann Moritz Rugendas, Colección Museo Histórico Nacional) A los 14 años los padres de la chica le habían elegido con quién debía casarse. Eran tiempos en que las familias de posición planeaban meticulosamente la elección del candidato para asegurar la fortuna familiar. Con sorpresa, don Cecilio y doña Magdalena se encontraron con la respuesta inesperada de su única hija: el rotundo “no” de la niña, si ella ya estaba enamorada de otro. María Josefa Petrona de Todos los Santos era, para todo el mundo, Mariquita. Había nacido en la ciudad de Buenos Aires el 1 de noviembre de 1786. Su papá, Cecilio Sánchez Velazco, era un rico comerciante español y su mamá, Magdalena Trillo, una criolla viuda de Manuel del Arco, de quien había heredado una fortuna. Vivían en una amplia casa en la manzana comprendida entre Florida (Unquera en esos tiempos o del Empedrado), Sarmiento, San Martín y Perón, donde años después se instalaría, muy cerca de ahí, la imprenta de La Gaceta Mercantil. Ejecución del Himno Nacional en los salones de Mariquita, que aparece interpretándolo (Oleo de Pedro Subercaseaux) El candidato que ellos habían elegido era el español Diego del Arco, emparentado con el primer marido de la mamá de Mariquita. Pero ella solo tenía ojos y pensamientos para su primo segundo, ese rubio pintón de ojos azules que se llamaba Martín Jacobo Thompson. Había nacido el 23 de abril de 1777, pertenecía a la Real Armada española pero, en la evaluación de los padres de Mariquita, no pertenecía a su misma clase social y, si se casaban, se corría el riesgo de que dilapidara el patrimonio familiar. El papá recurrió a sus influencias para sacar de escena al muchacho, que era ayudante en la División Cañoneras en el puerto de Buenos Aires: habló con su amigo, el virrey Joaquín del Pino, y logró que lo transfirieran a la ciudad de Montevideo. Pero como le pareció que no lo habían enviado muy lejos, insistió y lo mandaron a Cádiz, al otro lado del Atlántico. Como Mariquita continuó en su postura de no casarse con el candidato que le imponían sus padres, fue recluida en la Santa Casa de Ejercicios Espirituales, que aún está en avenida Independencia y Salta, donde era costumbre que los miembros calificados de la sociedad colonial pasasen unos días de meditación, de ayuno o de hacer algún tipo de penitencia más drástica, como la de acarrear una pesada cruz alrededor de un patio interior. La Pragmática Sanción de 1803 fue clave para destrabar el pleito generado en torno a la autorización de la unión entre Mariquita y Martín El padre de la chica falleció en 1802 y su madre se puso aún más firme en hacer cumplir la voluntad de su difunto esposo. No iba a tolerar el casamiento con ese muchacho, cuyo padre había muerto, su mamá se había recluido para siempre en un convento y él había sido criado por un tutor, Martín José de Altolaguirre, de quien sospechaba que también promovía esta unión para acceder a la fortuna de los Sánchez Velazco. Un culebrón colonial. La resistencia de Mariquita ya llevaba tres años. Había cumplido los 17 cuando Martín, con la excusa de que debía viajar a Buenos Aires para poner en orden la herencia familiar, obtuvo el permiso para regresar. En 1804 llegó a Montevideo. Años más tarde, Mariquita recordaba a Candelaria Somellera que “nosotras sólo sabíamos ir a oír misa y rezar, componer nuestros vestidos y zurcir y remendar”. Cuenta la leyenda que el joven Martín, solo para verla, se tiznaba el rostro y entraba a la casa como aguatero. Y siempre mantuvieron una correspondencia en secreto. Casa de Ejercicios Espirituales donde estuvo recluida la joven Mariquita para que recapacitase El 7 de julio de ese año, Martín recurrió a la Justicia. Invocó a la “Pragmática Sanción para evitar el abuso de contraer matrimonios desiguales”, sancionada en 1776 por el rey Carlos III y vigente en las colonias americanas desde 1778. Se aplicaba cuando el padre no otorgaba el consentimiento al considerar ese casamiento como una unión desigual. Para cuando estalló el caso de Mariquita y Martín, había sido resancionada con el nombre de “Real Cédula sobre matrimonios de hijos de familias”. Y argumentando ese recurso, el muchacho inició juicio de disenso contra Magdalena Trillo, la mamá de la chica. Martín solicitó que se consultase la opinión de la novia, a lo que la madre se opuso, ya que era una joven inocente e inexperta. La mujer se defendió con el argumento de que Thompson no tenía reparos en gastar dinero y que seguramente los dejaría en la ruina. La cuestión debía resolverla el virrey del Pino. Pero la suerte estuvo de lado del demandante. Porque Del Pino fue reemplazado por Rafael de Sobremonte, que veía con buenos ojos el adaptarse a los tiempos que cambiaban. Mariquita le escribió una carta al virrey en la que le pedía una reunión, sin su madre, para poder defender sus derechos. Luego de analizar los antecedentes y las posiciones de ambas partes, el 20 de julio de 1804 falló a favor del novio. Los casó el confesor de Mariquita, fray Cayetano Rodríguez, el 29 de junio de 1805. Tuvieron cinco hijos: Clementina, nacida en 1807; Juan, en 1809; Magdalena, en 1811; Florencia, 1812 y Albina, en 1815. María Sánchez de Mendeville, viuda de Thompson, en un daguerrotipo tomado por Antonio Pozzo en 1854. Ella tenía 67 años Lo que hizo en su vida demostró que era una mujer especial, adelantada a su época. Eran imperdibles las tertulias que organizaba en su casa, donde se daba cita todo Buenos Aires, especialmente la élite del poder. Allí era posible conversar, escuchar música, bailar y, el que se animaba, cantaba. Y cuando no había tertulia, se acostumbraba que las familias se visitasen. Se dice que en su casa se ejecutó por primera vez el Himno Nacional, y que la música la compuso Blas Parera en su piano, ya que él —que sobrevivía dando clases de música en el Hogar de Niños Expósitos— no disponía de uno. Además, fue una de las mujeres que motorizó la recolección de fondos para la compra de fusiles, junto a otras mujeres de la sociedad porteña, que pasarían a la historia como las “damas patricias”. Con Juan Manuel de Rosas eran amigos de la infancia. Sin embargo durante su gobierno eligió exiliarse Muy instruida, mantuvo correspondencia con personalidades de la talla de Manuel Belgrano, Esteban Echeverría, Domingo F. Sarimiento y Florencio Varela, entre tantos otros. Un joven Juan Bautista Alberdi, recién llegado de Tucumán, se alojó en su casa. Tuvo un matrimonio feliz, aunque corto. En 1815, con un flamante ascenso a coronel, Martín Thompson fue enviado en una misión diplomática a los Estados Unidos para sumar apoyos a la causa de la independencia de estas tierras y conseguir recursos. Allí se le declaró demencia. Llamaba la atención de los transeúntes en las calles de Washington o de Nueva York —vestido en forma muy modesta, con una levita cortona y raída— que hablaba o le gritaba a la gente con la que se cruzaba. Thompson, de 39 años, terminó internado en un hospital para enfermos mentales. Algunos lo llamaban “Mister Mariquita”, en alusión a la esposa que lo esperaba en Buenos Aires. Era un militar que se había destacado en las invasiones inglesas y al adherir a la Revolución de Mayo, donde votó por la deposición del virrey, la Primera Junta, a instancias de Mariano Moreno, lo nombró al frente de la Capitanía de Puertos de las Provincias Unidas del Río de la Plata, precursora de la Prefectura Naval Argentina. Con Alberdi fue uno de los tantos con los que se relacionó. El tucumano, de joven, vivió un tiempo en su casa En el país del Norte debía entrevistarse con el presidente y con el secretario de Estado, lo que nunca logró, ya que se tomó atribuciones que no consultó previamente con el Gobierno, como la de apoyar una invasión a Florida, por entonces bajo dominio español, lo que molestó al poder norteamericano. También debía contactar a los patriotas mexicanos. El director supremo Juan Martín de Pueyrredón lo despidió del cargo en 1817. Mariquita, alertada del estado de salud de su marido, le mandó fondos para que pudiese regresar. Lo hizo en un buque en el que no habría sido bien atendido. Los detalles fueron narrados por Héctor Viacava en Andanzas, mentiras y desventuras de un coronel de Napoleón. Se desconoce el día exacto de su fallecimiento, pero se sabe que el 23 de octubre de 1819 su cuerpo fue arrojado al mar. Su esposa se enteraría meses después de su muerte. Ella, a los 34 años —se consignó 30 en el acta para que no fuera tanta la diferencia de edad— se volvió a casar. Fue con un francés, Jean-Baptiste Washington de Mendeville, de 27 años. Con Mendeville tuvo tres hijos, Julio, Carlos y Enrique. No fue feliz. Él fue nombrado cónsul francés luego de insistirle a su esposa para que moviese sus contactos para lograr el cargo. Las ausencias del marido, que cada vez se prolongaban más, ya que fue enviado en misión diplomática a Quito, hizo que por 1837 ya estuviesen virtualmente separados. Ella, de grande, se pronunció en contra de que el matrimonio durase para toda la vida. En el Gobierno de Bernardino Rivadavia fue socia fundadora de la Sociedad de Beneficencia, entidad que gestionaba escuelas para niñas. “Debemos poner la caridad en manos de las mujeres”, decía Rivadavia. Durante el Gobierno de Juan Manuel de Rosas, su amigo de la infancia con el que se tuteba y se dirigía con la mayor de las franquezas, se exilió en Montevideo, ya que uno de sus hijos y su esposo eran abiertos opositores al régimen. Hacía esporádicas visitas a Buenos Aires, “la tierra de mis lágrimas”, como se lamentaba. En la capital oriental, se maravilló con una innovación: el daguerrotipo. Con Florencio Varela, unitario también exiliado, quedaron encandilados, y este último, en un viaje a Francia, compró un aparato. En 1812 había heredado la Quinta Los Ombúes, en San Isidro, la que debió vender en 1829 para pagar deudas. Luego de la caída de Rosas, continuó con su vida social y con las tareas de la Sociedad de Beneficencia. Murió el 23 de octubre de 1868, a una semana de cumplir los 83 años. En una pared de la Casa de Ejercicios Espirituales, donde la habían mandado para que entrase en razones y se casase con el novio que imponían sus padres, hay una placa que recuerda su paso: “Aquí estuvo recluida Mariquita Sánchez, por desobediencia a sus padres”. El día que falleció se cumplían exactamente 49 años de cuando el cuerpo de su amado Martín era arrojado al mar. Fuentes: Mariquita Sánchez, vida política y sentimental, de María Sáenz Quesada; Diccionario Biográfico de Mujeres Argentinas, de Lily Sosa de Newton
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