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» Misionesopina
Fecha: 19/10/2025 10:15
Hay algo profundamente maternal en el acto de cuidar una planta. No importa si es una flor, un brote pequeño o una semilla que recién despierta: lo que sostiene su vida es la misma paciencia, ternura y constancia con la que una madre cuida a sus hijos. Por eso, en esta semana del Día de la Madre, las flores parecen ser el idioma del amor. En el barrio El Porvenir de Posadas, Itatí Montiel cultiva ese lenguaje todos los días. Tiene 31 años y, junto a su pareja, hace cinco que sostiene un vivero donde el verde y los colores cuentan historias de vida. “Cada plantín que ves acá tiene su historia”, dice. “Aprendí todo de mi mamá, que tenía su huerta y después empezó a vender plantas en la feria franca. Así empecé yo también, y ahora lo hago con mis hijas, que ya me ayudan a cargar macetas y bolsas de abono. Todo es en familia”. Itatí estudió floricultura en la Biofábrica, y aunque su oficio tiene mucho de técnica, lo que más resalta en su relato es el cariño. “Nunca terminás de conocer todo. Siempre hay algo nuevo, una variedad distinta que te sorprende. Y eso me inspira”, cuenta. “Regalar una planta es regalar un pedacito de amor, porque detrás de cada plantín hay cuidado, tiempo y amor.” Sus palabras me llevaron a una historia muy mía. Aunque yo no tengo manos para las plantas, las flores, en especial los jazmines, forman parte de un recuerdo atesorado. Cuando era chica, mi mamá le regaló a mi abuela un pequeño ramito de jazmines comprados en la calle. Mi abuela, su suegra, con una de esas flores cultivó una planta que creció fuerte, generosa. Y la primera flor que dio fue para mi mamá, su nuera. Entre ellas desde siempre se gestó un lazo que todavía perdura: una relación de amor, respeto y ternura que se parece mucho a la de esas flores que brotan año tras año. La historia de los jazmines, como la del vivero de Itatí, tiene que ver con eso: la maternidad como un hilo que une generaciones a través del cuidado, la paciencia y el saber transmitido. El filósofo Byung-Chul Han escribió: “El conocimiento al que el amor guía redime a la flor de su carencia ontológica. El jardín es, por tanto, un lugar de redención.” Quizás por eso los viveros, los jardines y los patios donde las madres siembran algo más que semillas, sean espacios donde también florece lo invisible: la memoria, el afecto y la vida compartida. “Yo les digo a las mamás que armen un jardincito en su casa, aunque sea chiquito”, aconseja Itatí. “Ver que una planta saca una hojita nueva te llena el alma. Te da algo que no se puede explicar”. En su vivero, los clientes no solo van a comprar: se quedan, charlan, comparten sus días. “A veces la gente viene, cuenta su historia, se desahoga. Eso pasa cuando se sienten cómodos. Este lugar también les da tranquilidad, alegría. Es un pequeño oasis”, dice Itatí. Como madre, Itatí también sabe que todo lo que se cuida con amor florece. A veces en una maceta, a veces en una familia. Pero siempre, siempre, en el corazón Redacción y fotos: por Mónica Gómez, periodista
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