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» Misionesparatodos
Fecha: 19/10/2025 09:51
El inicio de una relación marcada por besos clandestinos, controles estrictos y largas llamadas telefónicas llevó a Fernando y Graciela a apostar todo por un futuro juntos. La despedida en Ezeiza que parecía el fin y la “vida de locos” que llevaron hasta que salieron a flote Viajemos en el tiempo hacia 1987. Fue ese año que Fernando B. y Graciela D. se conocieron. Ella estaba en tercer año y por cumplir los 16. Él cursaba quinto en el mismo colegio y tenía 17. Si bien Fernando era compañero del hermano de Graciela, fue un amigo en común quien los terminó uniendo. El amor naciente se selló formalmente con un beso el día del cumpleaños de 16 de ella: el domingo 25 de octubre, en un boliche de Berazategui, en una especie de lo que ahora llamaríamos “matiné”, eventos donde solían sortearse viajes de egresados. Y el amor que los atravesó fue fulminante. Resistencia intramuros Fernando cuenta que con su compañero y hermano de Graciela eran “como el agua y el aceite. Te hago una metáfora musical… él era Rolling Stones y yo era Beatle, ¡muy distintos”!. Pero no solo el hermano era diferente, también la familia de su novia era muy estructurada. Graciela es la menor y además de tener dos hermanos varones, su padre es militar. Es de la marina. Ella era la única mujer y siempre intentó transgredir en lo que podía esas estrictas normas. Y bueno, hacía cosas que no aprobaban… ¡Yo era parte de lo que no aprobaban! Creo que me rechazaban por una cuestión de diferencias. Mi suegro es del interior y quizá pensaba que yo pretendía hacerme más de lo que era, que mi padre era medio como un intelectual… qué sé yo. No sé realmente. Pero no era fácil y a Graciela la controlaban completamente. Por todo esto, al principio, ella no les contó que estábamos de novios. Yo iba a visitarla con este amigo en común, pero un día empecé a ir solo y se volvió evidente que algo pasaba entre nosotros. Decidí que tenía que hacer algo para que su padre me habilitara a visitarla sin problemas. Sabía que él volvía de trabajar a las 16 y, entonces, me paré en la calle a esperarlo a las 15.30, cerca de su casa. Cuando lo vi llegar, lo paré y hablamos. ¡No se lo esperaba! Formalmente su respuesta fue que sí, que estaba todo bien, pero me advirtió que la cuidara…”. Fernando quedó habilitado para las visitas como novio. Pero la resistencia a la relación entre ellos aseguran que se percibía en el aire. También en la casa de Fernando su madre se oponía: “El único que nos apoyó sin condiciones fue mi viejo. Él había estado casado dos veces antes, tenía más hijos, hasta que se casó en la tercera oportunidad con mi mamá a quien le llevaba veinte años. Había vivido mucho, era más abierto y nos entendía. Era mucho más permeable a nuestras elecciones y se lo notaba contento con mi pareja.. Se notaba contento con mi relación. ¡Nos bancó siempre!”. A pesar de los recelos no abiertamente expresados por sus familias, el noviazgo siguió su curso. La despedida A fines de 1988 el padre de Graciela fue destinado a Río Grande, Tierra del Fuego, por la marina. Fernando recuerda con profundo dolor esa época: “Yo ya estaba cursando medicina. Ella, en el colegio todavía. Pasado enero y febrero de 1989, Graciela empezaría quinto año del secundario en el sur. Fue un verano insoportable porque sabíamos que nos íbamos a tener que separar en breve. Me fui con mis padres y mi hermana de vacaciones a Córdoba, como todos los años. La pasé mal porque descontaba los días. Éramos dos adolescentes enamorados hasta el tuétano que estábamos devastados porque tendríamos que vivir lejos el uno del otro”. Y llegó el momento de la despedida. Era un día gris de fines de marzo. El suegro de Fernando ya estaba instalado en el sur desde hacía algún tiempo. Ahora, viajaban su suegra con su novia y sus hermanos. Saldrían de Ezeiza en un avión de la marina. “Fui con ellos para poder despedirme y estar con Graciela hasta el último segundo. Nos tomamos el tren en Berazategui, luego algo de Constitución a Retiro y de Retiro un micro de la Marina hasta Ezeiza. El vuelo se demoró porque había muchísima niebla. En esas horas de espera pensamos en fugarnos. Estábamos desesperados. Pero en un momento de normalidad pensé que no era una opción hacerlo, íbamos a lograr que hubiera más lío del que ya existía. ¡Nos mirábamos y nos decíamos nos vamos! Lo hablamos, pero al final no lo hicimos. En un momento, hasta llegamos a ir a la puerta, pero no pudimos tomar la decisión. Recuerdo que ella se iba caminando y me quedé, pegado al vidrio, mirando cómo subían a la escalera del avión. Hice el mismo recorrido que habíamos hecho juntos para volver. Solo y con un dolor inmenso”, recuerda Fernando como si fuera hoy. Hoy no tienen dudas de que ese fue el momento más triste de sus vidas. Ya para este entonces la joven pareja, es importante contarlo, ya mantenía relaciones sexuales. Un reencuentro crucial “Desde el principio, empecé a pensar cómo me iría hasta Río Grande para poder volver a verla”, admite Fernando quien aclara que no tenía un peso, eran muy chicos todavía y viajar en avión era carísimo. La vida siguió con eternas llamadas telefónicas a diario. Horas y horas de teléfono diciéndose cuánto se amaban. Tanto se extrañaban que los padres de Graciela terminaron aceptando dejarla ir una semana a Buenos Aires en el mes de mayo. Graciela llegó el 6 de mayo y se quedó unos días en la casa de Fernando y otros en la casa de una tía de ella. “Mis suegros y mis padres estaban en contacto permanente porque imaginate que querían saber qué hacía su hija cada día. En mi casa dormía en la habitación con mi hermana. Pero estábamos todo el tiempo juntos. Te reconozco que mi mamá también boicoteaba, sutilmente, la relación. Creía que éramos muy chicos. Pero nosotros estábamos tan comprometidos con nuestro amor que si nos decían que teníamos que irnos a vivir abajo de un puente o a un caño lo hubiéramos hecho. No pensábamos mucho, sentíamos”, reconoce. Cuando Graciela volvió al sur ya no lo hizo sola. A las semanas notó que tenía un retraso en su menstruación. Como no se cuidaban, era claramente posible un embarazo. No dudó en hacerse un test. ¡Positivo! Era junio de 1989. Fernando eligió hablar primero con su padre porque era quien lo apoyaba siempre. “Mi viejo fue sumamente práctico. Con él se podía hablar de todo, con mi vieja no podías. Me planteó las tres alternativas, no juzguemos si eran buenas o malas ideas, simplemente fue lo que me dijo y agregó que me iba a bancar lo que decidiera: interrumpir el embarazo, seguir adelante o hacerme el tonto y ver qué pasaba. Obviamente no pensaba hacerme el tonto, la amaba, era una pareja seria y mi novia. Tampoco quería un aborto porque era nuestro hijo. Íbamos a seguir adelante, eso le dije. Me dijo que nos ayudaría como pudiese. Yo sentía que necesitaba hablar con Graciela frente a frente, no por teléfono, para planear el futuro”. La ayuda del cuñado Fernando estaba decidido a verla. Tenían mucho para conversar y ponerse de acuerdo. “Justo mi cuñado vino del sur por unos días. Graciela le había contado a su hermano lo que pasaba, no a sus padres. Así que hablé con él y le conté que pensaba viajar a verla y charlar pero que no tenía manera de hacerlo porque carecía del dinero necesario”. Así fue que a Fernando se le ocurrió una transgresión. Le pidió a su cuñado el documento y le dijo que sacaría un pasaje gratis de la marina a su nombre e intentaría usarlo él para viajar. Su cuñado terminó accediendo, después de todo su hermana estaba en una situación compleja. “Me lo prestó y fui al Edificio Libertad y saqué el pasaje a su nombre. Hasta ahí era todo legal. Pero lo que hice después fue devolverle el documento porque él lo necesitaba y el día del viaje fui solo con el pasaje. Me haría pasar por él. Como no era un vuelo comercial era distinto y, en esa época, por ahí era más fácil porque no había los controles actuales. Había un tipo de la marina que te miraba y pasabas. Pero justo el tipo que me recibió el pasaje era un compañero de mi suegro… Se dio cuenta de que yo no era el hijo de su amigo. Me miró, hizo una cara y me dijo: Pasá. Creo que fue de onda porque sabría del noviazgo, no sé. Salimos y en la parada de Trelew nos dijeron que había una tormenta brava y anunciaron que a lo mejor tendríamos que hacer noche en Río Gallegos y que para eso nos pedirían los documentos y los pasajes. Me quería matar… yo tenía el pasaje con un nombre y mi documento. Estaba en el horno. Pero otra vez tuve suerte: de pronto el clima mejoró y seguimos viaje hacia Río Grande. Cuando aparecí en la casa de mis suegros no entendían nada. Creo que se querían matar que estuviera ahí. A él se le salían los ojos de la cara como en los dibujitos animados… (se ríe) Creo que nunca supo cómo llegué ese día. Hasta hoy… ¡si es que lee esta nota!” Fernando se quedó tres semanas en la casa de Graciela conviviendo con sus padres y hermanos. En esos días contaron lo del embarazo. Hubo discusiones, caras largas y muchísima tensión en el ambiente. Fernando y Graciela “Yo siempre fui bastante diplomático y traté de evitar el conflicto, pero un día de esos me cansé. Y dije me voy, armé mi bolso y dije que iba a dormir a la calle o dónde fuera. Dejé la casa sin un peso y hacía un frío brutal, doce grados bajo cero. Primero me fui al playón donde están los camiones y empecé a preguntar a los conductores si alguien me podía llevar hasta Buenos Aires. Nadie quiso. ¡Ahora que soy productor de seguros lo entiendo! Pero en ese entonces no lo entendí y me sentí decepcionado por la falta de ayuda. Luego pensé en irme al hospital, ahí habría calefacción. Finalmente los padres se apiadaron de mí y me fueron a buscar para que volviera. Tres o cuatros días después mi suegro me consiguió un vuelo de la marina para regresar a Buenos Aires. Llegué de sorpresa a mi casa, porque no tenía ni monedas para llamar por teléfono de una cabina pública. Mi madre estaba entre contenta y enojada por toda la situación”, relata, “Graciela y yo teníamos nuestros planes, no los consultábamos con nadie. Estos eran: casarnos, tener nuestro hijo y estar juntos donde pudiéramos. Mi viejo tenía un negocio de cirugía y ortopedia y otra vez nos puso el hombro, se convirtió en nuestro ángel guardián: me dio trabajo. Informamos a nuestras respectivas familias que nos íbamos a casar. No quedó otra que lo aceptaran, sino lo hacían esperaríamos a que ella cumpliera 18 y lo haríamos igual”. Una cama prestada y la primera hija En septiembre Graciela consiguió viajar a Buenos Aires. Ya cursaba el cuarto mes de embarazo. Fernando la esperaba con la fecha para casarse por civil: 28 de septiembre de 1989. En esos días, además, fueron juntos a hablar con el sacerdote Luis Farinello quien los recibió en Quilmes y aconsejó con infinita paciencia. Explica Fernando: “Yo soy católico, pero no practicante. Pero ella sí lo es. Quería el casamiento por iglesia. Entonces nos fuimos hasta Quilmes para reunirnos con él. Le reconocí a Farinello que lo hacía por ella, que no era creyente. Él nos habló de una manera que me llegó al alma. Aceptó la situación y me agradeció la sinceridad. Pusimos fecha en su iglesia de Quilmes para el día siguiente del civil: el 29. Las dos familias, medio a regañadientes, fueron a los dos casamientos, al civil y a la iglesia. No aprobaban, pero fueron”. Pero eso no era todo. No tenían casa. “No teníamos donde ir a dormir después de casarnos. Así que en los días previos le pedí a mi vieja si me prestaba el pequeño departamento de atrás de la casa de ellos, pero no aceptó. Y me recitó un dicho popular: El casado casa quiere. Mi viejo apareció una vez más para salvarnos y me alquiló enseguida, a escondidas de ella, un departamento pequeñoy salió de garante. Pagó y listo. Se lo dijo a mamá cuando todo estaba cocinado y resuelto”. Fernando y Graciela en la actualidad Fernando trabajaba con su padre y empezó a estudiar menos. No le alcanzaba el tiempo. Pero ya estaban juntos, tenían un techo, una cama y una mesa prestadas. Eso les alcanzaba. El amor bastaba. En febrero de 1990 nació M. La situación se fue normalizando de a poco. Con el tiempo consiguieron otro departamento, también ayudó un poco su padre, y Fernando optó por dejar definitivamente los estudios universitarios. “No podía sostener la situación de trabajar y estudiar. Con un dinero que me prestaron puse un negocio de ortopedia, igual al de mi papá, en San Francisco Solano. Sorpresivamente, nos empezó a ir muy bien. Un año y medio después pudimos comprar nuestra primera casa. Era una quinta semiabandonada. Pagarla fue otro lío porque en el medio me estafaron con un plan de ahorros. En fin, por suerte el dueño me esperó a que sacara un crédito y en diciembre de 1993 nos instalamos ahí. Claro, pero no teníamos auto. Yo tuve varios trabajos distintos, uno en San Fernando, para sumar más dinero y Graciela trabajaba en el negocio que teníamos en Solano, al cual iba con nuestra hija. Abría a la mañana y a la tarde, en el medio volvía a casa por un par de horas. Para ir al local desde donde vivíamos tomábamos 3 colectivos, ¡entre ida y vuelta eran 6! Pero, como iba dos veces, terminaba tomando 12 por día. Hacíamos una vida de locos. Pero en la pareja siempre estábamos muy bien, enamoradísimos. Así que no había quejas. En 1996, nació X. Para esta época estábamos más acomodados, pero curiosamente siempre distante con nuestras familias. Quizá un poco por orgullo propio y no querer pedir nada más. Pero lo cierto es que, salvo mi viejo, nadie nos ofrecía ayuda con las chicas ni nada. Hacíamos nuestra vida como podíamos. Con mis suegros nos veíamos una vez cada ocho meses. A veces creo que ellos creían que nuestra pareja se iba a desmoronar, pero lo loco es que fue la única que perduró. En 2004 nació V. nuestra tercera hija que hoy tiene 20 años y trabaja conmigo”. Deseos no cumplidos y mensajes Fernando tiene guardados sentimientos encontrados con su familia política. Siente que no se interesaron lo suficiente por sus nietas: “Es como si no les interesaran demasiado. Nunca las llevaron a una plaza. ni al cine, ni al circo, ni a nada. En mi familia pasó algo parecido. Pero bueno eso generó discusiones, pases de factura de unos y otros y, por supuesto, lejanía. En el 2003 nos mudamos a Mar del plata, pensé que de alguna manera estaríamos más cerca de mis suegros que ya vivían en esa ciudad desde 1995. Pero tampoco fue remedio. En 2020, finalmente, nos compramos una casa en Mar del Plata. Mis suegros viven a 30 cuadras de mi casa, pero ¿podés creer que no la conocen? No los veo desde hace unos 5 años, mi mujer creo que desde hace 3. Es un poco frustrante porque nunca nos pudimos sentar a hablar bien de por qué es así la relación. Nuestro matrimonio fluye increíblemente, disfrutamos viajar, hacemos deporte, somos felices con nuestras hijas. No podemos entender qué es lo que pasa. Mi papá murió en 2003 y mamá vive, pero también la veo poco”. Una pareja que lleva 36 años casada El dolor por la lejanía familiar se nota presente en su relato. Pero el matrimonio de Fernando y Graciela parece indisoluble, se los percibe unidos, eligiéndose cada día. “Llevamos ya 38 años juntos, 36 de casados. Sentimos que la familia somos nosotros cinco. Mis hijas tienen 35, 28 y 20 años. No entendemos por qué no se dio la de la familia extensa, no se terminó de resolver las diferencias. No creo que haya habido maldad, pero sí preconceptos o prejuicios. ¡Nos hubiera encantado tener una relación cercana con nuestras familias! Pero bueno si no sucede, ya está, qué le vamos a hacer”. Cruzaron los andes en bicicleta, viajan y comparten todo pasión y vida A Fernando -quien, además de productor de seguros, tiene inmobiliaria- le dio por la música y hace poco le grabó a su mujer una canción de Alejandro Lerner: Amarte así: “... es vivir un sueño eterno junto a ti, es confiarle al universo este milagro de sentir, amarte así, entregándome al destino que elegí, y que es ese mi camino y yo en el tuyo y compartir…”. La letra, dice, refleja con precisión lo que siente. Graciela, por su parte, maneja desde hace veinte años una escuela de pastelería. Todo el resto de sus vidas lo realizan juntos: suben al Lanín, cruzan la cordillera, realizan largas bicicleteadas y acompañan el camino de sus hijas. Siguen amándose, asegura, con la misma intensidad de aquel 1987. Imposible no creerles. Fernando dice que se decidió a escribir a Infobae porque lee siempre la sección y observó que muchas historias de amor terminan mal: “¡Nuestro amor terminó bien! Mejor dicho ¡no terminó! Nuestro mensaje es que cuando te amás de verdad no hay boicot posible. Le diría a todos: nunca dejes que nadie frustre tus sueños y siempre peleá hasta el último round de la vida porque ¡vas a obtener tu recompensa!”. Graciela y Fernando el día que se casaron enamoradísimos en septiembre de 1989 Por Carolina Balbiani-Infobae
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