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» El litoral Corrientes
Fecha: 19/10/2025 01:27
Por Fernanda Toccalino y Carlos Lezcano Especial para El Litoral “No te detengas alma sobre el borde de esa armonía ya que no es solo de aguas, de islas y de orillas. ¿De qué músicas? El aire conmovido. (1949). Juan L Ortiz Agustina cursó la primaria en la Escuela Rotonda de Goya, donde tuvo como profesora de plástica a Chabela Pelufo, su vecina de toda la vida. La vecindad fue también cercanía y presencia más allá del aula: a los siete años comenzó a asistir a su taller, tres veces por semana. Chabela se convirtió en una presencia constante durante toda la infancia y la adolescencia. En el taller de la maestra, su vida transcurrió entre telas, pinceles y pigmentos, Agustina aprendió allí técnicas tradicionales del dibujo y la pintura. Primero fue un juego nacido de la manipulación de texturas y colores en ese espacio lúdico; con el tiempo, el aprendizaje se volvió más profundo. Con Chabela, “Agus” conoció el acrílico, el óleo y la paciencia del oficio paso a paso. Aquella experiencia marcó su sendero con una claridad que las dudas no pudieron alterar. Nélida Neironi, su abuela materna también pintaba, y José Polimeni, su abuelo paterno tenía una tapicería y así entre telas, cortinas y alfombras del taller familiar los juegos, los aprendizajes con materialidades continuaban, casi sin querer en un tiempo sin urgencias. Agustina fue comprendiendo, sin darse cuenta, que la sensibilidad y el trabajo manual convivían en un repertorio de colores y texturas que entraban por los ojos, continuaba en las manos y le tocaba el corazón. Alberto Piasentini, su padre, abogado, y su madre Carmen Polimeni, profesora de inglés, esperaban otro destino para ella. Él deseaba que estudiara traductorado de inglés, y Agustina, comenzó a prepararse para rendir el examen de ingreso. Pero al llegar a Buenos Aires, dio un giro y dejó atrás las palabras de otro idioma y eligió las propias: se inscribió en la carrera de Artes. Durante un tiempo cursó dos carreras en paralelo —Artes Visuales en la Universidad del Museo Social Argentino e Historia del Arte en la UBA— hasta que decidió dedicarse de lleno a la práctica. Los primeros años en la gran ciudad no fueron fáciles, pero la fascinación por ese universo nuevo compensó todo. En la facultad se sintió como en “Disney”, rodeada de disciplinas, materiales y lenguajes que la invitaban a experimentar sin miedo. Por las mañanas asistía a clases; por las tardes trabajaba en pasantías que la mantenían cerca del arte. Colaboró en la galería de Adriana Indik, guía de sala en Villa Ocampo y en el Centro Cultural Recoleta, guiando visitas y compartiendo su entusiasmo con los demás. Mientras tanto, su departamento porteño se convertía en su pequeño universo personal, un laboratorio donde investigaba la escultura, el grabado y la pintura. Tras recibirse, emprendió una etapa de viajes y exploraciones. Recorrió museos, ciudades y paisajes que había conocido antes solo en los libros. Aquella travesía fue, más que un paseo, una extensión natural de su formación. Tres años después, regresó a Goya, su ciudad natal, para instalarse nuevamente cerca del río. En esa etapa, comenzó a dar clases en escuelas secundarias y abrió un centro cultural con galería propia. En pandemia (2020), empieza el proyecto Kati Kati con Mecha Méndez (vecina en bailes y amiga goyana) donde se realizaban exposiciones y talleres. Poco después se mudó a Carolina, una colonia italiana a pocos kilómetros de Goya. Allí encontró un ritmo distinto, más introspectivo, rodeado de lagunas y montecitos. El silencio y la calma del lugar la ayudaron a concentrarse en su obra. En Carolina, Agustina desarrolló su propio lenguaje visual, profundamente vinculado con la naturaleza y el paisaje correntino. El río, o mejor las aguas omnipresentes en la vida de la región, se convirtieron en metáfora y materia de inspiración. “El sistema fluvial correntino me atraviesa”, suele decir. La observación del entorno —cómo crece un árbol, cómo una flor se transforma en fruto, cómo los ríos se entrelazan— se volvió parte esencial de su proceso creativo. Su obra se nutre de la mirada de una niña que hoy aparece revitalizada donde no olvida el pago de la infancia. En su obra está su Goya y el campo que está allí nomás, cerquita, ostentando sus sus pastizales y palmerales de nuestra región fluvial. Agustina recorre un arenal para llegar a su casa-taller en el barrio “Las Colinas” en Carolina , unos pasos más allá la laguna Pucu y La Verde. Agustina reflexiona sobre el espacio en blanco como un territorio que debe organizarse en una hoja, una tela o un bastidor que son para ella superficies donde el ritmo, la repetición y el diseño de patrones cobran sentido. Le interesa esa imagen que parece recortada de algo mayor, sin principio ni fin, como si el cuadro fuera apenas una ventana hacia un universo que continúa más allá de sus bordes. En cada trazo, ella busca la poesía del movimiento, del cambio permanente, del crecimiento compartido. Entre el leve rumor de las lagunas y arroyos, y también en el verde su Carolina, sigue construyendo una obra que, como su vida, fluye sin detenerse. Hay una Agustina que se vinculó con las artes visuales ¿Cómo fue eso? La verdad es que para mí siempre fue un proceso muy natural porque tuve la suerte de que fuera desde muy chiquita. A los 7 años comencé un taller de arte con Chabela Pelufo, que además de profesora y artista, era goyana, vivía a la vuelta de mi casa. Durante la durante la escuela primaria y la secundaria fue mi segunda casa y aprendí todas las técnicas plásticas con ella. Cuando termino la secundaria ya tenía clarísimo que quería seguir ese camino y continuar con mis estudios, y fui a hacer la Licenciatura de Artes Visuales en la Universidad del Museo Social Argentino, en Buenos Aires. Tus prácticas artísticas van del bordado a la pintura, del dibujo al arte digital. Es muy amplio, pero en la universidad tuviste una orientación de pintura. ¿Qué te dio la universidad? ¿Cómo fue ese período?Súper fascinante porque uno ve un pantallazo de muchas técnicas. Obviamente en el primer año ves escultura, grabado, arte textil, pintura y después ya hay que elegir una orientación, en mi caso fue pintura pero la verdad es que sí, nunca me aburro, voy variando de técnicas, el bordado vino mucho más adelante con la pandemia. Contanos sobre la temática, las imágenes o los diseños de tus obras. Si bien son diversos, en general referencian tu entorno, no? Sí, sí, totalmente. Siempre mi fuente de inspiración fue el paisaje correntino, incluso durante la pandemia, cuando no vivía en Corrientes, mi inspiración siempre vino de ahí. Por eso es que también ahora elijo como lugar donde tengo mi taller, mi casa, mi familia en Carolina, que queda a ocho kilómetros de Goya y es un lugar con mucha naturaleza, muy lindo. Siento que eso es lo que alimenta mi obra, las ganas de crear, todo mi afecto está ahí. ¿Y cómo es el proceso? ¿Es contemplativo, o es más intuitivo, más desde adentro como una evocación? Contanos cómo llega esa imagen al soporte. Siempre estuve muy interesada en construir un lenguaje visual personal, y si bien mi inspiración viene de la naturaleza, trato de captar cosas que a mí me resultan interesantes y llevarlas a mi lenguaje plástico, por ahí no necesariamente copio tal cual lo que veo, sino que tomo cosas que me resultan interesantes y las uso para construir mi obra. ¿Y tomás nota o evocás? Escribo mucho y boceto mucho, siempre antes de pasar a la tela hay mucho trabajo de boceto. Lo que vemos, sobre todo en los bordados, es una gran síntesis, por llamarlo de un modo grosero. Sí, eso también me interesa, lograr un lenguaje simple, no tan recargado. No hay barroquismo en el trabajo. Me gusta mucho la abstracción orgánica, siempre inspirándome en la naturaleza pero dándole una vuelta de tuerca. Esto es hermoso lo que estás diciendo, de la palmera al palito. Sí, me parece que antes representabas más escenas, incluso en formatos muy grandes, y de golpe Agus llega a este palito que mencionás, a este detalle precioso. Por ejemplo, tenés escenas donde reflejas el río, los camalotes, los palmares, y de repente te quedás con un pequeño detalle. Al ver una porción de la textura del río, uno se imagina todo el resto y se mete en esa escena. Eso es muy hermoso. Sí, por ahí me gusta eso, transmitir una sensación, un sentimiento, no tanto la literalidad de la palmera, del río, sino por todo lo que eso transmite. Que va en los bordes de lo que es la abstracción, porque en realidad uno podría entenderlo como abstracción, pero lo ve como bajante del río, esa textura, esas líneas que pueden ser de acuarela y que en particular y últimamente son bordados. Y cómo es esa elección del soporte, de la tela, de los hilos. Contanos un poco sobre la materialidad, los elementos y herramientas que ocupas. Yo estoy dos horas para enhebrar una aguja y me maravilla cómo vos planteás y bordás telas gigantescas con una paciencia y dedicación envidiables. Sí, hay algo de la trama textil, del soporte, la flexibilidad de la tela, de las transparencias que me cautivó. La verdad es que sí que es súper meticuloso mi trabajo y hay algo con la aguja que a mí también me llama mucho la atención, porque literalmente el dibujo traspasa la tela y se me parece muy fuerte ese acto del material de la aguja en sí, que es como mi objeto apreciado de todos los días, el simbolismo que carga también ese elemento me resulta muy interesante. ¿Cómo elegís los hilos? Siempre trato de ir a lo simple, por eso mi paleta a veces solo uso dos colores, trato de que sea bien contrastante el color de la tela con el color del hilo, y por lo general uso lino, porque me gusta mucho el material, y los hilos de algodón o de seda. Pero incluso modelás un poco esa línea bordada, porque a veces es de una hebra y a veces son varias hebras en una puntada. Entonces la línea no se ve siempre igual. Sí, sí, la verdad es que lo único que no logro síntesis es la cantidad de horas y trabajo hebras en una puntada, entonces la línea no se ve siempre igual. Y esto que vos decís de que traspasa el dibujo, a veces hay una imagen en el reverso del bordado o de la obra que es igual de interesante que el frente. Sí, dedico muchas horas al trabajo que me lleva cada obra. Ahí no hay apuro, no hay ningún problema. Yo estoy tres meses con el mismo bordado feliz de la vida y me gusta ese proceso también de la obra que lleve mucho tiempo y entre medio, bueno, la vida, ¿Y de dónde crees que viene el bordado en vos? La verdad es que no me considero tan del palo del bordado en sí, no manejo tantos puntos tradicionales. Menos mal, menos mal (risas). Lo que necesito es llevar el dibujo como lo tengo en mi mente, lo calco en la tela, esas líneas principales y después mucha improvisación. Por eso siento por ahí que invento puntos o que voy ampliando mi repertorio, pero todos van naciendo muy de ese proceso intuitivo. No me gusta por ahí caer en los puntos tradicionales. Además pintás, haces obras en acuarela, muy hermosas también. La acuarela no permite muchas modificaciones, tiene esa transparencia y ese camino de ida, que imagino más rápido por más que uno haga un trazo parsimonioso. Tuviste un emprendimiento, Tótem. ¿Fue el punto de partida de tus bordados. Tótem fue un proyecto colaborativo con otro artista, goyana también, y mi compañera es muy del palo del textil, y yo iba trayendo un poco más el dibujo, la composición, el diseño. Hicimos diez kimonos y ocho camisas, aproximadamente, todas de lino, con mucha carga simbólica cada prenda. Bueno, todo lo que implica el trabajo con otra persona, es muy exponencial, es muy rico, y ahí yo logré hacer ese traspaso de mis dibujos a la tela, con la materialidad del hilo, del lino, y ahí me enamoré. Acá hay un borde con el uso. La obra vinculada a un diseño y a un uso. ¿Cómo te llevas con esto? La verdad es que me encantó, me encanta esa posibilidad, de hecho nosotros le decíamos arte portable, porque era como llevarse la obra de arte a todos lados, nunca lo vimos como una prenda textil solamente, sino como algo muy ritualesco. ¿Y por qué ahora no sigue ese emprendimiento? ¿Por qué dejaron de producir juntas? En primer lugar porque me mudé a Corrientes cuando finalizó la pandemia, me mudé y seguimos a la distancia mucho tiempo, pero después me volqué más a los tapices. Por una cuestión, también, de que la prenda textil, obvio, nos la sacaban de las manos, pero era un precio muy acotado. Era precio de camisa y yo sentía que no estaba valorado esas cien mil horas mías de trabajo manual, que no estaba tan contemplado. De todas formas, con Micha seguimos en contacto, ella es para mí mi gran maestra. Vemos en tu obra tramas, texturas, mucha abstracción. Sugerencias de palmeras o pastizales. El río. ¿Hay alguna persona allí en tu universo o está despoblado? Por el momento está despoblado. Por el momento sí, son escenografías para evitar al humano. Siempre me imagino mi obra como un espacio por eso me gustan tanto los paisajes, me gusta la idea de obra como algo escénico, como algo que contenga al humano, pero desde otro lugar. No descarto la representación, porque sí, en un momento también tenía una obra más figurativa y me encanta, pero hay algo así que me gusta mucho, de generar un ambiente un espacio. De la mano de la Galería de arte Contémporaneo YUYAL, Agustina Piasentini participó en la feria MAPA, en la Rural y en la 3era edición de la Central Affair, en la galería Larreta de la Ciudad de Buenos Aires. Recientemente recibió el Premio Adquisición en el tercer premio Nacional de las Artes Visuales del Chaco con la obra Ysati - Aguas transparentes, la exposición puede recorrerse hasta fin de año en las instalaciones del MUBA.
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