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  • Don Balbuena y las espuelas de plata

    Concordia » El Heraldo

    Fecha: 18/10/2025 18:54

    Y no porque recibiéramos atenciones especiales, sino porque hacíamos allí lo que nos proponíamos He conocido allí personajes que solo en el campo se pueden encontrar. En su medio y en su oficio eran hombres sabios, conocedores de todas las sorpresas, peligros y ventajas que el monte posee. Por esa razón, uno de los lugares que más atractivos brindaban, era el galpón de los peones donde cuando finalizaban las tareas, se mateaba y escuchábamos con interés y deleite las conversaciones de los más experimentados, que generalmente eran los más viejos como don Aristeo Acuña, don Pedro Balbuena, Avelino Garay, el Pichicay nunca supe su nombre, pero igual he guardado en la memoria y que seguramente no olvidaré. Esas reuniones en la matera, mientras se hacía un costillar de cordero o vaca y tomábamos unos amargos con ellos, eran un glosario de historias y sucedidos “Puede ser que alguno de ustedes salga domador”, decía el viejo Avelino Garay “pero ninguno ha de ser como don Balbuena que tiene siete quebraduras en el cuerpo por las domas” dicho esto para nuestra admiración. Pero de lo que no nos dimos cuenta fue que le estaban preparando el terreno al viejo para hacerlo hablar. “¡Así es nomás!” He domado potros que asustarían a cualquiera. Ahora mismo, así como me ven, enchuecado por las quebraduras, si me traen un potro, ¿Quién sabe cómo se las va a arreglar para tirarme? “Dicen por ahí que usted don Balbuena que usted sabía llevar amuletos para domar y para el amor” “Mire amigo Garay: para domar sí, es verdad; pero para enamorar y conquistar mujeres lindas, no amigo. Mi bonitura y mi labia me han bastado. “¡Guaaa don Balbuena!”, exclamó Aristeo Acuña y todos nos reímos El viejo Sena fumaba un cigarro de hoja, observando a todos con ganas de reírse también, pero no lo hizo. El viejo Balbuena estaba con ganas de darle rienda a sus recuerdos y siguió: “Cuando yo tenía su edad amigo Acuña, no había bailongo adonde fuera, donde mi bayo no saliera con las ancas adornadas por los almidonados de una guaina” “¡Guaaaa viejo que había sido picaflor!” exclamó Acuña Así mismo era amigo. ¿Para que lo voy a engañar? Ahora para el malambo y el gato punteado no tenía competidor en toda la costa de este lado del Gualeguay y hasta los pagos del Gato, más allá del Federal. Una vez tuve ingeniarme para hacer un malambo en el aire” “¿Y cómo fue ese malambo en el aire que por aquí no lo conocemos? “Mirá Acuña, que a lo mejor es un invento de don Balbuena” dijo Garay “El caso fue así: estábamos de baile en lo de don Jaime Bordón, por los pagos de Chañar. Había mujeres y hombres en cantidad. El hembraje era lindo y los músicos eran bastante competentes con las guitarras. Se floreaban tocando de todas músicas. Parecía que habían metido los dedos en un hormiguero de habilidad para tocar. Había gauchos que les brillaba el plateado por donde los mirasen. Desde el tirador y espuelas, riendas, pasadores y estribos: hasta anillos de oro enroscados en las golillas coloradas ¡Qué fiesta amigos! ¡Pero nunca falta un buey corneta en una tropa gorda, había llegado uno que le decían “el Oriental”. Ese Oriental andaba queriendo pelear con el primero que desenvainara el cuchillo, y a la vez desafiaba malambeadas y gatos. Como la casa de don Jaime Bordón era de mucho respeto, dos amigos cuyo nombre no recuerdo, pero lo andaban cuidando, como quien no quiere la cosa. No sé, sí se hacía el guapo porque andaban muchos apartadores o era para acreditarse con las mujeres, porque también les andaba arrastrando el ala a una por una. No era mal parecido “el Oriental” y parecía tenerse fe en todo lo que desafiaba. Hizo un cruce por cerquita mío y dejó caer la punta del poncho desde el hombro izquierdo, para ver quien se lo pisaba. Tuve la tentación de pisárselo, para probarlo y madrugarlo pegándole un planazo en la frente en señal de desafío” “¿Y usted no andaba buscando apartadores?, don Balbuena le interrumpió Acuña “¡Apartadores! ¡Nunca amigo habrá oído decir que Balbuena haya aflojado en un entrevero, o haya huido o ha andado pidiendo ayuda de nadie! Porque habrá habido hombres toros y bien hombres; pero más hombres que yo, ¡Quien sabe amigo!” “Está bien don Balbuena. Conocemos sus mentas. Aquí todos lo hemos respetado como toro en cualquier rodeo y gaucho en cualquier reunión de forasteros. Disculpe si lo hemos ofendido sin querer. Siga contando nomás que son creídas sus palabras don Balbuena. Después de esta interrupción de Acuña, continuó hablando el viejo: “Así me gusta, que los amigos me respeten. Como estaba diciendo entonces; “el Oriental”, engreído como andaba por el baile y medio enojado el bastonero no lo nombraba seguido, desafió en alta voz una malambeada al que roncara primero, y sobre el punto le contesté: “Está copada esa parada” Todos me miraron porque ya el Oriental había cobrado fama de hombre guapo. Y sobre tablas le agregué, como para no dejarlo respirar: “¡Y le juego mi rebenque con cabo de plata y oro, contra sus espuelas a que le gano la malambeada!” Como se tendría de fe que me respondió con rabia: “¡Pago amigo! ¡No se recular paradas!” Los que estaban bailando dejaron y nos abrieron cancha haciéndonos rueda mientras los guitarreros arrancaban con un malambo medio apurado. Salió “el Oriental” orillando la pista, haciendo sonar las espuelas al compás de las guitarras, mientras compadreaba acomodándose el poncho en el hombro. No podía negar que era oriental. Yo lo seguía desde atrás haciéndome el chiquito, para enfrentarlo después con una figura si no me ganaba el tirón. Cuando quise acordar lo encontré agachado al lado mío, haciendo la figura del pavo cuando pica. Picaba el suelo con el dedo a la vez que decía: “Pio, pio, pio”. Después se detuvo y siguió trotando al compás. Enseguida me agache y le píe lo mismo que el pavo esperando que yo hiciera la misma figura si podía. Ahora me tocaba a mi iniciar la segunda figura. Me tendí de un lado y otro en un zapateo bárbaro, haciéndole la figura del ñandú cuando lo corre el galgo, con todos los gambeteos y arrastradas de alas y en cada gambeta le silbaba igualito que un charabón. Vi que esa figura no la conocía, porque abrió los ojos como lechuza. Al fin la hizo a duras penas y sin lucirse, porque le faltaba agilidad en las patas. No se oía más entre la gente que “Me gusta el pardito” y ese era yo. Estas exclamaciones de la gente me alentaban. “Ahora vamos a ver cómo te las vas a arreglar para hacer esta otra que te voy a mostrar” me decía para mis adentros. Mientras el andaba luciéndose con las espuelas de plata y cuando menos lo pensaba, me le clavé de cabeza en el suelo y le empecé a malambear en el aire, marcándole el compás con el ruido de mis espuelas. La gente me aplaudió y era un gusto todo aquello. De un brinco me le paré y seguí bailando, esperando que hiciera mi figura, y de no, perdía la malambeada junto con las espuelas que había jugado. Mas fantástico que yo, largó el poncho al suelo y se clavó de cabeza, afirmado en los brazos. En cuanto quiso hacer sonar las espuelas en el aire, perdió el equilibrio y cayó de costado al suelo. Le había ganado la malambeada. Allí nomás el hombre, muy mansito, se sacó las espuelas y alcanzándomelas, me dijo con arrogancia: “Tome, amigo, me ha ganado”. Sin hacer alardes, como buen entrerriano, las agarré y después me entreveré con el criollaje como si nada hubiera pasado. Ya estaba vencido el hombre en sus primeros empellones. Por allí le contestó mal a una cebadora de mate, y no era otra que la vieja Eduviges, muy conocida por el pago. La vieja no había sido ni media mansa. Porque le dijo: “Oriental y bosta de perro debajo de cualquier mío mío se halla” Un rato después, el hombre, malo y desafiador a lo que viniera, montaba a caballo y se iba muy calladito, sin haber muerto a nadie y sin las espuelas. Y ahora yo pregunto “¿Quién fue el que destapó ese tapado?” “Y usted pues don Balbuena” le contestamos todos. “¡Eso mismo quería saber!”, exclamó el viejo, orgulloso de su relato. “¿Y las espuelas de plata del Oriental adonde las tiene don Balbuena?” Esas espuelas amigo Garay habían sido milagrosas. Cuando salía de gaucho, nunca me equivocó el camino una luz mala andando con esas espuelas. Una vez vi una lucecita azul que andaba saltando en una cuchilla de tala en tala y haciendo unas corridas como si jugara a las escondidas. Se acercaba al rastro de mi caballo y luego huía para aparecer en otro lado. Mi caballo bufaba anunciándome la luz. Cuando menos lo pensé la vi prendida en una espuela de plata. Me acompañó como la buena estrella hasta enfrentar unos ombúes, donde dicen que al viajero le sale un alma que anda en pena a esa misma hora. En cuanto enfrenté a los ombúes, mi caballo se negó a cruzar más adelante. Se sentaba en los garrones y bufaba. Entonces le afirmé las riendas, le pegué un chirlo y lo pinché con las espuelas y lo fui a parar abajo del ombú donde mismo salía el ánima en pena. Mi chuzo temblaba enterito. Entonces saqué mi daga y dije en voz alta para que me oyera bien: “A ver si hay algún alma de este mundo o del otro que se le anime a Pedro Balbuena” Enseguida sentí otra voz, como si viniera de debajo de la tierra, que me dijo: “No es con usted don Balbuena. Cruce nomás” A mi caballo se le agacharon las orejas y yo envainé la daga y salí al trotecito como si nada hubiera ocurrido. En eso me fijo en el estribo y allí iba acompañándome la lucecita azul todavía. Cuando entré en los pagos del Aguará, que para allá iba, recién me abandonó. Desde entonces, y por otros sucedidos en mi vida, aseguro que las espuelas del Oriental eran milagrosas. Cuando don Balbuena dijo que el ánima en pena le había dicho. “Cruce nomás don Balbuena que no es con usted” Acuña y Garay aguantaron la risa, porque era tanta la seriedad y la emoción del viejo, que de haberse reído fuerte hubieran provocado un enojo. El viejo Balbuena quedó como si de verdad hubiera ocurrido. Nosotros ponderamos el valor de don Balbuena con comentarios elogiosos, hasta que don Sena levantándose dijo: “Está muy linda la charla y los sucedidos, pero mañana hay mucho que hacer” y nosotros lo seguimos, mientras aún se quedaron Pichicay, Acuña y Garay oyendo las entretenidas historias que inventaba el viejo. Ads Ads

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