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  • Descubren cómo se formó el cráter más grande de la Luna, donde se dirige la próxima misión Artemis

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 16/10/2025 14:55

    Un estudio reveló que el impacto que formó la cuenca Aitken ocurrió desde el norte, cambiando la comprensión sobre el origen lunar (Nature) La Luna vuelve a ocupar el centro de la escena científica y espacial gracias a un hallazgo que reconfigura la comprensión sobre cómo se formó su mayor cuenca de impacto y de cara al próximo viaje tripulado de la NASA a nuestro satélite natural. Un grupo de investigadores estadounidenses analizó en profundidad la Cuenca del Polo Sur-Aitken (SPA), el cráter más grande y antiguo del satélite natural, y descubrió que el impacto que le dio origen ocurrió desde una dirección distinta a la que se creía. Este giro en la interpretación abre una oportunidad inédita para las próximas misiones Artemis de la NASA, que planean aterrizar astronautas en esa zona a mediados de 2027 para recolectar materiales nunca estudiados directamente. La barcaza Pegasus de la NASA, que contiene la etapa central completamente ensamblada para el cohete del Sistema de lanzamiento espacial de la NASA, para la misión Artemis, llega al Centro Espacial Kennedy en Cabo Cañaveral, Florida, EE.UU. (EFE/Cristóbal Herrera-Ulashkevich) El nuevo estudio fue liderado por Jeffrey Andrews-Hanna, científico planetario de la Universidad de Arizona, y publicado en la revista Nature. Sus conclusiones no solo ofrecen una mirada fresca sobre la historia geológica de la Luna, sino que también proporcionan pistas para resolver interrogantes que persisten desde hace décadas. Entre ellos, por qué el lado oculto de la Luna es tan diferente de su cara visible y cómo se distribuyeron los elementos radiactivos en su interior durante las primeras etapas de su formación. Hace aproximadamente 4460 millones de años, un protoplaneta del tamaño de Marte, conocido como Theia, colisionó con la Tierra. El choque generó una nube de escombros que se aglutinó hasta formar el satélite. En los primeros 200 millones de años posteriores, la Luna estuvo cubierta por un océano de magma. A medida que el satélite se alejaba de la Tierra, ese océano se enfrió y cristalizó, formando una corteza externa estable que permaneció casi intacta durante miles de millones de años, salvo por los constantes impactos de meteoritos. Una cámara en el ala del panel solar de Orión captura una vista de la nave espacial, la Tierra y la Luna durante el sobrevuelo de la Luna como parte de la misión Artemis I el 21 de noviembre de 2022 en una imagen fija de un video. Artemis I, la primera prueba de vuelo de la cápsula Orión de la NASA y el cohete Space Launch System, lanzado el 16 de noviembre de 2022. (NASA TV/Distribuida vía REUTERS) Unos 4300 millones de años atrás, cuando el Sistema Solar aún era joven, un asteroide gigantesco se estrelló contra la cara oculta de la Luna. La colisión excavó una depresión monumental de más de 2500 kilómetros de diámetro y hasta 8 kilómetros de profundidad: la Cuenca del Polo Sur-Aitken. Durante décadas se sostuvo que el impacto había llegado desde el sur, lo que explicaba la acumulación de ciertos elementos en el borde norte del cráter. Sin embargo, el nuevo análisis muestra que la dirección fue la opuesta: el asteroide golpeó desde el norte, provocando que los restos se concentraran en el borde sur. Justamente allí es donde Artemis III planea enviar su tripulación. “Esto significa que las misiones Artemis aterrizarán en el borde inferior de la cuenca, el mejor lugar para estudiar la cuenca de impacto más grande y antigua de la Luna”, explicó el científico Andrews-Hanna. Según el investigador, es en esa zona donde deberían concentrarse los materiales más profundos del interior lunar, expulsados durante el impacto inicial. La NASA certifica que su nave Artemis II está lista para ir a la Luna. (NASA) El equipo llegó a esta conclusión al comparar la forma de la cuenca lunar con la de otras estructuras similares del sistema solar, como la cuenca Hellas de Marte y la cuenca Sputnik de Plutón. Todas presentan una característica forma asimétrica, con un extremo redondeado y otro puntiagudo. Esa “punta” marca la dirección desde la que llegó el proyectil. Los investigadores también revisaron los datos recopilados por la sonda Lunar Prospector, que orbitó la Luna entre 1998 y 1999. Al analizar la radiactividad superficial, detectaron una concentración de torio —elemento clave del material KREEP— en el borde suroeste de la cuenca, una pista decisiva que reforzó la hipótesis del impacto norte-sur. Un cambio de perspectiva sobre la historia lunar Ilustración del diseño del módulo de aterrizaje humano SpaceX Starship que llevará a los primeros astronautas de la NASA a la superficie de la Luna bajo el programa Artemisa. (SPACE X) La importancia de este hallazgo no se limita a reescribir un capítulo de la geología lunar. También abre una ventana única para comprender el proceso de enfriamiento del satélite y el papel de un conjunto particular de elementos radiactivos conocidos como KREEP (por sus siglas en inglés: potasio, tierras raras y fósforo). Durante la cristalización del océano de magma, los minerales pesados descendieron para formar el manto, mientras que los más livianos flotaron y generaron la corteza. Entre ambos quedó un residuo líquido rico en elementos radiactivos. “Si alguna vez has dejado una lata de refresco en el congelador, habrás notado que, a medida que el agua se solidifica, el jarabe de maíz de alta fructosa resiste la congelación hasta el final y, en cambio, se concentra en los últimos restos de líquido. Creemos que algo similar ocurrió en la Luna con KREEP”, comentó Andrews-Hanna. El objetivo de la misión es establecer una presencia humana sostenible en la Luna ( Imagen/NASA) Estos materiales se concentraron de manera desigual. Por razones que todavía no se comprenden del todo, terminaron mayormente en la cara visible del satélite, provocando un calentamiento diferencial que impulsó un intenso vulcanismo y formó las extensas llanuras oscuras que se ven desde la Tierra. El lado oculto, en cambio, quedó cubierto por una corteza mucho más gruesa, un contraste que ha intrigado a los científicos durante décadas. “Nuestra teoría es que a medida que la corteza se engrosaba en el lado opuesto, el océano de magma que se encontraba debajo fue expulsado hacia los lados, como pasta de dientes extraída de un tubo, hasta que la mayor parte terminó en el lado cercano”, precisó el investigador. El análisis de la cuenca Aitken detectó una distribución asimétrica de torio: abundante en el flanco occidental, casi ausente en el oriental. Esto sugiere que el impacto abrió una “ventana” a capas internas que habían quedado bajo la superficie de la cara oculta, justo en el límite entre la corteza normal y la enriquecida con KREEP. Esta imagen muestra nueve regiones de aterrizaje candidatas para la misión Artemis III de la NASA, y cada región contiene múltiples sitios potenciales para el primer aterrizaje tripulado en la Luna en más de 50 años. (NASA) Según Andrews-Hanna, esta configuración coincide con las predicciones de los modelos que explican cómo se solidificó el océano de magma lunar en sus etapas finales. La misión tripulada Artemis III que descenderá en la Luna, actualmente programada para 2027, tiene previsto alunizar en esta región estratégica. Los astronautas podrían recolectar muestras directamente de los depósitos de KREEP, algo que jamás se logró en misiones anteriores. Estas rocas contienen información única sobre los primeros millones de años de la Luna, cuando su interior estaba activo y en transformación. Los análisis en laboratorio permitirán datar con precisión distintos eventos, reconstruir la evolución térmica del satélite y entender cómo su historia se relaciona con la de la Tierra. La nueva carrera lunar y la oportunidad científica Tripulantes de Artemis II. Arriba Victor Glover, Izquierda Christina Koch, Abajo Reid Wiseman y a la derecha Jeremy Hansen (NASA) Mientras la NASA prepara el regreso de los humanos a la superficie lunar por primera vez desde 1972, el contexto internacional suma presión y expectativas. China ya logró traer a la Tierra las primeras muestras de la cara oculta mediante la misión Chang’e 6 en 2024. Las rocas se obtuvieron precisamente desde el interior de la cuenca Aitken y se compartieron con varios países, aunque la NASA todavía no recibió autorización para analizarlas. La misión Artemis III enfrenta sus propios desafíos. Su lanzamiento depende de que Artemis II, programada para febrero o abril de 2026, complete un vuelo tripulado orbital alrededor de la Luna. Además, el presupuesto de la agencia espacial estadounidense para 2026 sufrió recortes históricos, lo que podría provocar nuevos retrasos. Aun así, la comunidad científica mantiene altas expectativas. “Esas muestras serán analizadas por científicos de todo el mundo, incluso aquí en la Universidad de Arizona, donde contamos con instalaciones de última generación especialmente diseñadas para ese tipo de análisis. Con Artemis, tendremos muestras para estudiar aquí en la Tierra y sabremos exactamente qué son”, adelantó Andrews-Hanna. Esta visualización simula lo que la tripulación de Artemis II podría ver a través de las ventanas de Orión el día de su aproximación más cercana a la Luna.(NASA GODDARD/ERNIE WRIGHT) Para los geólogos planetarios, la posibilidad de acceder a fragmentos de material lunar que se originaron en las profundidades representa un salto cualitativo. El torio y otros elementos radiactivos detectados por las sondas orbitales ofrecen pistas generales, pero los estudios detallados solo son posibles con muestras en mano. Estas podrían responder preguntas clave sobre la evolución térmica, la asimetría de la corteza y la distribución de materiales en el interior lunar. El hallazgo sobre la dirección del impacto que dio origen a la cuenca Aitken cambia la estrategia de exploración. Si Artemis logra aterrizar en el borde sur, donde se concentra la eyección del impacto, se abrirá una nueva etapa en el conocimiento del satélite. Los datos recopilados en la superficie, sumados a los estudios previos por teledetección, permitirán construir un relato más completo sobre cómo se formó y evolucionó la Luna. Lejos de ser un detalle técnico, este cambio de perspectiva redefine las prioridades científicas de la próxima exploración humana. La combinación de modelos geológicos, observaciones orbitales y futuras muestras físicas promete revelar secretos guardados durante más de cuatro mil millones de años en la superficie gris y silenciosa de nuestro vecino celeste.

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