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  • El día en que nació el “Saint Christopher”

    Usuhahia » Diario Prensa

    Fecha: 16/10/2025 04:37

    A 82 años de la botadura de un símbolo de la memoria fueguina. Era sábado, y el día prometía una mayor presencia de público en un acto que no era el primero. Quizás esa fue la razón por la cual la ceremonia se demoró hasta después del mediodía. Joy Creyk, esposa de una de las autoridades locales, eligió un vestido elegante y se preparó con el orgullo de haber sido designada madrina de aquel nuevo barco que pronto sería arrojado al mar. La pequeña localidad de Camden, en el estado de Maine (Estados Unidos), contaba en su costa atlántica con el astillero Camden Shipbuilding & Marine Railway Co., taller que había sido designado por la Marina de los Estados Unidos para la construcción de doce ATR, (Transporte Auxiliar de Rescate). Eran tiempos de urgencia y producción febril, en pocos meses, los trabajadores del astillero habían botado los ATR-17, 18 y 19, y ahora llegaba el turno del ATR-20, al que denominaron “Justice”. Era el 16 de octubre de 1943, y el mundo se encontraba sumido en el peor momento de la guerra. Desde hacía cuatro años, los océanos se habían transformado en escenarios de combate. La supremacía naval era decisiva, y con ella, la necesidad de contar con naves preparadas para enfrentar las consecuencias del fuego enemigo. No todos los barcos estaban destinados al combate. Algunos —como los ATR— habían sido concebidos para una tarea tan silenciosa como heroica: remolcar buques averiados, rescatar náufragos, apagar incendios y devolver la esperanza allí donde reinaba el caos. El Justice, construido casi por completo en madera, representaba esa vocación de servicio. No llevaba cañones ni blindaje, pero sí la fortaleza de quienes enfrentan el peligro sin buscar gloria. Tras su botadura, debía superar un período de pruebas que se extendería hasta las semanas previas al famoso Desembarco de Normandía, en junio de 1944. Seguramente por eso, un mes antes de esa operación, un parte oficial ordenaría concluir de inmediato las pruebas: el Justice debía ser comisionado al Reino Unido. Su destino estaba sellado. Aquella mañana de otoño, las autoridades locales y gran parte de los trabajadores del astillero rodeaban la nave. Joy Creyk ascendió a un pequeño palco improvisado que la acercaba a la proa. Con un gesto nervioso, levantó la botella de champán, la estrelló contra el casco y la espuma salpicó su vestido y las maderas del barco. El público aplaudió con entusiasmo. Eran las 2:44 p.m. del 16 de octubre de 1943. Nadie allí podía imaginar que ese remolcador, nacido en una pequeña bahía del noreste estadounidense, recorrería medio mundo y sobreviviría a una de las mayores operaciones militares de la historia. Participaría en las misiones de rescate y salvamento durante el desembarco aliado en Normandía, en aquellas jornadas de junio de 1944 que marcaron el inicio del fin de la Segunda Guerra Mundial. Pasaron los años. Terminada la contienda, el Justice sería desmilitarizado y pasaría por distintos puertos europeos. En Génova, Italia, sería adquirido por empresarios vinculados al salvamento marítimo y rebautizado con el nombre que hoy todos conocemos: Saint Christopher. Desde allí zarparía hacia el fin del mundo, rumbo a Ushuaia, para participar en la frustrada pero recordada campaña de reflotamiento del Monte Cervantes, el célebre crucero alemán hundido frente a la ciudad en 1930. Ochenta y dos años después —de la guerra, de las batallas, de haber salvado vidas y socorrido naves en peligro—, aquel viejo barco de casco vencido descansa en la bahía de Ushuaia. Su silueta oxidada se ha fundido con el paisaje austral y con la memoria de los fueguinos. Ya no es un instrumento de guerra ni de rescate, es un símbolo, un testigo mudo de la historia del siglo XX, que une dos orillas —la del Atlántico Norte y la del Beagle— en un mismo relato de esfuerzo, sacrificio y esperanza. Recordar su botadura, un 16 de octubre de 1943, es también recordar la capacidad humana de reconstruir, de asistir, de salvar. Y en Ushuaia, donde el viento y la memoria soplan con la misma fuerza, el Saint Christopher continúa cumpliendo su misión: rescatar el pasado para mantenerlo a flote.

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