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  • Sindrome de Hubris o de la arrogancia

    » Diario Cordoba

    Fecha: 15/10/2025 09:36

    La hýbris, hibris o hubris es un concepto helénico que, aunque aludía a la gente que en el teatro robaba escena, su significado real, dentro del marco filosófico y moral de los antiguos griegos, iba más allá y venía a significar orgullo y arrogancia desmesurados, prepotencia o soberbia. Era una manifestación del ego desmedido e incontrolado. Esta conducta, juzgada deshonrosa, constituía un problema ético y político contrario a los preceptos délficos, metron ariston (lo mejor es la medida), mëdèn ágan (nada en exceso) y gnóthí seautón (conócete a ti mismo), de tal modo que, en la Grecia antigua, razonaron que aquellas personas poseídas por esta aberración no estaban capacitadas para gobernar. De otra parte Némesis, diosa de la justicia retributiva, la solidaridad, la venganza, el equilibrio y la fortuna, castigaba inexorablemente a los humanos con hubris. Así lo expresó Herodoto de Halicarsano: «Puedes observar cómo la divinidad fulmina con sus rayos a los seres que sobresalen demasiado, sin permitir que se jacten de su condición». En la primera década de este siglo, el Dr. David Owen, neurólogo y Lord Chancellor británico, combinando su mentalidad de médico con la de político, publica varios artículos y un libro titulado In sickness and in power: illness in head of government during the last 100 years en los que analiza el comportamiento y perfil psicológico de presidentes de los Estados Unidos de América y primeros ministros del Reino Unido, durante los últimos cien años, acuñando el término Síndrome de Hubris para describir un trastorno de personalidad que detecta en varios de ellos tras llegar a ser cabezas de gobierno, en un tiempo que oscila entre 1 y 9 años. Afecta a individuos mentalmente sanos sin otro antecedente, en este sentido, que ciertos rasgos de personalidad narcisista, atributos que no son excepcionales, en sujetos que alcanzan el liderazgo en sus profesiones. Se caracteriza por un cambio de comportamiento marcado por una conducta arrogante con engreimiento exagerado, autoconfianza desbordante con imprudencia e impulsividad, menosprecio a las opiniones ajenas, impermeabilidad a la crítica e indolencia ante las necesidades de los demás. Aunque puede padecerla o, según se mire, disfrutarla cualquier individuo situado en cargos dirigentes (deporte, empresarios, medicina, jerarquía eclesiástica, mundo académico, judicatura, ejército, etc.), es en la esfera política donde con mayor frecuencia arraiga, por lo que también se le denomina «enfermedad del político» y «enfermedad del poder» por su directa relación con él. Los adalides gubernamentales parasitados por la hubris consideran al mundo y sus ciudadanos como un mero campo donde ejercer su supremacía y autoglorificarse, se preocupan excesivamente por su imagen pública y realizan acciones que la favorecen, se identifican con el estado o, incluso, con la nación y poseen la certidumbre que sus iguales o la sociedad no puede juzgarlos, solo la historia o Dios, estando seguros que les absolverá. Explotan a las gentes en su propio beneficio e ignoran o no les importan los costes que tengan sus decisiones. No es raro que exhiban celo mesiánico y utilicen la forma regia de nosotros para referirse a sí mismos. Esta actitud les conduce a un alejamiento progresivo de la realidad «viendo solo lo que quiere ver» y a tomar decisiones erróneas, que nunca reconocerán como tales. Este trastorno adquirido es favorecido por la adulación y, sobre todo, por la ausencia de restricciones establecidas a sus prácticas, en sus respectivos escenarios de acción. Puede ser transitorio, remitiendo cuando el status relevante que gozan estos personajes se esfuma. No se dan fácilmente por vencidos, rebelándose, ante el descalabro sufrido, a cualquier precio, incluso abjurando de sus primigenios principios profesionales o morales. Suelen desarrollar ideas paranoides percibiendo enemigos y envidiosos por doquier. El otro epílogo posible tras su declive es el aislamiento y caída en profunda depresión sin comprender nunca por qué han sido desposeídos de sus cargos. A pesar de su singularidad, este trastorno aún no es recogido en los tratados internacionales de enfermedades psíquicas y mentales, quedando posiblemente incluido en la sección de trastorno de personalidad narcisista, con los que comparte la mayoría de los atributos, pero en este caso con pinceladas de comportamiento antisocial, paranoide e histriónico asociados. Su proximidad a la llamada «triada oscura» de Paulhus y William (narcisismo, maquiavelismo y psicopatía) es innegable. Dos cuestiones fundamentales nos surgen ante los hubris: ¿Puede detectarlos la sociedad antes de que obtengan puestos de responsabilidad? y ¿cómo desalojarlos de sus tronos para así evitar las terribles consecuencias de un liderazgo destructivo, antes que no haya remedio? Creemos que un primer paso sería reconocer este síndrome como una entidad nosológica específica, definida por una serie de criterios diagnósticos, ya propuestos por Owen junto al psiquiatra Jonathan Davidson, puesto que un síndrome delimitado e identificado se vuelve más fácil de predecir, prevenir y, tal vez, de tratar. Establecer evaluaciones neuropsicológicas independientes antes de asumir el cargo, así como instaurar restricciones estatutarias, como limitar el tiempo de presidencia en cualquier ámbito a 4 o 5 años, son propuestas interesantes. A todos nos vienen a la mente un importante número de reyes, emperadores, dictadores, militares, etc. con comportamientos «hubrísticos», entre otros desvaríos (Nerón, Napoleón, Luis IV, Hitler, Mussolini, Stalin, Mao Zedong, Idi Amin, Robert Mugabe, Pol Pot y un desgraciado largo etcétera). Pero como cuadro clínico «puro» sin otras connotaciones, como es el caso de los mandatarios antes citados, el Dr. Owen en su investigación, señala como ejemplos representativos de sujetos previamente sensatos que desarrollan este disturbio a David Lloyd, George W. Bush, Tony Blair y Margaret Thatcher. No es necesario mencionar los nombres de personajes, de gran actualidad, con el perfil de esta socio-psico-patología, dentro de la política nacional e internacional, de los que lamentablemente dependen nuestras vidas y a los que vendría bien asignar, como Roma lo hacía con los generales que regresaban victoriosos, un servus publicus que tras de sí les repita memento mori (recuerda que eres mortal) para que no olviden los límites de su poder y lo efímero de la vida . *Neurólogo

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