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» Diario Cordoba
Fecha: 13/10/2025 11:21
La entrada en vigor del alto el fuego en Gaza no es un tratado de paz, pero es el resorte que abre la puerta a la esperanza después de dos años de matanza. La retirada de la vanguardia israelí hacia la llamada línea amarilla, el regreso de gazatís al lugar donde estaban sus hogares, el convencimiento de que en breve se producirá el intercambio de rehenes y presos palestinos y la actitud expectante de la comunidad internacional ante los primeros pasos en la dirección correcta justifican un razonable grado de optimismo más allá de los muchos flecos que quedan pendientes después de la aceptación generalizada del plan de 20 puntos para solucionar la crisis en la Franja. El hecho de que no solo los aliados de Estados Unidos, China, Rusia y el resto de actores de peso a escala mundial, sino también que los países árabes y la Autoridad Palestina, hayan dado el visto bueno al rumbo emprendido a mediodía de ayer -callaron las armas- otorga a la desescalada una robustez indiscutible. El hecho de que se cumpla la primera parte del programa presentado por la Casa Blanca es un éxito en sí mismo; que la lógica de tal programa sea resultado del enfoque de la crisis de la administración de Donald Trump es relevante, pero no invalidante. Como tantas veces sucede en situaciones extremas, su resolución no puede complacer por completo a las partes enfrentadas, pero se antoja útil para avanzar hacia un desenlace equilibrado, eficaz y duradero que no ofenda la memoria de los muertos. Vendrán, sin duda, momentos delicados conforme avance la aplicación del plan. El desarme de Hamás y la retirada completa de Israel de la Franja hasta la llamada línea de seguridad será de una complejidad extrema, pero no hay alternativa viable a afrontar los problemas y a adoptar seguramente soluciones intermedias. Porque la mezcla de presión y movilización de la opinión pública, la multiplicación de los reconocimientos del Estado palestino y las exigencias de Estados Unidos a Israel han establecido un marco de referencia del que difícilmente podrá salir indemne quien se lo quiera saltar o someterlo a grosera manipulación. Como tantas veces en la historia, la fuerza de un pacto formalizado con luz y taquígrafos tiene un estimable poder de disuasión sobre quienes se sienten tentados a no respetarlo. El alivio tras la dimensión apocalíptica de la masacre que ha seguido durante dos años al ataque terrorista de Hamás induce a ejercitar el optimismo, aunque se levanten obstáculos en el camino hacia la paz definitiva, la solución de los dos estados -más compleja aún que la paz misma- y la relajación de las tensiones regionales en Oriente Próximo. Solo así será posible la reconstrucción de un paisaje devastado, la perspectiva de un futuro sin amenazas para dos millones de gazatís y el afianzamiento de la seguridad en la periferia de Israel, liberado quizá de los extremismos vociferantes de varios de sus líderes. Buscar vías diferentes a lo que empieza a ser una realidad resulta en verdad estéril porque nada es de aplicación sobre el terreno si no cuenta con el poder de intervención determinante de Estados Unidos y la complicidad de los directamente implicados en una tragedia que suma más de 67.000 muertos. En ese sentido, resultan ilustrativas las declaraciones de los primeros gazatís de vuelta a casa.
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