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  • Un reencuentro casual en el Barrio Chino con su primer novio, el problema que eligieron ignorar y un acto de amor verdadero

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 12/10/2025 06:33

    Sonia y César se reencontraron en el Barrio Chino por casualidad (Imagen Ilustrativa Infobae) Sonia hacía unos tres años que se había separado cuando un día de esos de calor agobiante, caminando por el Barrio Chino de Belgrano, en la ciudad de Buenos Aires, se chocó con César en la vereda. Le costó reconocerlo porque él ya tenía la cabeza blanca. Hacía años que no sabía nada de él, décadas. A pesar de tener amigos en común, tenía solo una vaga idea de su vida que se había casado y divorciado y que tenía hijos. Iban los dos tan ensimismados, en busca de algún pescado para cocinar esa noche, que casi siguen su marcha después de un “perdón”. Pero al borde de seguir camino Sonia levantó la vista y vio su cara a centímetros. “¿¡¡Qué hacés César!!!?”, dijo Sonia con una sonrisa estampada en la cara. El topetazo había sido con su amigo de la infancia y novio de la adolescencia. Al desconcierto inicial de ambos, le siguieron las risas y varios café envueltos en espirales de humo en un café de la calle Juramento. La vida los había colocado el uno frente al otro casi cuarenta años después. En el túnel del tiempo “Fue un viaje al pasado. Nos reímos como locos, recordamos nuestro noviazgo en la ciudad de Santa Fe donde vivíamos por entonces. Nuestras familias eran amigas, vivían en la misma cuadra, y nosotros descubrimos juntos el sexo y la ternura. La vida nos separó cuando empezamos a estudiar cada uno lo suyo en Buenos Aires. Yo, profesorado de historia; él, veterinaria. Chau, nunca más nos vimos, ni nos extrañamos, ni nada. Era un lindo recuerdo de los 16 o 17 años y el corte se había producido sin bajas emocionales, ni grandes dramas por lo menos para mí”, recuerda Sonia con una sonrisa iluminada. En las varias décadas de vida que siguieron Sonia tuvo dos novios, se casó con un tercero, parió una hija con tratamiento de fertilización asistida y, cuando ella tenía 11 años, se divorció porque descubrió que su marido salía, nada original, con su secretaria. A partir de allí su corazón viajó a los saltos de un intento de pareja a otro, sin dar nunca con la persona justa para seguir caminando la existencia. Sonia estaba conmovida por el hecho de volver a compartir momentos con su novio de la adolescencia (Imagen Ilustrativa Infobae) Sus clases de historia en varios colegios secundarios, sus amigas, algún que otro viaje y el ejercicio de la maternidad ocupó el ciento por ciento de su agenda. “Estaba bien, un poco aburrida, pero bien. No tenía grandes expectativas de cambio en mi vida y tampoco las buscaba. Ya habían muerto mis padres y pisaba los 57 años. Mi hija tenía 22 y se había independizado porque le iba muy bien en lo suyo que es la informática y trabaja para el exterior. Por eso, encontrarme con mi pasado, con una parte de lo que había sido mi vida en Santa Fe, lo viví como algo conmovedor”, explica. Ese mediodía en el Barrio Chino le inyectó la cuota de alegría que precisaba para su vida. Se pasaron sus WhatsApp y las charlas siguieron por teléfono y, también, en sucesivos encuentros en pocas semanas. Continúa con su relato: “Lo bueno es que con César no tenía que explicarle nada porque sabía de qué hablaba, de quiénes hablaba, qué sentía, qué le gustaba. Era una confianza plena, total. Algo que no se da con desconocidos que no tuvieron contacto con tu vida previa. César me confesó enseguida que él había quedado enamoradísimo de mí, que siempre se había preguntado cómo habría sido su vida conmigo. Que me extrañaba. Cuando cortamos, fui yo la de la iniciativa, por timidez no me había dicho nada de su tristeza ni había insistido en continuar con la relación”. Un plantón y… una mala noticia El primer mes fueron solo charlas y chisporroteo amistoso con un dejo de coquetería seductora. Pero la cosa evolucionó y pasaron a encontrarse de noche. Un par de salidas terminaron en la casa de César; otras en la de Sonia. Iban al cine, a comer, a tomar algo a algún barcito de moda. Y después, los fines de semana, dormían en la casa de alguno de los dos. Eran adultos libres así que nada que objetar. Al principio eligieron no contarle a nadie lo que les ocurría. Sonia fue la de la idea: “Yo estaba tan contenta y divertida que opté por disfrutar más que comentarlo con amigas. No quería escuchar opiniones ni las estupideces que, a veces, las amigas dicen. No sé si por resentimiento, por envidia o por exceso de cuidado siempre están las que cultivan el desánimo. Así que me callé durante un mes y medio o quizá dos y no se lo conté a nadie. Ni a mi hija. Obvio que todos me veían más feliz que de costumbre y bromeaban. Él creo que tampoco dijo mucho, yo pensé que quizá era por temor a que la relación terminara. También creí que podría ser que su ex, a quien conocía de lejos, podría ponerse en contra o algo así. No sé. Yo me dediqué a disfrutar y punto”. Habían pasado unos cinco meses desde aquel encuentro en el Barrio Chino que sucedió algo que Sonia no pudo pasar por alto. “Yo veía que César iba y venía de los médicos. No le presté mucha atención, pensé que eran simples chequeos y él no decía nada. Tomaba muchos remedios, pero tampoco era algo que me puse a analizar. Yo también tomaba para mi tiroides, para mi colesterol, para mi osteopenia, para mis migrañas. Qué se yo… la edad suele sumarte mil pastillas de colores en la mesa de luz. Sí notaba que, a veces, él estaba cansadísimo. Yo lo atribuía a su viajes al campo y a su intenso trabajo. A pesar de estar agotado siempre quería salir, nunca dejaba un plan por ello y se mostraba dispuesto a disfrutar. Hasta que un día no pudo más… Fue un fin de semana en que habíamos quedado en ir a Capilla del Señor a comer con unos amigos de él. Tenía que pasarme a buscar por la mañana temprano para evitar el tráfico y no apareció. Yo no paraba de mandarle mensajes y llamarlo pero no atendía. Era extrañísimo. Así que agarré las llaves que él me había dado una vez para entrar a su casa y me fui en un taxi hasta su departamento en el barrio de Núñez. Entré al edificio corriendo, ya estaba en estado de alerta. No esperé el ascensor y subí de dos en dos la escalera hasta el tercer piso. Abrí nerviosa la puerta y entré. Lo encontré desmayado en su cama. Estaba blanco como un papel. Llamé a la ambulancia y vinieron volando. Quedó internado. Vinieron sus hijos, su hermano que vive en Martínez, amigos… Ahí me enteré lo que pasaba, la verdad de la que no había sabido nada: César estaba con un cáncer de hígado complicado”. Había quedado con César que pasaría a buscarla pero faltó a la cita. La razón era que estaba desmayado (Imagen Ilustrativa Infobae) Breve, pero bueno Sonia no pudo enojarse con César. No le reclamó no saber. Tampoco ella había preguntado cuando vio la batería de medicamentos. Sintió que quizá no había querido saber. Y estaba convencida de que ella había sido para él la ilusión necesaria para seguir respirando la vida sin la etiqueta de la enfermedad pegada en la frente. “Lo que siguió a ese día fueron charlas interminables y profundas. Fue para mí asimilar el golpe, aceptarlo y decidir acompañarlo. No me iba a borrar. Quería estar más que nunca con él. Me junté con un amigo, Iván, que es sacerdote, le conté lo que pasaba y me consoló con mucha altura. Me dijo que acompañar en el proceso de despedida era un verdadero acto de amor. Y que si yo sentía que quería hacerlo que lo hiciera. Lo hablé con César y estuvo de acuerdo. Él me dijo que me amaba y le revelé que también sentía lo mismo y que no quería escaparme porque él tuviese cáncer. Le prometí que lo que fuera que quedase lo atravesaríamos juntos con la mejor cara posible. Fue un acuerdo de apostar al futuro, el tiempo que durara, con alegría”. Sonia y César sellaron su amor en un altar lleno de flores en el campo (Imagen Ilustrativa Infobae) Sonia siguió apoyándose en la escucha del sacerdote Iván y un día surgió una idea más alocada: ¿por qué no se casaban y festejaban ese amor breve pero intenso que se tenían? Él podría casarlos. Sonia saltó de felicidad y compró la idea. César, sorprendido al principio, estuvo de acuerdo. Era un buen proyecto. “Sería un casamiento ante Dios. Los dos somos creyentes, aunque no creas que tan fanáticos. Pero nos pareció una lindísima idea. No nos complicaría la vida con los hijos ni con nada. Solo íbamos a celebrar habernos reencontrado en la vida prometiéndonos amor eterno y lo que eso implica”, concluye. En abril de 2025 César y Sonia contrajeron matrimonio ante un altar lleno de flores blancas en medio del campo, en la quinta de un amigo de César en Exaltación de la Cruz ante 80 invitados. Los casó Iván que los bendijo bajo el sol radiante. Tomaron un micrófono y hablaron prometiéndose amor eterno: “Sea lo que dure la eternidad”, remató Sonia conmovida. Todos lloraron. Todos entendieron. Estuvieron casados y conviviendo en el departamento de César durante 67 días. El 11 de junio César murió en los brazos de Sonia y en su casa. “Hablábamos sin pausa de todo. No había tema que no pudiéramos tocar. Realmente mal estuvo los últimos diez días. ¡Yo fui tan feliz de estar ahí para acompañarlo, amarlo y cuidarlo! Para domar su angustia y reírnos de todo. No me arrepiento de nada. Algunos conocidos tuvieron la audacia, antes de casarme, de intentar aconsejarme: ¿Cómo te vas a casar con un condenado a muerte? Es tristísimo, no sabés en lo que te metés, te puede hacer muy mal… ¿Sabés que esa gente no entiende nada? Creían que yo estaba deprimida. Nada que ver. Yo entiendo que la muerte es parte de la vida y negarla no te hace más feliz. Todo lo contrario. Yo acepté que él iba a morir; él también ya lo había aceptado. Se vive un día a la vez. Decidí estar cada día con él porque me hacía feliz a mí y lo hacía feliz a él. No me asustó pensar en el deterioro, en los malos momentos que podrían venir. Amaba a César y lo iba a ayudar con su envase temporal, con ese cuerpo que le daba tanto trabajo en el día a día. Aún así, hasta poco antes de su partida física, tuvimos encuentros sexuales, como pudimos. Nos amamos con nuestra eternidad”, revela. Su novio de la adolescencia murió en sus brazos (Imagen Ilustrativa Infobae) Sonia no lamenta la pérdida de César, agradece todos los días haber tenido la posibilidad de vivir esos meses de enorme felicidad con él. “Para mí casarnos fue el acto de amor más grande que pudimos ejecutar: permitirnos vivir nuestros sentimientos a pesar de que sabíamos que el trecho que nos tocaba era corto. Toda historia tendrá un final, uno de los dos en cualquier pareja, habitualmente, se va antes… Solo que en nuestra relación eso lo veíamos más cerca. Pero no dejar que esa finitud gobernara mi presente fue una elección consciente. La mejor que pude haber hecho. Y la segunda elección que me gustaría dejar como enseñanza de vida para otros, si es que puede ser útil, es que decidimos hacerlo desde la alegría, sin instalarnos en los lamentos inútiles que te hacen perder un tiempo valioso”. *Escribinos y contanos tu historia. amoresreales@infobae.com * Amores Reales es una serie de historias verdaderas, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, los nombres de los protagonistas serán cambiados para proteger su identidad y las fotos, ilustrativas

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