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  • Filicidio cultural: la educación será clásica o no será nada

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 11/10/2025 06:42

    El saber tiene cada vez menos lugar en el aula y en consecuencia el docente es descalificado Asistimos a un torneo nacional de hipocresía donde a todos nosotros, miembros de un mundo adulto que redujimos a escombros, nos cabe mínimamente una medalla. En la Argentina el mundo adulto ha muerto, matando el norte del niño argentino. Su futuro y en él, el de la Nación. Los niños no tienen dirección ni sentido porque los adultos no los tenemos: dejamos de educar niños porque dejamos de educarnos a nosotros mismos. Nuestra principal hipocresía está en la negación, vía flagrante elusión, de la responsabilidad generacional que todos tenemos en el descalabro sociocultural de la Argentina, cuya magnitud arrasa, entre otras dimensiones, con una de las más (si no la más) determinantes: la educativo-formativa. La desaparición de la cultura educativa, producto de dinamitar toda estructura cultural sustantiva, volvió a transformar el pasado “Día del Maestro” en otro día oscuro. Aunque ciertamente esa oscuridad atraviesa cada día de la vida del niño en las últimas décadas. Niños armados. Niños verdugos de niños y de sí mismos. Labios que a los 8 ya quema el paco, a la par que en un gélido reformatorio una soga al cuello bloquea el último latido de esperanza. Crudísimas realidades sin importancia para la demencial (anti) cultura del entretenimiento consumista, que engrilla al “adulto” en el deleite sensorial. El niño es el chivo expiatorio de la abdicación del mundo adulto. En este cuadro, ¿cómo va a ser relevante la educación del niño si ni siquiera lo es su existencia misma? ¿Cómo va a ser relevante la educación del niño si ni siquiera lo es su existencia misma? La Argentina no da más. Hay que rescatar cada ápice o retazo de lucidez que permita trascender la oscuridad y dar de una vez por todas un giro cultural copernicano. Remitiéndonos a un pasado de por lo menos medio siglo, la educación no era de excelencia porque los colegios e institutos eran islas aisladas de alta cultura, pues la escuela y demás instituciones educativas son apenas el brazo ejecutor de una de las dimensiones formativas de la persona. Sin embargo, pretendemos transformarlo en la coartada de la claudicación ético-moral de toda una sociedad. La compleja anomia de esta realidad amerita sostener el orden y rigor analíticos que eviten más errores diagnósticos. La educación pública -cada vez más la privada también- no se destruyó a partir del desfinanciamiento abiertamente corrupto y sostenido (ello fue la estocada final) del Estado. Del mismo modo que la ESI (“educación sexual integral”), la ideología de género, el neo-ecologismo anti-persona, el hembrismo, etc., no son causalidad de la desintegración educativa sino síntomas consecuentes a la alienación de la sociedad argentina, respecto de su noción general de cultura y, en consecuencia, de cultura educativa: más profundamente, es la pérdida total de la noción de sabiduría humana ancestral acumulada. La ideología de género desplaza los saberes clásicos El sentido de responsabilidad histórica perdido en la frivolidad de la inconsciencia colectiva allanó el camino a cualquier desviación y excrecencia ideológica. Todo esto brota patente en la ignorancia de la verdadera formación integral de la persona. En el qué y en el cómo. La relevancia originaria del saber quedó soterrada en lo instintivo, es decir, “el sentido común” de la animalidad. Inexorablemente contradictorio. El mismo instinto que impulsa a los padres a un amor inconsciente, a desvivirse económicamente para mandar a sus hijos al mejor colegio posible, es el mismo instinto que induce el tránsito, sin escala, del colegio a las maratónicas jornadas de la tecno-adicción a las pantallas. Destruyendo, no sólo moral sino neuro-cognitivamente, al instante, el sacrificio paterno, el sacrificio docente y la capacidad más básica de la incorporación del conocimiento. Así dilucidamos que la desautorización personal de todo docente deviene primero de la irrelevancia generalizada modernista del saber. La relación de autoridad de maestro-alumno no es producto eminente del encuadre institucional sino principalmente sociocultural. Los niños, a merced de las pantallas (Imagen Ilustrativa Infobae) Hoy el maestro no tiene autoridad porque la sabiduría se volvió intrascendente. El deseo de conocer que todo hombre tiene por naturaleza, al que refiere Aristóteles al inicio de Metafísica, desapareció a manos de una alienación anestesiante y animalizadora. Es la misma razón por la que el abuelo dejó de ser figura de autoridad, al dejar de ser una fuente de saberes reconocida por familias estructuradas en saludables jerarquías, donde la sabiduría es, luego del amor, la joya más preciada para cuidar, compartir y legar. Concordantemente, estos últimos tiempos produjeron una plétora de escuelas neo-pedagógicas “vanguardistas”, que llanamente violan la naturaleza cognoscitiva, obstruyen la necesaria ejercitación de una musculatura intelectiva aguda, memoriosa, abstracta y creativa, e incluso ignoran la relevancia cardinal de las podas neuronales fisiológicas: como si hubiese irrumpido una nueva singularidad neuro evolutiva luego del cortex prefrontal, el lóbulo frontal propiamente dicho o la naturaleza de la interacción entre, áreas corticales y estructuras subcorticales con el aparato psíquico per se. Toda esta humareda no es más que otra cosmovisión anti-científica que goza del prestigio moderno propio de dar la espalda a la condición humana más elemental. Obsesionada con convertir al niño en una masa emocional amorfa carente de los cimientos cognitivos suficientes y la arquitectura psíquico-intelectual necesaria. Como corolario de este proceso irrumpe la inteligencia artificial, que al parecer debe “integrarse” en lugar de instrumentarse. Cual ser viviente, un par al que le debo preguntar lo que por insólita pereza no me pregunto a mí mismo u otro interlocutor real. Lo cierto es que no es un ser, sino un instrumento que vacía al ser, comenzando por el delegue absoluto de las funciones cognitivas, el trabajo intelectual y la creatividad. Es la inducción al (anti)propósito de no ser. ¿No ser qué? A esta altura, básicamente una persona. Terminando por sustituir al docente y esclavizar al niño en la indignidad de ser nada. Sufrimos en esta inmadurez generacional, la rapaz fascinación por lo nuevo, máxime si el nuevo, sofisticado e “inofensivo” juguete puede sustituir el arduo trabajo de ejercitar las herramientas naturales del desarrollo personal. Sin mínima consciencia de las consecuencias psicológicas de interactuar sistemáticamente a la ligera con una simulación de vida. Los adultos han declinado su responsabilidad en la transmisión de cultura (Imagen Ilustrativa Infobae) La inteligencia artificial es el nuevo control remoto de una televisión que es la vida misma del individuo. ¿Quiénes controlarán (y controlan) ese control remoto? Es y será controlado remotamente desde lugares muy humanos, llenos de inteligencia real. Ahora bien, toda esta focalización en una degradación cultural paradigmática, no sólo no diluye la responsabilidad específica de funcionarios, gobiernos, autoridades educativas, etc., en un momento argentino determinado. Contrariamente, la magnifica, cristalizando el verdadero valor de lo que no se está tutelando. Y, por tanto, ajusta la dimensión precisa de cada uno de los implicados en este gran acto de irresponsabilidad frente al baluarte común máximo de toda Nación: sus niños. En esta enorme negligencia, buscamos una carambola simplista para centrar el foco de tensión en el acotado marco de la escuela. Pero la escuela no es un metabolizador de disvalores sociales. No está diseñada para dar esa batalla. Es un potenciador de valores preexistentes, no pudiendo potenciar lo que no existe. La primera asignación de recursos que deberíamos discutir para el cuerpo docente excede la economía estatal; son los recursos culturales que una generación de presuntos adultos sembramos en la psique inmadura. Pues el docente es en esencia un labrador de mentes, y el correcto statu quo psíquico-intelectual del niño es la materia prima más preciada que debe recibir el maestro para trabajar en y con ella. ¿Cómo restituir entonces, una cultura educativa tal como aquella que otrora plagara la Argentina de virtud? Retornando al cauce liminal humano, cuya medula de principios universales inamovibles dan origen al eje sapiencial de la existencia. Al eje clásico. ¿Qué es lo clásico? Lo clásico, “classicus”, era el clarín cuyo sonido usaba la voz “referente” para convocar y anunciar un mensaje. El linaje clásico es la savia universal de referencia, donde deben arraigar las raíces de toda expresión cultural, intelectual y política para tener un norte trascendental de verdad, justicia y bien (individuo-colectivo). Lo clásico puede afilarse, pero no volver a forjarse. Puede enriquecerse, no rediseñarse. Lo clásico no es una altura determinada de la vara, sino la vara misma. La unidad de medida cultural. Una vara que hoy no está baja sino desaparecida. Metabolizada por la abolición de la Verdad. Renuncia a la Verdad que determinó el corte histórico en el correr intergeneracional del acervo que constituye, enriquece y perfecciona la sabiduría siglo tras siglo. En el presente, como nunca, hacer patria es sembrar cultura. Cultura contenedora de lo universal humano que ubica con virtuosismo a toda Nación en el mundo y en la Historia. Sólo allí brotará una cultura educativa clásica y humanista próspera: la educación será clásica o no será nada.

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