09/10/2025 05:55
09/10/2025 05:54
09/10/2025 05:54
09/10/2025 05:54
09/10/2025 05:54
09/10/2025 05:54
09/10/2025 05:53
09/10/2025 05:53
09/10/2025 05:53
09/10/2025 05:53
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 09/10/2025 02:38
El libro del día: “The Conservative Frontier”, del historiador Jeff Roche Mi primer trabajo después de graduarme de la Universidad de Texas en la década de 1980 fue como asistente de viaje, encargado de cargar las maletas de un candidato al Senado de los Estados Unidos. Así fue como me encontré mirando por la ventana de una avioneta, observando el vasto vacío del oeste de Texas. En el avión viajaba con nosotros un populista ingenioso, Jim Hightower, entonces comisionado agrícola de Texas. Como había crecido en la húmeda costa del golfo texano, le pedí a Hightower que me hablara de la tierra árida, plana y marrón que veíamos abajo. “Eso”, bromeó, “es la maldita Luna”. En The Conservative Frontier, una crónica política minuciosa y completa del oeste de Texas, Jeff Roche, historiador en el College of Wooster, Ohio, intenta mapear ese paisaje lunar y explicar cómo un área tan desolada, árida y vacía produjo una ética política que llegaría a dominar Texas y, con el tiempo, a todo el Partido Republicano. No pretendo subestimar la Luna. Después de todo, ejerce un poderoso efecto sobre la Tierra, hace subir y bajar las mareas e inspira siglos de canciones románticas. De forma parecida, según narra Roche, las implacables llanuras del oeste de Texas contienen el manantial de una poderosa corriente que va desde la Sociedad John Birch hasta Barry Goldwater y luego a través de Ronald Reagan hasta el resto del país. Roche tiene un nombre para la forma de ser del oeste texano: conservadurismo vaquero (y, gracias a Dios, no lo engrandece con mayúsculas). Sus principios, escribe, son la devoción al individualismo, el militarismo y el libre mercado, y está “animado por el anticomunismo y propenso a fantasías paranoicas”, sin olvidar “la supremacía blanca y la adherencia a roles de género tradicionales”. Un mujer con los colores de la bandera estadounidense en el desfile del 4 de julio, Día de la Independencia, en Texas City (REUTERS/Adrees Latif) Esa filosofía, sostiene Roche, surgió de la geografía particular del oeste de Texas. Los españoles llamaron a la región despoblado, un lugar donde es imposible vivir. Así lo fue para muchos, salvo para los comanches, que, como ha demostrado el historiador S.C. Gwynne en su notable Empire of the Summer Moon, fueron la fuerza de combate más temida de América del Norte. Controlaron la región hasta la década de 1870, cuando una larga campaña de colonos y soldados, destinada a exterminar sus búfalos y matar a sus guerreros, finalmente los expulsó. Un lugar así exigía individuos rudos, y los tuvo. Primero llegaron los hombres valientes que arrearon cientos de miles de vacas sobre millones de hectáreas, convirtiendo el tercio central del país en lo que Roche denomina el Reino del Ganado. Sobre todo interesados en la libertad de recorrer la tierra, se enamoraron de la autosuficiencia y sospechaban del gobierno que pudiera encerrarlos. Pero terminaron confinados en la década de 1880 por el alambre de púas, el riego impulsado por molinos de viento y los ferrocarriles que convirtieron los terrenos abiertos en fincas cuidadosamente divididas. Los nuevos agricultores que acudieron al oeste de Texas compraron no solo tierras, sino también un estilo de vida, decididamente monocromático. Roche comparte una descripción típica del Austin Democratic Statesman, que definía el Texas posterior a la Guerra Civil como “esencialmente un país de hombres blancos, ganado por el valor de los hombres blancos y que siempre será gobernado por hombres blancos”. Un agente de la policía de Texas pasa por encima del escudo del estado en el Capitolio en Austin, Texas (AP Foto/Eric Gay) Los personajes atraídos por este paraíso del hombre blanco a comienzos del siglo XX eran promotores, embaucadores y soñadores. Entre ellos figuraba el industrial del medio oeste C.W. Post quien, cansado de la actividad sindical en Michigan, construyó en 1907 una “utopía capitalista” en el oeste de Texas, con un periódico, The Post City Post, que promovía su causa. La tormenta del Dust Bowl llegó en la década de 1930, y Roche la describe con tal detalle que dan ganas de tomar agua para quitarse el polvo de la boca. El aire era tan denso que mataba “a los muy ancianos, los muy jóvenes y los muy débiles. Meses alimentándose de pasto cubierto de polvo desgastaron los dientes de las vacas hasta las encías y morían de hambre cuando ya no podían masticar”. Algunos expertos predijeron que ese tercio central de la nación se convertiría en un Sahara estadounidense, pero el New Deal del presidente Franklin Roosevelt salvó el oeste de Texas, y él ganó todos los condados de la zona durante su presidencia. El héroe local Lyndon Johnson le dio Texas a J.F.K. (por poco) y a sí mismo (por amplia mayoría). También amplió el New Deal de Roosevelt y lo superó con la Gran Sociedad. Pero con el tiempo, el viento del oeste de Texas sopló cada vez más fuerte desde la derecha, y el liberalismo de Roosevelt-Johnson desapareció como la capa superior de tierra en el Dust Bowl. Lyndon Johnson Uno de los personajes centrales en esta historia fue J. Evetts Haley. Un Zelig de la ultraderecha, Haley recorre el libro y las décadas. Creció entre ganaderos del oeste de Texas a principios del siglo XX, y sabía montar, lazar y disparar. También fue un historiador académico que escribió vívidamente sobre ganaderos de la frontera y de manera apocalíptica sobre la supuesta amenaza existencial del liberalismo. Había absorbido profundamente la cultura del oeste texano. En un panfleto de Haley titulado “The New Deal and the Negro Vote”, preguntaba si Texas permanecería “un país de hombres blancos” o si se “hundiría” hasta “el nivel cultural del negro, y la pureza de su sangre se corrompería con mezclas mulatas”. Eso fue en la década de 1930. Para los años cincuenta, según Roche, una red de ricos texanos conservadores había ayudado a convertir a Haley en “el Thomas Paine del suroeste”. Aunque sufrió muchos reveses, Haley finalmente hizo causa común con miembros de la Sociedad John Birch, reaccionarios amantes de las conspiraciones que se entusiasmaron con la campaña de Goldwater en 1964 y aprovecharon el inagotable dinero del petróleo para ganar fuerza en el partido estatal. En 1976, Haley desplegó toda su influencia para ayudar al exgobernador de California y vaquero de Hollywood, Ronald Reagan, a desafiar al republicano tradicional Gerald Ford en las primarias presidenciales. Reagan había cortejado Texas durante un año. Fue una victoria arrolladora. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, frente a una pintura del expresidente estadounidense Ronald Reagan (REUTERS/Brian Snyder) Por supuesto, grandes fortunas e ideólogos de derecha existen en todos los estados. Y sin duda, el carácter moderno del Partido Republicano surge de muchos matices regionales. Pero el oeste de Texas ha tenido un innegable poder de atracción, y Roche propone varias razones. El aislamiento influyó, al igual que la homogeneidad de su población, lo que permitió que cierto tipo de pensamiento utópico prosperara en una forma pura y, por tanto, potente. La imagen de la frontera, sobre la que descansa el conservadurismo vaquero, quizás sea el mayor y más poderoso ideal en la vida estadounidense. Aunque Texas hace tiempo cambió los búfalos por microchips y las redes sociales por el rodeo, el mito del individuo capaz de dominar el desierto persiste. Roche concluye su análisis con el ascenso de Reagan y la Nueva Derecha en la década de 1970. Pero deja suficientes pistas para mostrar cómo la versión texana del mito de la frontera logró una amplia audiencia: los Bush, aunque originarios de Connecticut, abrazaron la promesa del conservadurismo vaquero, presentando su mudanza al suroeste en la década de 1940 como una caravana del siglo XX que dejaba la comodidad del este en busca de los retos del oeste de Texas. Estos lazos con el partido a nivel nacional ayudaron a mantener el estado firmemente republicano en el siglo XXI mientras la construcción del mito proseguía. En 2017, el exprotagonista de “The Apprentice” incluso se puso un sombrero Stetson para una foto tras convertirse en presidente. (The New York Times)
Ver noticia original