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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 06/10/2025 04:52
Jesús Quintero nació el 19 de agosto de 1940, en la provincia española de Huelva. Hijo de José, el electricista y María, la campesina, en sus inicios quiso ser actor Cuando murió, hace tres años, dejó vacía la huella que había trazado golpe a golpe, como Antonio Machado, en el periodismo español, también en el de nuestro país, y en el arte siempre difícil de la entrevista. Hubo algo más. Saber que a Jesús Quintero lo había ganado para siempre el silencio, mordió un poco el filo áspero de la ironía: él había hecho del silencio una herramienta precisa, la piedra basal de su estilo: inquiría callado, o enarcaba las cejas, o sonreía con indulgencia, con malicia, con compasión, tal vez con comprensión, pero siempre en silencio; y esa estrategia sacaba del entrevistado más de lo que el entrevistado estaba dispuesto a decir. Y desplegó ese estilo, que expresaba siempre con calma, con lenta parsimonia, con deliberada morosidad, como si pensara unos segundos cada palabra por decir, palabra que estaba ya pensada, calculada y decidida, en una época, los años 80, en los que la tele del mundo empezaba a implantar un estilo en hipótesis más ágil, movido, gritado, farfullado, breve, apurado, no importa lo que digas total la gente mira la tele, chabacano con cierta elegancia, tosco sin perder galantería, grosero sin que se note en lo posible, necio disfrazado de sesudo. Quintero fue un oasis en aquel desierto en potencia. Y tuvo un éxito fantástico. Fue un tipo raro, pero desde chico. Su madre le decía que él era más raro que un perro verde o que un ratón colorado. Y Jesús hizo de las equivalencias de esas metáforas imposibles, el título de dos de sus programas exitosos. También inventó y condujo con éxito diverso, Qué sabe nadie, La boca del lobo, Cuerda de presos, El vagabundo y Ratones coloraos. Jesús Quintero patentó un estilo para entrevistar y se atrevió a llevar a los medios a personajes que no suelen ser protagonistas Había nacido en San Juan del Puerto, Huelva, el 18 de agosto de 1940; andaluz medular era hijo de María y de José: “Y yo, Jesús: ¿qué remedio? –clamó alguna vez–. Mi madre era muy cristiana, pero como las de Roma, cuando los echaban a los leones. Mi padre era electricista. Él iba a Huelva a trabajar y yo a estudiar. Viajábamos en tren y él preguntaba de todo a quien tenía en frente, era muy curioso. Yo me ponía nervioso y le daba patadas para que callara. Y luego, mi vida ha sido eso: preguntar”. Soñó con ser actor para escapar de un destino predestinado de carpintero como el padre o de obrero en la planta de celulosa local. Llegó a trepar a las tablas del teatro Lope de Vega, de Sevilla, hasta que una noche un cazatalentos de la radio, deslumbrado por la voz grave, potente y melodiosa de Quintero, le dijo que lo suyo estaba delante de un micrófono y no delante de las butacas de un teatro. A los veinte años animó las tardes de Radio Nacional de España como parte de un programa, Estudio 15-18, que no le convencía demasiado. Así que encaró a los directivos con la idea de un nuevo programa que tenía que llamarse El hombre de la roulotte, que iba a llevarlo a recorrer España en una furgoneta, a lo trashumante, para entrevistar a gente desconocida. Eso hizo. No salió a las rutas a describir paisajes, a pasar casi de soslayo por pueblos y ciudades; descubrió el alma de centenares de anónimos que, como todos, tenían una historia propia, unos sueños a cumplir, unos miedos a enfrentar, unas tragedias a las que sobreponerse. Ese fue un gran ensayo general de lo que serían luego los pilares de su carrera: fue a buscar historias adonde vivían las historias. El tipo no descubrió la pólvora, pero supo usarla cuando nadie lo hacía. Con los años, la Cadena Ser (Servicios Españoles de Radio) se lo llevó para su corral. Quintero pidió la madrugada e impuso una condición que hizo temblar y derrapar las buenas almas contables y a sus libros rigurosos: en su programa no habría publicidad. Así nació otro fenómeno internacional: El Loco de la colina. Jesús Quintero, junto a su hija Andrea, a quien tuvo con Ángeles Urrutia. Luego nació se segunda hija, Lola, fruto de su relación con la periodista Joana Bonet Por ese espacio desfilaron artistas, locos y criminales; abatidos, esquivos, solitarios, ermitaños, recluidos, intratables, desesperanzados; todos, y otros más, fueron interrogados por Quintero con serena moderación, con largos silencios, con reserva y con mesura para que hablaran más, para que dijeran todo. “El Loco…” llegó a la Argentina, tal vez hizo escuela y, si no, sorprendió a las buenas almas locales. ¿Qué tan loco estaba el Loco? Lo suficiente como para irse de la Ser. Quintero lo contó así: “Un día, el presidente de la Cadena Ser me dijo algo así: ‘Estamos todo el día ganando dinero con la publicidad para que por la noche se ponga ante el micrófono un náufrago, un hombre perdido. Es una locura. Pero, mientras yo sea presidente, ese náufrago que eres tú, Jesús, seguirá ahí’. Aquel presidente murió. Dos años después, me dijeron: ‘Hay que meter publicidad’. ‘¿Y de qué es?’ ‘Aspirinas Bayer’. No me dolía la cabeza. Me fui”. En 1991 presentó una serie de entrevistas con el gran escritor español Antonio Gala, nacido en Castilla La Mancha pero andaluz por adopción. Gala y Quintero eran un fetiche para cada uno: se entendían de sobra, jugaban de memoria, repartían humor y sabiduría y ternura y cobijo y lo que llegara. Juntos armaron para Canal Sur Trece Noches, trece programas de una hora cada uno con un contenido específico sobre esas tonterías que a menudo quitan el sueño de las almas buenas: el amor, el dinero, el paso del tiempo, la soledad, el sentido de la vida, la religión, la política, la guerra y la paz, la muerte… A instancias de Quintero, allí dejó Gala definiciones como la que sigue, extractada del libro editado en su momento por Planeta: “El hombre se diferencia del resto de los animales en que tiene razón, en que tiene conciencia de sí mismo. Un náufrago ahogándose en el mar es más grande que el mar, porque el náufrago sabe que se muere, pero el mar no sabe que lo mata”. Jesús Quintero en "El perro verde" Esta semblanza evocativa de Quintero no pretende más que un recuerdo leve de su genio periodístico y de su paso por un medio, la tele, al que criticó con dureza y al que intentó ya no modificar, sino al menos apaciguar. En eso se le fue la vida. Antes, dejó un retrato de aquella televisión, la española, y si alguien quiere proyectar, puede hacerlo, que enfrentaba el final del siglo XX. El texto que sigue figura en Trece Noches, editado en 1999: “La televisión era una mina abandonada (…) Los mercaderes y los políticos aprovechaban el medio más poderoso de todos los tiempos para vender su mercancía. La basura, el morbo, la frivolidad, la violencia, el sexo y el sentimentalismo barato y de lágrima fácil se habían convertido en un único reclamo para atraer a la audiencia. (…) Todos buscaban una primacía absurda, porque además no había primicia (…) Pero, mientras tanto, se dedicaban a copiarse, a repetir los mismos argumentos con los mismos inevitables personajes, cada vez peor y con menos gracia. La televisión estaba llena de bufones millonarios. Los informativos perdían rigor y credibilidad y pasaban a formar parte del espectáculo. Los debates eran gallineros en los que se imponía el guirigay, el grito, el golpe de efecto, las bromas de mal gusto, las descalificaciones, los insultos y la más elemental falta de ética y de respeto (…)”. Quintero distaba de ser un tipo fácil. Quienes fueron sus colaboradores lo saben. Alguno lo ha dicho y publicado en un libro biográfico: “Nos vampirizaba a todos los que estábamos a su alrededor”. Fue productor de un disco de la gran cantante venezolana Soledad Bravo, que fue su pareja. Casó luego con la “bailaora” Merche Esmeralda y, luego, con Ángeles Urrutia con la que tuvo una de sus hijas, Andrea. Su segundo matrimonio fue con la periodista Joana Bonet, madre de su segunda hija, Lola. En 2020 se casó con la pedagoga María Indiano, que lo acompañó hasta el final de su vida. Jesús Quintero en "El perro verde" Anduvo por Argentina donde recogió también a algunos colaboradores a los que llevó a España, de donde regresaron, con ánimos disímiles, más rápido que volando. De su paso por el país, recordó siempre una entrevista con Carlos Robledo Puch, el asesino serial encerrado en Sierra Chica. Así lo narró al periodista español Daniel Ramírez: Me acuerdo de cuando fui a entrevistar a uno que se parecía a Tadzio, el de “Muerte en Venecia”. Cárcel de Sierra Chica, a trescientos kilómetros de Buenos Aires. Contraté a un productor argentino. Cuando ya estaba todo montado y sólo faltaba que llegara el preso, el tío me dice: ‘Me voy’. Tenía miedo. Tuve que ir solo con los cámaras. Tadzio estaba condenado a cadena perpetua. Una celda de dos por dos. “Tú eres El Loco”, me dijo. (…) Le llamaban “Chacal” y “Ángel de la muerte”. Era de familia catalana. Creo que se apellidaba Robledo Puch. Me recibió con una biblia en la mano y un papel dentro: “Estas son las preguntas que tienes que hacerme”. Entendí al productor que se había ido. (…) Empecé la entrevista así: “¿Es verdad que usted ha matado a trece personas?”. Me miró durante varios segundos. Diez, quizá quince, como diciéndome: “Esto no es lo pactado”. Él respondió: “¿Cómo?“. Y yo inquirí: “Es lo que dicen los periódicos”. A veces, eso es una buena defensa. Al final, terminó contándome todo. A veces, abría la Biblia y leía pasajes. Era interesantísimo el tío”. También entrevistó al entonces presidente Carlos Menem a quien preguntó si era verdad que había vendido armas a Ecuador: “Me contestó: ‘España también las vende, ¿no? Todos los países que se sientan a la mesa de la paz, venden armas’”. El periodista andaluz creó programas emblemáticos como "El Loco de la colina" y "Ratones coloraos". Falleció en 2022 y dejó una huella imborrable en el periodismo y la cultura española Ganó fortunas y las perdió en proyectos alocados como el de comprar, instalar y poner en el aire una emisora de radio que fue cerrada poco después porque carecía de licencia. Fundó un Teatro Quintero en Sevilla que abrió en 2007 y cerró en 2019 por una deuda grande de alquiler. Algo parecido sucedió con la Sala de Conciertos Montpensier. Vendió incluso su casa para enfrentar sus deudas y le confesó a la escritora Leila Guerriero: “Cada tanto desaparezco, porque no me mueve el dinero. Me he arruinado tres o cuatro veces en mi vida. Si no trabajo, bajo los techos, bajo el nivel; vivo con lo justo. Nunca seré yo un nuevo rico. Siempre seré un antiguo pobre”. En 2020 presentó su proyecto, Fundación Quintero, que se levanta en su ciudad natal, San Juan del Puerto. La idea de Quintero era armar un centro cultural de primera línea y un museo, al que quería llamar “Factoría del Arte”, y al que donó todo lo que tenía: la documentación de su carrera profesional, diez mil horas de sus programas de televisión, sus premios, que fueron muchos, su biblioteca personal con volúmenes dedicados por sus autores y hasta el mobiliario que había sido el de sus programas más exitosos. Murió antes de su inauguración y hoy está en manos de su hija Lola. La salud, la mala, lo acorraló en sus años finales. Reapareció una neurosis depresiva hipocondríaca que en 1986 lo había obligado a dejar por un tiempo la radio. Se agudizaron sus dramas cardíacos y respiratorios. Después de una operación en el Hospital Juan Ramón Jiménez de Huelva, y de unos días en terapia intensiva, en septiembre de 2022, su familia decidió internarlo en la residencia y clínica Nuestra Señora de los Remedios, de Ubrique, en Cádiz, convencidos todos que pudiese remontar sus males y ganar más tiempo, que fue lo que siempre pareció faltarle. El 3 de octubre, según informó con precisión el diario ABC, Jesús Quintero almorzó como era costumbre y fue a dormir una siesta de la que ya no despertó. Tenía ochenta y dos años.
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