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  • Una mirada desde la alcantarilla. Algo menos igual

    Paraná » 9digital

    Fecha: 02/10/2025 16:20

    Un amigo me manda las flores que le envía su madre, no hemos podido vernos para estar juntos charlando de la vida. Trabajamos mucho este año y el poco resto que nos queda nos encuentra cansados, sin energía para concretar una tarde de merienda y chisme. Pero las flores nos hacen pensar a uno en el otro y ese vaivén que contiene belleza, nos pone alegres como cachorros. Pensaba en los jardines, recurrentemente pienso en los canteros y las plantas, en las macetas rotas y las cosas desprolijas, en la insistencia de los brotes, la necesidad de la poda, la esperanza de los bulbos. Es tan lindo lo que crece salvajemente, por fuera de los bordes, que intento rastrear en cada casa cómo cultivan sus plantas y por qué. Leer la naturaleza como si fuera un libro, quién pudiera. Leernos. Escribe Clara Obligado. Por la vereda de mi madre pasaban vecinas y le pedían gajos de malvones, ramos de jazmines, limones o ciruelas del fondo. Cuando con mamá pasábamos por el frente de las cuadra aledañas, ella paraba a hablar sobre los pensamientos, las enredaderas, orquídeas, las parras que hacían sombra, el sembrado de amapolas que parecía el techo rojo de una carpa a punto de desprenderse. Hablar de las flores era detenerse. Era una apuesta al lenguaje y a la construcción de un vínculo libre. Estaba linda la tarde y el pasto amortiguaba los pesos y los pasos. Las prendas se suspendían de alambres infinitos que parecían recortar campos. En la calle que baja hasta el gimnasio, hay paraísos. Corto florcitas y se las hago oler a mi hija. Desprendo suculentas que penden desde un tapial. Ella desgrana el centro de caléndulas o deshoja margaritas. En casa la Santa Rita crece con intensidad y clava sus espinas entre un esqueleto de hierro que le pusimos para contenerla. Se va al cielo, dice mi hija menor que sin querer estalla en versos cada vez que nombra las novedades. Me gustan los jardines desprolijos que crecen sin precisión, con amputaciones de paredes que se demuelen, entre ruinas de troncos que quedaron sin el árbol. Hay una tendencia a que todo se parezca: las casas nuevas con su estilo minimalista, las plantas que escalonan alturas, las varas de yuyos secos entre agapanthus que flamean violetas entre muros grises impenetrables. Un estatus que traduce el mundo de pertenencia. En las caras las inyecciones, en los autos las marcas y modelos, en la ropa los otros trajes. Disfraces que hacen perder la porosidad que nos enciende como únicos, con un instinto inmanejable para estar más entre el drenaje de las piedras, las fisuras de la arcilla o la oscuridad como resguardo. Nada más lindo que un pecho o una corola abierta al sol, la cadera goteando rocío, la punta de los dedos ardidos de abejas y aguijones. Hay cuerpos en los patios, hay algo que se estremece de nosotros cuando nos dejamos crecer asimétricos entre las cosas que no obedecen a nadie.

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