01/10/2025 13:47
01/10/2025 13:47
01/10/2025 13:46
01/10/2025 13:46
01/10/2025 13:46
01/10/2025 13:46
01/10/2025 13:45
01/10/2025 13:45
01/10/2025 13:45
01/10/2025 13:44
» Comercio y Justicia
Fecha: 01/10/2025 11:45
Por Luis Carranza Torres* y Carlos Krauth**, exclusivo para Comercio y Justicia Hemos dicho de forma reiterada en esta columna que la corrupción es una de las mayores calamidades con las que se han enfrentado las sociedades a lo largo de la historia. Lamentablemente, se ha extendido en los últimos años, especialmente en nuestro país, en donde es inaceptable la cantidad de funcionarios condenados por actos de corrupción, a los que hay que sumar los que aún están siendo investigados y ni hablar los que aún no han entrado en el “radar de la justicia”. Claro está que la corrupción no es solo un fenómeno que pueda reprocharse a los funcionarios públicos. No son pocos los particulares (empresarios fundamentalmente) que se encuentran en similar situación. Esto lleva a pensar que el problema es más profundo de lo que uno cree, y que la corrupción forma parte de la conformación social. Precisamente esta tesis es sostenida por Ina Kubbe, politóloga de la Universidad de Tel Aviv, quien afirma en el Knowable Magazine, que una de las razones por las cuales la corrupción perdura es que está profundamente arraigada en la sociedad a través de normas no escritas o pautas culturales. En razón de estas, las personas pueden actuar de forma corrupta “incluso cuando preferirían no hacerlo”. La autora entiende que, por más que los países dicten normas anticorrupción o creen estructuras gubernamentales en este sentido, el vicio continuará existiendo. Para ejemplificarlo, menciona a Nigeria o Rusia, países donde, pese a contar con leyes y regulaciones anticorrupción muy estrictas, se observan elevados niveles de corrupción. El problema radica en la falta de aplicación de esas normas. La pregunta es a qué se debe esto, encontrándose la respuesta en el comportamiento social y no en la insuficiencia de la legislación. Se trata de contextos sociales en que las pautas culturales son tan fuertes que debilitan las normas formales. Para subsanar este defecto, la científica política propone analizar el comportamiento de cada sociedad. Una salida no es fácil porque muchos comportamientos corruptos están sumamente arraigados entre la gente, tanto que resistirse a los actos corruptos “… no es simplemente un acto moral; es socialmente costoso, incluso peligroso”. De allí que frente a tales situaciones es necesario iniciar el camino para producir ese click entre los miembros de la comunidad para modificar comportamientos socialmente aprendidos, algo nada simple ni sencillo. Pero resulta necesario impulsar a “cambiar lo que las personas creen que se espera de ellas…”, para lo cual no alcanza con legislar, sino que es necesario modificar “las estructuras de incentivos y las señales sociales que definen la respetabilidad y el éxito”. Esto debe ir acompañado por la implementación de ciertas prácticas, tales como “cambios en el liderazgo político, escándalos públicos que deslegitimen a las élites corruptas o reformas que hagan viable y visible el comportamiento limpio”. Tristemente, en nuestro país no son pocos los que avalan los comportamientos corruptos, sin hacer nada por modificarlos. Como hemos señalado, la frase “roban, pero hacen” se ha transformado en un axioma declamado y defendido por muchos. Otra expresión es “ah vieron que ustedes también son corruptos”, que en lugar de encerrar una condena implica afirmar que el carácter corrupto es compartido. Estamos convencidos de que la mayoría no somos así, sino que lamentablemente, desde hace muchos años, los defensores de la corrupción vienen ganando la batalla. Se trata de una lucha tanto en el día a día como con el voto, para que eso cambie. Esperemos que pueda ser logrado más temprano que tarde. (*) Abogado. Doctor en Ciencias Jurídicas. (**) Abogado. Doctor en Derecho y Ciencias Sociales.
Ver noticia original