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  • La vida compleja del ciudadano medio

    » Diario Cordoba

    Fecha: 01/10/2025 08:47

    Pongamos que es un trabajador por cuenta ajena o un pequeño empresario. Que sobrepasa los cuarenta y cinco años, que tiene un sueldo que le permite vivir relativamente tranquilo, pero sin lanzar cohetes y que, bien podría estar vislumbrando la luz al final del túnel de su hipoteca, bien podría haberse resignado a pagar un alquiler razonable. El ciudadano medio cumple con sus obligaciones de ciudadano medio. Paga su contribución urbana en plazo, tiene domiciliada la tasa de basuras y jamás ha sufrido un recargo por retrasarse abonando el impuesto de circulación. Hace su declaración de la renta con un asesor, que le clava doscientos euritos al año, y está al día con la Seguridad Social. Puede contar con los dedos de una mano las multas que le han puesto. Así, a bote pronto, diría que una por sobrepasar el límite de velocidad en veinte kilómetros y un par más por retrasarse al cambiar el tique del parking. No se cuela en el autobús y respeta el orden establecido. El ciudadano medio tiene un objetivo en esta vida: estar en paz con el sistema. Es alguien que padece una ligera taquicardia cuando aparece un cartero de Correos con una notificación. Si Hacienda le requiere o le envía una comunicación, se le dispara el cortisol. Como a la Administración se la refanfinfla la desconexión digital o el decoro, últimamente recibe SMS institucionales a cualquier hora de cualquier día. Vive estresado y se siente un tanto desgraciado cuando se compara con políticos corruptos que siguen ejerciendo o empresarios morosos a la Hacienda Pública que continúan con su actividad. Unos tanto y otros tan poco. Si el ciudadano medio es un pequeño empresario, su destino es sufrir el azote de una burocracia descarnada. Que si un impreso para darse de alta en una actividad, que ahora le falta un sello y que, si no quiere volver a la casilla de salida, no debe olvidarse de presentar una solicitud en tiempo y forma. Debe llevar un orden germánico en sus trimestrales, no obviar los silencios administrativos, averiguar qué autorizaciones requiere, rellenar formularios, contratar auditorías y sonreír a los inspectores que visitan, por sorpresa, su pequeño negocio. El ciudadano medio sufre contradicciones y, a veces, no comprende las obligaciones que cumple con diligencia. Últimamente, se pregunta si no será un absurdo tener que deshacerse del auto que cuida desde hace décadas, que ha pasado todas las revisiones y que está en perfectas condiciones, pero al que sancionan sin piedad si accede a ciertas zonas del centro de la ciudad. El ciudadano aplaude las medidas medioambientales, pero no sabe cómo sufragar la compra de un vehículo con la acreditación eco. Se cuestiona la incoherencia de por qué su coche puede circular por diferentes barrios de la ciudad, por la montaña o por los pueblos, pero no por el centro de la capital. No sabe por qué él contamina más que los miles de coches de alquiler que desembarcan cada temporada o los cientos de jets privados que sobrevuelan. Le enerva ver cómo se permite el derroche de agua en las zonas turísticas o por qué se autoriza la saturación de cruceros en la bahía. El ciudadano medio tiene una existencia, por llamarlo de alguna manera, compleja. Y comienza a estar cansado. *Periodista

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