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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 01/10/2025 04:41
Del Otro Lado - Analía Belloni Hace cinco años la vida de Analía Belloni, más conocida como Anita, dio un giro inesperado. Un cuadro de COVID-19 derivó en una complicación circulatoria tan severa que la llevó a perder ambos pies. En aquel momento, los médicos le advirtieron que podría perder todas sus extremidades, pero ella decidió pelear. “Yo no quiero una silla de ruedas, yo quiero caminar”, repite como un mantra. Desde entonces, cada paso ha sido un acto de voluntad: rellenó zapatos con medias para hacer equilibrio, ensayó con bastones y andadores, y se aferró a cada recurso que le permitiera recuperar la independencia. Hoy, con casi 50 años, Anita es docente de sordos en una escuela especial y se define como una mujer que “no para nunca”. Usa valvas para caminar apoyada en los talones, convive con un dolor crónico, pero volvió a manejar su auto e incluso a andar en bicicleta. Lo que para otros sería imposible, para ella es un desafío cotidiano que enfrenta con humor, resiliencia y una energía contagiosa. “Siento estos años como un bonus: quiero vivir, hacer cosas y no me quiero limitar”, afirma. Pero su historia también tiene una meta concreta. Necesita recaudar 10 mil dólares para acceder a una órtesis especial que se fabrica en Brasil y le permitiría mejorar su calidad de vida y reducir el dolor. Mientras organiza ferias solidarias y comparte su campaña en redes sociales —en Instagram se la encuentra como De Anastasia a Cenicienta—, su mensaje es claro: no rendirse. “Es una mierd* lo que te está pasando, pero vas a poder levantarte. Vas a poder todo lo que te propongas”, le dice a otros que atraviesan situaciones similares. Su historia no es de pérdida sino de transformación y de un deseo imparable por vivir. Anita Belloni, la profesora que desafió el dolor y la adversidad para volver a caminar. (Gustavo Gavotti) Luis: — Preséntate. ¿Quién sos? Anita: — Soy Anita. En realidad, Analía, pero nadie me dice así. En febrero cumplo casi 50. Yo digo 45 más cinco. Soy profe de sordos, laburo en una escuela especial hace ya varios años… Luis: — ¿Y cómo arrancó la historia para que estés usando este andador? Anita: — Arrancó hace cinco años. Ahora lo estoy usando porque estoy recién operada. Hace cinco años, en época de pandemia, un día de mucho calor, en verano, me empecé a sentir mal. Los síntomas habituales eran fiebre, falta de olfato, falta de gusto... Yo no tenía nada de eso, lo único que me dolía era la cabeza y tenía náuseas. Cuando llegué a mi casa, estábamos por festejar un cumpleaños y me tomé una pastilla que es muy conocida para los dolores de migraña fuerte. Y a los dos días se me empezaron a dormir los pies, empecé a tener mucho dolor... Luis: — Y fuiste a una consulta médica. Anita: — Sí. El sábado era algo que ya no lo toleraba y fuimos a la guardia. Me dieron vuelta, la verdad que no puedo decir nada porque me atendieron muy bien. Ni siquiera me hisoparon, porque no había síntomas de COVID. Me mandaron de nuevo a casa, pero le pedí que me dieran algo para el dolor. A la madrugada amanecí con los pies cianóticos. Y otra vez fuimos a la clínica rápido. En el auto se me habían empezado a adormecer las manos también. En un momento me hisopan y ven que tengo COVID. Ahí hay un tramo que no recuerdo realmente. Eso fue el 31 de enero de 2021 y tengo como cuatro o cinco días muy mezclados. El último recuerdo que tengo es que el 2 de febrero le pregunté a la enfermera qué día es y me dijo: “El 2 de febrero”. “Mañana cumplo años”, le conté. Y no me acuerdo nada más. Luis: — Imagino que quedaste internada en ese momento. Anita: — Sí. Antes de entrar a terapia, los médicos habían acelerado todo y me ponían un aparato que yo después me enteré que eso era un ecodoppler. Ellos decían: “No, no, no”. Yo no entendía nada, me querían poner vía y no podían. Ahí me dijeron: “Analía, te tenemos que meter en terapia, no sabemos qué es lo que te pasa. Hay riesgo de vida y hay riesgo de amputación”. Yo pensaba que se habían equivocado con la cama de al lado. Ahí me pidieron que les cuente todo paso a paso lo que había hecho esos días, como a los nenes. “Fui a comprar una torta ahí, me empecé a sentir mal y llegué a mi casa y me tomé un...” Luis: — ¿Un migral? Anita: — Exacto, un migral. “¡¿Cuántos tomaste?!”, me preguntaron. “Uno”, les contesté. Y me ingresaron a terapia... Luis: — ¿Seguías sin sentir los pies? Anita: — Yo no sentía nada ya, pero era un dolor impresionante el que tenía. Estaba medicada y ellos me querían sacar sangre, me querían poner una vía y no podían. Me pincharon por todos lados, la verdad que cuando me acuerdo de ese dolor, fue el peor que sentí en mi vida. Me tuvieron que poner la vía en el cuello, que tengo todavía la marquita y dije: “Me voy a hacer un tatuaje o algo acá”. Tengo como tres puntitos, porque me inyectaron hasta en la axila y no me salía nada... Lo que me explicaron fue que se colapsó mi sistema circulatorio, no es que se tapó. ¿Viste las bombitas cuando vos las mojás, que no las podés abrir? Bueno, así. Eso es lo que me pasaba. Entonces, yo no tenía circulación en ninguna parte del cuerpo. Luis: — ¿Y tiene un vínculo con el Covid? Anita: — Ahí ellos lograron hacer esa asociación, porque en realidad, por un migral no pasa eso. Al margen de que tiene un componente, que después con el diario del lunes uno lo investiga… Luis: — La ergotamina. Aprendimos todas esas cosas en pandemia. Anita: — Sí, tal cual. Por eso ellos me decían: “¡¿Cuántos te tomaste?!” Porque pensaron que podían ser varios. Entonces, ahí viene la asociación con el tema del COVID, que era todo como muy nuevo, no había vacunas. No era resultado de la vacuna porque yo no me había dado ninguna. Luis: — Claro todavía no habían salido. Anita: — Entonces, se terminó haciendo la asociación porque provocaba trombos en algunas personas. Tal vez yo, no sé, tendría alguna situación con mi circulación que nunca supe. Pero no tengo manera de comprobarlo. Luis: — Entrás a terapia. ¿Qué pasa en ese momento? Anita: — Estaba en Narnia. Tengo algunos recuerdos, pero los médicos después me contaron que en un momento yo me desperté y me arranqué todo el cablerío. Para mi era como un loop: veía enfermeras, gente, se me hacía de día y de noche. Yo creía que eran los dos segundos, pero eran días completos. En un momento pensé ¿estoy muerta? Si esto es la muerte, qué cagad* que es estar muerto. Pensaba que abría los ojos y veía el sol. Pero abría los ojos, era de noche, los cerraba y cuando los volvía a abrir era de día. Se ve que era todo el efecto eso. Cuando salgo de terapia, después de 20 días, salgo bien. Pero me cuenta toda mi familia todo lo que fue ese tiempo y que les habían dicho que, si salía, con suerte, iban a ser brazos y hasta la pelvis, amputados, porque no sabían si iban a poder recuperarme. Yo salgo bien, pero con una marca en los pies. Esa es la marca por la cual a mí me amputaron luego. Yo salí con los pies muy hinchados, seguían cianóticos. Yo creo que me fueron preparando los médicos porque me dijeron que iba a ser la puntita de los pies, de los dedos. Estuve tres meses en el hospital y ahí me dijeron que me iban a dar el alta, porque ya esa droga que me salvó la vida, no me la podían dar más, y que tenía que tomar una decisión. Luis: — ¿Cuál era la decisión? Anita: — Si yo quería que se terminara todo ahí, era hacerme dos amputaciones bajo rodilla. Mi médico vascular me dijo que él creía que si yo esperaba, me iba a poder recuperar por lo menos los talones, para que yo pudiera caminar sobre ellos. Pero no sabía cuándo iba a pasar eso. Que iba a ser difícil, doloroso y que capaz que tampoco funcionaba. Fue una decisión porque yo tenía a mi vieja que me decía: “No, Anita, mirá si después es peor”. Pero yo dije: “Hoy me voy así y si me puedo ir así, espero... Yo me arriesgo”. Fue difícil porque yo me fui el 10 de marzo del hospital y recién el 17 de junio me hacen la primera amputación y era todos los días curar mis pies. A mí daba impresión verme (se emociona). Yo no quería verme y mi pareja me curaba todos los días. Todos los días iba sacando lo que estaba feo y los médicos lo que me decían era que la misma anatomía iba a ir corriendo la parte fea. Y es una cosa maravillosa, al que le gusta, ¿no? Obviamente, a mí no me gustaba verme así. Pero se iba separando la parte fea. La parte biológica iba como sacando la parte que estaba necrosada. Eran como lo que vemos en las películas: los pies momificados, negros, así o como la gente que se queda varada en la montaña, así estaban mis pies. Así fue hasta la primera que me pudieron hacer y el otro pie, que es el que estaba más complicado y que todavía lo está, fue el 17 de agosto, es decir, dos meses después. Luis: — ¿Te amputaron los dos pies? Anita: — Tengo los dos talones. El pie izquierdo tiene un poquitito más que, la verdad que, dentro de todo, marcha bien porque no siento dolor. Pero el pie derecho me quedó complicado. Luis: — ¿Y cuándo te amigaste para poder mirarte? Anita: — Yo mirarme de arriba podía. Lo que no podía era, por ejemplo, mirarme el pie derecho abajo. Me decían que lo iban a tratar de salvar y me quedó raro. Por eso ahora también estoy tratando de buscar otra cosa. Me decían que me veían los tendones y yo no quería verlo. Eso no lo pude ver en su momento, lo vi ahora hace poquito por una presentación que hicieron mis traumatólogos sobre mi caso. Me mandaron un flyer y yo dije: “Sí, mandame todo, mandame”. Cuando vi las fotos que yo no había visto y una de esas fotos eran esas... me puse mal (se emociona). Yo la venía como remando bien y ahí… "A mí lo que más me pegaba de todo esto era que me quitaran mi independencia", confesó Anita al recordar los primeros meses de recuperación. (Gustavo Gavotti) Luis: — Ahí pegó fuerte. Anita: Sí. Sí, porque dije: “Yo no quería esto”. Después, la verdad que desde el día cero yo traté de salir adelante. No me indicaron tratamientos, pero yo empecé a buscar una fisiatra. Yo quería caminar y me empecé a rellenar las medias con las medias de mi pareja. Se las sacaba para rellenar los zapatos. Primero quise con una muleta, pero me caí y dije: “Vamos con otra cosa”. Ahí empecé con un andador. Pero después quería manejar mi auto. Yo no quería un auto especial, quería el mío. Me decían: “Adaptate el auto. Decile a Seba que te adapte”. Y no, yo quería usarlo como siempre. Así fui probando y un día dije: “Me quiero subir a una bicicleta” y me subí... Luis: — Qué hincha pelota (risas). Anita: — Sí (risas). Pero gracias a eso hoy puedo manejar mi auto y estoy feliz. Soy independiente. A mí lo que más me pegaba de todo esto era que me quitaran mi independencia. Entonces, todo lo que hacía era para no tener que pedir que alguien me acompañe, por ejemplo, al baño. Para mí era terrible tener que pedir eso ¿viste? Mismo hospital me daba cosa usar la chata, una pelotud*z porque los médicos y los enfermeros me decían: “Nosotros estamos para eso, para aydudarte”. Pero lo que más duro se me hacía era mi independencia. Mi trabajo… Luis: — ¿Y aparecieron las prótesis después? Anita: — Lo primero que hago, mientras seguíamos en pandemia, fue ir a una ortopedia y empezar a ver qué había para mí. Y muchos me decían que no había nada porque, por ejemplo, había para esquiar, para caminar, para correr, para saltar, para bailar, para todo. Pero si yo no tenía todo el pie. Al tener parte de mi anatomía, era muy difícil equipar eso. Buscando, buscando, buscando, un día un chico que nos seguía en Instagram, porque estábamos armando una casita rodante y hablábamos con este chico de Estados Unidos, él me manda unas que yo había visto nunca. Eran como unas prótesis genéricas de carbono con una abrazadera. Anduve con esas valvas y las destruí. Las terminé partiendo porque me empezó a dar mucha libertad y mucha facilidad. En vez de caminar despacito, podía empezar a caminar más rápido. Pero se terminaron rompiendo por el uso. Volví a tramitarlas para ver si me las cubría la obra social y logré que lo haga. Pero estuvo un tiempo y se volvieron a romper. El tema es que, al permitirme hacer el paso, el fleje que tenía en el costado se terminaba rompiendo. Y la última ortopedia me recomendó unas que son muy similares, pero que tienen como dos pistoncitos al costado que acompañan mi paso. Esas van bien, pero el pie derecho me hace doler horrores. No me la banco y no las puedo usar. Estuve como un año y pico con un amparo y un montón de cosas de las que pasan acá... Luis: — ¿Convivís con el dolor? Anita: — Convivo, con el dolor. Yo tengo un umbral alto y sé que es bancable. Pero estoy teniendo dolores más fuertes y me pone mal. Me pone mal no poder caminar una cuadra, no poder estar, no sé, en algún lado y descalzarme. Hay días que digo: “Me desenroscaría el pie” (risas). Es una forma de decir, pero me lo desenroscaría con una tapita de Coca Cola porque convivo con el dolor y no está bueno. Luis: — ¿Qué te pasó cuando abriste el placard y viste los zapatos? Anita: — Esa fue una de las peores partes porque yo amo los zapatos y tenía 6 3pares. Me costó mucho porque cuando me tuve que empezar a calzar otra vez, yo sabía que iba a tener que ser algo que no tuviera ningún tipo de altura, ni siquiera un poquito de taco, porque se me iba el pie para adelante. Y yo encima amo los zapatos de taco así que los tuve que vender. Un día me puse a contar y a ver las cajas y los vendí. Me costó mucho lo de los zapatos y me sigue costando. Cuando paso por las zapaterías, no puedo dejar de mirar las botas y los zapatos de taco. Luis: — ¿En algún momento dijiste por qué a mí? Anita: — Sí, hace poco, cuando vi las fotos esas que te conté. Luis: — Las del flyer de los médicos. Anita: — Sí. Porque es como que yo no sé si le busco una explicación. Estoy tratando de descubrir para qué, desde el momento cero. Y siempre dije: “Es esto y hay que hacer algo con esto”. Yo no quiero una silla de ruedas, no quiero quedarme en una cama, quiero hacer cosas. Entonces, trato de buscar la razón. Pero esta última vez sí me pregunté por qué. Me generó algo y volví a terapia. Luis: — ¿Y qué sentís que es ese para qué? Anita: — Yo creo que puedo ayudar a otras personas. Tengo experiencia para dar, para decirles que no se rindan, para que vean que hay una posibilidad, que esto no termina acá. A mí me llamó gente para decirme que por diabetes le van a cortar un dedo y no quiere levantarse. Y no es así. Sí, se puede y hacés esto y lo otro; y investigás. Una vez una chica me paró en la calle y me dijo: “¡Uy! Esa prótesis dónde la conseguiste”. Y yo me senté y le dije: “Mirá, anda acá y hacé esto, hacé lo otro. Podés tramitarlo de esta manera”. Y siento que es por ahí... Luis: — ¿Serías la misma Anita que sos si tuvieras los dos pies? Anita: — Yo no sé si cambia mucho mi esencia. Creo que sigo siendo la misma. Sí, esto por supuesto que es un aprendizaje. Estoy descubriendo para qué también y todavía no tengo la respuesta. La verdad me gustaría saber qué tengo que lograr y cuál es el mensaje que hay detrás de esto. No lo sé. No sé si la palabra es bendecida, es fortalecida o es acompañada. Pero me siento muy valorada. Noto la gente que tengo alrededor y me conmueve y me enorgullece un montón. Pero yo siempre estuve acompañada de esa gente. Tal vez ahora uno lo ve más en esto que estamos haciendo campañas. Pero yo por dentro me siento la misma de siempre. Luis: — ¿Qué campaña están haciendo? Anita: — Estamos haciendo una campaña para juntar dinero porque conseguí un médico que me va a hacer algo exclusivo para el pie derecho, para que no tenga más dolor, porque la realidad es que yo estuve evaluando mucho y lo charlé con mi pareja que si a mí este dolor que va creciendo me empieza a limitar, como me estoy sintiendo ahora, que me está limitando, y si me tengo que operar nuevamente para sacarme el pie y poder equiparlo de otra manera, que me sirva más para la vida, lo hago. Y a este médico lo empecé a seguir cuando empecé a investigar todo esto y, de repente, te empiezan a llover especialistas y personas. Pude hablar con él y le dije esto mismo, con total sinceridad: “Yo ya busqué por todos lados, pero este pie me duele mucho. Esto es lo que pienso. ¿Hay algo o me opero?”. Y él me ofreció una órtesis que está toda hecha a medida y me explicó toda la mecánica del porqué a mí me duele con esas valvas, que son las que estaba tratando de usar. Para el pie izquierdo van, pero para el derecho no hay caso. Él me explicó que me da toda la mecánica de la marcha y el por qué a mí me genera ese dolor y por qué lo que él me ofrece, no. Pero es en Brasil. Luis: — ¿Y cómo hace la gente si quiere ayudarte? Anita: — Tengo un Instagram y el sábado hicimos una feria en la escuela, mis directoras me abrieron las puertas de la escuela, hicimos una feria de venta de ropa circular, empezamos a juntar y bueno… Anita organiza una campaña solidaria para costear una órtesis que fabrican en Brasil. (Gustavo Gavotti) Luis: — ¿Cómo se llama el Instagram? Anita: — El Instagram se llama De Anastasia a Cenicienta. Ahí está toda la información. Luis: — Hablale al que está amputado y que está tirado en la cama, angustiado y que no puede salir adelante. Anita: — Le diría que es una mierd* lo que te está pasando. Es una mierd*, pero vas a poder, vas a poder levantarte, ponetelo en la cabeza, vas a poder todo lo que te propongas. Rellená los zapatos con la media de tu mujer, no sé. Agarrate el chango de compras o la mesita del televisor, como me dijo mi amiga, y salí a caminar, que vas a poder y lo vas a lograr. ¿Va a doler? Sí, va a doler. Pero lo vas a lograr y vas a poder tener independencia. Las personas que pasamos por esta situación, tenemos que hacer todo lo posible para ser independientes, para lograr manejarnos solos. Sí, por supuesto que está la ayuda de todo el mundo. Obvio que sí. Recién me estaban empujando mis amigas porque yo ya estaba cansada y me tenían el andador. Obvio que sí. Y es bienvenido eso. Uno se siente súper amado y agradecido, ¿no? Pero vos podés hacerlo. No te quedés en una cama. Luis: — ¿Hay algo que no te pregunté que te hubiera gustado decir? Anita: — Cómo me veo en el futuro. Y es de la misma manera: viajando. Quiero viajar, quiero conocer. Yo tenía un proyecto o lo tengo, creo, lo tenemos. Con mi pareja estábamos armando un motorhome para irnos de Morón hasta Estados Unidos viajando y yo siento que es un poco como que quedó colgado o cambió. Pero la verdad que a mí me gustaría eso. Yo siento que esto es un bonus. Luis: — ¿Esto es un bonus? Justifique, por favor. Anita: — Esta posibilidad nueva que a mí se me da es un bonus y yo lo quiero disfrutar. No quiero estar esperando que se pase y que me diga: “Bueno, listo, se te terminó la ficha, no hay más fichines”. Por eso yo cuento mi edad como 45 más cinco, porque el día que a mí me internan, al otro día yo cumplía los 46 y nunca los festejé, no me enteré. Yo me quedé en 45 y voy sumando. Estos cinco años que voy a sumar ahora, es mi bonus. No sé cuánto va a durar. Por eso, lo que sea, quiero disfrutarlo.
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