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  • El asesinato del general Carlos Prats en Buenos Aires: una bomba en el auto y el final del “Dinamitero”, apuñalado por un taxi boy

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 30/09/2025 04:40

    El espía chileno Enrique Arancibia Clavel fue el encargado de detonar la bomba que mató al general chileno Carlos Prats en Buenos Aires Buenos Aires, 30 de septiembre de 1974, 0.30. El general Carlos Prats, ex comandante en jefe del ejército chileno, detiene su auto, un Fiat 125, frente al edificio de Malabia 3351, en el barrio de Palermo. Las luces de la calle están llamativamente apagadas, igual que las de un tramo de la cercana Avenida del Libertador, pero Prats no lo nota o, quizás, no le da importancia. Baja del auto para abrir el portón del garaje mientras su mujer, Sofía Cuthbert, espera dentro del vehículo, sentada en el lugar del acompañante. Se les ha hecho tarde después de comer con unos amigos argentinos y quieren descansar porque Prats tiene que levantarse temprano ese lunes para ir a su trabajo en la empresa Cincotta, donde es gerente de Relaciones Públicas, un puesto que consiguió apenas llegó de Chile, exiliado para salvar su vida. Sigue trabajando aunque sabe que pronto se deberá ir del país. En la Argentina su vida también está en peligro: desde hace tiempo vienen amenazas de muerte. Si todavía no se subió a un avión con destino a Madrid es porque se le venció el pasaporte y la embajada chilena le da vueltas para renovarlo. Del otro lado de la cordillera habita el Palacio de La Moneda su antiguo subordinado Augusto Pinochet, el dictador que emergió después del golpe de estado que hace poco más de un año desalojó del poder – y del mundo de los vivos – al presidente constitucional Salvador Allende. El general Prats ha dado dos o tres pasos en dirección a la puerta del garaje cuando la bomba explota. Sofía Cuthbert muere dentro del vehículo estallado sin siquiera darse cuenta, Prats cae fulminado sobre la vereda por la onda expansiva y los restos del auto que vuelan como proyectiles por el aire. Así como las luces de la calle están apagadas, tampoco hay policías en la zona, algo extraño en uno de los barrios más patrullados de Buenos Aires. Ningún patrullero aparece tampoco inmediatamente después de la explosión. Recién a las 0.50, según el informe policial, una llamada anónima avisa a la comisaría. “En Malabia 3351 había explotado un vehículo, muriendo sus ocupantes. Efectivamente, un Fiat 125 había sido destruido por un artefacto explosivo. Los restos del automóvil se hallaban esparcidos en un radio de 50 metros y se observaban restos calcinados de carne humana (…) Eran las 3.00 y el auto seguía ardiendo”, dice el informe policial. Enrique Arancibia Clavel fue condenado a cadena perpetua, pero cumplió sólo 11 años de prisión El texto no escamita detalles truculentos. Consigna que al cuerpo de Sofía Cuthbert, de 57 años, “le faltaban ambas piernas y el brazo izquierdo, y presentaba varias heridas expuestas y quemaduras en varias partes del cuerpo”. En cuanto a Prats, de 59 años, dice: “sobre la mitad de la acera y en forma paralela al cordón se encontraba el cadáver de un hombre, con quemaduras”. La potencia de la explosión se desprendía de un dato: el portón del garaje “se hallaba hundido hacia adentro. Había en el lugar, además, gran cantidad de vidrios pertenecientes a los edificios inmediatos”. En la Argentina gobernaba interinamente Raúl Lastiri, yerno del ministro de Bienestar Social, José López Rega (a) “El Brujo”, y Perón iba camino a asumir su tercera presidencia. El peronismo en el poder se derechizaba a ojos vista y los grupos parapoliciales empezaban a actuar contra los disidentes. Prats no participaba de la política interna del país del que estaba exiliado, pero era una molestia para un dictador que hacía buenas migas con el gobierno argentino, Augusto Pinochet. La investigación quedó a cargo del juez en lo Penal Alfredo Nocetti Fasolino, que no demoró mucho en dictar el sobreseimiento provisional en la causa al no poder identificar a los culpables. Pasarían años antes de que se identificara a los integrantes del comando que asesinó a Prats: los agentes de la Dirección de Inteligencia Nacional chilena Raúl Eduardo Iturriaga Neumann (a) “Diego Castro Castañeda”; Guillermo Humberto Salinas Torres (a) “Freddy Yáñez”; Pablo Belmar Labbé (a) “Sergio Molina Correa”; Armando Fernández Larios (a) “Armando Faundez Lyon”; Juan Alberto Delmás Ramírez; el agente de la CIA Michael Townley, encargado de poner la bomba en el auto del general; y el espía chileno Enrique Arancibia Clavel. Un general demócrata Nacido en Talcahuano, Chile, en 1915, el general Carlos José Santiago Prats González había sido nombrado comandante en jefe del ejército por el presidente Salvador Allende después del asesinato de su antecesor, el general René Schneider, cometido por un grupo ultraderechista en octubre de 1970. Militar legalista y defensor de su fuerza, al principio Prats se mostró distante pero respetuoso de la investidura del mandatario que pretendía llevar a Chile al socialismo por la vía pacífica. Sin embargo, con el correr del tiempo llegó a ser bastante cercano a él. “Aprendí a apreciarlo como ser humano, de gran confianza en sí mismo, hasta orgulloso si se quiere, sensible a las franquezas del interlocutor, socarrón frente a los asentidores y sin acopio de odios, ni hacia sus más enconados enemigos políticos... su vitalidad de trabajo era extraordinaria, y sabía alternar con filosofía los largos momentos tensos y amargos con el breve placer mundano de la charla insustancial”, escribió sobre el médico que habitaba La Moneda. Estado en el que quedó el automóvil del general chileno Carlos Prats tras la explosión (AP) En octubre de 1972, cuando se produjo un paro general de camioneros y luego de varios esfuerzos inútiles por detenerlo, el mandatario socialista llamó a las fuerzas armadas a integrar el Gabinete de Paz Social, Prats fue nombrado también ministro del Interior e incluso llegó a ocupar la presidencia durante un viaje de Allende al exterior. Se convirtió en uno de los hombres de confianza del presidente y por eso, cuando fogoneados por la CIA y el Departamento de Estado norteamericano que conducía Henry Kissinger, un sector de las fuerzas armadas chilenas comenzó a planificar el golpe de Estado, lo vieron como un obstáculo al que era necesario desplazar. El desplazamiento La oportunidad llegó - fortuita o planificada -, el 27 de junio de 1973 a raíz de un incidente de tránsito. Ese día, cuando su chofer lo llevaba a su oficina, Prats fue reconocido por un grupo de manifestantes opositores que comenzó a insultarlo. Al mismo tiempo, un Renault 12 se le apareó y sus tripulantes se burlaron y le hicieron gestos obscenos. El general reaccionó mal, sacó su pistola por la ventanilla de su vehículo y le disparó al guardabarros del Renault. Cuando el otro auto se detuvo, Prats descubrió que la conductora era una mujer, Alejandrina Cox Palma, y de inmediato se disculpó, pero fue rodeado por una muchedumbre que lo acusó de querer matar a la mujer. Fue rescatado por un taxista que pasaba por el lugar: “¡General, lo van a linchar, déjeme sacarlo de aquí!”, le gritó para que subiera a su coche. Esa misma tarde Prats presentó la renuncia, pero Allende se la rechazó. Pero los acontecimientos se precipitaron: la prensa lo acusó de cobarde por amenazar a una mujer e incluso las esposas de otros generales del ejército pidieron su renuncia. Finalmente, el 23 de agosto de 1973, el comandante presentó su renuncia indeclinable: “Al apreciar en estos últimos días que quienes me denigraban habían logrado perturbar el criterio de un sector de la oficialidad del Ejército, he estimado un deber de soldado de sólidos principios no constituirme en factor de quiebre de la disciplina institucional y de dislocación del Estado de Derecho, ni servir de pretexto a quienes buscan el derrocamiento del Gobierno institucional”, escribió en su carta de dimisión. Al mismo tiempo, le recomendó a Allende que lo reemplazara por su segundo, Augusto Pinochet. Cuando se produjo el golpe del 11 de septiembre y Pinochet quedó a la cabeza de la dictadura, Prats creyó que no sería molestado por su antiguo subordinado. Sin embargo, varios oficiales que lo apreciaban le avisaron que había orden de asesinarlo en una operación del ejército que quedaría encubierta como un atentado. El 15 de septiembre escapó a la Argentina por un paso del sur cordillerano. Antes dejó una carta dirigida a Pinochet: “El futuro dirá quién estuvo equivocado. Si lo que Uds. hicieron trae el bienestar general del país y el pueblo realmente siente que se impone una verdadera justicia social, me alegraré de haberme equivocado yo, al buscar con tanto afán una salida política que evitara el golpe”, decía allí. El recuerdo para Carlos Prats y su mujer, asesinados por una bomba en Buenos Aires (AFP) El exilio no le salvó la vida. Un año y catorce días después de llegar a la Argentina y conseguir asilo político, el agente de la DINA Enrique Arancibia Clavel presionó un botón y detonó la bomba que hizo volar por los aires su auto. Perfil de un espía asesino Cuando asesinó a Prats y a su esposa, Arancibia Clavel ya tenía experiencia en perpetrar crímenes políticos. Había sido uno de los hombres que integraron el comando que, cuatro años antes, había matado al general René Schneider. En esa ocasión lo detuvieron y confesó su participación, pero el tribunal lo dejó en libertad condicional. Poco después cruzó con documentos falsos a la Argentina, donde encontró la protección de funcionarios de la dictadura que por entonces encabezaba Roberto Marcelo Levingston. Consumado el golpe de Estado en septiembre de 1973, Augusto Pinochet creó la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), oficializada meses después por un decreto presidencial, y puso al frente de la policía secreta al temible coronel Manuel “Mamo” Contreras. Entonces Arancibia Clavel volvió a Chile y se presentó de inmediato para ponerse a sus órdenes. Como conocía la Argentina y en ese momento gobernaba el peronismo, “el Dinamitero” – como se lo conocía por su manejo de explosivos - fue destinado a cruzar nuevamente la cordillera, esta vez con un documento a nombre de Luis Felipe Alemparte Díaz y un puesto en el Banco del Estado de Chile que le servía de cobertura. Se daba también tiempo para el placer. Vivía en el distinguido barrio de Belgrano C y logró conquistar a Hugo Zambelli, un joven bailarín de teatro de revistas. Para 1974, Arancibia Clavel había cumplido 30 años y estaba al frente de la “estación” de la DINA en Buenos Aires. Desde allí dirigió varios crímenes que fueron parte de la coordinación de grupos operativos de Chile, Argentina, Paraguay, Brasil y Uruguay. Se trataba del Operativo Cóndor, inspirado y alentado por uno de los hombres más destacados de la diplomacia de Estados Unidos, Henry Kissinger. La CIA financió parte de las acciones del Cóndor y también envió a algunos de sus agentes al cono sur latinoamericano. Con el propósito de alentar un golpe militar en la Argentina, los “cóndores” llevaron a cabo el “Operativo Colombo” entre mayo de 1974 y febrero de 1975. Un total de 119 cuerpos sin vida fueron hallados en ese período. Algunos eran de militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y otros eran cuerpos de argentinos a quienes les “plantaban” documentos de miristas chilenos. Tan criminal como sofisticado era el mecanismo para desinformar que, con fecha 15 de julio de 1975, un pasquín porteño llamado Lea publicaba una doble página enviada desde “Ciudad de México” titulado “La vendetta chilena”, dando esa versión del ajuste de cuentas mirista. En Santiago de Chile el diario La Tercera publicó la misma nota. Enrique Arancibia Clavel es trasladado para el juicio en su contra Preso por espiar Cuando en la Argentina se consumó el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, las dictaduras de los dos países coordinaron todavía más estrechamente sus acciones en el marco del Plan Cóndor. Sin embargo, pronto el conflicto por el Canal de Beagle abriría una brecha que le costó cara a Arancibia Clavel, que por entonces era el enlace de la DINA chilena con el Batallón 601 de Inteligencia del Ejército argentino. Sin embargo, el chileno estaba haciendo un doble juego, mientras seguía trabajando codo a codo con los represores argentinos también recopilaba información útil para sus jefes en caso de que se desatara una guerra entre los dos países, como estuvo a punto de ocurrir. Lo descubrieron y fue detenido el 24 de noviembre de 1978. Cuando allanaron su departamento, los agentes de la SIDE argentina encontraron un archivo escondido en el doble fondo de un placard. Las carpetas estaban ordenadas con los mensajes de la sede de la DINA en Santiago y la estación de Buenos Aires a cargo de Arancibia. Uno de los informes hablaba del romance entre el dictador Emilio Eduardo Massera y la actriz Graciela Alfano. De inmediato, la inteligencia naval fue a interrogar al “Dinamitero”. Como resultado de la visita naval, quedó con los dedos fracturados. Solucionado el conflicto del Beagle gracias a la mediación del cardenal Antonio Samoré, la dictadura del Pinochet logró también que el Vaticano pidiera la liberación de Arancibia. El trámite se demoró y recién pudo volver a las calles en 1981. Carlos Prats fue asesinado en Buenos Aires, el 30 de septiembre de 1974 Perpetua por matar a Prats Recién en la década de los ’90, en el curso de la reabierta investigación sobre el atentado contra el militar chileno exiliado en Buenos Aires, se pudo establecer la identidad de sus autores, entre ellos Arancibia Clavel. Fue en 1996, cuando la jueza María Servini pudo acceder a un documento secreto de la DINA que había sido desclasificado recientemente, donde figuraba el lugar del atentado y la hora en que se había cometido. El autor del informe era Arancibia Clavel. “El Dinamitero” fue incriminado también por uno de sus cómplices, el agente de la CIA Michael Townley, cuando se hizo cargo de varios asesinatos cometidos contra exiliados chilenos y eso le permitió quedarse en los Estados Unidos en los términos establecidos por el Programa Federal de Protección de Testigos. En 2000, Arancibia fue condenado a cadena perpetua. Pese a las apelaciones, tanto la Cámara de Casación como la Corte Suprema de Justicia ratificaron la condena. Eso no fue todo: en 2003, en otro juicio llevado a cabo por el secuestro de dos ciudadanas chilenas que sobrevivieron, Arancibia fue condenado a 12 años. Sin embargo, por cálculo inaudito, pudo salir en “libertad condicional” en 2007. Había cumplido 11 años de prisión efectiva. Esta vez, no fue a vivir a Belgrano, sino que alquiló un departamento en la zona de Tribunales, más precisamente en Lavalle 1418, mucho más cómodo para asistir a los requerimientos judiciales. Allí estaba el jueves 28 de abril de 2011, cuando encontró la muerte a manos de un muchacho de 21 años que se ganaba la vida vendiendo sexo. El primer cuchillazo fue directo al abdomen. En la reconstrucción del hecho se estableció que Arancibia se agarró el estómago con una mano y con la otra quiso frenar los siguientes puntazos, que fueron una decena. Antes de dejarlo muerto en medio de un charco de sangre, su asesino se llevó 35.000 dólares que guardaba en una caja fuerte.

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