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» Comercio y Justicia
Fecha: 30/09/2025 01:01
Por Luis R. Carranza Torres La estatura literaria de Charles John Huffam Dickens, máximo exponente de la novela realista victoriana, oculta algunos otros aspectos de no menor trascendencia respecto de su vida y sus ideas. En su artículo “Dickens v. Lawyers” aparecido en el New York Times el 5 de febrero de 2012 con motivo del bicentenario de su nacimiento, el historiador y doctrinario estadounidense Joseph Tartakovsky repasó la conexión de Dickens con el derecho. Tenemos de tal forma que, con solo 15 años, fue contratado como attorney’s clerk (asistente o pasante de abogado), entregando citaciones, registrando testamentos, copiando transcripciones; más tarde, se convirtió en taquígrafo judicial. Durante tres años de formación, estuvo rodeado de estudiantes de derecho, secretarios judiciales, copistas, secretarios judiciales, magistrados, abogados y procuradores que (renacidos en su ficción) expresaban sentimientos alegres como “odio mi profesión”. Sus retratos de casi todos los tribunales de Londres -Cancillería, Divorcios, Sucesiones o Almirantazgo, entre otros- son tan precisos que en 1929 William S. Holdsworth escribió un libro titulado Charles Dickens como historiador del derecho. A los 32 años, presentó su primera demanda contra una editorial pirata. Dickens le dijo después a un amigo que “es mejor sufrir una gran injusticia que recurrir a la injusticia mucho mayor de la ley”. Esa escéptica consideración probablemente haya nacido en su niñez, cuando su propio padre, John Dickens, fue encarcelado en la prisión de Marshalsea en Londres en 1824 por deudas impagas. Debía unas 40 libras y diez chelines a un comerciante, una suma considerable para la época, y -como era común en el Reino Unido del siglo XIX- los deudores podían ser enviados a prisión hasta que saldaran sus cuentas. A raíz de su detención, la familia entera de Dickens se trasladó a vivir dentro de la prisión, como permitía la ley en ese entonces. Charles -quien tenía apenas 12 años- no vivía con ellos dentro del presidio sino que trabajaba largas jornadas en una fábrica de betún para zapatos para llevarles dinero y comida los domingos. Esta experiencia marcó profundamente su visión del mundo y se refleja en muchas de sus obras, como La pequeña Dorrit, que describe con crudeza la vida en Marshalsea. La situación se solucionó cuando murió la abuela de Charles y el reo heredó los bienes necesarios para pagar la deuda y salir de prisión. Pero lo pasado dejó en Dickens una marca indeleble respecto de la pobreza, el trabajo infantil, la humillación de la cárcel, que fue posteriormente el combustible emocional y simbólico de prácticamente todas sus obras. Es claro que su relación intelectual, y hasta psíquica con la ley, fue ambivalente, fluctuando entre el respeto y el desprecio. De hecho, se matriculó como estudiante de derecho en 1839 y, en 1846, solicitó trabajo como magistrado. Su biógrafa, Claire Tomalin, insinúa que Dickens, al igual que David Copperfield, no cursó estudios de derecho en parte porque no podía permitirse las 100 libras necesarias. Algo que sí pudo dar a uno de sus hijos. Henry Fielding Dickens fue el octavo hijo de Charles Dickens y su esposa Catherine Hogarth. Nacido en 1849, fue el único de los hijos varones que asistió a la universidad, y se convirtió en un abogado distinguido en Inglaterra. Su nombre fue elegido en honor a Henry Fielding, uno de los autores favoritos de su padre, aunque inicialmente había considerado llamarlo Oliver. Pero desistió ante la perspectiva que lo molestaran con el famoso latiguillo de la época “Oliver pide más”. Henry se convirtió en king’s counsel y fue nombrado common serjeant of London, un alto cargo judicial. También escribió sobre su padre, revelando aspectos íntimos de su carácter, como su afecto contenido y su intensidad emocional. Sin embargo, en cierto modo, Charles Dickens sí se convirtió en abogado, y lo fue ante el tribunal de la opinión pública. John Forster, su biógrafo y amigo más cercano, escribió que los niños que sufrían en sus obras eran “sus clientes, cuya causa defendía con tanto patetismo y humor, y de cuyo lado conseguía la risa y las lágrimas de todo el mundo”. Su estatura intelectual como escritor y, especialmente, la potencia narrativa de sus obras como Oliver Twist, David Copperfield, Bleak House, Hard Times, la ya mencionada Little Dorrit, Nicholas Nickleby, A Christmas Carol, Our mutual friend, entre otras, son verdaderos actos de denuncia social, escritas con una pluma que no sólo narra sino que interpela. Y que provocaron no pocos cambios y correcciones en la sociedad victoriana de su tiempo. Es interesante lo que dice Tartakovsky: “Dickens, a pesar de todo su genio e ira, fue incapaz de emprender reformas, proteger a sus clientes o redactar normas más justas. Necesitaba abogados para hacer realidad su visión de una sociedad justa. Incluso el inimitable novelista estaría de acuerdo en que ambos oficios deben ir de la mano”. Ninguna civilización es perfecta, y todas son perfectibles. Soy de aquellos a los que sus padres les insistían que, a la par de ser felices en la vida, debíamos también esforzarnos por dejar el mundo mejor de cómo lo hallamos. Y eso vale especialmente para los abogados, pues uno elige los valores o los antivalores que decide defender.
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