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    Fecha: 29/09/2025 13:35

    Robert Spaemann fue un filósofo alemán conocido por su vasta obra y por polémicas célebres con otros filósofos y hasta con el papa Francisco. Su enfrentamiento desde adolescente con el régimen nazi es expuesto como el dilema de una sociedad como la alemana que durante años fingió demencia. ¿Si un joven eligió desertar del ejército para no ser cómplice de lo que pasaba, cómo hubo una mayoría social y dirigencial que luego se justificó diciendo que no sabía lo que la locura autoritaria provocaba en su propio país? Pasó en Alemania, aquí y en otros países. Sigue pasando. Puede tratarse de un mecanismo de defensa colectiva ante lo que se considera inmodificable o de un pacto implícito por el cual se acepta que todo vale para alcanzar ciertos objetivos. En cualquier caso, luego la sociedad se encarga de buscar chivos expiatorios a los que cargarles la culpa. Normalizar a Trump. En los Estados Unidos hoy se intenta con ahínco normalizar a quien conduce sus destinos, Donald Trump. En su discurso ante la ONU se lo volvió a ver como si fuera el protagonista de aquella comedia de Woody Allen en la que un desequilibrado llegaba a gobernar un país del Caribe. Primero insinuó una conspiración del organismo internacional porque las escaleras mecánicas dejaron de funcionar justo cuando él y su esposa estaban subiendo y porque cuando llegó al atril a dar su discurso, no funcionaba el telepromter. Después atacó por igual a enemigos y aliados y, en su clásico estilo hiperbólico, afirmó: “Sus países se están yendo al infierno. Yo soy el único líder capaz de resolver los problemas del mundo, soy muy bueno en esto”, “El cambio climático es la mayor estafa jamás perpetrada en el mundo”, “Conmigo, Estados Unidos vive una era dorada, vuelve a ser respetado en el mundo, hasta hace poco se burlaban de nosotros”, “Todo el mundo dice que debería recibir el Premio Nobel de la Paz. Puse fin a siete guerras interminables. Es una lástima que yo haya tenido que hacer estas cosas en lugar de que las hiciera la ONU”. También afirmó que el alcalde de Londres quiere implantar la ley islámica en la capital británica y que, tras cruzarse 39 segundos con Lula en un pasillo, el presidente brasileño ahora le caía simpático (“Parece un hombre muy agradable, tuvimos buena química”), después de atacarlo durante meses y de inmiscuirse en los asuntos internos de Brasil. En su encuentro con Javier Milei, lo respaldó para ser reelecto presidente en las próximas elecciones que, como es público, son para legisladores: “Estoy respaldándolo para presidente. Como saben, se acerca una elección y estoy seguro de que le irá bien”. Además, señaló que Alberto Fernández era “un presidente de izquierda radical, muy parecido al corrupto Biden, el peor presidente en la historia de nuestra nación”. Abusados abusadores. ¿A quién recuerda el hiperbolismo de Trump, con su percepción de ser el mejor de todos y de estar rodeado de “zurdos” y enemigos diabólicos? ¿A quién se parece este hombre que se promociona como Nobel de la Paz, mientras ataca a la prensa y a los que piensan distinto, con agresividad y extraños comportamientos públicos? Son varias las similitudes entre Trump y Milei. Ninguna de ellas es ideológica. Uno es un proteccionista típico, un industrialista de perfil conservador, como la mayoría de los demás miembros del Partido Republicano. El otro, en cambio, se opone a cualquier traba estatal, es un anarcocapitalista que desdeña a los industriales y a cualquier medida que los proteja frente a la competencia extranjera. Nada mejor para un proteccionista como Trump que tener de aliado a un librecambista dispuesto a abrirle el mercado local y al que poder venderle sus productos. En el resto sí son muy parecidos. Por empezar, ambos se hicieron populares gracias a la televisión. El estadounidense, con el reality show El Aprendiz, en donde parecía gozar maltratando a sus participantes. El argentino, como panelista de casi todos los programas, en los que se caracterizaba por pelearse con cualquiera. Hablando sobre el poder de la TV, el mismo Robert Spaemann del comienzo, explicaba: “La televisión destruye sistemáticamente la diferencia entre lo normal y lo anormal, porque en sus parámetros lo normal carece del interés suficiente. Su criterio no es la difusión de valores y principios sino provocar el mayor impacto”. La crueldad que también los asemeja puede rastrearse en la que recibieron de niños. Abusados transformados en abusadores. Lo de Milei es sabido porque él mismo lo cuenta. La historia de Trump se conoció cuando su sobrina Mary Trump reveló en su libro Cómo mi familia creó al hombre más peligroso del mundo, una oscura trama familiar con un padre abusador y sociópata. Copia. Los estrategas electorales sostienen que trabajan a partir del cliente que les toca. Santiago Caputo entendió las patologías del suyo como la oportunidad de subirse a la ola mundial que pedía liderazgos extravagantes y “anticasta”. Y es lo que había leído en Los ingenieros del caos, de Giuliano da Empoli, quien estudió a Trump como uno de los casos más notorios de populismo disruptivo. Con un cliente como Milei, que comparte y exagera con naturalidad las conductas psicológicas del republicano, Caputo desarrolló un producto electoral a su imagen y semejanza. Así, copió los insultos y vulgaridades de Trump, su construcción de enemigos imaginarios (los inmigrantes), sus proyectos faraónicos para generar conversación (el muro con México, la compra de Groenlandia, la anexión de Canadá), su lucha contra el establishment tradicional (como la ONU y la Organización Mundial de la Salud), su búsqueda para polarizar a la sociedad, sus repentinas referencias a Dios y el acercamiento con grupos religiosos, su uso de las redes sociales, la propagación de fake news (afirmar que Obama nació en Kenia o que puso fin a guerras que nunca existieron) y el uso de la indignación social como motor político. A Milei la traducción argentina de Trump no le costó nada, porque lleva su mismo ADN disruptivo y por su genuino cholulismo hacia alguien tan exitoso en lo empresarial y político. Por eso imita con espontaneidad lo que él hace. Insulta, siembra sospechas sobre inmigrantes y homosexuales, es capaz de prometer quemar el Banco Central o de elogiar a la mafia y a Al Capone, reta a la ONU, a la OMS y a Davos; polariza con los “kukas”, está imbuido de un misticismo superior al de Trump y coquetea con distintas religiones, vive pendiente de las redes sociales y propaga fake news a repetición (acusa de kirchneristas a antikirchneristas y de ensobrado a cualquiera que lo critique, o promociona falsas criptomonedas). No-normales. Mientras que en los Estados Unidos con Trump y aquí con Milei se hacen tremendos esfuerzos por hacer de cuenta de que todo esto es normal; Trump y Milei se esfuerzan cada día por demostrar que no lo son. Que no lo pueden ni lo quieren ser. Ahora, uno de estos líderes no-normales le pidió al otro una ayuda anormal y urgente. Y el otro, que tampoco tiene tantos aliados tan fieles en el mundo, le dijo inmediatamente que sí, sin que aún se sepan bien los detalles ni los condicionantes de tal ayuda. Mirar para otro lado no es lo mismo que ser cómplice, aunque en la práctica puede resultar muy parecido. En la dramática historia argentina conocimos bien el mecanismo de escenificar la vida de un país normal, aun en plena dictadura. Eso sucede hasta que los Spaemann de la vida pasan a ser mayoría y la escenografía de esa falsa normalidad se revela como simple papel pintado. Si nos guiamos por las elecciones que tuvieron lugar hasta ahora, es lo que estaría empezando a ocurrir en la Argentina. Por Gustavo González-Perfil

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