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  • El caso de la mujer que invitó a almorzar su plato favorito a la familia de su exmarido: un hongo letal y tres comensales muertos

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 29/09/2025 05:06

    Erin Patterson fotografiada en Melbourne, el 15 de abril de 2025 (James Ross/AAP vía AP) El sábado 29 de julio de 2023, Erin Patterson (48 años en ese entonces) invitó a almorzar a sus exsuegros, Gail y Don Patterson, y a la hermana de Gail, Heather Wilkinson, con su marido, el pastor Ian Wilkinson. La cita era a las 12.30 en la casona de Erin en Leongatha, Victoria, Australia, una propiedad de dos pisos rodeada de verde, que había sido construida en 2020 y valuada en más de un millón de dólares. La convocatoria tenía un motivo importante: quería consultarles cómo anunciar a sus hijos de 9 y 14 años la triste novedad de que tenía cáncer de cuello de útero. Para estar sola con los adultos envió a sus chicos al cine a ver una película. De esa manera podrían charlar tranquilos. Su exmarido también estaba invitado, pero faltó a la cita. Erin cocinó durante horas para sus comensales su plato favorito y una de las recetas que mejor le salía: carne a la Wellington (ojo de bife o lomo envuelto en jamón y en una masa de hojaldre) acompañada de duxelle (una clásica mezcla de hongos con hierbas y manteca). Los invitados llegaron puntuales y se dispusieron alrededor de la mesa del comedor en esa nueva casa de madera gris. La anfitriona les fue sirviendo las porciones de cada uno en platos grises. Al final se sirvió ella en otro de diferente diseño. Don comió su plato y le gustó tanto que comió también la mitad del de su mujer. Por la tarde, cada pareja volvió a su casa. Pocas horas después todos empezaron a sentirse mal. Malestar estomacal y cólicos espantosos. Con el paso de los minutos, además de las náuseas, llegaron los vómitos y la diarrea. Durante la madrugada Simon Patterson, el ex de Erin, se ocupó de llevar a sus padres al hospital. Los Wilkinson terminaron, también, internados. La madrugada del 30 de julio los cuatro invitados eran atendidos por médicos que intentaban descifrar qué les ocurría. Erin Patterson les preparó a sus invitados carne a la Wellington: ojo de bife o lomo envuelto en jamón y en una masa de hojaldre. Y la acompañó con duxelle, una clásica mezcla de hongos con hierbas y manteca Los hongos de la muerte Los internados, al comienzo de su tratamiento, estaban doloridos pero conscientes. Con el correr de las horas sus organismos se fueron deteriorando y, al día siguiente, ya presentaban daño hepático y renal. ¿Con qué se habían intoxicado tan gravemente? Heather, desde su cama de terapia, llegó a comentar que Erin había comido en un plato de otro color del que habían usado ellos. Incluso Erin dijo haberse sentido mal y tener diarrea. Ella sostuvo que había comido lo mismo y que sus hijos habían ingerido las sobras del almuerzo. Fueron los tres al hospital cercano a su casa rural. El 31 de julio los médicos les hicieron tests para saber si también podían estar intoxicados. Todo les dio bien. Para los especialistas que atendían a los dos matrimonios en terapia intensiva, los síntomas eran típicos de un envenenamiento por Amanitas Phalloides, conocido popularmente como “el Hongo de la Muerte”. De aspecto, esos hongos resultan muy parecidos a las variedades comestibles y podrían ser confundidos con facilidad, lo que puede resultar en un envenenamiento accidental. En la historia hay varios casos de este tipo con personajes célebres como los emperadores Claudio y Carlos VI de Habsburgo que murieron por ingerir estas setas tóxicas. Son de los hongos más letales que existen para el ser humano porque contienen amanitinas, una toxina que ataca al hígado, los riñones y el sistema digestivo. El cuadro clínico comienza con fases que pueden confundirse con una simple intoxicación alimentaria. Sin embargo, entre 12 y 24 horas después aparece un dolor abdominal intenso, vómitos profusos, diarrea acuosa y abundante. Luego de esto, a veces, los pacientes parecen mejorar porque mengua el dolor, pero esas toxinas siguen su paso dañando irreversiblemente los órganos. Es por esto que la falla hepática y multiorgánica suele aparecer al segundo día. También la ictericia, los sangrados, la somnolencia, la confusión y la encefalopatía hepática (la pérdida de las funciones cerebrales como consecuencia de que el hígado no elimina las toxinas de la sangre). Con o sin tratamiento, con o sin trasplante de hígado, habitualmente suele sobrevenir la muerte. Una dosis letal en un adulto puede ser tan solo por haber comido medio hongo. Pasaron los días y los invitados de Erin comenzaron a morir. Simon Patterson observó que su padre estaba considerablemente peor que Heather. Lo vio sumamente descompuesto “de costado en la cama de terapia, con la cara descolorida, peleando por intentar hablar con una voz tensa. Se notaba que sentía mucho dolor”. El 4 de agosto a las 2.50 de la madrugada murió Heather Wilkinson (66). A las 5.55 murió su hermana, Gail Patterson, (70). Al día siguiente, a las 11.30 de la mañana, le tocó el turno a Don Patterson (70). Ian Wilkinson (68), resistía. Quizá había en su porción menos setas, quién sabe. Finalmente, tras una larga internación, el 23 de septiembre le dieron el alta. Ian Wilkinson, el único invitado que sobrevivió al almuerzo mortal con hongos servido por Erin Patterson, habla con los medios al salir de la Corte Suprema de Victoria, en Melbourne, Australia, el 8 de septiembre de 2025 (AAP/Joel Carrett vía REUTERS) La anfitriona fatal Erin Trudy Scutter nació el 30 de septiembre de 1974 en Glen Waverley, un suburbio de Melbourne. Su madre, Heather Scutter, era una académica experta en literatura infantil y su padre un ejecutivo importante, directivo de empresas australianas. Se crió junto a su hermana Ceinwen (hoy geóloga especialista en volcanes). Está registrado que desde muy chica Erin enfrentó trastornos alimenticios y problemas con su autoestima. Terminado el colegio, cuando llegó el momento de escoger una carrera, ella eligió Ciencias en la Universidad de Melbourne, pero luego, aburrida, decidió cambiarse a contabilidad. Al tiempo realizó otro cambio más: comenzó a formarse como controladora de tráfico aéreo y se graduó en 2001. Trabajó en el tema casi dos años. En 2004 entró como responsable de gestión animal en la Royal Society para la prevención de la crueldad animal en Monash, Melbourne. Parecía una persona empática incluso con las mascotas. Ese mismo año comenzó a salir con Simon Patterson, quien trabajaba como ingeniero en el ayuntamiento de la misma ciudad. Se conocieron porque compartían el mismo ecléctico grupo de amigos del organismo oficial. Si bien antes de conocer a quien sería su marido ella se declaraba atea, luego de empezar a salir con Simon empezó a participar activamente en temas religiosos. Una vez de novios comenzaron a viajar y a disfrutar de la vida juntos. Ya tenían fecha de casamiento cuando, en el año 2006, Erin heredó parte del patrimonio de su abuela paterna Ora Scutter: fue beneficiaria de una suma que hoy equivaldría a 2 millones de dólares. Se casaron en 2007 y, ese mismo año, se mudaron a Pemberton, donde había sido destinado Simon por el ayuntamiento. Erin probó un nuevo rubro y abrió una librería de segunda mano. Viviendo ahí fue que nació, en 2009, el primer hijo de la pareja. Los altibajos entre ellos existieron siempre. Con el nacimiento de su primer hijo se intensificaron y comenzaron las separaciones temporales. A cada pelea seguía una reconciliación y vuelta a empezar. En 2011 murió por cáncer el padre de Erin. Antes del nacimiento de su hija, en el año 2014, la familia se mudó a Koonwarra, en Victoria, para estar más cerca de la familia Patterson. Erin quería mucho a sus suegros, especialmente a Don con quien compartía su pasión por la ciencia. Entretanto, las tensiones entre Simon y Erin siguieron creciendo. En 2015 decidieron separarse. Simon se mudó fuera de la casa familiar. Aun así, siguieron tomando vacaciones juntos y en familia. Viajaron con sus hijos a Sudáfrica, a Botswana, a Darwin, a Adelaida, a Nueva Zelanda. A fines de 2018, después del último viaje a África, hubo un nuevo intento de reconciliación. La cosa no funcionó. A pesar de ello, Simon se involucró en la construcción de la casa que Erin quería hacerse en Leongatha —en la que ocurriría el almuerzo fatal años más tarde—. Simon y Erin pensaban que quizá, después de todo, terminarían viviendo juntos allí. Era una posibilidad. Tras la muerte de la madre de Erin en 2019, debido a otro cáncer, ella y su hermana volvieron a heredar propiedades y dinero en efectivo. Incluida una casa frente al mar en New South Wales. Erin fue generosa con los primos de Simon y les prestó miles de dólares para que se compraran sus propias casas, pero esos préstamos no tenían fechas de devolución y solo se indexaban por inflación. Esto terminó por desatar más conflictos entre ambos. Además, que Simon le pasara solo unos 50 dólares por mes para cada uno de sus hijos, era algo que ella consideraba ridículo. La casa de Erin Patterson en Leongatha (William WEST/AFP) Las cosas se desmadran Entre noviembre de 2021 y septiembre de 2022 Simon tuvo varios traspiés intestinales y debió ser internado, al menos, tres veces. En una de las ocasiones llegó a estar en coma inducido y requirió de una cirugía que le salvó la vida. Nadie entendía bien qué pasaba con él. En 2022 surgió otro tema de conflicto entre ellos. Simon, en su declaración de impuestos, dijo estar separado. Eso terminaba perjudicándola, según Erin y por cómo es el sistema tributario local, en las finanzas domésticas. Las charlas que siempre se habían mantenido amigables, se volvieron hostiles. Comenzaron a hablar menos, aunque siguieron compartiendo las responsabilidades por sus hijos y asistiendo a la misma iglesia bautista Korumburra donde el tío de Simon, Ian Wilkinson, era pastor. Durante el servicio religioso del domingo 16 de julio de 2023 Erin se acercó a Ian para invitarlos a su casa a almorzar el siguiente 29 de julio. También aprovechó para extender la invitación a sus exsuegros y a Simon. Les mencionó que tenía algo importante que comunicarles y que debía pedirles consejo. Simon Patterson, el día previo a la cita, decidió que no iría. No tenía ganas de enfrentar ninguna discusión. Le canceló su asistencia con un mensaje de texto. Le escribió a Erin: “Perdón, pero me siento muy poco cómodo con esto de ir a almorzar mañana con vos, mamá, papá, Heather e Ian. Pero me alegra que puedas hablar con ellos acerca de tu salud y de las implicancias de ello. Podríamos hablar en otro momento por teléfono. Solo avisame”. Ese mensaje salió disparado a las 18.54 del día viernes 28 de julio. La respuesta de ella llegó minutos después. A las 18.59 Erin tipeó: “Realmente es decepcionante. He pasado varias horas de esta semana preparando el almuerzo de mañana algo que ha sido extenuante teniendo en cuenta los problemas que enfrento y he gastado una pequeña fortuna en los ojos de bife para cocinar porque quería que fuera una comida muy especial, pensando que es posible que no pueda realizar otra así por mucho tiempo. Es importante para mí que estén aquí todos mañana y llevar a cabo las conversaciones que necesito tener. Espero que cambies de manera de pensar. Tus padres y Heather e Ian vendrán a las 12.30. Espero verte aquí”. Simon no respondió. Lo tenía decidido. No tenía sentido enfrascarse en una nueva pelea. Ya le había avisado a sus padres que no iría, pero ellos habían elegido mantener la buena relación con su exnuera, a pesar de la separación de su hijo, e irían de todas maneras. Simon tenía alguna desconfianza que no expresaba demasiado: hacía tiempo que creía que su ex podría ser la responsable de sus gravísimas descomposturas e internaciones y se preguntaba si ella no querría envenenarlo nuevamente. De hecho, hizo esa broma ante sus amigos un día cuando les expresó que creía que Erin había intentado matarlo con la cocina. Todo quedó en un mal chiste. Lo cierto es que apenas ocurrió lo de sus padres y tíos, conectó los hechos. La ficha le cayó de manera brutal como una certeza absoluta. Erin Patterson llega a la Corte Suprema de Victoria en Melbourne, Australia, el 25 de agosto de 2025 (Jason Edwards/AAP/vía REUTERS) La palabra de los otros El primer día de agosto del 2023 la policía comenzó a interesarse en el caso. Tres muertes y un intoxicado grave era suficiente impulso para que se abriera una investigación. Estaba claro que había un envenenamiento, pero ¿habría sido accidental o deliberado? Cuando revisaron la casa de Erin, los detectives hallaron en un basural cercano un deshidratador de alimentos y lo mandaron a analizar. Resultó tener restos de hongos venenosos y claras huellas dactilares de Erin Patterson. ¿Por qué se habría deshecho de él si la intoxicación había sido involuntaria? Daba que pensar. El 14 de agosto Erin proveyó a la policía una lista de los ingredientes que había usado para cocinar. Sostuvo en su primera entrevista que había usado unos hongos secos comprados en el Asian Supermarket de Melbourne tres meses antes del almuerzo. Aseguró que ella había tirado el deshidratador de comida luego de escuchar que la gente murmuraba que ella había, intencionadamente, envenenado la comida de todos. Lo había hecho por temor. Pero los hongos que dijo haber comprado en ese lugar no coincidían. Era impensable que esos tipos de hongos tan venenosos fueran vendidos en un local comercial. El gps del auto de Erin y las cámaras callejeras demostraron que ella había visitado lugares donde los hongos mortales crecen de manera salvaje. Finalmente ella misma terminaría por admitir haber recogido hongos silvestres en esos sitios. El 2 de noviembre de 2023 la policía fue hasta el domicilio de Erin Patterson y la detuvo. Fue formalmente acusada por tres cargos de asesinato, uno por intento de homicidio a Ian Wilkinson y cuatro contra su exesposo, Simon. Estos últimos cargos terminaron cayendo. Ian Wilkinson, la voz del sobreviviente, fue vital. Declaró que aquel día de la visita a Erin ella se mostró reacia a que Heather ayudara en la preparación del plato y no quiso que nadie contribuyera a servir las porciones. Quería hacerlo sola. Además, había comido de un plato notablemente distinto al resto. Durante el almuerzo ella les había hablado de un diagnóstico “amenazante de cáncer de cuello de útero”. Simon, por su parte, declaró que su mujer había experimentado severas depresiones postparto y que tenía conductas estrafalarias. Por ejemplo, una vez que estuvo internada, no hizo caso al consejo de los médicos y se marchó del establecimiento. Algo más: durante los aterradores días de la internación de sus padres por la intoxicación, Erin nunca le preguntó cómo estaban. Los hijos de Erin declararon a distancia. Ellos reconocieron haber comido los restos del almuerzo al volver del cine, pero sin consecuencias. El hijo varón contó algo extra: cuando el día 30 de julio su madre lo llevó a una clase de vuelo, notó que ella no usó en ningún momento el baño ni comentó nada al respecto a pesar de que por la mañana les había asegurado estar con episodios de diarrea. El 8 de septiembre Erin Patterson fue condenada a tres cadenas perpetuas consecutivas y 25 años por el intento de asesinato a Ian Wilkinson (James Ross/AAP vía REUTERS) El látigo de la Justicia Durante 2024 se realizaron las audiencias preliminares para el juicio. Se presentaron las pruebas: la ubicación de su teléfono cerca de las zonas donde se encuentran los “Hongos de la Muerte” que había cosechado; sus búsquedas por internet sobre setas tóxicas; el plato diferente que había utilizado para no contaminarse ella; la máquina rescatada de la basura para secarlos. El juicio comenzó el 29 de abril de 2024 en la Corte Suprema de Victoria y fue liderado por el juez Christopher Beale. Erin se declaró no culpable: alegó siempre que fue un burdo accidente culinario. Si bien primero negó que los hongos los hubiera recolectado ella, durante el juicio admitió que sí lo había hecho y dijo que venía utilizando hongos silvestres desde el año 2020. Había recolectado hongos durante años antes de aquel almuerzo. Dijo que había usado el deshidratador y que había separado los que olían mal. Agregó que, luego de comer la torta que su suegra había llevado, vomitó y tuvo diarrea durante varios días seguidos para lo que había tomado remedios. Quedó descartado que ella o sus hijos hubiesen tenido algún tipo de problema intestinal como consecuencia de haber comido el plato de carne con hongos y los profesionales dijeron que los síntomas parecían inventados porque los tests de ellos tres habían dado normales. Erin objetó cualquier contaminación voluntaria como también negó haber buscado, en mayo de 2022, en el sitio Inaturalist, imágenes de esos hongos venenosos. Pero entonces ¿quién lo había hecho desde su máquina? Todo era un absurdo. Hubo un detalle extra: no había hecho la carne Wellington en una sola pieza que luego cortó en porciones. Había hecho cada plato por separado: seis piezas distintas para ser servidas individualmente. Mucho trabajo sin sentido, salvo que alguien quisiera asegurarse suficiente precisión para no envenenarse a sí misma o a sus hijos. Y eran seis las porciones porque Simon estaba incluido en ese almuerzo. Es evidente que, de haber asistido, él hubiera sido otra víctima. Respecto de sus mentiras sobre un supuesto cáncer de cuello uterino y que deberían operarla (en algunos sitios se habló de cáncer de ovarios), los médicos lo desmintieron categóricamente. Erin aceptó que había mentido, pero se excusó diciendo que no se había animado a contarle a sus invitados que lo que quería, en realidad, era someterse a una cirugía de bypass gástrico para perder su sobrepeso. También estaba el tema del reseteo de su teléfono: en agosto del 2023 lo hizo, al menos, en cuatro oportunidades con la esperanza de borrar su historial de búsquedas en Internet. Estaba claro que había existido un plan para los crímenes. Pero ¿el móvil? El juez le espetó: “Solo usted puede saber qué la motivó a cometerlos. Sobre eso no especularé”, pero agregó que ella no demostró sentir pena alguna por sus víctimas en los días subsiguientes al almuerzo mientras ellos se retorcían de dolor y peleaban por sus vidas en el hospital: “Su falta de remordimientos agrega sal en sus heridas”, aseveró el magistrado. El 7 de julio pasado fue encontrada culpable por el jurado compuesto por doce miembros. Y el 8 de septiembre el juez Christopher Beale le impuso su condena: tres cadenas perpetuas consecutivas y 25 años por el intento de asesinato a Ian Wilkinson, con un plazo mínimo sin posibilidad de libertad condicional de 33 años. Erin Patterson cumple su pena en la prisión de Dame Phyllis Frost Centre, un centro penitenciario de alta seguridad para mujeres en el oeste de Melbourne. Pasa 22 horas del día dentro de su celda, sin contacto con otras reclusas, debido a la gravedad de sus actos. Ian Wilkinson, el único sobreviviente, habló ante la prensa al salir de la corte y dijo que se sentía vivo, pero a medias, porque había perdido a su amada esposa y a sus dos grandes amigos. Terminado el juicio se supo mucho más de los envenenamientos previos de Simon Patterson. Se publicaron los resultados de los estudios que se habían hecho en las internaciones y se demostró que sus síntomas eran consistentes con la ingesta de carbonato de bario, un ingrediente que se encuentra en el veneno de ratas que su mujer habría puesto en sus comidas. Los tres intentos habían ocurrido: -El 17 de noviembre de 2021 en su pasta penne rigate a la bolognesa. -El 25 de mayo de 2022, en un viaje a un camping, con un pollo al curry. Esta vez fue la más grave porque Simon terminó en un coma inducido y debieron extirparle parte del intestino. El cuadro le provocó una necrosis y debió pasar por varias cirugías. Estuvo al borde de la muerte. -El 6 de septiembre de 2022, luego de ingerir un wrap de vegetales con curry preparado por Erin. Estos datos no se habían hecho públicos antes para no interferir con el juicio. Simon en una entrevista reveló: “Pensé que podía haber un riesgo de que me envenenara si iba. Después de la primera vez que caí enfermo, tuve la impresión que era culpa de la comida de Erin. Pero no lo pensé demasiado. La segunda sí lo tomé seriamente”. A partir de esa vez dejó de permitir que Erin tomara decisiones médicas sobre él y empezó a controlar lo que ella le preparaba. Incluso se lo comentó a un médico. Aun así volvió a ocurrirle. De los hijos de Erin y Simon no hay nombres ni fotos, la Justicia los protege. Simon comentó en su testimonio: “La amarga realidad es que ellos viven con un dolor irreparable por la pérdida de su madre y bajo el hecho de que todos saben que Erin asesinó a sus abuelos (...). A ellos les fue robada la esperanza de tener una relación normal, como cualquier niño, con su madre”. Para acceder a la libertad condicional Erin deberá esperar a pasar los 83 años. Para eso falta muchísimo porque recién cumplirá 51 el próximo 30 de septiembre. Un dato curioso y, por qué no, espeluznante para cerrar esta nota: cuando ocurrieron sus crímenes, Erin acababa de anotarse para estudiar enfermería y obstetricia en una universidad de Victoria. Controladora aérea y experta en hongos venenosos con pretensiones de enfermera... El poder sobre la vida ajena era algo que, evidentemente, la subyugaba.

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