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  • Epulón y Lázaro nos interpelan

    » Diario Cordoba

    Fecha: 28/09/2025 19:05

    Ante la parábola de Jesús de Nazaret, -«el rico Epulón y el pobre Lázaro»-, quisiera recordar unas palabras de Victoria Camps, catedrática emérita de Filosofía Moral y Política de la Universidad Autónoma de Barcelona, y también senadora independiente, pensadora práctica, que conjuga la reflexión personal con la esfera pública, dirigiendo su mirada a la sociedad actual: «Hemos perdido la confianza en el otro, en el ciudadano, pero también en los medios, en las instituciones, ya que los partidos políticos sólo se defienden a sí mismos, no el interés común. En esta sociedad polarizada no existe el debate. Uno se enfrenta al otro porque es el otro. Pero lo que más me preocupa es la «indiferencia». Una «sociedad indiferente hacia problemas colectivos es lo que hay que evitar». Las palabras de la filósofa ponen el dedo en una de las «llagas» de nuestro tiempo: «Una indiferencia que se traduce en ceguera para percibir la realidad». En la parábola que nos ofrece el evangelio de hoy domingo en las eucaristías, el rico Epulón padece una terrible «ceguera»: No se fija en Lázaro, un pobre que «estaba echado a su puerta». No se dice del rico que fuese malo, ni que pagase mal a sus criados, ni que dejase de cumplir sus deberes religiosos. No se habla en ningún momento de que el rico ha explotado al pobre o que lo ha maltratado o despreciado. Se diría que no ha hecho nada malo. Lo que se condena es su «insensibilidad», su «indiferencia», su «acorchamiento»: No se daba cuenta de que, a la misma puerta de su mansión, otro hombre como él estaba cubierto de llagas y ansiaba por llevarse a la boca las migajas que ni se daba cuenta le sobraban. No sólo se le condenaba porque no repartiese mejor su dinero, también por esto, sino porque se había encerrado en sí mismo, porque su corazón y sus entrañas estaban cerradas, insensibilizadas. Porque, como los ricos denunciados por el profeta Amós, «canturreaban apoltronados en sus lechos de marfil y no se dolían de los pobres». ¿Conclusiones para nuestra vida cristiana? Epulón y Lázaro no son sólo dos hombres concretos; hoy, detrás de Epulón hay un 25 por ciento de habitantes del mundo que «banquetea espléndidamente», mientras que a miles de millones de Lázaros apenas les llegan las migajas que caen de la mesa del mundo técnicamente desarrollado. Lázaro es el único personaje de la parábola de Jesús al que se le llama por su nombre. Su nombre significa «Dios ayuda». Dios no lo olvida, lo acogerá en el banquete de su reino, junto con Abraham, en una profunda comunión de afectos. El hombre rico, en cambio, no tiene siquiera un nombre en la parábola: su vida cae en el olvido, porque el que vive para sí no construye la historia. Y un cristiano debe construir la historia, adentrándose con entusiasmo en los avatares de cada jornada, participando en la construcción de un mundo mejor por más humano y por más cristiano. La «indiferencia» que señalaba la filósofa Victoria Camps, la «insensibilidad» de hoy abre abismos infranqueables para siempre. Y nosotros hemos caído, -cito palabras del papa Francisco-, «en este mundo, en este momento, en la enfermedad de la indiferencia, del egoísmo, de la mundanidad». Hay algo confortable en esta parábola del rico epulón. No somos condenados porque tengamos más que otros, ni por tener más de lo que necesitamos para sobrevivir. Jesús no predica el comunismo y la propiedad privada no es un «disvalor absoluto». El pecado está en la falta de sensibilidad, en la despreocupación ante los desafortunados que están a la puerta. Lo que le importaba a Jesús era si los ricos y los pobres tenían un corazón abierto a los demás. Más allá de las columnas del egoísmo, en el templo de los nuevos dioses, está la estatua a la «diosa indiferencia». Una diosa detestable pero muy popular que aumenta día a día en seguidores. Es una diosa sin ojos que, al no tenerlos, no siente nada en su corazón marmóreo. Su credo proclama: «Ojos que no ven, corazón que no siente». Y en este momento de tantas encrucijadas, los versos de Concha Zardoya: «Cuando el dolor desgarre / las fibras de tu alma, / no desesperes nunca. / Pasará la tormenta / y acabaré el naufragio / salvada por un ancla». *Sacerdote y periodista

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