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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 28/09/2025 06:35
Javier Milei en las Naciones Unidas El patético mensaje de nuestro presidente en las Naciones Unidas es el de un fracasado que explica a los países prósperos cómo llegar a ese ansiado lugar. En su ignorancia de nuestra historia, se refiere a los ya manidos ochenta años a los que asigna el origen de nuestro fracaso. Esos ochenta años, en rigor, remiten aproximadamente al momento en que la sociedad volvió a emitir en libertad y sin fraude su voto, a la recuperación de la democracia después de la Década Infame. Nuestra sociedad transitó hasta 1975 una integración social casi sin deuda y sin caídos. El único tema central en aquel momento era el 4 o 5% de desocupación. Era una sociedad absolutamente exitosa: había ingresado en la revolución industrial, proceso que va a destruir por primera vez Martínez de Hoz, ministro de Economía de la Dictadura, en nombre del liberalismo, corriente de pensamiento económico y político que no es cuestionable ni criticable per se, siempre y cuando forme parte del ideario patriótico y de las opciones que los argentinos utilizamos como herramienta para nuestro propio desarrollo. Martínez de Hoz iniciará lo que denominamos “monetarismo”. Es decir, colocará la especulación financiera por encima del fruto y del resultado del esfuerzo industrial, ese es el origen de nuestra deuda externa. Recordemos que Isabel Perón deja el poder con un endeudamiento de apenas 6.000 millones de dólares, y la dictadura cívico-militar entregará el gobierno a la democracia con una deuda cercana a los 50.000 millones. Ahora bien, la Ley de Entidades Financieras será desde ese momento, y lo es hasta hoy, un eje que sitúa a la renta bancaria como centro de la dependencia económica de la industria y de la sociedad, y en verdad, cuando se habla de inversores, normalmente la referencia obligada es a aquellos que adquieren las empresas abandonadas o vendidas por los argentinos o a quienes vienen a invertir en los bancos para hacer jugosos negocios con el lucro que esas entidades les ofrecen en los altibajos propios de nuestra economía. El discurso del presidente de Brasil Lula Da Silva generó nuestra envidia en su totalidad, y particularmente en su evocación del Santo Padre Francisco y del maestro político Pepe Mujica, por esa voluntad de ser patria que nuestros hermanos brasileños sostienen hasta el presente. Esa voluntad que define la honorabilidad de un país que no paró de crecer y con el cual supimos compartir el rumbo alguna vez. Ellos continuaron siendo respetables y nosotros nos extraviamos en manos del endeudamiento. Comparado con ese discurso, el de Milei fue realmente humillante, en su pretensión de compartir la verdad absoluta con el presidente de Estados Unidos, país del que somos el único aliado en el continente y en el mundo, y al que se suma tan solo el Primer Ministro de Israel Benjamín Netanyahu, condenado por la mayoría de las naciones. La alabanza a Trump, y el hecho de que el presidente norteamericano quiera sostener nuestra dependencia como ejemplo de la vieja teoría Monroe (“América para los americanos”) y expulsar, de ese modo, las inversiones chinas, marca la voluntad colonial de Milei y la desubicación histórica de nuestro país, al no aceptar el ingreso en los BRICS, espacio que realmente incluye a los países en desarrollo, los que lenta e inexorablemente se separan de un Estados Unidos, que, como imperio, solo tiene gestos de proteccionismo y decadencia. Por lo demás, el reconocimiento del Estado palestino significa respetar a los pueblos y condenar el uso de la potencia militar de los fuertes contra la angustiosa y patética situación de los débiles. Milei fue a las Naciones Unidas a explicarles a los países que la integran qué se debe hacer para tener éxito, insistiendo en la irracional idea -propia de su mentalidad de ahorrista- de que integrar a los humildes a la sociedad implica limitar la concepción de los tiempos venideros. Los Estados gastan demasiado en los pobres cuando su obligación es ahorrar para que los ricos tengan el promisorio porvenir que merecen. El presente debería ser miserable si se pretende lograr el país soñado por Milei, quien, cuando dice referirse al país rico, no está pensando más que en un país de ricos, el de la Argentina previa a Yrigoyen y al proceso democrático. Para el señor presidente, dictadura y pobreza son dos elementos atractivos de un pensamiento, en el que es esencial la condena al opositor, lo que equivale a condenar la democracia. Esa demencial idea de compartir con Trump una visión del futuro es tan ridícula como la pretensión de un joven escritor de compartir con Borges los deleites de la gloria que a él le proporcionó su escritura, sin tomar conciencia de que la adhesión al éxito ajeno nada tiene que ver con la posibilidad de los logros propios. Asombra también el hecho de que Trump, con todos sus altibajos, haya prometido detener guerras -jamás lo logró-my por otro lado, tenga palabras respetuosas hacia Brasil, cuando intentó devaluar a ese país e imponerle su ridícula voluntad imperial, reivindicando al presidiario Bolsonaro. Ese enfrentamiento culmina ahora con la lógica del respeto a los estadistas dignos, como Lula, que saben defender sus posturas, merced a su real esfuerzo por defenderlas, que no consiste en imitarlas, sino en construirlas. Si uno tiene experiencia e historia, advierte que los pensadores del presente son los mismos que se impusieron en las reiteradas dictaduras que soportó nuestro país. Pero es la primera vez que el enfermo pensamiento antidemocrático logra instalarse en democracia, claro que con una extraña y contradictoria consecuencia: el gobierno asegura que transitamos una salida exitosa, y lo cierto es que los argentinos sufren en lo cotidiano un empobrecimiento tan paulatino como incesante. El sueño de los poderosos expresado tan claramente por Trump de que Milei siga ganando elecciones está basado en la insensata idea de no aceptar que los pobres son absoluta mayoría y que son ellos quienes van a elegir en las próximas elecciones a sus representantes, que nunca serán aquellos que los han dañado, menospreciado y empobrecido. Cuando estos perversos y atroces enriquecidos llaman a toda oposición Kukas, están desnudando la limitación mental que les impone su egoísmo. Milei es el triunfo del individualismo por sobre la solidaridad y ese fue el mensaje que intentó transmitir al resto del mundo, que, sin duda, lo miraba con asombro y sin respeto. En síntesis, como miles de argentinos, sentí vergüenza y dolor al escuchar el descabellado mensaje del presidente Milei, y orgullo, como latinoamericano, ante el discurso del presidente brasileño Lula da Silva.
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