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  • La estupidez es un viaje político

    Parana » AIM Digital

    Fecha: 27/09/2025 10:13

    Generalmente no es la razón sino el deseo el que impulsa los actos de la gente: es la voluntad en parte inconsciente, que sabe disimularse con racionalizaciones. La sabia recomendación de entender las lecciones de la historia se congela rápido: en la introducción de la Filosofía de la Historia, Hegel observó que la historia enseña que no se puede aprender nada de ella. Si los pueblos y sus gobiernos no aplican lecciones tomadas de la historia es -sigue diciendo Hegel- porque cada momento está determinado por circunstancias únicas e irrepetibles, de modo que no ayuda la aplicación de ningún principio general que podamos extraer del conocimiento del pasado. Las guerras, los gobiernos absurdos, los abusos que parecen superados por el progreso vuelven una y otra vez, justo cuando la gente cree que vive en un presente mejor que el pasado y que las conductas antiguas, consideradas primitivas, no deberían repetirse. Pero se repiten, y si en algo hay progreso es de manera cada vez más destructiva. La guerra hace siglos a veces afectaba incidentalmente a la población; en Europa durante siglos la gente solo sabía que podía cambiar de soberano -y quizá con eso también de religión- pero en otras ocasiones una derrota militar era sinónimo de la población de una ciudad o un reino pasada a cuchillo. Ahora, las luces ilusorias de una civilización trastornada alumbran ataques con tecnología mucho más destructiva, con instrumentos de guerra mucho más desarrollados, artefactos de terror que encierran en su funcionamiento mucha inteligencia instrumental y una creatividad desorbitada. La estupidez de la mayoría está en la base de esta realidad. Los estúpidos, que lo son por un límite natural de sus facultades y no porque quieran, son capaces de amar lo que los destruye, reverenciar lo que los aplasta, votar lo que los arruina, aceptar la monótona repetición del juego hasta el momento de bajar a la tumba. Las leyes de Cipolla En "Allegro ma non troppo" el historiador italiano Carlos María Cipolla, muerto en el año 2000, trazó algo así como una teoría de la estupidez sobre la base de la división meramente didáctica de la humanidad en categorías: incautos son los que benefician a otros a costa de sí mismos, como los que caen en estafas telefónicas a pesar de advertencias y recomendaciones; los inteligentes que se benefician a sí mismos y a otros, muy escasos; los bandidos que se benefician a costa de otros, que se dan en cantidad variable según las condiciones sociales; y los estúpidos, que actúan de manera de no obtener beneficio pero sí causar daño a otros o a sí mismos y a veces prometer que serán más advertidos la proxima vez, pensando que la próxima será igual que la anterior. Cipolla ofrece una caracterización de la estupidez humana en cinco puntos: 1) Siempre subestimamos el número de estúpidos que hay en el mundo. 2) La probabilidad de que una persona sea estúpida es independiente de otras características de esa persona . La estupidez no está ligada a la inteligencia, la clase social o la educación. 3) Una persona estúpida es aquella que causa daño a otro o a un grupo de personas sin obtener beneficio alguno, e incluso puede perjudicarse a sí misma. 4) Las personas no estúpidas subestiman el potencial de daño de los estúpidos. No se dan cuenta del poder destructivo que un estúpido puede tener. 5) Los estúpidos son el tipo de persona más peligrosa que existe. La última caracterización es quizá la más discutible, porque sospechamos que hay malevolentes, incluso psicópatas, que sin ser estúpidos tienen la intención deliberada de dañar, a veces a multitudes, y saben disimular sus intenciones con una habilidad demoníaca. Einstein ponía en duda la capacidad de los estúpidos de causar daños fuertes. Advertía que justamente por estupidez, cuando son llevados a puestos de decisión los estúpidos no pueden trazar un programa inteligente ni pueden seguirlo por falta de firmeza, de modo que la dictadura de la estupidez es más bien efímera pero renovada sin cesar. Descartes afirmaba que la razón es la cosa mejor distribuida: "todo el mundo está convencido de tener suficiente”. Sin ironía, Schopenhauer sostenía que la estupidez estaba bien distribuida en el rebaño humano pero la inteligencia no. Uno de sus sucesores, Federico Nietzsche, observó que la locura es rara en los individuos, pero frecuente en partidos políticos, gobiernos y naciones. Quien es impopular por pensar por sí mismo, el que se atreve a saber según la norma kantiana, arriesga ser rechazado, marcado como "distinto" y apartado del grupo a la soledad, que debe estar preparado para soportar. Mientras la mayoría tiene a la soledad como un castigo y huye de ella con terror porque no puede vivir sino en un grupo que no lo obligue a enfrentar su propio vacío; el solitario auténtico la aprecia como un don; Leopoldo Marechal recordó que el gaucho era dado a la soledad como a un vino precioso. La destrucción del planeta en curso, debida a la explotación excesiva de recursos naturales, es posiblemente el resultado de aquello que Balzac concebía con admiración como la autopropulsión imparable del sistema, su movilidad autónoma; pero está impulsada por la ignorancia, el individualismo ciego y también por una estupidez ampliamente compartida. Semejante combinación de causas puede llevar a una destrucción más rápida y total: a la guerra nuclear, de la que no estamos exentos y vemos síntomas o al menos amagos entre gobernantes que podrían apretar el botón del final. Einstein dijo que en momentos en que las responsabilidades morales eran agobiantes -imaginemos su carta al presidente Roosevelt pidiendo el desarrollo de una bomba atómica - la frase de Schopenhauer: "el hombre es libre de hacer lo que quiera, pero no de querer lo que quiera", había sido un alivio para él. La frase se funda en la intuición de que el hombre es juguete de una voluntad ciega, que le impone lo que debe querer pero le deja libertad para pasar del querer al hacer. Cipolla entiende, sin ofrecer pruebas contundentes, que la proporción de estúpidos en el mundo es constante, sin considerar el nivel de instrucción ni la posición social. No obstante, la posibilidad de vencerla no debe ser desdeñada con un simple "así son las cosas". Es posible despertar porque todos llevamos dentro una chispa que puede estar muy oculta, pero que en condiciones favorables puede hacer brillar a los que no sospechábamos que podrían hacerlo. Es una esperanza débil que se sostiene a pesar del peso abrumador de los sistemas sociales, de la escuela, del cuartel, de las iglesias y todo lo que sirve como instrumento de control y necesita de la estupidez para cumplir su tarea. De la Redacción de AIM.

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