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Rio Negro » Adn Rio Negro
Fecha: 26/09/2025 10:31
(ADN).- Las cotorras, los loros barranqueros y otras especies similares se han convertido en un nuevo factor de preocupación los productores frutícolas de los valles de Río Negro y Neuquén, y también en Mendoza. Si bien el problema no es nuevo, en los últimos años se agravó. Según los registros las pérdidas son millonarias en cultivos de pepita, carozo, frutos secos y vid, y que van del 10 al 30% de la prducción. Según un relevamiento del Instituto de Desarrollo Rural (IDR), en Mendoza hasta el 36% de las propiedades con ciruelo para industria han registrado daños ocasionados por estas aves. Los oasis Este y Valle de Uco figuran entre los más golpeados, con pérdidas que van del 10% al 30% de la producción, y en algunos casos, incluso superiores al 30%. Más allá de la merma en las cosechas, existe un riesgo sanitario: las cotorras y loros pueden transmitir psitacosis, una enfermedad zoonótica que afecta a los humanos y que, en casos graves, deriva en neumonía severa. La transmisión ocurre principalmente por contacto con secreciones o excrementos de aves infectadas. El ingeniero agrónomo Enrique Calzona, consultor privado especializado en producción de frutales de pepita y carozo del Alto Valle de Río Negro y Neuquén, dialogó con LMN sobre este fenómeno. -¿Se avanzó algo sobre estrategias de control en este último año? A nivel particular, algunos productores han intentado combatirlos bajando nidos con motosierra. Pero esto no resuelve nada. El problema no se soluciona con acciones aisladas, sino con un enfoque integral y regional. Hemos tenido algunas reuniones con intendentes, pero no hubo respuesta concreta. Está complicado el tema y la preocupación crece al mismo ritmo que avanza la temporada. Los efectos sobre la producción se vienen notando desde hace ya un par de años y cada vez son más severos. -¿Por qué tanta presencia de esta plaga? El loro barranquero lo conozco desde que vivía en El Chañar, hace 38 años. Siempre estuvo en la zona, pero nunca causó un daño tan significativo. Lo que cambió es la aparición de la cata, que es una variedad de cotorra invasiva. Llegó hace pocos años y es mucho más dañina que el loro. Esa especie está presente todo el año y genera un nivel de afectación muy superior. -¿Qué tipo de daño generan específicamente? El loro barranquero podía cortar alguna brindilla en una plantación nueva, pero no mucho más. La cata, en cambio, arrasa: primero va al maíz y cuando se termina, pasa a las yemas florales, los frutos recién cuajados y los frutos en desarrollo. Ataca desde las flores hasta los frutos maduros. Es un desastre que genera pérdidas millonarias. -¿Qué solución proponen desde la producción? La única salida es una política integral que involucre a todos: municipios, cámaras de productores y organismos provinciales. Tiene que ser un control global, con una estrategia definida. Pensemos que cada hembra pone entre cuatro y cinco huevos por año. Sin control, la población se multiplica de manera exponencial y el daño crece. No podemos esperar que un programa público de un solo año resuelva el problema: esto requiere políticas constantes, preventivas y sostenidas en el tiempo. El objetivo no debe ser eliminar la plaga, porque eso es casi imposible, pero sí reducir su impacto y mantenerla bajo control. En esta temporada vamos a tener seguramente un nivel mayor de daño. El costo de la inacción El avance de esta plaga no solo amenaza la rentabilidad de los productores, sino también la estabilidad del sistema productivo regional. Un daño del 10% al 30% en la producción puede significar la diferencia entre sostener una explotación agrícola o enfrentar pérdidas insostenibles. Además, el riesgo de transmisión de psitacosis agrega un componente de salud pública que no puede pasarse por alto. Si bien no se trata de una enfermedad de alta circulación, los brotes en humanos suelen vincularse al contacto con aves infectadas en zonas rurales, lo que eleva la exposición de trabajadores agrícolas. La voz de los productores, como la del ingeniero Calzona, coincide en un punto: sin políticas integrales, coordinadas y permanentes, el problema de las catas y loros seguirá creciendo. Los parches individuales o las medidas improvisadas pueden dar un respiro momentáneo, pero no atacan el núcleo de la cuestión. El desafío es grande: se trata de equilibrar la necesidad de proteger los cultivos y la salud pública, con la preservación de especies que, en muchos casos, forman parte del ecosistema natural. Sin embargo, cuando la presión de una especie invasora pone en jaque la producción de alimentos y las economías regionales, las autoridades no pueden mirar hacia otro lado. La próxima temporada ya está en marcha y los daños vuelven a repetirse.
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