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  • La historia del mendocino que fue doble de Brad Pitt y la noche que lo invitó a su cumpleaños: “Nunca me vi parecido a él”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 26/09/2025 03:13

    Fernando Martín junto a Brad Pitt durante el rodaje del film en Uspallata. “Él tenía 33 años y yo apenas 19… pero parecía mayor que él”, recuerda el mendocino entre risas A mediados de la década del 90, Brad Pitt era un actor de moda, que se consolidaba como uno de los más famosos de Hollywood. Venía de protagonizar películas como Entrevista con el vampiro, Leyendas de pasión, Pecados capitales y Doce monos. Su siguiente desafío sería Siete años en el Tíbet, dirigida por el francés Jean-Jacques Annaud y basada en las memorias del alpinista Heinrich Harrer sobre su amistad con el Dalái Lama. El rodaje del film llevó a Brad Pitt a la provincia de Mendoza, más precisamente a la localidad de Uspallata, donde durante cuatro meses se recreó el Tíbet. La llegada del actor revolucionó aquel pueblo de diez mil habitantes que, de un día para el otro, se llenó de técnicos, maquilladores, extras y un sinfín de puestos de trabajo temporarios para los jóvenes de la zona. Uno de esos jóvenes era Fernando Martín —un mendocino de 19 años, por entonces estudiante de Ingeniería Electrónica en la UTN de Mendoza— que, junto con un grupo de amigos, se acercó al hotel donde la producción buscaba ayudantes para la filmación. Jamás imaginó que en un casting improvisado terminaría convertido en el doble de Brad Pitt. “Nunca me vi parecido a él”, dice en comunicación con Infobae. “Después, cuando me tiñeron el cabello y me sacaron un par de fotos quedé sorprendido. Pero no. No tenemos ni la misma nariz. Él medía dos centímetros más que yo, calzábamos lo mismo y nuestras manos tenían el mismo tamaño. Creo que lo que valoraron fue eso”, agrega. Hoy Fernando tiene 49 años y vive en Málaga, España, donde llegó en 1999. Está casado con una andaluza, tiene dos hijos y se dedica a la construcción de piletas de lujo. La tonada española que se le escapa en la conversación revela sus más de dos décadas fuera de Argentina, pero el recuerdo de aquellos meses en Uspallata sigue intacto. Entre risas, revive escenas de aquella aventura: desde la riesgosa cabalgata en la oscuridad, pasando por la noche en que celebraron el cumpleaños número 33 de Brad Pitt en Mendoza hasta la foto prohibida que logró sacarse con el actor durante el festejo. “Me pagaban 90 dólares por día. En 1996 era un dinero importante”, cuenta Fernando Algunos de los que trabajaban detrás de cámaras eran sus amigos, con los que fue a pedir trabajo a la producción —¿Cómo fue que llegaste a que te eligieran como doble de Brad Pitt? —Sabíamos que en el hotel Uspallata estaban buscando gente para trabajar en la producción. De hecho, ya había un grupo de amigos en vestuario y otros lavando autos. Fuimos, preguntamos y, mientras esperábamos directivas, una chica se paró enfrente de mí y me empezó a hablar en inglés. Yo no entendía nada. Se fue y volvió con un argentino que trabajaba en una productora vinculada a la película. “Ella es la jefa del casting en Mendoza para el doble de Brad Pitt. Ya eligieron uno, pero dice que a ti te ve potencial. ¿Te gustaría quedarte y hacer la prueba?”, me dijo. Lo primero que pensé fue que era un cámara oculta. —¿Y qué pasó después? —Me quedé esperando un buen rato hasta que me trajeron un papel con una mano dibujada: era la mano de Brad Pitt. Me hicieron colocar la mía encima y entró justo. Después me preguntaron cuánto calzaba: teníamos el mismo talle. En paralelo vinieron unas italianas que eran peluqueras. Yo en ese momento tenía el pelo largo y barba, y recuerdo que me miraban y decían: “¡Bien, el pelo!”. Porque muchos chicos que llegaban al casting aparecían ya teñidos, imitando a Brad, y era difícil volver atrás. Yo, en cambio, estaba virgen. Me fui a mi casa y, al día siguiente, a las once de la mañana, sonó el teléfono: “Somos de la productora, vente al hotel, que te eligieron como doble de Brad Pitt”. No lo podía creer. Llegué al mediodía y me quedé hasta la noche, cuando apareció Jean-Jacques, el director. Me miró, me hizo poner de espaldas y abrazó a todas las italianas de peluquería y a los del maquillaje, que eran canadienses. —¿Firmaste un contrato? ¿Cuánto te pagaron? —Sí, firmé un contrato. Todavía lo tengo guardado. Me pagaban 90 dólares por día. En 1996 era un dinero importante. Cuando hacía escenas de riesgo, como subir a caballo o quedarme colgado de una cuerda a dos metros de altura, me pagaban un extra. Para mí era una tontería bajar corriendo por una montaña porque lo hacía desde niño, pero estaba considerado como de riesgo. Brad Pitt no lo hacía porque si se caía o se lastimaba se terminaba la película. Entonces, ¿para qué arriesgarse? “En el pueblo pasé a ser superfamoso. Todo el mundo me saludaba, salía en los periódicos. Las chicas que no podían ver a Brad Pitt se paraban frente a mi casa para pedirme un autógrafo”, recuerda Fernando “No son gemelos, pero parecen. Cuando están caracterizados para actuar en el film es muy difícil descubrir quién es quién”, decía un diario local en referencia a Fernando Martín y Brad Pitt —¿Cuál fue la escena más peligrosa que te tocó hacer? —La huida a caballo una noche que los secuestran y los meten en una tienda de campaña. El personaje de Brad se escapa con el compañero, que estaba herido, y lo sube a un caballo que sale a toda velocidad. Esa toma, él la hizo hasta el momento en que sube al compañero. Después cortan y yo soy el que salta al caballo y huye. Era de noche, los tibetanos nos disparaban con balas de fogueo (NdR.: munición sin proyectil que simula un disparo real al generar un fogonazo y un sonido fuerte) y los caballos se asustaron. Oscuridad total, iban a máxima potencia. Ahí, amigos míos, que manejaban caballos, nos apadrinaban, es decir, frenaban al nuestro con el suyo. En una de esas me frenaron y yo pasé por encima de la cabeza del otro caballo. Caí al suelo. Vino la ambulancia y me revisaron, pero no me pasó nada. —Más allá del parecido físico, ¿recibiste algún tipo de preparación actoral o entrenamiento para hacer de doble? —No, nada. Lo único que me dijeron fue: “Observa a Brad Pitt”. Entonces yo estaba autorizado a estar detrás de él, mirando cómo caminaba, cómo comía y los gestos que tenía. A mí la cámara me tomaba de espaldas o hacía planos de mis manos y mis piernas. Más o menos tenía que imitar un poco su forma de caminar, pero tampoco me exigían demasiado. A veces estaba quieto y solo aparecía mi silueta a lo lejos. Nunca se veía mi cara. Hay una toma donde se ven mis manos abriendo un paquete de galletas y otra rompiendo el bolsillo de su chaqueta. Junto al director del film Jean-Jacques Annaud (a la derecha) durante el rodaje Fernando en el set de filmación —¿Cómo fue el primer encuentro con Brad Pitt? —No hubo una presentación formal. Fue muy loco porque yo llevaba una semana vistiéndome igual que él y filmando algunas tomas, pero todavía no nos habían presentado. Un día estaba agachado, atándome los zapatos, y vi dos zapatos iguales delante de mí. Levanté la cabeza y era él. “I am Brad Pitt”, me dijo. Y yo le contesté: “No hablo inglés”. Enseguida llamó a un traductor: “Bienvenido, mucha suerte”. Y eso fue todo. Me acuerdo de que fumaba y, de vez en cuando, me convidaba un cigarro. Él actuaba, yo hacía mi trabajo y por ahí me saludaba. Ese era mi trato con él. —Antes de trabajar con él, ¿qué sabías de Brad Pitt? —Lo había visto en varias películas. Sabía que era una estrella, pero bueno, personalmente es más guapo todavía. Él tenía 33 años y yo apenas 19… pero parecía mayor que él. —¿Y vos te veías parecido? —No, nunca me vi parecido. (Risas). Después, cuando me tiñeron el cabello y me sacaron un par de fotos quedé sorprendido. Pero no. No tenemos ni la misma nariz. Él medía dos centímetros más que yo, calzábamos lo mismo y nuestras manos tenían el mismo tamaño. Creo que lo que valoraron fue eso. —¿Cómo era tu rutina durante el rodaje? ¿Filmabas todos los días? —No. A veces me quedaba en mi casa hasta que ellos me pasaban a buscar. El rodaje muchas veces dependía de la luz o del clima. Capaz un día no hacía nada y otro me llamaban y cubríamos varias tomas. Pero siempre tenía que estar disponible. Salvo cuando fui a San Martín, también en Mendoza: todas las escenas de interiores de los templos se filmaron ahí. En esa ocasión sí paré en un hotel. Con Brad Pitt el día de su cumpleaños número 33. “Ese día aproveché y le pedí una foto juntos. Casi no tengo imágenes con él porque estaba prohibido llevar cámara al set”, cuenta Junto al actor David Thewlis en el cumpleaños de Brad Pitt —¿Qué repercusiones tuvo todo esto entre tus amigos y tu familia? —Mis amigos con los que había ido a buscar trabajo también estaban en el set, así que los encontraba detrás de las cámaras y nos saludábamos. Era como: “¡Uf! Estoy aquí y compartiendo esta aventura con ellos”. Fue muy loco. En el pueblo pasé a ser superfamoso. Todo el mundo me saludaba, salía en los periódicos. Las chicas que no podían ver a Brad Pitt se paraban frente a mi casa para pedirme un autógrafo. Una locura. —¿En algún momento sentiste presión por mantener la imagen física similar a la de Brad Pitt? —Presión no. Pero no podía afeitarme ni tocarme el pelo. Eso solo lo hacían los peluqueros. A veces me pedían: “No te laves el cabello porque mañana lo necesitamos sucio”. En cuanto a la alimentación, ni me preocupé: tenía 19 años, todo lo que comía lo quemaba enseguida. —¿Tenés algún recuerdo especial de esos meses de rodaje? —Sí. Un día estábamos filmando interiores, pasé por donde estaba Brad y me dijo que iba a festejar su cumpleaños, que me invitaba. Ese día aproveché y le pedí una foto juntos. Casi no tengo fotos con él porque estaba prohibido llevar cámara al set; las que tengo son porque las sacaba otra persona. Ese 18 de diciembre festejamos sus 33 y mis 20 —yo cumplo el 11 de enero— por adelantado. También me cantaron el cumpleaños a mí. Fue muy divertido. —Una anécdota increíble para contar en cualquier reunión… —Sí, claro, lo que pasa es que no me parezco. (Risas). Si lo cuento, me miran raro. Me da vergüenza decirlo. Es más, algunos amigos se enteraron recién por una nota que salió en el diario Los Andes. Incluso gente de aquí, de España, me escribió sorprendida. Yo les decía: “Es un secreto guardado de hace tiempo”. Al principio lo viví como una aventura y aproveché el envión para seguir en el medio. Hice modelaje un tiempo, pero no me gustó. No era la vida que quería. A mí me gusta más estar al aire libre. Me fui a trabajar a Mundo Marino, en San Clemente del Tuyú. Durante dos décadas, Fernando se dedicó a entrenar y cuidar mamíferos marinos en España. Sus inicios fueron en Mundo Marino, en San Clemente del Tuyú Fernando, junto a su esposa, María, y sus hijos, Aaron (11) y Luca (7). Actualmente viven en Málaga —¿Cuántas veces miraste la película? —Dos veces nada más: en el estreno y, después, con mi familia. Mi mujer siempre me dice: “¿Cuándo la vamos a ver?”, pero al final nunca me siento a mirarla. Lo que sí hice fue buscar tomas: “Mirá, esas son mis manos”, decía. Pero la película entera la vi solo dos veces. —¿Cómo siguió tu vida después de esa experiencia? —Trabajé un año y medio en Mundo Marino y luego me vine a España. Llegué a Tenerife el 25 de mayo de 1999. Al principio hice de todo para mantenerme: fui camarero, vendía libros… lo que podía. En 2001, cuando fue el Corralito, mi madre me dijo: “No vuelvas”; y yo pensé: “Bueno, me busco la vida acá”. Entre 2004 y 2023 me dediqué a entrenar y cuidar mamíferos marinos. Es un trabajo de ensueño, pero no para tener familia: todos los veranos y fines de semana estás ahí. Desde hace dos años trabajo en una empresa de construcción y decoración de piletas de lujo. Viajamos por todo el mundo: Miami, Grecia, Israel, Bélgica, Holanda, Francia, Panamá y varios países de Asia. —¿Extrañás algo de Argentina o ya te sentís más español? —Sí, siempre se extraña Argentina. Al principio volvía todos los años, después cada dos o tres. La última vez fue en 2022. Yo tengo pasaporte italiano, pero soy argentino a muerte. En el último tiempo han venido muchos argentinos: vas a un bar y te encuentras con uno, vas a comprar y también. Cuando llegué a Tenerife, en Puerto de la Cruz, era el argentino. Ahora somos un montón. Fotos/Gentileza del entrevistado. Agradecimientos/Nacho de la Rosa.

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