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  • Pensar el futuro, título de un libro y apertura a nuestra reflexión

    » Comercio y Justicia

    Fecha: 25/09/2025 22:25

    Por Armando S. Andruet (h) twitter: @armandosandruet Días pasados, en la sede de la Universidad Católica de Córdoba, se presentó un libro editado por esa casa de altos estudios, conformado por diez autores que abordaron reflexiones sobre el futuro desde áreas disciplinarias que van de la física y la bioingeniería a la filosofía y teología, pasando por lo ambiental, la medicina y el derecho. Se presentaron nueve trabajos de autores que integran –integramos, propiamente- un grupo de investigación que dirige desde varios años atrás el jesuita y astrónomo José Funes. La obra refleja gran parte de las discusiones tenidas durante el período 2023/24. Sus autores, además de provenir de ciencias diversas, en su mayoría no son locales, salvo el caso de José Funes, Santiago Reyna, Enrique Majul, Francisco Tamarit y quien escribe. Los demás -Hugo Rufiner, Luis Galazzi, Mariano Asla, Verónica Figueroa Clerici y Octavio Groppa- son de otras ciudades de nuestro país. Acorde con como su mismo título sugiere, pensar el futuro es una gestión de alta complejidad, porque todos los que hemos escrito en dicha obra advertimos que el devenir de las cosas nos traerá una realidad con certeza diferente a la actual. Y aunque pueda parecer una obviedad decirlo, seguramente para el hombre de la antigüedad, su futuro lo podía pensar con más o menos batallas, epidemias, alimentos, territorios y otras contingencias importantes, pero aquellos hombres no habrán pensado su futuro como uno que acaso pudiera tener una transformación copernicana. Ello, atento a que los desarrollos de la técnica eran de baja densidad y demoraban mucho en consolidar sus transformaciones. El futuro era, quizás, solo lo que vendría y en principio bajo un escenario donde lo vital se transforma en sus circunstancias pero no en la sustancialidad de la vida humana. En tanto, para nosotros, el futuro es pensable de maneras muy diversas: pues lo hacemos y evaluamos desde una inquietud que se desenvuelve bajo categorías conceptuales utópicas o distópicas. Ello obedece a que somos testigos, en primera persona, de lo que la tecnología puede hacer a corto plazo. Porque basta con mirar sólo 20 años atrás y reflexionar con asombro, acerca de todo lo que ha sucedido en ese breve tiempo. Hoy ninguno de nosotros reflexiona sobre el futuro con indiferencia, pues algunos lo harán con más temor que temblor, porque no pueden disociar en dicho análisis que los nuevos protagonistas del escenario futuro, serán unas sociedades completamente algoritmizadas y donde la cohabitación de la naturaleza humana con ciertos artefactos con autonomía, estará por doquier y aplicada a múltiples acciones desde generales y públicas a privadas y exclusivas. Todo ello es completamente válido, porque la síntesis que la técnica con la voluntad de poder puesta en ella, ha permitido el desarrollo de la tecnocracia y ninguna persona preocupada puede dejar de reflexionar seriamente alguna vez sobre ella. Quizás sea bueno recordar que el hombre, por defecto, durante muchos siglos, cuando la técnica todavía no lo atormentaba en términos existenciales de su futuro, sólo pensaba en utopías, siendo ellas los lugares que no existían y, por lo tanto, podían ser asociados a entornos de felicidad y bondad: eutopía. Así acontece con la primera obra que se refiere a ello, como es la República, de Platón, igual la obra de Tomás Moro, titulada Utopía (1516) luego en dicha secuencia Tommaso Campanella y la Ciudad del Sol (1602). Poco tiempo después, Francis Bacon se referirá a las utopías, en su estudio sobre la Nueva Atlántida (1627). En dicho trabajo, ya se advierte algo no presente en las obras anteriores, como es la técnica como eje transformativo de la cultura y civilización humana. No podemos despreciar que fue Bacon quien influyó con dichas ideas en Thomas Hobbes, quien insistirá en la tesis de la tecnocracia moderna: “el saber es poder”. Bacon apreciaba la importancia de conocer profundamente la naturaleza, para luego poder imitarla y proyectar potencialmente sus mecanismos. ¿Qué otra cosa ha hecho el hombre en estos últimos siglos, que no sea escudriñar en lo profundo de los ciclos naturales para conocerlos y tratar luego de imitarlos in vitro y luego reproducirlos en modo artificial? La realidad es completamente ostensible a tal respecto, pues sólo pensemos la realidad sintética que nos rodea y que hemos conformado a imagen humana de la naturaleza y que hoy permite sintetizar a partir de células musculares de cerdos, alimentadas con proteínas diversas, alcanzar la creación de “carne sintética” -presentada la investigación el 5 de agosto de 2013 por el profesor de biotecnología de la Universidad de Maastricht, Mark Post-, y con la que se podría paliar a bajo costo las grandes hambrunas del mundo. Pero también se ha creado ya, en el año 2010 por el biólogo John C. Venter, un genoma completamente sintético, y con ello la primera forma de vida artificial de la bacteria Mycoplasma capricolum. Vislumbrar el desarrollo que la técnica, mediante las ingenierías, física y química venían a consolidar, trajo que al lado del concepto feliz de utopía, emergiera su antónimo, como es distopía, y que fuera introducido por John S. Mill sobre 1868, aunque tomaría el vuelo generoso de refracción negativa por el avance tecnológico, con Aldous Huxley en su obra de 1932, Un mundo feliz. Y que nuestro tecnologízado modo de vivir, lo ha puesto en una relevancia por demás significativa, especialmente desde que Open IA sembrara el planeta con su chatbot GPT. Pues no tengo elementos de juicio completo para decir que el tiempo futuro será mejor o peor, mas sí creo que será muy diferente al actual y por ello, lo mejor sería pensar cómo orientar nuestras acciones e instituciones a ese venir, del que ni siquiera las mejores fantasías pueden alcanzar a contener lo que puede ser dicha realidad. Sobre toda esta urdimbre antropológica y también dialéctica entre lo utópico y lo distópico, los autores del libro Pensar el futuro se han ocupado a su modo y manera; pero como nuestro objetivo no es comentar un libro que por un obvio conflicto de interés no lo hemos hecho sino que sólo lo hemos utilizado para colocarnos en el umbral de su temática, y reflexionar sobre una tesis que uno de los presentadores y escritor del volumen, Enrique Majul, doctor en Medicina, deslizó en la ocasión y que no está discutido en la obra -atento a su novedad- y que luego a mi solicitud, tuvo la gentileza de compartirme el documento por él invocado, como también sus propias consideraciones al respecto. Se refirió Majul a la reciente investigación cumplida en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) que indaga con sobrada apoyatura tecnológica, qué ocurre en nuestro cerebro cuando utilizamos chat GPT en la práctica académica corriente. Los resultados son dignos de considerar en esta dialéctica utopía/distopía del tiempo futuro de la humanidad. La investigación intitulada “Primer estudio de neuro-imagen sobre el impacto cognitivo del uso del chat GPT en el cerebro humano”, puede ser consultada completa en https://arxiv.org/abs/2506.08872. El informe es muy extenso, y nos valemos de la cuidada síntesis y estudio que Majul nos compartió. Se ha trabajado con 54 estudiantes de Harvard y Stanford, el grupo de control no utilizaba IA y el experimental lo hacía con chatbot GPT. Las mediciones se efectúan con imágenes de resonancia magnética funcional para mediar la actividad cerebral y electro-encefálica para registrar patrones eléctricos cerebrales. Los hallazgos se condensan en que el uso repetitivo de GPT disminuye significativamente la activación en la corteza prefrontal, en el hipocampo y áreas de procesamiento semántico. De allí que se produzca una disminución significativa del pensamiento creativo, durante la ejecución de tareas asistidas por chat GPT; también el escaneo revela una menor activación en áreas asociadas con el razonamiento profundo y la creatividad, cuando se delega el trabajo intelectual a la IA. Señala Majul, siguiendo el estudio, que no se trata de rechazar la IA sino de utilizarla de manera que amplíe y no reemplace nuestras capacidades cognitivas puesto que en tal caso, habrá de atrofiarlas. Para terminar, sólo queremos recordar que medio siglo atrás la primera generación de la significativa Escuela de Frankfurt mediante uno de sus pensadores más influyentes, Max Horkheimer, ponía en relevancia cómo la “razón instrumental y estratégica” de la técnica, se había convertido en auténtica ideología y de la que, parecía que nada escapaba a su mirada panóptica. Quizás ya sea tiempo el que corre, de volver a prestar atención a la “razón comunicativa y dialógica”, que la segunda generación de la Escuela, entre otros con Jürgen Habermas, pusieran en el debate intelectual como contrapeso al desborde de la razón instrumental. Nunca es tarde para ello, todavía no lo es; pero el estudio del MIT nos enfrenta a un tiempo que ya está corriendo amenazante sobre la ‘condición humana’, que al fin de cuentas es lo que está en juego.

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