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  • Natalia Seijo: “La somatización es como la expresión de los síntomas a través del cuerpo, de todo aquello que a nivel psicológico o a nivel emocional no está resuelto”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 24/09/2025 08:18

    LA FÓRMULA - NATALIA SEIJÓ - PROCESAR EL DUELO CON LOS OJOS En un nuevo episodio de La Fórmula Podcast, Natalia Seijo, psicóloga clínica española, especializada en trauma complejo, apego, disociación, trastornos alimentarios y psicosomática médica, explicó el fenómeno de la somatización y cómo las emociones no expresadas encuentran salida a través del cuerpo. Señaló que el estrés, la ansiedad, los traumas de la infancia y las heridas emocionales no resueltas pueden transformarse en síntomas físicos sin causa médica aparente, lo que muestra la estrecha unión entre mente y cuerpo. Además, compartió casos reales de pacientes que atravesaron largos procesos de dolor, diagnósticos inciertos y enfermedades autoinmunes, pero que lograron recuperar calidad de vida a través de la psicoterapia y el trabajo con recuerdos traumáticos. El episodio completo podés escucharlo en Spotify y YouTube. Natalia es fundadora y directora del NS Centro Psicoterapia y Trauma, es además trainer EMDR y docente en másteres y posgrados de la Universidad Complutense de Madrid, la UNED y la Universidad Católica de Valencia. Reconocida conferencista internacional, recientemente publicó El cuerpo tiene memoria, donde aborda cómo el trauma y el estrés pueden expresarse a través del cuerpo y generar síntomas físicos o psicosomáticos. — Leí tu libro El cuerpo tiene memoria donde contás muchos casos reales de pacientes que has tenido y explicás cómo los seres humanos somatizamos las emociones, lo que no podemos poner en palabras. Me encantaría que me cuentes qué es la somatización. — La somatización es como la expresión de los síntomas a través del cuerpo, de todo aquello que a nivel psicológico o a nivel emocional no está resuelto. Puede venir muchas veces por el estrés, puede venir por la ansiedad, por la preocupación, toda la angustia que a veces tenemos en la vida con cosas que nos van pasando, pero también con las heridas de infancia y a veces con temas de traumas mucho más complejos. Pero lo más importante es que la somatización o lo psicosomático se traslada a través de síntomas de enfermedad, con la característica principal de que el órgano no está dañado. Son síntomas de que algo no funciona bien, pero no hay una causa médica que pueda explicarlo tan claramente. Para poder verlo, en principio tenemos que ver el síntoma. ¿Cuándo empieza ese síntoma y qué estaba pasando en esa época de tu vida cuando tú empiezas a somatizar? A veces, cuando una persona muestra síntomas de somatización, no empieza en el mismo momento que le pasa el evento, porque el cuerpo va más despacio que la cabeza. Los síntomas de enfermedad a nivel psicosomático se suelen dar tiempo después de que nos suceden las situaciones de vida. Entonces, a la persona le podemos preguntar: “Y allí, cuando empiezan las somatizaciones, ¿qué estaba pasando?” Y a veces me dicen: “Jo, es que allí no estaba pasando nada”. Y yo siempre pregunto: “¿Y un poco de tiempo antes de que empezaras a notarlas? Por ejemplo, seis meses antes o un año antes”. Entonces, se quedan pensando y dicen: “Bueno, como no sea...” Y me empiezan a contar un relato de algo que pasó. Eso cuando lo pueden tener, mucho más claro. Pero como tú dices, en el libro, hay casos en los que la persona no encuentra tan fácilmente lo que le pasó. Tenemos que ir trabajando en terapia con lo cómo se encuentra hoy en día con el síntoma que tiene y desde ahí, muchas veces dando espacio al síntoma, aparece de donde vino. El impacto de las emociones no expresadas puede manifestarse a través del cuerpo (Imagen Ilustrativa Infobae) — ¿La unión de la mente y el cuerpo está mucho más unida de lo que creemos o sabemos? — Claro. Es que somos cuerpo y mente. Somos la parte más mental y cognitiva y somos la parte emocional también. Y todo tiene que ir unido. El tema es cuando no lo está tanto, cuando una persona, a lo mejor por su educación a nivel familiar, por situaciones que le van pasando a lo largo de la vida o por eventos mucho más traumáticos, aprendemos un poco, pues, a distanciarnos del cuerpo. Por ejemplo, alguien que siente dolor constantemente es alguien que no puede estar todo el tiempo presente en su cuerpo. ¿Por qué? Porque es que el cuerpo realmente acaba siendo como un poco el enemigo, ¿no? ¿El enemigo de qué? De hacerme sentir fatal, que es lo que dicen muchas veces muchas personas en consulta. Es que mi cuerpo me hace sentir mal, yo no puedo estar todo el día sosteniendo el dolor que yo tengo. Entonces, a veces me da la sensación de que yo estoy separada de mi cuerpo, de que mi cuerpo como si no me perteneciese demasiado, ¿no? Y hay ejemplos. Una paciente mía me decía: “Mira, es que hoy no voy a poder ir a consulta porque me caí y estuve tranquilizando el cuerpo toda la mañana”. Si no me llega a estar hablando de su cuerpo, yo pensaría que estaría hablando de una persona, de otra persona, porque lo utilizan a veces como en tercera persona. Lo más natural es que somaticemos. Somatizar es algo natural en, en el ser humano. El problema es cuando esas somatizaciones nos limitan la vida y se acaban convirtiendo en síntomas de enfermedad. Pero el resto de las somatizaciones son naturales. Es más, las somatizaciones también es la manera en la que nos damos cuenta cómo estamos en el mundo. Cómo me siento yo con alguien puede darme una somatización también. Es decir, yo no estoy bien con alguien en una relación de amistad, de pareja y me lo está diciendo el cuerpo porque me encuentro mal, me duele el estómago o a lo mejor estoy más estreñida. Son somatizaciones que no llegan a ser limitantes para mí, pero hay algo en mi cuerpo que me está diciendo que esta situación no es buena para mí. Esto es positivo también para nosotros. ¿Por qué? Porque el cuerpo se comunica también. LA FÓRMULA - NATALIA SEIJÓ - LOS 3 TIPOS DE APEGO — Recién hablábamos fuera de cámara de la severidad con la que a veces el cuerpo sintomatiza. ¿Te animas a contarme algunos casos del libro para que la gente que nos está escuchando se pueda dar una mejor idea de qué es lo que hablamos? — Sí, claro, porque todos los casos que están en el libro, pues son de personas que, permiten que estén ahí, ¿no? Sin embargo, hay tres casos que llevan el nombre real de la persona, porque otros no lo llevan. Sin embargo, estos tres, que son Marisol, María y Amada, son tres mujeres que me han permitido poner sus nombres reales y, de hecho, en la primera presentación que hice del libro me acompañaron las tres. Y los casos y cómo lo contaban ellas sus historias, cómo fue empezar en terapia, cómo fue continuar y cómo fue el cómo se sienten ahora. Fue tan emocionante para el público que estaba allí que la gente hasta lloraba escuchándolas, porque era hasta emocionante para mí y yo había sido la que trabajaba con ellas en terapia. Estas tres mujeres, me dijeron: “Queremos estar contigo ahí porque queremos que muchas más personas tengan la oportunidad de entender que sí se puede hacer algo más allá de solamente una enfermedad que se denomina como crónica y parece que no hay nada más que la sintomatología y la medicación para mantenerla en el tiempo, ¿no?”. Y ellas me dicen: “Nos atrevimos a buscar más allá y encontrar qué podía aportarnos la psicoterapia, ¿no?” Y muchas de ellas hoy en día son personas totalmente funcionales en las que la enfermedad autoinmune no está tan presente. Una de ellas es Marisol. Marisol es una persona que llega a mi consulta después de 20 años de sintomatología, de ir de médico en médico, diferentes especialistas, de recibir, fíjate, palabras muy duras muchas veces que nadie tiene que recibir en una situación de tanta vulnerabilidad. Ella me contaba que había profesionales que le decían que tenía un diagnóstico sombrío. Y yo le preguntaba: “¿Eso qué significa?” Dice: “Pues si tú no lo sabes, yo no lo voy a saber”. Otros le daban la bienvenida al mundo adulto y es una mujer adulta, con lo cual ella se sentía superofendida, ¿no? Y un poco humillada porque dice: “Llegas con toda la vulnerabilidad, llegas muy mal, porque yo estaba superenferma, no entendía lo que me pasaba y tenía mucho miedo”. Me dice ella: “Cuando tú tienes tantos síntomas y los médicos no te dicen qué te pasa, lo primero que piensas que tienes algo malo. Y yo pensaba que me iba a morir”. Y describe síntomas al principio de todo, como dormir en un sofá durante dos años. En un sillón tumbada, porque en la cama no podía dormir, con una almohada, un cojín entre las piernas, porque al rozar moría del dolor. Entonces ella decía: “Yo no sabía lo que me pasaba. No podía salir de casa, estaba siempre enferma, notaba las manos inflamadas... Bueno, mucho tiempo después, me diagnostican fibromialgia, ¿no? Y entonces, bueno, pues yo tiro con muchísima medicación, me mandan a todos los especialistas, cada especialista me da una medicación diferente y así tiro años y años. Pero yo cada vez estaba peor. Entonces me fui a un fisioterapeuta que me ayudó y me dijo que a lo mejor bajando un poco la medicación podían trabajar en el cuerpo”. Y me dice: “Sin embargo, a pesar de que me ayudó muchísimo, él y yo pensábamos que aquí faltaba algo, porque muchos síntomas no remitían”. La ansiedad, que es la que detonaba la sintomatología de inflamación, no remitía. Entonces, él me dijo: “Yo conozco una persona que te puede ayudar. En esta ciudad hay una persona que trabaja con este tipo de problemas. Se llama Natalia”, en este caso era yo, y me la mandó. Yo no podía cogerla en consulta porque tenía la lista muy llena. Entonces, ella esperó dos meses, que es tremendo, porque yo le decía: “Pero tengo compañeras, que se vaya con otra compañera”. Y ella decía: “No, porque... ¿Sabes qué pasa? Yo estaba muy cansada de ir vagando por los profesionales y nadie me ayudaba”. Entonces, este fisioterapeuta me dijo: “Vete a ella”. Y yo dije: “Es que como no me vaya a ayudar, no voy a hacer nada. ¿Para qué voy a ir a otro? Pues me esperaba por ti. Que más me daba a mí 20 años y dos meses más que veinte años y toda la vida. Me daba igual”. Entonces, se vino a terapia. Al principio, me hablaba mucho de sus síntomas, trabajamos mucho con la ansiedad y trabajamos con algo superimportante, que fue la muerte de su madre. La muerte de su madre, que desafortunadamente falleció por un cáncer que nadie descubrió. Y que ella, además, fíjate qué interesante, se daba cuenta que a su madre le pasaba algo más que lo que decían los médicos, porque ella le dolía la espalda a su madre y decían que tenía una contractura en la espalda. Entonces, ella decía: “Es que no tiene una contractura mi madre, porque está muy mal. La cara de mi madre no es una contractura”. Cuando tiempo después ya pueden encontrar qué le ocurre, tenía metástasis y se murió. Cuando a ella no le estaban diagnosticando su enfermedad, ¿qué estaba pensando ella? No me están descubriendo lo que tengo porque voy a estar como mi madre. Estaba totalmente aterrorizada cuando yo la conocí y había pasado todo eso y empezamos a trabajar juntas. Por supuesto, tuvimos que empezar a trabajar el duelo de su madre, ¿no? Porque mucho venía de ahí. Cuando empezó a estabilizar todo ese proceso de duelo, cuando se empezó a sentir mucho mejor, mejoraba, pero no mejoraba tanto, ¿no? Como para poder estar todavía mejor. Trabajamos más duelos, ¿no? Pues el duelo de su padre, duelos de personas que ya no estaban en su vida, incluso de amistades. Y un buen día, trabajando con todo esto, le empiezan a aparecer como... Me dice: “Me vienen como imágenes de fuego. No sé qué es esto. Es rarísimo”. Otro día fuego, otro día ella, como de pequeñita. Le iban saliendo como imágenes a medida que íbamos trabajando otras situaciones de su vida. Y un buen día me dice: “¿Tú crees que a mí me ha pasado algo? ¿Tú crees que a mí me han abusado? Es que esto no es normal. Es que las cosas que me salen no son normales. Me sale fuego…” La conexión entre mente y cuerpo es fundamental en el proceso terapéutico (Imagen Ilustrativa infobae) — ¿Le salían en sueños? — No, cuando estábamos procesando los duelos, el duelo de su padre y el duelo de su madre, trabajando sobre esos duelos, a ella se le cruzaban como otros recuerdos y eran como flashes de una casa en donde habían vivido cuando yo era pequeña. Como si te viene un flash: “¡Ay! Me viene un recuerdo, me viene un recuerdo de fuego”. ¿Qué es esto? Pues debe de ser un fuego que había en una casa que vivía yo de pequeña. A la siguiente sesión, le venía eso construido con... “Me veo yo en eso, pero es raro”. Entonces, ella empezó a asustarse porque no entendía por qué le venían esas imágenes de trozos de un recuerdo, que a veces cuando hay un trauma, llegan así. La memoria en el trauma lo que hace es como disociar el recuerdo en trozos y se va asociando a medida que vamos recordando. Ella empezó a recibir como esos flash. Y un día me dice: “¿Tú crees que a mí me ha pasado algo? ¿Tú crees que alguien ha abusado de mí?” Y yo le digo: “Es que no lo sabemos, Marisol, no sabemos si os ha pasado. Pero igual que te están viniendo estos trozos que se están como asociando, podemos esperar y a ver qué es lo que ocurre”. Y un buen día estamos trabajando, le viene como un recuerdo y me dice: “Ostras, ya me vino el otro día un recuerdo. ¿Tú sabes lo que estoy recordando yo? Que no es a mí a quien le pasó algo, fue a mi madre”. Y me dice: “Es que yo el otro día en mi casa, como habíamos hablado de todo esto, me empezó a venir un recuerdo y fíjate que yo debía de ser muy pequeñita porque veo como estrellitas volando. Y no eran estrellitas, eran los botones de la camisa de mi madre, porque mi tío la agredió delante de mí. Pero nadie vio que yo estaba escondida detrás de un sillón porque entré en ese sitio del fuego, que era como si fuera, no sé, una casa que tenía como una chimenea”. No sabría describirlo muy bien. Y cuando yo vi que estaban ellos allí, por una acción refleja, me puse detrás de un sillón, pero nadie vio que yo estaba allí. Y su tío, el hermano de su padre, estaba agrediendo a su madre delante de ella. Ella no pudo decir nada, se quedó congelada y nunca nadie supo que ella vio lo que pasó. Por eso veía estrellitas volando, porque eran los botones que eran como dorados. Ella no dijo nada y fue pasando el tiempo. Y cuando descubres el recuerdo, te puedes imaginar. Ella llorando me dice: “Dios mío, no entiendo nada. Yo no recordaba nada de esto. Esto es tremendo. Ahora todo cobra sentido para mí. Ahora entiendo porque yo fui creciendo a lo largo del tiempo y me dolían tanto las rodillas ya desde pequeña y me decían: ‘Qué va, Marisol, eso ¿sabes qué pasa? Que es que estás creciendo y te duelen por eso’. A nadie le duelen las rodillas porque crezca. A no ser que seas muy alto, que suele pasar. Yo soy pequeñita, a mí eso no me tenía que pasar. Y yo creo que todo el trauma ya estaba ahí”. Entonces, cuando ella rompe con tanta sintomatología, cuando también conectó con este otro trozo en la terapia, también rompió a llorar y me dice: “Claro, es que, ¿sabes lo que pasa? Yo rompí con tanta sintomatología cuando fui adulta y desarrollé todos estos síntomas, cuando por segunda vez yo no pude salvar a mi madre”. Ella decía: “Es que los síntomas que yo siento de mayor, yo los tengo desde muy pequeña. No era porque yo estaba creciendo, era porque yo ya estaba desarrollando esta enfermedad desde muy pequeña y a mí lo que me partió la vida, y para mí fue un antes y un después, fue que yo vi lo que pasó y nunca se lo pude decir a nadie”. Después ella empezó a unir recuerdos y experiencias y me dice: “Claro, ahora ya entiendo cómo en mi vida no me separaba nunca de mi madre. Y todo el mundo me decía: ‘Uf, esta niña, qué pegada está a su madre’. Y le decían a la madre: ‘Separa un poco a Marisol de ti, porque es que está demasiado pegada a ti’. Dice: ‘Claro, ¿cómo me iba a separar de mi madre? Yo tenía miedo de que le volviera a pasar lo mismo. Pero cuando mi madre se enfermó y yo no la pude salvar, otra vez pasó lo mismo’”. LA FÓRMULA - NATALIA SEIJÓ - CÓMO SALIR DEL COLAPSO — Qué impresionante la cantidad de cosas que toman decisiones por nosotros, pero ni siquiera sabemos de dónde vienen. O en este caso ni siquiera recordamos. — Yo a veces a la gente, para que lo entienda bien, le digo, acaba guardándose o almacenándose como en la caja negra de nuestra memoria, porque a veces los recuerdos son tan duros que no podríamos sobrevivir recordando experiencias tan adversas de vida como estas y tan traumáticas para nosotros. Lo cual no quiere decir que eso pase factura porque está rezumando igual, ¿no? Nuestro sistema está de alguna manera recordándonos todo el tiempo, esa parte del cerebro que es la amígdala, todo el tiempo recuerda: “¡Ey! Aquí hay algo, aquí hay algo”. — Entiendo que es un mecanismo biológico y que hay recuerdos tan duros y tan fuertes que nuestro cuerpo, para protegernos, los esconde y los borra de la memoria. ¿Al sacar, indagar y traer un recuerdo tan doloroso, la psicoterapia puede hacer que eso empeore? — Una buena psicoterapia, una psicoterapia bien hecha, tiene todo un proceso. Cuando conozco a Marisol, fíjate que no sabíamos ni que estaba eso ahí. Entonces tenemos que ir primero regulando a la persona, estabilizando los síntomas, trabajándole recursos, estando en el presente, trabajando, pues que en el día a día de su vida tuvo un problema con una amiga y hay que resolverlo, que su suegra se pone enferma... Esto, esto lleva mucho tiempo, no son dos días, estos son años. Una persona que tiene una enfermedad así es una estructura enorme que no se desarrolla en dos días ni tampoco se va a trabajar en dos días. Entonces, vamos muy poco a poco y eso surge cuando el propio sistema está preparado para poder sacarlo. No lo sacamos nosotras. El sistema tiene que ser solo el que nos lo dé. Por eso al principio no surgía. Surgió cuando ella pudo estar preparada precisamente para poder unir las piezas de esa información. ¿Qué ocurre? A veces sí que es cierto que cuando, por ejemplo, en otro caso del libro, en la chica que había sufrido la agresión sexual, le salió de golpe y ella dijo: “No me puedo creer que lo estoy contando”. Pero también se alivió después de contarlo, porque una vez que sale el recuerdo traumático, si estaba ahí como en esa caja negra, como estaba más en, en amnesia, cuando sale hay que recogerlo y hay que hacer también todo un proceso para regular a la persona, por supuesto. — ¿Qué se trabaja en un duelo? — Cómo la persona está viviendo esa situación. Pero cuando yo hablo de trabajar, hablo de procesar el duelo, procesar el recuerdo traumático que está haciendo que la persona, en este caso hablando de la psicosomática, esté presentando toda esa sintomatología. Normalmente, cuando trabajamos en psicosomática, aun trabajando con el duelo que necesitamos ir ahí porque eso es lo que provoca más toda la desregulación del sistema, tenemos que ir a los recuerdos que estén más disponibles, que menos desregulen. Porque si una persona tiene psicosomática y sabemos que eso son los síntomas que está provocando algo que está sin resolver y nos vamos directamente a eso, claro, los síntomas pueden aumentar. Tiene sentido, ¿no? Porque eso es lo que está presentando el sistema para decir: “Hay algo aquí que no está arreglado o que no está solucionado”. Entonces, si vamos directamente, esto va a aumentar. Entonces, primero tenemos que ir con aquellos duelos o aquellos recuerdos que realmente estén más disponibles para poder ser trabajados. Y sobre todo que la persona diga: “Bueno, creo que puedo ir a trabajar con eso”. Yo trabajo en un enfoque que es el EMDR para procesar el trauma. Trabajando con el MDR lo que hacemos es como conseguir que todos aquellos recuerdos que están perturbando dejen de hacerlo para que se conviertan en experiencias de vida que ya pueden pasar como a esa memoria que componen la experiencia. Los síntomas físicos sin causa médica aparente pueden estar vinculados a experiencias emocionales (Freepik) — ¿Cómo es el EMDR? ¿En qué consiste? — El EMDR es el reprocesamiento de los recuerdos o de las memorias traumáticas a través del movimiento de los ojos. Hay toda una base neurofisiológica que lo explica y que ayuda muchísimo a que todos esos recuerdos puedan transformarse, se llama transmutación del recuerdo, puedan convertirse en experiencias de vida que aunque no nos van a gustar porque no son bonitas, dejan de perturbar y de generar toda esa sintomatología de la que estamos hablando. El EMDR es todo un enfoque. Entonces tenemos la primera parte de recogida de historia, la segunda fase, que se llama así, estabilizar a la persona, regular a la persona, dar recursos, trabajar con esas protecciones que le surge y después vamos a procesar el recuerdo. Hay todo un protocolo que se trabaja, pues como los tres componentes de esa memoria traumática: se trabaja con la imagen que representa el recuerdo, con la creencia que la persona instaló o desarrolló por ese recuerdo y con el cuerpo, con lo que al final acaba desarrollando como perturbación. Todo eso lo colocamos juntos y empezamos a reprocesar el recuerdo. Y a través de toda una serie de una vía neurofisiológica que lo explica, pues la persona empieza a sentir poco a poco que el recuerdo se va procesando. ¿Y cómo lo siente? Pues que ya no le perturba. — O sea, la persona puede seguir acordándose de eso, pero cada vez que lo recuerda no le genera un dolor. — Ya no le genera perturbación. Porque si tú tienes un recuerdo que lo tienes ahí, te está provocando un montón de dolor, de sintomatología, un montón de experiencias internas, emocionales y somáticas, y vamos viendo que al trabajarlo se va suavizando y el cuerpo empieza a dejar de sentir toda esa perturbación, tú puedes recordar. Si yo tengo algo que no lo puedo recordar porque me asusta, me aterra y me deja de asustar, no va a ser un recuerdo bonito para mí, pero va a ser un recuerdo que no me va a provocar ningún tipo de perturbación. Entonces, pasa a formar parte de la experiencia de mi vida como otro recuerdo más. — Decis que el cuerpo es la entrada a la mente. ¿Cómo son los ejercicios? ¿Qué se puede hacer para empezar a tener más conexión con el cuerpo? — En primero, simplemente entender que el cuerpo tiene memoria, como el título del libro. Porque es el comienzo de poder entender que ahí puede haber algo más que simplemente un cuerpo que nos lleva a los sitios. Después, cuando hay mucha desconexión, tenemos que ir muy poco a poco. Puede ser un proceso ascendente del cuerpo a la cabeza o de la cabeza al cuerpo. Puede ser de las dos maneras, ¿no? Porque el cuerpo también puede estar bloqueado, pero el cuerpo también nos puede dar entrada a la cabeza. Entonces, en un primer momento siempre va a depender del tipo de persona y del perfil que esa persona tenga. Me refiero al perfil por si es más evitativo o si la persona es más desorganizada o la persona tiene más defensas y es mucho más racional. Y cada vez que le dices algo del cuerpo a la persona te dice: “Bueno, eso déjalo estar, eso conmigo no va”. Y tienes que irte a la cabeza porque tiene que entender muy bien lo que le estamos diciendo, si no parece que le suena esotérico, no le gusta... Y si genera una persona una defensa de desconfianza o evitación a lo que estamos trabajando, ya no hay nada que hacer. No entramos ni en el cuerpo ni en la cabeza. Entonces, primero tenemos que saber cómo somos. Si yo necesito entender las cosas, tengo que entender cómo mi cuerpo funciona, para qué mi cuerpo me presenta ahora mismo un síntoma, qué puede significar ese síntoma que me viene o esa señal, que a veces no es un síntoma, es una sensación. Una vez que entendemos esto, poquito a poco podemos ir entrando en el cuerpo. Pero es que hay personas que no sienten las emociones. De hecho, tiene nombre, se llama alexitimia. Personas que han aprendido a no sentir las emociones, que tienen una incapacidad para reconocer las emociones propias y las de la otra persona, porque si yo no reconozco mis emociones tampoco no reconozco las tuyas. El abordaje psicológico permite afrontar el dolor psicosomático y recuperar calidad de vida (Imagen ilustrativa Infobae) — ¿Y eso se desarrolla con el tiempo o se nace con alexitimia? — No, se nace en una familia que es muy evitativa con respecto a las emociones y yo aprendo a serlo también. — Con respecto a la teoría del apego. ¿Por lo general se determina en los primeros meses de nuestra vida? — Se desarrolla como a los dos años primero. Después con el paso del tiempo más, claro. Pero los dos primeros años de vida en una persona son superimportantes. — ¿Cuáles son los tipos de apego y qué representan? — Hay una clasificación mucho más detallada, pero para que los tres tipos sean mucho más fáciles de entender es el evitativo, es el ambivalente y es el desorganizado. Y luego está el importante de cuando alguien tiene un apego seguro también, ¿no? Porque son el apego seguro y el apego inseguro. Y dentro del apego inseguro está el evitativo, el ambivalente y el desorganizado. — ¿Me das ejemplos de cada uno? Por ejemplo... — Por ejemplo, el evitativo son aquellas personas que se distancian, que son más desconfiadas con las relaciones y que tienden más a el distanciamiento con los demás. Luego tenemos el ambivalente. Y se entiende muy bien, por ejemplo, cuando tú tienes una, una familia, unos padres, unos cuidadores, unas madres, que a veces no puedes tener predictibilidad con lo que van a hacer. Uno de los autores que explica muy bien el apego decía que es como... ¿sabes estas máquinas de juego que le das a la palanca y se te ponen como las tres cerezas? Él decía: “Tú metes una moneda, le das a la palanca y te cae otra moneda y tú dices: ‘ostras, qué bien’. Agarras la moneda y metes otra vez la moneda, pero cuando la metes no te cae nada y ya no entendiste qué tienes que hacer para que te den la moneda”. Cuando somos pequeños es un poco esto. Las figuras de apego son ambivalentes, son impredecibles, no sabes qué puedes hacer ni qué no, porque con la misma manera de actuar te puede devolver una reacción o te puede dar una respuesta muy diferente. Eso es el apego ambivalente, que lo que genera es la dependencia. La persona está siempre intentando llamar al otro o a la otra persona para saber si está ahí para mí. Imagínate, yo llamo porque yo quiero saber cómo está, pero en realidad es para que no me dejes de querer, porque si yo pierdo el contacto contigo, igual a mí me dejas de querer porque no estás pendiente de mí. Ese es el ambivalente, el evitativo no necesitaría eso. Y luego está el desorganizado, que es como si fuese una mezcla de todo en el que ya hay una base más de trauma. Se define muchas veces el apego desorganizado cuando un niño ve en una figura de apego una persona que además de darle cariño, le da miedo. La misma persona que me quiere, me lastima y eso ya desorganiza muchísimo el sistema. — Me gusta dejar algo práctico en este podcast para quien escuchó esta conversación y se sintió identificado: ¿qué puede hacer, desde su casa y sin grandes cambios, para empezar a conectarse con su cuerpo y comprender mejor qué le pasa y por qué actúa así? — Yo trabajo con personas que tienen mucho colapso. Colapso significa que tienen, que tienen como el pecho un poquito más hundido por la ansiedad y la angustia que sienten. Entonces son personas que se quejan de que no respiran bien y realmente no respiran bien porque están como colapsadas físicamente. Entonces yo para ayudarlas a que puedan sentir mejor el cuerpo, les digo: “Mira, vamos a hacer un trabajo. Primero pon los pies bien puestos en el suelo, ¿vale? Y ten ahí los huesecillos del rasero bien pegados a la silla. Entonces nos vamos a poner aquí las dos o los dos, una frente a la otra y vamos a intentar trabajar con esto. Enraíza bien los pies y ahora déjate sentir el pecho. Imagínate tu pecho cómo está y entonces imagínate que tienes una cuerda y vamos a ir poquito a poco tirando de esta cuerda y vas a ir abriendo poquito a poco el pecho. Esto que es tan sencillo, hay muchas personas que en cuanto lo hacen ven mucho la diferencia. Esto también es sentir el cuerpo, o sea, no hay que hacer nada más, es pensar en el cuerpo y cómo has ido estirando el cuerpo y cómo sentírtelo, y cómo es verte a ti aquí, que no es igual que verte a ti aquí. — Natalia, te voy a hacer la última pregunta que le hago a todos y es que nos dejes algo para compartir. Puede ser una frase que te guste mucho, un libro que te gustó, algo que te conmovió, que te sorprendió, que te dejó pensando, un tema que últimamente tenés dando vueltas en la cabeza. Puede ser lo que quieras. — Hay una frase que me lleva acompañando toda mi vida porque siempre me encantó desde la primera vez que la leí y es del poeta Antonio Machado y dice: “Tras el vivir y el soñar está lo que más importa, que es el despertar”.

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