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  • El ojo de Annemarie Heinrich, la fotógrafa que desnudó el alma de las estrellas, desafió la censura y transformó el arte argentino

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 22/09/2025 04:47

    Annemarie Heinrich revolucionó la fotografía de retrato en la Argentina del siglo XX. Sus imágenes capturaron a íconos del cine, teatro, radio y danza, y marcaron una época Logró lo que pocos artistas logran: capturar el alma de sus retratados y exponerlas, dejarlas al desnudo aunque estuviesen vestidos con pulcritud de primer actor o actriz, de bailarín o bailarina del Colón, de comediante de teatro, de diva del cine, de payaso de circo. Todos quedaban al desnudo ante los ojos de Annemarie Heinrich y ante el ojo de su cámara. Fue una gran fotógrafa argentina en tiempos en los que la fotografía no era frecuentada por mujeres y en un país que se asomaba al modernismo del arte y a cierto iluminismo del que había sido huérfano. Annemarie, una mujer de honda sensibilidad casi a flor de piel, había hallado en la fotografía más que una forma de expresarse, un modo de acercar el arte a la gente: se convirtió en la fotógrafa de las estrellas en los años de transformación de la Argentina, las décadas del ’40 en adelante, guiada primero por el auge de la radio y luego por el boom del cine y por la idolatría del público a sus flamantes ídolos populares. Sus fotos honraron las publicaciones legendarias de la época: Sintonía, las casi eternas Radiolandia y Antena que editaba Julio Korn, y El Hogar, de la Editorial Haynes que sería con los años la cabeza del complejo editorial del peronismo. Annemarie Heinrich, "Autorretrato con hijos", 1947. Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires Después de una larga vida, noventa y tres años, enriquecida por su talento de mirarlo todo, murió hace dos décadas, el 22 de septiembre de 2005. Su legado, sus archivos, las más de trescientas mil fotos que atesoran una época, está en manos de sus hijos, Ricardo y Alicia Sanguinetti, en el legendario estudio de Annemarie de la calle Callao, que supo exhibir en su vidriera las fotos de los famosos con el alma al desnudo y la de los desnudos a los que Annemarie también retrataba con pasión. Sara Facio, que fue su alumna y otra esencial fotógrafa de la vida argentina que murió en junio del año pasado, la definió alguna vez: “Annemarie Heinrich es la mayor retratista argentina del siglo XX. Creó una forma de presentar a los ídolos del cine, el teatro, la radio o la danza, idealizándolos al punto de hacer creer que eran perfectos. Desde 1930 y sin interrupción durante cincuenta años, sus fotos fueron la carátula de toda publicación dedicada al espectáculo. Experimentó, además, en montajes con cámara o en laboratorio con similar perfección que las actuales manipulaciones digitales. Annemarie Heinrich es un permanente ejemplo de amor a su profesión, al trabajo y siempre estuvo presente en todo movimiento que aportara al desarrollo y dignidad de la profesión de fotógrafo”. Annemarie Heinrich. Veraneando en la ciudad (Summer in the City), 1959. Gelatina de plata sobre papel Annemarie había nacido en Darmstadt, en el suroeste de Alemania. Su padre, violinista de la orquesta de la ópera de Berlín fue herido en la Primera Guerra Mundial y ya no volvió a tocar; en 1926, durante la dura recuperación de la economía alemana tras la gran inflación que acorraló a la República de Weimar, y ya con Adolfo Hitler lanzado en su condición de aventurero político, la familia Heinrich emigró a la Argentina. Se instalaron primero en la zona rural de Entre Ríos y, por etapas, primero Annemarie con su padre y luego el resto de la familia, su madre y una hermana menor, viajaron a Buenos Aires. A sus quince años se sintió tentada por la danza pero algo le modificó en parte el destino: empezó a trabajar cono ayudante en el estudio de fotografía de la austríaca Melitta Lang, en el barrio de Belgrano. Su hija, Alicia Sanguinetti, diría años después a la agencia alemana DW: “Creo que allí se dio cuenta de que la fotografía era una posibilidad. No porque estuviera enamorada del oficio, sino porque era una forma de expresarse sin hablar mucho, ya que aún no dominaba el español”. Experimentó con técnicas innovadoras y defendió la libertad artística frente a la censura.Su estudio en Buenos Aires albergó más de 300.000 fotos y se transformó en un legado familiar En esos años iniciales, Annemarie y una pequeña cámara empezó a fotografiar su entorno: casas, calles, plazas y vecinos de Villa Ballester, hasta que instaló en su casa y en los años 30 su primer taller fotográfico. Era la prehistoria: construyó con ayuda paterna los primeros focos de iluminación con simples latas de kerosén que deben haber dado muy buen resultado porque Annemarie fue una extraordinaria iluminadora de sus fotos. Convertida en fotógrafa profesional, con su técnica perfeccionada en Alemania, armó su estudio en la Avenida Santa Fe y luego en la Avenida Córdoba cerca de la calle Maipú y de la entonces famosa Radio El Mundo, Maipú 555. Sus fotos ganaron las tapas de las revistas del espectáculo. Su hijo, Ricardo Sanguinetti, revelaría: “Fue una explosión creativa. Annemarie hacía retratos de los cantantes que se presentaban en la radio: músicos, folcloristas, tangueros, periodistas…”. En 1939 se casó con el escritor Ricardo Sanguinetti, que usaba el seudónimo de Álvaro Sol, vinculado a la izquierda y, en especial, al antifascismo en un país con fuerzas armadas que miraban embelesadas a la Alemania nazi. Fue Sanguinetti, que compartía entusiasmo y publicaciones con autores como Leónidas Barletta, Jorge Luis Borges, los hermanos Enrique y Raúl González Tuñón, Nicolás Olivari y Raúl Scalabrini Ortiz, quien acercó a Annemarie al mundo intelectual, al de las artes plásticas y al Teatro Colón. Las grandes compañías de teatro y de danza le encargaban decenas de copias de sus fotos, de modo que el estudio de Heinrich se convirtió en una empresa familiar. Sus dos hijos, según admitió Alicia, pasaron los juegos de infancia entre el laboratorio, la casa, el estudio fotográfico y los olores penetrantes de ácidos y fijadores. Jorge Luis Borges por Annemarie Heinrich Por el ojo atento de Annemarie y de su cámara pasaron escritores y plásticos como Pablo Neruda, Raúl González Tuñón, Rafael Alberti, María Rosa Oliver, Antonio Berni, Lino Enea Spilimbergo, María Carmen Portela, Rodolfo Aráoz Alfaro, Jesualdo Sosa, Elías Castelnuovo, Alfredo Varela, entre tantos otros. Junto a ellos, posaron las más grandes figuras del cine, del teatro, de la radio y, cuando tocó, de la televisión argentina. Todos. No eras nadie si Annemarie no te fotografiaba. Había algo en esas fotos, en la expresión del retratado, en el aura difusa del fondo, en la luz que lo iluminaba, algo bello y enigmático, expuesto pero impenetrable, tal vez el alma de una persona. Annemarie era, además, maestra en otro difícil arte: el de la oportunidad. Mirtha Legrand por Annemarie Heinrich Una historia que ilustra lo anterior. Jorge Luis Borges posa para Annemarie. Es un hombre tímido, recóndito; no ve, no sabe qué postura adoptar, está tenso, incómodo. Annemarie entonces recuerda que Borges habla alemán. Dicho sea de paso, Borges aprendió a hablar alemán solo, con la ayuda de un diccionario, en los años de su adolescencia en los que vivió en Suiza con su familia, atenazados todos por el estallido de la Primera Guerra Mundial. Annemarie también sabe que Borges es lector de Goethe y empieza a hablar con él, en alemán, sobre el Fausto. Borges se transforma, se calma, se afloja, se relaja, ahora está cómodo y evoca en voz alta los versos del gran poeta alemán: Annemarie gatilla, clic, ahí está Borges, eterno. Gloria Alcorta por Annemarie Heinrich Otra historia, el que posa ahora es Alfredo Alcón, un torbellino apasionado en escena, un actor caudaloso y febril con una voz cavernosa, clara y potente, pero un muchacho siempre tímido fuera del escenario. Annemarie tenía más confianza con él que la que pudo tener con Borges; notó su vacilación, tal vez su incertidumbre y le dijo: “Alfredo, andá a la esquina, tomáte un whisky y después volvés”. Para su hija Alicia, los retratados por Annemarie: “Seguían visitando el estudio o la invitaban a sus espectáculos. Se generaba una relación cercana, incluso de amistad. Yo diría que casi era una psicóloga para los artistas”. Había algo más: los quería, los respetaba, los abarcaba. Beatriz Guido por Annemarie Heinrich Una tarde apareció en su estudio una joven actriz de radio, exitosa a su modo y en sus papeles: retrataba, ella también retrataba pero a través de la palabra, a grandes mujeres de la historia, reinas caídas, luchadoras infatigables, enamoradas golpeadas por la traición. Era Eva Duarte, que todavía no era Eva Perón, pero estaba a punto de serlo. Una de esas fotos, tantas, que Annemarie tomó de Eva Duarte es del 25 de octubre de 1939: “Malla y los lunares”. Duarte posa sonriente, confiada, la melena suelta, ilusionada. Annemarie recordó alguna vez: “La primera vez que la retraté fue para la revista Sintonía. Me pidieron que le hiciera buenas fotos y un poco sexy, si era posible. No pude hacerlo porque Eva no era sexy. Era una piba del interior, muy modesta y simple”. Las fotos de Annemarie se volcaron a la promoción de Duarte como artista: estaba a punto de compartir el micrófono de radio con el set de cine. La foto de Duarte con su malla de lunares fue publicada por la revista Guión el 3 de abril de 1940. Eva Duarte en 1939 por Annemarie Heinrich Años después, otra sesión de fotos iba a dar paso a otro retrato memorable. Eva Duarte ya era popular, aunque no era todavía ni Evita ni Eva Perón, Annemarie la retrató en un impresionante primer plano, no todos los artistas resisten un primerísimo plano, con una penetrante mirada, la cabeza apoyada con delicadeza en la mano, la mano bajo el hechizo de un gran anillo de topacio y un juego de luces y de sombras al estilo Annemarie. Convertido en un cuadro con ilusiones renacentistas, la foto de Annemarie presidió el comedor del departamento de Perón en la calle Posadas, cuando la pareja, que se había conocido en el Luna Park en el festival que recaudó fondos para la provincia de San Juan, destruida por un terremoto, empezaron a vivir juntos. Al margen de las fotos para el mundo del espectáculo, Annemarie labró otro camino fotográfico. Su hijo Ricardo dijo una vez a la agencia alemana DW: “Aunque se le asocie con el espectáculo, desarrolló un lenguaje fotográfico propio, como la superposición de imágenes para crear metáforas visuales. Además, se abrió camino en un mundo donde predominaban los hombres”. Evita Perón en 1944 por Annemarie Heinrich Si Annemarie hizo del retrato un arte, que lo es, hizo lo mismo con el desnudo: si desnudaba a los vestidos, vestía a los desnudos con sus juegos de luces y de sombras y de sugerencias en pos de la belleza. Alguna vez, habló de los dos, retrato y desnudo: “Un buen retrato es algo más que una foto carné. Una cara debe expresar todo lo que un ser humano tiene dentro de sí. Y eso lleva tiempo (…) La belleza se aprende mirando. Trabajé toda mi vida mirando un cuerpo, una luz, un reflejo (…)”. Para certificar lo que proclamaba con certeza Albert Camus, que juraba que la estupidez insiste siempre, el “Desnudo” fotografiado por Annemarie en 1946, de la colección fotográfica del Museo Nacional de Bellas Artes fue denunciado ante la justicia en 1991 por “exhibición obscena”, ya que estaba expuesto en la vidriera del estudio de Heinrich en la avenida Callao. Sólo el repudio internacional y la trayectoria de Annemarie hicieron que el sempiterno afán de censura reculara. A no bajar la guardia que la estupidez, ya se sabe. Annemarie Heinrich por George Friedman. La fotógrafa alemana emigró a Argentina y se convirtió en referente del arte y el espectáculo Sé que estas cosas no deben hacerse y me disculpo por la referencia personal. Hace ya más de medio siglo, cuando principiaba en mi profesión, tuve el placer de reportear a Annemarie Heinrich para la revista Antena que dirigía Eddie Consalvo. Los principiantes de entonces éramos transparentes y aquella mujer lo supo enseguida. Que me maten si recuerdo algo de aquella nota. Lo inolvidable, lo que perdura, fue el espíritu de Annemarie, su tranquila dulzura, su profunda humanidad, una aguda ironía, un humor a prueba de balas, una callada esperanza. Sobre el final, tomó uno de sus libros, Ballet en la Argentina, con prólogo de Álvaro Sol, el seudónimo de su marido, garabateó con una letra grande, aguda, empinada hacia la derecha un par de líneas, lo firmó y lo puso en mis manos trémulas con la esperanza “de que sea un recuerdo y una distracción agradable”. Por cierto, es mucho más que eso. A lo largo de su carrera, el arte de Annemarie Heinrich y su personalidad recibieron infinidad de premios que sería largo, tedioso y odioso para ella recordar. Fue una gran artista. No hay mayor premio que ese.

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