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  • Victorio Firpo palpita los 50 de Veterinaria Hernández: “Defiendo la profesión, es una pasión y así crecí”

    Parana » 2 Florines

    Fecha: 21/09/2025 04:44

    El médico veterinario nacido en el departamento Victoria repasa el derrotero de su empresa, que forjó desde 1976 y plantó bandera en nueve ciudades. Alejado de la política, analiza el presente de la ganadería entrerriana, los problemas y desafíos históricos del sector, además de remarcar la importancia del servicio profesional y la confianza con el hombre de campo para crecer y desarrollarse. Por Nahuel Amore Victorio Rosario Firpo es uno de los veterinarios referentes del sector ganadero de la provincia que supo construirse no sólo como profesional de extensa trayectoria, sino también como empresario que al mismo tiempo se comprometió con la vida política local. Desde 1976, impulsó y consolidó Veterinaria Hernández, que cuenta hoy con nueve sucursales y miles de clientes en Entre Ríos y el sur de Corrientes, fundamentalmente. En la antesala del aniversario número 50 de la empresa, repasa su historia, las personas que lo acompañaron, los desafíos del sector y de su terruño, sin dejar de lado su mirada política de los acontecimientos. Firpo es oriundo del interior del departamento Victoria. Bromea al decir que nació en una balsa sobre el río Paraná, a mitad de Entre Ríos y Santa Fe, pero tras hacer memoria recuerda que su distrito se llamaba Corrales, donde actualmente se emplaza la comuna de Antelo. Desde chico se formó para trabajar en el campo y especialmente con los animales. En la Escuela Las Delicias se recibió de experto agropecuario y en Casilda de agrónomo nacional especializado en cultivo. Más tarde se mudó y en la Universidad de Corrientes se recibió de médico veterinario en 1975, en cuya Facultad fue ayudante de cátedra de Semiología. Si bien las primeras prácticas las hizo en Paso de los Libres, el destino lo llevó primero a Hernández, en el departamento Nogoyá, donde ganó experiencia y se independizó para lanzar su propia veterinaria especializada en vacunos, la que luego trasladó a Feliciano y que en mayo próximo cumplirá medio siglo. Desde entonces, puso el foco en atender la reproducción y manejo profesional de rodeos de cría, que lo catapultaron a expandirse sobre todo en el norte provincial, vincularse con decenas de colegas y miles de productores. Hoy, con cuatro hijos, nueve nietos y un socio –Pablo Mangioni-, sigue movedizo y apasionado como el primer día. Los desafíos del comienzo —¿Qué lo motivó a fundar Veterinaria Hernández? —Ya venía con una experiencia importante porque había trabajado en una estancia muy grande en Paso de Los Libres, siendo estudiante, junto al veterinario Gerónimo Barés. Por año hacía 2.500 vacas de inseminación que juntábamos todos los días. Podría haberme quedado por la mano que me dio un hermano de la vida, pero no quise. Me ofrecieron varios lugares como asesor de veterinarias, pero visualicé la posibilidad de ser empresario y nos instalamos en una veterinaria en Hernández en un pequeño local de un amigo que se iba a la colimba. Al poco tiempo la compré, en mayo de 1976, y estuve dos años trabajando con productores importantes de la zona de Nogoyá, Victoria, San Cristóbal… —¿Luego se va a Feliciano? — Un día me cargaron en un avión y me llevaron a revisar un campo en Feliciano. Eran 1.700 hectáreas. Tengo los mejores recuerdos del señor Moreno, muy buena gente, que era de Hernández. Así me instalé a vivir en Feliciano en 1978, en el campo, a 20 kilómetros. En ese entonces el dueño anterior en todo el año no había podido llegar ni en tractor. Los caminos eran un desastre. Quiso llegar en avión y casi se mató; por eso lo vendió. —Ya los caminos eran un problema… —Sí, pero siempre nos quejamos y parece que estamos peor, pero no; vamos mejorando. Por más de que hoy estén mal, se ha ido mejorando enormemente. —¿Cómo fue formar allí su familia y dedicarse a la profesión? —Me instalé en el campo con mi señora. Tenía 21 años y un hijo. Ella fue docente ad honorem en Feliciano durante un tiempo en una escuela de comercio que se instaló allí. Iba en camioneta. De ahí nos fuimos al pueblo. Trasladé la veterinaria a Feliciano y comencé a crecer, con mucha experiencia, haciendo clientes y atendiendo campos. —¿Cómo fue gestando su faceta como empresario, que no se aprende en la Facultad? —No sé si soy empresario, pero me fui haciendo, primero por la profesión. Veterinaria Hernández es básicamente profesión al servicio del productor agropecuario. Eso es lo primero. Somos diferentes a los comerciales, a una distribuidora u otro tipo de veterinaria. Una defensa de la profesión —¿Quiere decir que la diferencia la hace porque formó el negocio como veterinario y no como comercial? —Por supuesto. Siento y disfruto la profesión, es una pasión. A mí se me pone la piel de gallina cuando hablo de la veterinaria. He defendido la actividad toda mi vida; defiendo la profesión y contrato veterinarios siempre que puedo. Sin eso, no se puede vivir. Es la pasión de uno. Así fui creciendo. Con la experiencia que tenía, caí en un momento estratégico en Feliciano, organicé inseminaciones en un lugar que era monte. Tenía 20 estancias, medianas y grandes… —¿Cree que tuvo que evangelizar la zona del norte entrerriano con su profesión? —¡Sí! Fue extraordinario. Además, preparé peones en el campo, el capataz, el mayordomo. Fui mostrando lo que había que hacer para mejorar. De muy buena fe tuve ese feeling con el hombre de campo. Sin eso, no se puede hacer nada, más aún en una zona de monte, complicada. Juntábamos la hacienda, hacíamos las inseminaciones, preparábamos los peones y les decíamos las ventajas que iban a tener, con un plus que iban a cobrar. Preparamos entre 40 y 50 inseminadores, crecimos en el tema reproductivo. Además, viajaba a Buenos Aires y me capacitaba… —La capacitación es una regla constante en este tipo de profesiones. —Sí, es permanente. En ese momento, iba a codearme con los mejores profesionales, humildemente, del CIALE, del INTA, de Balcarse, como Alberio, Roldán, Lefebre y un gran amigo que me dio una mano, el doctor Spiazzi, quien tenía más experiencia y era mi consultor permanente ante alguna coyuntura. Esas cosas las reconozco en vida. Todo ello me permitió crecer, atender y progresar en la parte profesional y comercial. —¿Cuánto vale la confianza en esas relaciones? —La confianza es fundamental. Si no hubiera tenido confianza con ellos, no hubiera progresado. El don que tuve es que la gente me tuvo confianza. Hoy vale mucho. La confianza del asesoramiento técnico profesional es determinante a la hora de organizar los campos. Para eso, uno tiene que estar capacitado y tiene que ayudarle al productor a crecer y mejorar porque, por más confianza que hubiera, si uno no es eficiente, tiene que haber una respuesta. Cuando fui a Feliciano, el porcentaje de destete era del 55%, no más. Había muchos problemas de enfermedades venéreas como tricomona, vibrio, brucelosis. Esto mejoró y se notó en poco tiempo. Eso hizo que se tomara confianza. Además, el “boca en boca” vale más que cualquier otro medio. Pero había que ser eficientes en el trabajo para que redituara. Crecimiento en el negocio —¿Con qué visión decidió sumar como socio a Pablo Mangioni y compartir capital? —Es muy buena la pregunta porque ni bien llegué a Feliciano y comencé a crecer, traje amigos y compañeros que se iban recibiendo y venían a practicar. Siempre había como mínimo dos o tres veterinarios porque hacía los análisis ahí en un pequeño laboratorio. Además, atendía a los productores. Sin una estructura que uno pueda prestar un servicio, solo no hace mucho. Es necesario un equipo de profesionales. Así es que me asocio. Al principio era complicado si no me asociaba. Necesitaba hacerlo, mucho más cuando vine a la función pública para poder dejar a alguien que se pusiera la camiseta al ciento por ciento y trabajara para el equipo. Pablo es medio pariente, lo conocía y el día que se recibió golpeó la puerta para trabajar en la veterinaria. —¿Cómo es la estructura societaria? —Con él nos asociamos, primero él con un 25% y yo el 75%. Luego, por causas determinadas, tuve que venderle el otro 25% y hoy tenemos cada uno el 50% de las nueve sucursales de Veterinaria Hernández que el año que viene cumplirá 50 años. —¿Qué le genera cuando dice “50 años”? —Una cosquilla (risas). Por un lado es algo extraordinario y, por otro lado, uno se da cuenta del tiempo que ha pasado y que no tiene retorno. Que cada uno disfrute la vida en el momento que le toca. Uno siempre quisiera volver 15 o 20 años atrás, para tener unas ganas enormes de trabajar. Veo que la actividad productiva está en marcha. Hoy son entre 15 y 20 veterinarios. Antes cuando les enseñaba a practicar, ponía primera, segunda y tercera. Hoy ya no puedo hacerlo y eso me pesa. Para poder tomar decisiones esa enseñanza no la puedo hacer yo, tengo que mostrarles hablando y con algún otro tipo de maniobras. Me da pena que ya no pueda trabajar de la manera que debería hacerlo. —¿Cuántos clientes y cabezas de ganado atienden hoy? —Debemos atender más de 5.000 clientes en total y entre todas las veterinarias debemos estar entre 500.000 y un millón de cabezas. La sede está en Feliciano, pero también estamos en Federal, La Paz, San Jaime, Ramírez, Esquina, Concordia, Chajarí y Paraná. Además, nos hemos hecho conocidos en distintos lugares y nos llaman desde Santa Fe, Corrientes y sur de Entre Ríos. Incluso hemos atendido campos en Córdoba. Durante 20 años hacía 10.000 kilómetros por mes por la profesión, por muchos caminos. Salía de madrugada y volvía de noche de trabajar. —¿Cuál cree que es el legado que deja en Veterinaria Hernández? —El legado más importante es saber que se pueden hacer muchas cosas arrancando de cero. Así se creció, prestando un buen servicio, con transparencia, con honestidad, con buena conducta. A veces lleva más tiempo, pero luego las cosas se van afianzando y si uno no desvía el camino de la visión, el legado más importante a mis hijos y a los hijos de mi socio, es esta lucha diaria. Este país no es fácil y hemos pasado por muchos procesos históricos. En algunas cuestiones se ha ido mejorando, como caminos, comunicación o medios de transporte. Pero falta mucho. Ganadería, rentabilidad y garrapata —¿Qué cree que pasó en la ganadería en las últimas décadas que dejó de crecer? Según estadísticas, sigue habiendo alrededor de 50 millones de cabezas. —Hubo muchos años sin rentabilidad; era casi cero. Había políticas que privilegiaban que estuviera la carne barata en el mostrador en beneficio de una situación política, pero eso hacía que no hubiera rentabilidad en el sector y que hubiera menos cabezas. Tal es así que en pocos años pasamos de 63 millones de cabezas a 50 millones. Entre cinco o diez años fue más grave esa situación porque no había un panorama. A corto plazo, esa política puede serle útil a quien gobierna, pero no a largo plazo. La escasez trae un precio más elevado de la hacienda y no sirve eso. —¿La rentabilidad es clave para que el sector vuelva a invertir? —Claro. Es una actividad de muy baja rentabilidad y de un proceso largo. Es diferente a la agricultura que en seis meses te fundís o juntás dinero, o las otras carnes como pollo o cerdo que tienen otros procesos. En cambio, la ganadería son como mínimo dos años una vaquilla para gestar, nueve meses de gestación, ocho o diez meses un ternero. Es decir, no menos de cuatro años. En este momento hace un año van mejorando los precios y está al tope de precio. Eso no significa que el ganadero esté ganando plata. Se puede haber capitalizado o aliviado alguna cuenta. Pero es un proceso que debe durar como mínimo 10 años, sostenido, para que haya inversiones. Además, hay que armar una infraestructura porque se destrozó. Hoy con la garrapata esa infraestructura está complicada, porque nos invadió y no tenemos los elementos para combatirla. —Con su extensa experiencia en el tema garrapata, ¿cómo se explica el avance tan rápido actualmente? —Las conozco a todas. Cuando llegué a Feliciano, estaban en la lucha para limpiar los campos de la provincia. En 1992 se hizo un monolito porque se había terminado la lucha contra la garrapata. A la fecha, los pocos campos que había, más otro proceso que viene del norte con complicaciones que abandonaron la lucha y que desaparecieron los garrapateros, nos fue invadiendo cada vez más. La sequía pudo haber complicado un poco porque la hacienda no se podía bañar; además de una situación climática y pudo ser que el ciervo la haya transmitido. Todo eso hizo que nos invadiera la garrapata. —¿Y qué hace falta para contrarrestarla? —Si no tenemos infraestructura, no tenemos personal capacitado, los recursos económicos son escasos y a los campos les faltan alambrados, va a costar. Ya no están los paratécnicos y a la gente le falta experiencia. Hay que prepararlos y tener garrapateros responsables en cada campo durante un tiempo hasta que los limpien. En algunos casos lo hacen, pero va despacio comparado con lo que avanza la garrapata. El Estado nacional se tiene que comprometer, la Provincia, el Senasa y la dirigencia agropecuaria a través de las entidades y cada uno en su campo debe hacer lo que tiene que hacer. —¿Cómo ha sido la incorporación de tecnología en la ganadería? —Como no había rentabilidad, uno no podía intensificar la producción. Tal es así que uno de los problemas es el porcentaje de destete que hay que mejorar a nivel nacional. Hablamos de un 63% de terneros logrados, poco más, poco menos. Cuando hay campos de punta que tienen tecnología, a lo mejor están en el 80 o 90%. Las estancias grandes con una situación económica diferente invirtieron en tecnología y mejoraron su porcentaje de preñez y terneros logrados. Ahora los que dependen de la ganadería, van a tener que hacer algo parecido para mejorar su procreo, es decir, la cantidad de terneros por vacas logradas. Habrá que hacer pasturas, praderas, rollos. En genética se está muy bien en Argentina. Así, habrá que mejorar ese porcentaje de preñez. —Respecto de la aftosa, ¿vacunación sí o no? —Lo vengo diciendo hace mucho tiempo. Evaluar la hacienda después de haber sido cuatro veces vacunada, era suficiente para tener inmunidad y con eso alcanzaría. Sería reacio todavía para eliminar la vacunación, pero sí vacunar con cuatro dosis. Con eso es suficiente. Lo que se anunció ahora para vacas, novillos adultos y lo demás, no es mala la idea, es correcto y se puede hacer. No dejaría de vacunar por unos años más, por lo menos hasta ver qué pasa en Brasil que dejaron de vacunar. Me parece correcta la medida de vacunar hasta los dos años y dejarlo adulto sin vacunar. —Hoy hizo hincapié en las cuestiones que hacen falta. Hoy, ya sin ser funcionario ni senador, ¿cómo ve la política para dar soluciones al sector? —La veo como siempre. Si uno quiere hacer algo por el lugar donde se está desarrollando, la única herramienta es involucrarse en política. Hay que trabajar cinco o diez años y hacer lo que se pueda. Yo veía que Feliciano era un lugar muy chato y se podía superar. Tuve la suerte de que, siendo funcionario, trabajamos muy bien para los pequeños y medianos productores, además de los grandes, como con los caminos de la producción. Tuve la suerte también de tenerlo a Jorge Pedro Busti que, siendo senador, me dio un aval importante para hacer caminos o electrificación. Feliciano debe ser de los pocos lugares que tiene casi el 95% de electrificación rural. Le llegó a todos. La mayoría de los caminos se hicieron de ripio. Mejoramos las escuelas y el hospital. Hicimos una escuela técnica y agrotécnica, lo cual es determinante. Falta todavía. Pero desde la política se pueden hacer de buena fe, en ayuda del lugar donde uno está.

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