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  • Milei, Cristina y el silencio necesario

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 21/09/2025 04:31

    Cristina Kirchner en su departamento de San José 1111, donde cumple prisión domiciliaria A los defensores de la democracia se les hace muy difícil acompañar al actual gobierno, tanto o más que al anterior. El primer error oficialista fue degradar al PRO humillando a sus partidarios y obligándolos a adoptar sus símbolos, es decir, a renunciar a su identidad. Luego, los mileístas irán a Corrientes, cuyo gobernador es un aliado radical, a pedirle nada más y nada menos que la estructura del partido. Recibieron la lógica negativa de quien construyó una estructura con su esfuerzo. Milei inventa una fuerza opositora e inicia , junto con sus funcionarios y seguidores su tránsito por el papelón, hasta el punto de no llegar siquiera al 10% de los votos. Ese destrato a los aliados, el sueño de pintar de violeta a la totalidad de la sociedad, los lleva a repetir la experiencia en Salta, Tucumán, y otros espacios, con lo cual el presidente se asegura derrotas indiscutibles frente a eso que llama casta y que, en realidad, con sus virtudes y defectos, es la construcción del poder político que se vino dando por años. El principal sostén del gobierno fue, durante bastante tiempo, la oscura imagen del kirchnerismo y, en rigor, sus defensores intentan acusar de dicha enfermedad a la totalidad de la fuerza opositora. Los fanáticos de Cristina Kirchner hacen un doble juego de daños y perjuicios: lastiman la posibilidad de que Kicillof se convierta en un candidato digno y lastiman a la oposición, permitiendo que sea acusada de kirchnerista. Si Cristina Kirchner fuera capaz de correrse de ese patético lugar, de ese patético balcón que recuerda la distancia con nuestro digno pasado, si sus fanáticos tuvieran conciencia del daño que generan, ella daría, con su silencio, el mayor paso para debilitar al gobierno. Milei y los suyos dictaminaron la obligatoriedad del odio a todo aquel que consideran su enemigo, sea este un miembro del gobierno, un economista liberal de renombre o un periodista percibido como opositor ante la mínima objeción o reparo a las políticas gubernamentales. El cuestionamiento a los gritos del personaje que dirige el PRO bonaerense –me refiero a Cristian Ritondo- a la dignidad de la diputada de la misma fuerza Silvia Lospennato marca la triste imagen de la verdadera decadencia, que es la imposición del pecado sobre la virtud, de lo tenebroso sobre lo transparente. Intentar imponer vetos, que la debilidad del gobierno es incapaz de sostener, es enamorarse de su propio desgaste. En cuanto a la situación del Garrahan y de las emergencias pediátrica y en discapacidad, fue imposible encontrar argumentos que sostuvieran semejante fanatismo economicista e inhumano. Con respecto al financiamiento de las universidades, la multiplicación de Casas de Altos Estudios en nuestro país, sin la creación de nuevas carreras, y una compleja relación entre ingresos y egresos de estudiantes ofrecen una temática digna de ser discutida, no solo por una cuestión de presupuesto, sino también por las necesidades reales de la sociedad. Sin embargo, fue tal la soberbia del gobierno y la inconsciencia de su propio deterioro que el eje de sus derrotas está basado en el desprecio a sus aliados, en la incapacidad de agradecer el apoyo de aquellos que durante casi dos años se desvivieron por complacerlo, que dieron grandes pasos -muchas veces contradiciendo principios elementales de sus partidos de origen- en el intento de hallar en el actual oficialismo una cuota de futuro, de una salida digna para el país. Asombra la cantidad de funcionarios expulsados, como la ex Canciller o el ex Vice Ministro de Economía, quienes, pasado cierto tiempo de su alejamiento, lanzaron letales dardos contra miembros de un gobierno que ni siquiera supo respetarlos. Esta forma de menosprecio y desconsideración hacia los demás nos recuerda a aquel Milei que, al concurrir al colegio de su infancia para inaugurar el ciclo lectivo 2024, vio caer desmayado a un niño y siguió hablando con indiferencia, como si esa dureza fuera la virtud que galardona a su imagen. La moneda, las leyes y la calle muestran hoy una situación política y económica que nos hace pensar en riesgosas consecuencias. La política necesita diálogo y, en ese sentido, los gobernadores pueden representar una de las pocas expectativas que nos ofrece esta patética realidad. Incluso los periodistas, ayer oficialistas convencidos, cuando no meramente obcecados, hoy han disminuido o puesto en duda sus adhesiones absolutas. En este bajón de la soberbia, el Gobierno se encuentra ante un momento clave para intentar la consolidación de nuestra voluntad democrática en un apoyo, buscando que la norma de la moneda deje lugar a las necesidades de los hombres. Salir de una crisis inflacionaria implica encontrar un camino productivo para dar trabajo y adquirir recursos, dos elementos centrales en la salida de esta ardua situación que transitamos en el presente. Como suelo hacerlo, insisto en que gobernar es pacificar y dar trabajo. A esto se oponen Cristina y hasta hoy Milei. La diferencia profunda es que Milei puede eventualmente cambiar de rumbo y lograr, quizá, cierto grado de confianza de una ciudadanía que lo mira con profundo escepticismo; lo único valioso que puede aportarnos Cristina Kirchner es un sabio silencio.

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