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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 19/09/2025 04:53
La ciberlaxia es un estado de baja percepción del riesgo en entornos digitales, donde los usuarios, especialmente los más jóvenes, interactúan como si no hubiera consecuencias (Imagen ilustrativa Infobae) Por “consumo problemático en entornos digitales” se entiende a aquellas conductas mediadas por tecnologías digitales, como el uso de redes sociales, videojuegos, plataformas de streaming, apuestas en línea, compras virtuales, consumo de pornografía y participación en desafíos virales, entre otras, que, más allá del contenido o la finalidad aparente, generan un impacto negativo en la vida cotidiana del usuario. Este tipo de consumo se considera problemático cuando interfiere significativamente en la salud mental, en los vínculos interpersonales, en el desempeño académico o laboral, o en la capacidad de autorregulación y toma de decisiones autónomas. Asimismo, se vuelve especialmente preocupante cuando implica situaciones de riesgo, como la exposición a contenidos violentos o sexualizados, el contacto con personas desconocidas, la pérdida de privacidad, el grooming, el ciberacoso y la participación en apuestas o compras compulsivas, entre otras formas de vulnerabilidad. Tal como ocurre con los consumos de sustancias psicoactivas, esta definición se aleja de una perspectiva abstencionista o moralizante. No toda interacción con entornos digitales es problemática. El foco está puesto en el grado de sufrimiento subjetivo, compulsión, deterioro funcional o riesgo al que la persona queda expuesta, especialmente en etapas del desarrollo como la infancia y la adolescencia. Este enfoque integral permite comprender el fenómeno dentro de un entramado más amplio, que contempla factores individuales, sociales, culturales y tecnológicos, reconociendo que muchas de estas plataformas están diseñadas para maximizar la captación de la atención, la hiperconectividad y la gratificación inmediata, priorizando intereses económicos por encima del bienestar de los usuarios. Ciberlaxia: una nueva palabra para un nuevo fenómeno En la búsqueda de referencias bibliográficas y terminología existente en la literatura académica y en fuentes especializadas, advertimos que no existe un término específico que designe con precisión un fenómeno cada vez más creciente y visible: la conducta digital descuidada, desprevenida y sin percepción de riesgo, especialmente entre niños, niñas y adolescentes que navegan en internet como si no hubiera consecuencias. La creciente exposición a riesgos como el ciberacoso, los fraudes, la desinformación, el acceso a contenidos nocivos, el contacto con desconocidos o las apuestas online no encontraba una categoría conceptual que permitiera agrupar estas prácticas bajo una mirada social, preventiva y educativa. Por esta razón, y frente a la necesidad de denominar lo que aún no había sido nombrado, decidimos adoptar y desarrollar el término “ciberlaxia”. Es necesario destacar que este concepto no constituye un diagnóstico clínico ni una categoría psicopatológica, sino una herramienta conceptual para visibilizar una forma de habitar lo digital con desprotección y sin mediaciones simbólicas, con el fin de abrir un campo de reflexión, intervención y acompañamiento frente a este fenómeno reciente, pero en rápida expansión. ¿Qué es la ciberlaxia? Nombramos de esa manera a una forma de conducta cada vez más frecuente, pero hasta ahora invisibilizada e innominada en el uso cotidiano de entornos digitales. Reiteramos: se trata de una categoría no clínica y no diagnóstica, útil para pensar y comprender fenómenos de desprotección digital que se extienden cada vez más, en especial entre niños, niñas y adolescentes. Ciberlaxia es una palabra conformada por el prefijo “ciber” (relativo al entorno digital) y “laxia” (del latín laxus, que significa “relajado” o “descuidado”; el término “laxitud”, que remite a falta de firmeza o relajación excesiva deriva de ese vocablo). Empleamos ese concepto (ciberlaxia) para describir una actitud despreocupada, ingenua o desregulada frente a la navegación en internet, el uso de redes sociales, plataformas de juego, mensajería o comercio electrónico. Alude, entonces, a un estado de baja percepción del riesgo en entornos digitales, en el que los usuarios, especialmente los más jóvenes, interactúan como si no hubiera consecuencias, exponiéndose a situaciones como fraudes, ciberacoso, manipulación emocional, trata, pérdida de datos personales o contacto con contenidos nocivos, sin establecer filtros ni medidas de protección. Características generales de la ciberlaxia Este fenómeno no responde a un cuadro psicopatológico, sino a patrones de comportamiento sostenidos en contextos de hiperconexión, desinformación, falta de acompañamiento adulto o ausencia de una cultura de la prevención digital. Algunas de sus manifestaciones más comunes incluyen: Falta de precaución al aceptar solicitudes o mensajes de desconocidos, compartiendo datos personales, imágenes o ubicaciones sin filtro. Uso de contraseñas débiles y repetidas, sin conciencia del riesgo que esto implica. Minimización del riesgo digital: creer que “nada malo va a pasar” o que “pueden manejarlo solos”. Descarga de archivos o apps sin verificar su origen o permisos. Participación en desafíos virales peligrosos o consumo de contenido inadecuado. No configurar adecuadamente la privacidad en redes sociales. Rechazo de advertencias o medidas de cuidado digital ofrecidas por adultos. Interacción con personas desconocidas en juegos en línea o chats, sin evaluar la exposición. Participación en apuestas online sin comprender sus riesgos legales y financieros. Características psicológicas de la ciberlaxia Confianza excesiva en el entorno digital: tendencia a asumir que todo lo que ocurre en internet es seguro o controlable, incluso cuando se interactúa con desconocidos o se comparte información personal. Baja percepción del riesgo: dificultad para anticipar consecuencias negativas de las propias acciones en línea. Muchos adolescentes sienten que “a ellos no les va a pasar”, lo que favorece la exposición. Impulsividad: publicación, descarga o participación en actividades digitales sin reflexión previa. La necesidad de inmediatez y validación (likes, respuestas, presencia) predomina sobre la cautela. Débil pensamiento crítico: falta de cuestionamiento frente a fuentes de información, mensajes virales o desafíos peligrosos. Se tiende a asumir como verdadero o confiable lo que aparece en pantalla. Desconexión emocional de las consecuencias: sensación de irrealidad o distanciamiento afectivo respecto de lo que se dice o se hace online. Esto facilita conductas que en el mundo físico no se asumirían con tanta facilidad. Necesidad de gratificación inmediata: búsqueda constante de estímulos, recompensas rápidas o entretenimiento, lo que reduce la tolerancia a la espera, al silencio o a la reflexión pausada. Débil autonomía digital: uso de plataformas sin estrategias propias de protección ni regulación interna. No se evalúan configuraciones de privacidad, condiciones de uso o mecanismos de denuncia. Fusión entre lo íntimo y lo público: dificultad para distinguir qué corresponde al espacio privado y qué pertenece a lo social o público, lo que favorece la sobreexposición. Rechazo de advertencias o límites adultos: resistencia a los controles externos, especialmente cuando se perciben como restrictivos o moralizantes. Esto puede llevar al ocultamiento de conductas riesgosas. Normalización de la hiperconectividad: asunción de que estar “siempre conectados” es natural, deseable o inevitable, lo que dificulta la regulación del uso de pantallas o redes. Ciberlaxia: puerta de entrada a múltiples riesgos digitales La ciberlaxia, entendida como una actitud despreocupada, laxa y sin percepción clara del riesgo frente al uso de tecnologías y plataformas digitales, puede convertirse en el terreno fértil para la aparición o el agravamiento de numerosos riesgos en la vida en línea. Al operar en un entorno digital sin filtros críticos, sin medidas básicas de protección, sin acompañamiento y en busca de gratificación inmediata, muchos usuarios (en especial, niñas, niños y adolescentes) quedan expuestos a prácticas digitales que pueden afectar su integridad emocional, su seguridad, su privacidad o incluso su salud física y mental. Cuando se naturaliza el uso constante de dispositivos sin regulación, se aceptan normas implícitas del mundo digital como si fueran neutras y se deja de lado toda reflexión crítica sobre lo que se consume, se publica o se comparte, el riesgo no es solo individual: se vuelve social, estructural y colectivo. A continuación, se presenta una lista (aunque no completa) de los principales riesgos asociados al uso desregulado de entornos digitales, muchos de los cuales pueden desarrollarse o potenciarse a partir de situaciones de ciberlaxia no reconocidas ni intervenidas a tiempo. Ciberacoso o ciberbullying: hostigamiento, amenazas, insultos o humillación sistemática a través de redes sociales, mensajería o foros. Puede tener consecuencias emocionales graves. Sexting: envío o recepción de imágenes o videos íntimos, muchas veces bajo presión o sin conciencia del riesgo de reenvío no consentido. Pornovenganza: difusión pública o amenaza de difusión de contenido íntimo sin consentimiento, como forma de venganza, control o extorsión. Grooming: estrategia de manipulación llevada a cabo por adultos para contactar y abusar sexualmente de menores a través de redes o juegos online. Phishing: fraude digital que simula ser un sitio web o una comunicación confiable para robar datos personales, claves o información bancaria. Suplantación de identidad: creación de perfiles falsos o uso no autorizado de datos personales con fines de manipulación, acoso o estafa. Fraudes y estafas digitales: ofertas engañosas de trabajo, becas, préstamos, compras o inversiones con el fin de obtener dinero o información sensible. Apuestas en línea y ludopatía digital: participación compulsiva en juegos de azar en plataformas digitales, muchas veces sin control de edad ni advertencias de riesgo. Adicción a redes sociales: uso desmedido de plataformas como Instagram, TikTok o Twitter, con necesidad constante de aprobación, notificaciones y conexión. Adicción al streaming: consumo excesivo de contenido audiovisual (series, películas, transmisiones en vivo), que interfiere con el descanso, el estudio o la vida social. Adicción a las compras online: necesidad compulsiva de adquirir productos a través de plataformas digitales, incluso sin necesidad real, generando endeudamiento o malestar emocional. Adicción al sexo virtual o cibersexo: uso repetitivo y compulsivo de contenidos sexuales o plataformas de interacción sexual online que interfiere en el bienestar emocional o los vínculos reales. Adicción a las criptomonedas o trading compulsivo: participación obsesiva en operaciones de compraventa de criptomonedas o inversiones digitales, con pérdida de control, riesgo financiero y deterioro de la salud mental. Ciberdependencia o uso problemático de pantallas: necesidad constante de estar conectado, con pérdida de tiempo de descanso, disminución del rendimiento y aislamiento social. Desinformación y fake news: consumo o difusión de información falsa que puede dañar la salud pública, generar miedo social o manipular la opinión. Violencia simbólica digital: reproducción de discursos de odio, sexismo, racismo o exclusión a través de memes, chistes o mensajes aparentemente inofensivos. Linchamientos virtuales y cultura de la cancelación: ataques masivos a personas en redes, con exposición pública, pérdida de reputación y afectación psíquica, muchas veces sin fundamentos verificados. Acceso a comunidades peligrosas o redes cerradas: ingreso a espacios que promueven conductas autodestructivas (anorexia, autolesiones, incitación al odio, misoginia o conspiraciones violentas). Retos peligrosos: participar en retos online que pueden poner en riesgo la salud o la vida.
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