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» AgenciaFe
Fecha: 19/09/2025 00:26
La política económica de nuestra época, sobre todo en América Latina, se presenta bajo la etiqueta de planes de ajuste estructural. Según su propio relato, serían la única vía hacia un modelo de crecimiento moderno: mercados abiertos, desregulación y la eliminación de un Estado de Bienestar que se acusa de ineficiente. En nombre de la libertad, la democracia y el desarrollo, se viste con el ropaje del neoliberalismo económico. Pero detrás del traje elegante, el cuerpo es otro: concentración, desigualdad y fragilidad social. De Locke a Newton: la economía como física social Para entenderlo hay que volver atrás. La economía liberal original se construyó sobre tres pilares: libertad individual, principio del placer y obediencia a leyes naturales. John Locke definía la libertad como el poder de hacer o no hacer, y la voluntad como la capacidad de elegir lo que nos da más placer y menos dolor. Isaac Newton, al descubrir leyes armónicas en la física, inspiró a muchos a pensar que lo social también podía obedecer a leyes naturales inmutables. Durante mucho tiempo se habló de la economía como una “física social”: un intento de aplicar el orden del cosmos a la organización humana. Si las estrellas obedecen leyes, ¿por qué no los mercados? El mito de la competencia perfecta De ahí derivaron axiomas que aún hoy suenan familiares: • El mercado de competencia perfecta, donde ningún actor debería tener poder sobre otro; • El laissez-faire, que limita al Estado a ser un gendarme que protege propiedad, justicia y seguridad; • La ley de Say, según la cual la oferta genera su propia demanda; • La teoría cuantitativa del dinero, que reduce la inflación a un problema de circulante. El neoliberalismo se presenta como heredero aggiornado de esta tradición. Pero basta mirar de cerca para ver que el mito se rompe: la concentración de capital hace imposible la competencia perfecta. No estamos en un ring con igualdad de guantes, sino en un escenario donde unos pocos gigantes deciden las reglas. Y esas reglas no son leyes naturales: son decisiones políticas disfrazadas de inevitabilidad. El mercado como dogma Aquí la paradoja: el neoliberalismo renuncia a la idea de leyes naturales como deber ser, pero mantiene el tono religioso. “No se puede ir contra las leyes del mercado”, escuchamos, como si el mercado fuera la gravedad. Se apela a una causalidad absoluta que la filosofía ya abandonó hace más de un siglo. Milton Friedman definía la economía no como teoría universal, sino como la forma en que cada sociedad resuelve sus problemas. Sin embargo, el dogma neoliberal insiste en que solo hay una forma válida: abrir, desregular, privatizar. El aquí y ahora queda reducido a un manual único, que repite fórmulas más cercanas al pensamiento de Pareto que a cualquier ideal democrático. Entre la promesa de libertad y la realidad del poder Lo que se prometía como libertad terminó en otra cosa: La concentración de capital reemplazó al mercado abierto. Ese poder económico, fuera del control del Estado, amenaza la libertad del resto. El Estado renunció a garantizar educación pública y regulación, funciones centrales para equilibrar desigualdades. La apelación a leyes naturales dejó un vacío que hoy se llena con la fe ciega en el mercado. La ironía es que en nombre de la libertad, se construye un sistema donde la mayoría queda menos libre. De la teoría al presente No hay que ir muy lejos para verlo. Las plataformas digitales concentran datos y poder como nunca antes. Google, Amazon, Meta o Apple definen qué vemos, qué compramos, cuánto vale nuestro trabajo. Se nos habla de competencia, pero vivimos en un oligopolio global. Se nos promete libertad de emprender, pero millones sobreviven como repartidores en apps sin derechos. Se nos repite que el Estado de Bienestar es insostenible, mientras las crisis —pandemia, inflación, recesión— muestran lo contrario: sin salud, educación y protección social, las mayorías quedan desnudas. El espejo incómodo La economía neoliberal se presenta como heredera de la libertad y la democracia. Pero en realidad, su genealogía está más cerca del pensamiento elitista de Pareto que de Locke o Rousseau. El mercado no es un orden natural: es un campo de poder. Y cuando se lo deja actuar sin límites, la libertad que sobrevive no es la de todos, sino la de unos pocos. Treinta años de ajustes lo demuestran: lo que se prometía como modernización terminó en precariedad, exclusión y pérdida de derechos. La paradoja es brutal: el discurso que invoca la libertad es el mismo que justifica su concentración. Así, lo que queda claro es que la economía neoliberal no es continuidad del liberalismo clásico, sino su inversión más eficaz: un sistema que habla de libertad mientras produce nuevas formas de dependencia. La pregunta es si seguiremos creyendo que el mercado es una ley de la naturaleza o si, de una vez por todas, lo veremos como lo que es: una construcción social que puede y debe ser discutida.
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