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» Diario Cordoba
Fecha: 18/09/2025 04:50
Todas las fuentes disponibles parecen confirmar una fuerte regresión de la agricultura hispana en los siglos finales del Imperio Romano y, después, durante el dominio visigodo; lo que no significa que desapareciera el cultivo del olivo ni la producción de aceite, según se desprende, entre otras fuentes, de las ‘Etimologías’ de San Agustín, quien distingue de hecho entre varios tipos de aceite, entre los cuales destaca el hispano, obtenido al parecer de aceitunas blancas. Tiempo más tarde, los árabes encontrarían en el Occidente mediterráneo un paisaje y unos usos agrícolas similares a la que ellos habían practicado siempre, con varias diferencias vitales y de enorme trascendencia en los siglos inmediatos: la herencia recibida, la mayor abundancia de agua, la mejor calidad de las tierras y, en consecuencia, una feracidad que, además de facilitar la introducción de numerosos cultivos hasta entonces desconocidos por estos lares (naranja, limón, plátano, membrillo, sandía, calabaza, berenjena, alcachofa, dátil, azafrán, albahaca o canela), les permitió diseñar sistemas de irrigación que se extendieron también ocasionalmente al olivar, convirtiendo el nuevo territorio conquistado en una suerte de paraíso, con el que se comparan en el Corán (VI, 99 y 141) los «huertos plantados de vides y los olivos y los granados, parecidos y diferentes». Algunos autores árabes hablan de una densidad en sus fincas de unos 50 olivos por hectárea, lo que hacía posible combinar eventualmente su cultivo con el de la vid -el vino no dejó de producirse, ni tampoco de consumirse, en la España islámica, a pesar de que el Corán lo prohíba- y el cereal, tal como venía siendo tradicional desde la época clásica; pero si hay dos zonas geográficas que las fuentes de la época alaban por sus árboles y su producción son la comarca de Jódar, en Jaén, denominada en la época Gadir al-Zayt, o «Poza del aceite», y el Aljarafe sevillano, catalogado como Xaraf az-Zaytún, o «Aljarafe de los Olivos»: «el más noble terreno de toda la tierra y el más generoso en suelo productivo. Está plantado de olivos que se mantienen siempre en su verdor y es bendecido con el producto de ellos, que no cambia de cualidades ni se corrompe. Abarca en tierras, a lo largo y lo ancho, leguas y leguas... Su aceite conserva el brillo y el dulzor durante años, sin variar su sabor ni dejar huella en la espera, por ser superior en propiedades su terreno a cualquier otro» (Al-Udri, m. 1085). Otras fuentes destacan la riqueza en olivos de, por sólo citar algunos ejemplos más, Córdoba, Cabra, Baena o Yabal al-Baranis (de identificación imprecisa, en la sierra, al norte). En principio, todo parece apuntar a una producción de carácter familiar destinada al autoconsumo, pero también exportaron, al tiempo que intensificaban el tráfico comercial por el Mediterráneo; y en este comercio ocuparon un lugar de enorme relevancia las aceitunas, muy cotizadas en la gastronomía islámica. En definitiva, tanto el olivo como la aceituna formaron parte sustancial e identitaria de la cultura, la economía y la dieta andalusí, de su perfil geográfico y humano. Quizá esto explica que un exiliado como al-Mutamid, gobernador de Sevilla durante los primeros Reinos de Taifas (1069-1091), exclamara desde la lejanía, añorando su tierra del Aljarafe con la desesperanza de quien intuye que no volverá a verla: «¡Quisiera saber si pasaré otra noche/ en aquel jardín, junto a aquel estanque!/ Entre olivares, herencia de grandeza,/ el gorjeo de las palomas y el trinar de los pájaros…». *Catedrático de Arqueología de la UCO Suscríbete para seguir leyendo
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