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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 18/09/2025 04:43
"Con sus dedos de la mano derecha empezó a tamborilear sobre la rodilla y sacó un papelito. En ese momento, observo que dice Jorge Julio López. No pude creer lo que estaba viendo", contó el fotógrafo Leo Vaca La primavera estaba a la vuelta de la esquina el lunes 18 de septiembre de 2006 y en La Plata los tilos ya perfumaban las calles y las avenidas de la ciudad. En sus tapas, los diarios repasaban los partidos del domingo, con las victorias de San Lorenzo y River y el opaco empate sin goles de Boca. No había sido una buena jornada para los equipos platenses: un empate en cero para Gimnasia frente a Banfield y una derrota por la mínima diferencia para Estudiantes contra Rosario Central. Ese lunes, en la ciudad, el hecho más relevante sería la lectura de los alegatos finales del juicio por crímenes de lesa humanidad que se desarrollaba en la sala de tribunal improvisada en el Palacio Municipal, que tenía al comisario general Miguel Etchecolatz entre los principales acusados. El día anterior, en su casa del barrio de Los Hornos, Jorge Julio López les confirmó a su mujer y a sus hijos que iría a escucharlos. Para él –que había declarado en el juicio– era una cita inexcusable y una deuda de honor que tenía con sus compañeros desaparecidos. “Parecía un domingo como cualquier otro. Estábamos en su casa porque yo había ido a cargar la camioneta con las herramientas del taller, algunas valijas y varios muebles porque el lunes tenía que ir a Capital a trabajar. Estuvo con nosotros atrás, en el taller, acompañándonos un rato mientras preparábamos todo. Me acuerdo de que fumó uno o dos cigarrillos, charlamos un poco de cosas de mi trabajo y después se fue a escuchar los partidos de fútbol”, recordó Rubén, uno de sus hijos, muchos años después en una charla con este cronista. A los 76 años, Jorge Julio López disfrutaba de la vida familiar y de la presencia de sus hijos. También se sentía en paz consigo mismo, sobre todo desde hacía unos meses, cuando había cumplido una promesa que había hecho casi tres décadas antes, la de contar lo que había pasado. Cuando en 2003, por iniciativa del entonces presidente, Néstor Kirchner, el Congreso había derogado las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final, que habían brindado impunidad a la enorme mayoría de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura, López supo que podría decir en un tribunal lo que había visto, oído y sufrido, y también señalar a los responsables. Sobre todo a uno de ellos, a Etchecolatz, mano derecha del general Ramón Camps, jefe de la Policía Bonaerense durante la dictadura y responsable de una enorme una red de centros clandestinos de detención y tortura donde había desaparecido miles de personas. Él había tenido la suerte de sobrevivir y sabía que su deber era dar el testimonio que sus compañeros de cautiverio en uno de ellos no podían dar. El momento llegó el 28 de junio de 2006 y declaró de manera tan contundente que su relato resultaría decisivo cuando el tribunal presidido por el juez Carlos Rozanski dictara las penas a los acusados. Habían pasado más de dos meses y López no quería perderse los alegatos. “Esa tarde (la del domingo 17 de septiembre) casi no hablamos del juicio, nada más que para arreglar con quiénes iba a ir, porque yo me iba a Buenos Aires y no podía acompañarlo. A la mañana, mi viejo se había comunicado con Nilda Eloy (ex detenida-desaparecida y militante de Derechos Humanos) para ver cuántas personas lo iban a acompañar. Habíamos arreglado que mi primo Hugo pasaba a buscarlo a las 9 de la mañana a mi hermano Gustavo y que ellos lo llevarían a la Municipalidad, donde a las 10 empezaba el juicio”, recordó Rubén. Esa noche Jorge Julio López se acostó expectante y quizás antes de dormirse haya recordado una vez más, los dolorosos meses de su vida durante los cuales fue un detenido-desaparecido en La Cacha, uno de los centros clandestinos el Circuito Camps. “Fue impensado lo que pasó porque pensábamos que esas cosas, las desapariciones, ya no pasaban”, relató Rubén, el hijo de Julio Memoria de un secuestro Jorge Julio López, albañil y militante peronista, tenía 46 años cuando cayó en las garras de los grupos de tareas de la dictadura, fue torturado y permaneció detenido ilegalmente en varios centros clandestinos del “Circuito Camps”. Lo secuestraron la noche del 27 de octubre de 1976 durante un gran operativo en Los Hornos, junto a otros militantes peronistas. A la cabeza de los grupos de tareas que se desplegaron esa noche estaba el director de Investigaciones de la Policía Bonaerense, Miguel Etchecolatz. Estuvo detenido ilegalmente durante casi seis meses en las mazmorras de cuatro centros clandestinos, los conocidos como Cuatrerismo, Pozo de Arana, Comisaría Quinta y Comisaría Octava. Allí había sido torturado y también había presenciado varios asesinatos, entre ellos los de sus compañeros de militancia en Los Hornos, Patricia Dell’Orto y Ambrosio Francisco de Marco. López había sobrevivido y el 4 de abril de 1977, cinco meses y cinco días después de su secuestro, fue “blanqueado” y puesto “a disposición del Poder Ejecutivo” en la Unidad 9 de La Plata, de donde fue liberado el 25 de junio de 1979. Lo que vivió esos meses de detención clandestina fue lo que casi tres décadas después relató como testigo ante el Tribunal Oral Federal número 1 de La Plata. Jorge Julio López había hablado el 28 de junio ante el tribunal y su testimonio habían sido impactante, por la claridad con que había relatado lo que había sufrido y visto. Además, había reconocido a Etchecolatz como uno de los represores que lo habían torturado y como autor material del asesinato de Patricia Dell’Orto. “Patricia le gritaba ‘¡No me maten, llévenme a una cárcel pero no me maten, quiero criar a mi nenita, mi hija!’, y ellos no, la sacaron. Y van a ver ustedes si algún día encuentran el cadáver o la cabeza, que tiene el tiro metido de acá y le sale por acá. Buum, otro tiro”, contó ante los jueces mientras señalaba con un dedo el centro de su frente. Mientras hablaba se lo veía emocionado y por momentos tembloroso, pero firmemente decidido a relatar los hechos de los que había sido testigo. En uno de los momentos más dramáticos de su testimonio dijo: “Pensé: si un día salgo y lo encuentro a Etchecolatz, yo lo voy a matar. Así pensaba, pero después me dije, qué voy a matar a una porquería como esa, a un asesino serial. Etchecolatz personalmente dirigió esa matanza”. Para ir a declarar, López debió enfrentar también los temores de su familia, sobre todo de su mujer. “Mi vieja le decía ‘no vayas a declarar’. Era por miedo de que le pasara algo, teníamos miedo de que le pasara algo a nivel mental, de que se desequilibrara, no pensamos que lo podían secuestrar”, contó su hijo. Jorge Julio López se mantuvo inflexible, tenía una promesa que cumplir y por eso dio su testimonio. Y también por eso el lunes 18 estaba decidido a escuchar los alegatos y después el fallo de los jueces. “Quería ver la condena a Etchecolatz, que fue la que lamentablemente no pudo ver”, agregó Rubén. "Etchecolatz personalmente dirigió esa matanza", reveló en el juicio Julio Jorge López (NA) La segunda desaparición La mañana del lunes 18 de septiembre de 2006, cuando Hugo, el hermano de Rubén, se levantó, Jorge Julio López ya no estaba en la casa. En un primer momento, nadie sospechó que podía tratarse de un secuestro. “Fue impensado lo que pasó, en ese momento, lo primero que pensamos era que le había pasado algo mental, porque pensábamos que esas cosas, las desapariciones, ya no pasaban, pero pasó”, contó Rubén. Una de las hipótesis que se manejaron después fue que alguien lo engañó para que saliera de la casa, porque lo acordado era que esperaría allí a que llegara Gustavo, el sobrino, para llevarlo junto con Hugo en su auto hasta el Palacio Municipal. Cuando se investigaron sus últimos pasos, se supo que cinco personas lo habían visto caminar por la calle, cerca de su casa, la última fue la propietaria de una verdulería de la calle 137 entre 66 y 67, en Los Hornos. A partir de allí, nadie más lo vio, aunque después se pudo determinar que había caminado otras dos cuadras desde ese lugar. Los perros de la policía olfatearon su rastro hasta el frente de una casa en 135, 66 y 67 y ahí lo perdieron. Se cree que allí lo obligaron a subir a un auto, pero no se pudo encontrar ningún testigo que lo confirmara. La segunda desaparición de Jorge Julio López estaba consumada. Los organismos de derechos humanos sostuvieron desde un primer momento que se trataba de un delito en el que habían participado miembros de las fuerzas de seguridad retirados y en actividad. Después hubo decenas de pistas falsas, un cadáver quemado que no era el de López y una investigación policial plagada de errores que, más que avanzar, terminó destruyendo todo tipo de indicios. El genocida Miguel Etchecolatz murió el 2 de julio de 2022, cuando purgaba una condena de prisión perpetua (REUTERS/Enrique Marcarian) Un nombre y una foto Más de ocho años después de la desaparición de López, a fines de octubre de 2014, el genocida Miguel Etchecolatz enfrentaba el tramo final de otro juicio como acusado, nuevamente frente a un tribunal presidido por Carlos Rozanski. En el momento en que se leía la sentencia que lo condenaba a prisión perpetua, el ex jefe de Investigaciones de la Bonaerense tomó un pequeño papel y lo desplegó. Al terminar la lectura del fallo, pretendió entregárselo al Tribunal, pero se lo impidieron. Leo Vaca, fotógrafo de la agencia Infojus que estaba cubriendo el juicio, hizo foco con su cámara en el papelito y disparó. En el papel, Etchecolatz había escrito, de puño y letra: “Jorge Julio López”. Vaca lo relató así: “El corralito estaba tapado por guardias, era difícil de fotografiar. En un momento, uno de ellos se corrió y vi cómo Etchecolatz miró fijamente a Estela y a otros familiares. Entonces, con sus dedos de la mano derecha empezó a tamborilear sobre la rodilla y sacó un papelito. En ese momento, observo que dice Jorge Julio López. No pude creer lo que estaba viendo. Después se levantó y se lo quiso entregar a los jueces, pero no lo dejaron. Mostré la foto a otros colegas y a la gente que estaba allí y se mordían los labios de la bronca. Fue un escándalo”. El genocida Miguel Etchecolatz murió el 2 de julio de 2022, cuando purgaba una condena de prisión perpetua. Nunca explicó si aquella anotación fue un mensaje sobre la suerte corrida por López o una provocación dirigida a las víctimas. Lo que sabía se lo llevó a la tumba. Al cumplirse 19 años de la segunda desaparición de Jorge Julio López, la investigación sigue empantanada. La causa está insólitamente caratulada como “presunta desaparición forzada de persona”.
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