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  • El joven de 19 años que de niño jugaba con autitos y ahora diseña el primer prototipo argentino de un monoplaza de carrera eléctrico

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 18/09/2025 02:31

    De pie, justo debajo del cuadro de Fangio, Tizano posa junto a sus compañeros Desde que tenía cuatro o cinco años, Tiziano Tomas Fachola supo que su mundo giraría en torno a las ruedas, motores y todo lo que compone un auto. Cuando era apenas un nene ya andaba en un pequeño cuatriciclo y, en su casa, los vehículos eran tema de conversación constante. “Mi papá compra y vende autos, siempre volvía con uno distinto”, cuenta. Cada vez que jugaba a la Play tenía que ser con juegos de carreras. Más tarde, comenzó a ir al autódromo para ver competencias de TC y pasaba horas tratando de entender cómo funcionaban los motores. Hoy, con 19 años, trabaja como mecánico en una concesionaria de Peugeot y se prepara para estudiar ingeniería mecánica el año que viene. Pero ese camino empezó en un lugar bastante especial: la Escuela Taller del Autódromo Oscar y Juan Gálvez. Él fue parte de la primera camada de alumnos que, entre mayo y noviembre de 2024, inauguró oficialmente este espacio de formación en Villa Lugano, donde estudiantes de escuelas técnicas porteñas participan de una experiencia única: diseñar, construir y poner a punto el primer auto de Fórmula Argentino eléctrico. El proyecto había comenzado como una prueba piloto en 2023, pero fue recién con su grupo que se consolidó de manera formal. Tizziano junto a un compañero durante una de las clases en el autódromo Aprender con vista a la pista “Era muy loco estudiar ahí. ¡Te asomabas por la ventana del aula y tenías la recta del Gálvez!”, recuerda Tiziano entusiasmado lo que vivió. Durante ocho meses, cursó allí cada mañana junto a chicos de distintas escuelas técnicas de la Ciudad. En total, participaron más de veinte estudiantes por turno, divididos en dos grupos: mañana y tarde. Él iba a la mañana, donde formó un grupo muy unido con compañeros de la misma escuela de la que egresó, la Técnica Nº 26 Confederación Suiza, y también con estudiantes de la Técnica Nº 35, entre otras. “Yo con 19 años era el más grande. Algunos chicos que estaban en quinto año todavía van a tener la posibilidad de aprender mucho más. Cursando ahí, me di cuenta de que para ellos esta es una oportunidad increíble, porque al año siguiente iban a volver y seguir aprendiendo”, asegura. Lo que más lo marcó, más allá de las prácticas con herramientas o los conocimientos técnicos, fueron las charlas y haber escuchado experiencias. “Los profesores nos hablaban de cosas que no estaban en ningún manual. Hablábamos con mecánicos del TC, con ingenieros de equipos de competición. Uno de ellos nos enseñó cómo organizar el trabajo con tableros de control hechos en Excel. Al principio no entendíamos para qué servía, pero ahora lo uso en el trabajo todos los días”, dice. Hoy trabaja de lunes a viernes en una de las sedes de Peugeot, donde se dedica principalmente al service y mantenimiento de vehículos. Empezó apenas terminó el secundario, después de haber hecho esa pasantía en el autódromo. “Ni bien terminé la escuela, me puse a buscar trabajo. Me llamaron de varias concesionarias, pero terminé quedándome en Peugeot. Me adapté rápido, aprendí un montón y me siento cómodo con lo que hago y con el grupo”, cuenta. Tiziano en el cuatriciclo con su papá Aunque su presente ya está orientado al mundo laboral, su objetivo a largo plazo está claro: quiere ser ingeniero mecánico. “Empecé a cursar el ingreso a la Universidad Tecnológica Nacional, pero por temas personales no pude seguir. El año que viene lo retomo. Sé que va a ser un esfuerzo grande, pero vale la pena”, sostiene. Sabe que no será fácil compatibilizar el estudio con una jornada laboral de diez horas, pero la motivación le sobra. Es consciente de que la experiencia en el autódromo le dio una ventaja, un impulso. “Nos metió de lleno en el mundo del trabajo. Aprendimos haciendo, y eso no se olvida más”, asegura. En ese taller con vista a la pista se gestó también uno de los proyectos más ambiciosos del sistema educativo porteño: la construcción del primer prototipo argentino de un auto de carrera eléctrico. El chasis, un modelo Tulia 25 donado por el emblemático constructor Tulio Crespi, fue la base sobre la que los estudiantes trabajaron durante meses. “La idea era transformarlo en un auto con motor eléctrico, pero sin modificar el diseño original. Todo tenía que ser plug and play: lo ponés, lo sacás, y no alterás nada”, explica Tiziano. A lo largo de la cursada, los alumnos participaron de cada etapa del proceso: diseño, instalación de sistema de dirección, suspensión, frenos, neumáticos y análisis de piezas. Al final, quienes completan el curso viajan a Balcarce a visitar la fábrica de Crespi, donde se respira historia del automovilismo argentino. Frente a lo que más lo apasiona: un motor Un motor eléctrico y una idea imposible La Escuela Taller del Autódromo Oscar y Juan Gálvez funciona en el corazón del circuito, en un espacio adaptado especialmente para formar a estudiantes de quinto y sexto año de las escuelas técnicas de la Ciudad. Esta iniciativa, impulsada por el Centro de Capacitaciones y Prácticas Profesionalizantes del Ministerio de Educación porteño, toma como modelo una experiencia similar que existe en el mítico circuito de Le Mans, en Francia. Si bien el nivel de infraestructura no es comparable, la aspiración sí lo es: ofrecer formación de calidad, en contacto directo con el mundo real del automovilismo y la industria automotriz. El taller está equipado con herramientas de última generación, impresoras 3D, acceso a fibra óptica, computadoras y estaciones de trabajo. Los estudiantes cursan 200 horas distribuidas entre lunes, martes, jueves y viernes, y tienen a disposición un equipo docente de lujo: ingenieros, técnicos y mecánicos que vienen de trabajar en escuderías profesionales, tanto de autos como de motos y kartings. “Nos dejaban pasar al otro lado del autódromo y hacerle preguntas a los mecánicos de verdad. Era como nuestro Disney”, resume Tiziano. Además del trabajo práctico, cada estudiante participa de charlas y capacitaciones con profesionales de la industria. En esas charlas, dice, se aprendía lo más valioso: cómo organizar un equipo, cómo pensar un proyecto, cómo resolver fallas reales en situaciones reales. “Nos contaban anécdotas de pista, cosas que no aparecen en los libros. Y eso es lo que más se te queda grabado”, asegura. También remarca que muchas de las oportunidades que se abrieron en ese taller fueron posibles por el empuje de los profesores. “Ellos conseguían materiales, contactos, charlas... y lo hacían todo a pulmón. Siempre estaban buscando una vuelta más. Se notaba que creían en el proyecto”, recuerda. Gracias a ese empuje, y al compromiso de los estudiantes, hoy el taller funciona como un verdadero semillero de futuros técnicos e ingenieros en mecánica. Algunos jóvenes, como él, ya están trabajando; otros siguen estudiando o preparándose para el ingreso a la universidad. Nacido en Almagro, Tiziano vive con su padre en Villa Crespo: “Él siempre me apoya en lo que hago y está muy contento con lo que estoy haciendo ahora”, cuenta el chico que recuerda con emoción aquellos años en que recorría ferias junto a su papá, mirando motores y soñando con un volante entre las manos. Esos juegos de la infancia se volvieron su trabajo y con la pasión intacta. “Yo no me imaginaba a los 19 años estar ya laburando como mecánico. Y menos en un lugar como este y fue gracias a esa experiencia en el autódromo. Me abrió la puerta al mundo real”, finaliza.

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